martes, 22 de enero de 2013
El purgatorio del doctor Atkins
A pesar de ser primavera, el martes 8 de abril del año 2003 parecía un día de invierno en Nueva York. Una tormenta de nieve había caído la noche anterior convirtiendo a la ciudad en una peligrosa pista de patinaje. Sin embargo, el médico nutricionista Robert Atkins, de 72 años, salió esa mañana a trabajar: si el hambre es una calamidad en el resto del mundo, el sobrepeso lo es en los Estados Unidos y quedaban millones de kilos por derrotar. El autor del popular libro “La revolución dietética del Dr. Atkins”, afirmaba que la mejor manera de rebajar peso era reduciendo carbohidratos como pastas, arroz y pan; sintiéndonos libres de matar el hambre con proteínas como huevos, carnes y quesos. Esa fría mañana de abril, el famoso doctor, quizás distraído meditando sobre los reveses de una rebana de pan, o sobre la dosis exacta de carbohidratos necesaria para sobrevivir sin perder la cordura, dio un mal paso en el hielo, resbaló, quedando inconsciente en el pavimento.
Una semana después, Atkins murió. Cuando llegó a las puertas del cielo, san Pedro, que había intentando inútilmente seguir su dieta, lo reconoció de inmediato y enojado le preguntó a la Parca: “¿Qué hace éste aquí, si a él no le tocaba morirse todavía?” .
El Ángel de la Muerte que con tanta delincuencia, guerra y fusilamientos había estado muy ocupado, cuando revisó su Palm Pilot, abochornado le confesó a san Pedro: “¡Qué metida de pata! ¡Me tenía que llevar al viejito del cuarto de al lado! Jefe, necesito tomar vacaciones”.
De eso hablarían después, primero tenían que ver qué hacer con el doctor porque hasta en el cielo todo trámite necesita pasar por una serie de papeleos. Tras mucho buscar, san Pedro encontró vacante temporal en una sucursal del purgatorio llamada Caracas.
“¿Caracas? ¿Esa no era una sucursal del cielo?”- preguntó la Parca extrañado.
San Pedro lo sacó de su error: “ Sí, pero en el año 1999 cambió de administración”.
Así el doctor Atkins llegó a Caracas para empezar a pagar karma por haber sido en su vida anterior el gran gurú de las dietas.
Cuando este tipo de errores celestiales pasan, san Pedro no escatima en viáticos, por eso el célebre doctor, desmemoriado y con un perfecto dominio del español, fue alojado en un cómodo apartamento atendido por una señora que le preparaba los más deliciosos platillos de la cocina venezolana: arepas de chicharrón, perico, pabellón, pastel de polvorosas, cascos de guayaba, natilla; y aquel que en su otra vida fuera enemigo de los carbohidratos, en su regreso terrenal se volvió adicto a ellos.
Pero purgatorio al fin, en Venezuela desde hacía meses había precios regulados y un estricto control de cambios, poco a poco los pequeños placeres del doctor Atkins empezaron a escasear: “Doctor: no hay huevo pal perico; doctor: se acabó la Harina Pan; doctor: no se consigue arroz, no hay aceite pa freir los plátanos y esas caraotas chinas son un horror; doctor: no hay pollo ni harina pal pastel de polvorosas; doctor: sin azúcar no se pueden hacer los cascos de guayaba y para la natilla hace falta leche también”.
La buena señora hizo de todo para encontrar los alimentos que faltaban, hasta fue a eso que llaman Mercal, el mercado del pueblo soberano, para ver si en los barrios hay lo que no se consigue en las urbanizaciones, pero sus estanterías estaban tan vacías como las de los supermercados del este. Sólo encontró sin problemas frutas y hortalizas, porque con tanto desempleo desde obreros hasta ingenieros las venden en la calle para poder subsistir. Ni modo, se dijo la buena mujer, vamos a tener que hacer una dieta como la que hacía la señora con la que trabajaba antes, ésa que no probaba ni pan y arepa y vivía a punta de repollo.
Mientras tanto en el cielo la Parca apuraba a san Pedro: “ Agilice esos papeles, mi jefe, porque el doctorcito se nos va a volver a morir antes de tiempo, pero esta vez de inanición”.
Este crónica la escribí en el año, 2003, y o sorpresa, 10 años después sigue vigente.
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