lunes, 30 de junio de 2008

CSI Caracas


Esto sucedió meses atrás, pero les aseguró que fue así: Francisco la mañana de un domingo quiso ir temprano a caminar al parque del Este. Eran casi las siete cuando abrió el portón de su casa y no pudo sacar el carro porque un cadáver obstaculizaba el paso.
Francisco llamó a la policía, los CSI Caracas, quienes llegaron en cuestión de minutos a la escena del crimen. El detective Grissom criollo y su equipo constataron que el occiso era un hombre joven que murió abaleado. No era de la zona, los vecinos presentes en el levantamiento del cadáver, no lo conocían. Algunos recordaron que semanas atrás, unas calles más allá, apareció otro muerto en similares circunstancias.
La policía se llevó el cuerpo sin vida, en la morgue alguien lo reclamaría, o quizás no. Apostaban que fue víctima de un ajuste de cuentas, esos homicidios que no son homicidios para los Ministros de Relaciones Interiores revolucionarios. Seguro una banda aledaña habría escogido esa zona tan tranquila como depósito de ajusticiados.
Pero fueron dos casos aislados y los vecinos ni se enteraron de si atraparon a los responsables de ambos asesinatos. Al cabo de un tiempo, los cadáveres anónimos dejaron de ser noticia ante el robo de alguna quinta, varios secuestros Express, y unos cuantos atracos a mano armada, pero la paz del vecindario no se volvió a interrumpir por la aparición de un cadáver desconocido.
El atardecer en el que Jose trotaba de regreso a su edificio tras subir al Cortafuegos en el Ávila, al toparse en una calle cercana a su residencia con un cuerpo cubierto por una sábana de la cual juró que sobresalía un codo blancuzco, recordó el cuento de su tío Francisco y temió que ahora los muertos anónimos comenzarían a aparecer en su vecindario. Jose cambió el trote por la carrera hasta llegar sin aliento a su edificio. Su esposa Beatriz lo recibió asustada: nunca lo había visto tan pálido. Llamaron a la policía local para avisar sobre el cadáver abandonado, suponían que actuarían con premura, pero al día siguiente, camino al trabajo, se dieron cuenta de que el cuerpo seguía ahí cubierto por la misma sábana.
Mayor sorpresa aún, cuando en la tardecita, al regresar del trabajo, el cadáver estaba arropado donde lo habían dejado.
Jose y Bea llamaron indignados a la policía local, ¡cómo era posible dejar tanto tiempo un cuerpo sin vida en medio de la calle! Un funcionario les aseguró que el levantamiento de muertos no era de su competencia, pero que ya habían avisado a quienes le correspondía investigar el suceso. Raro que todavía no lo hubieran hecho.
Cuando a la mañana siguiente el cadáver seguía ahí, Bea llamó a quienes por lo visto, son los únicos que no son indiferentes en este país: la prensa. Gracias a una amiga, consiguió el teléfono de una periodista de una estación de televisión, quien presintiendo un tubazo, se dirigió con un camarógrafo al lugar de los acontecimientos. Este sería su primer gran reportaje: un muerto yace dos días en medio de la calle de una urbanización ante la indiferencia de las autoridades. La cámara se prendió, se oyó un grito: “¡Estamos al aire!” y armándose de valor, la periodista levantó la sábana, y en efecto había un cadáver, pero de un descomunal perro que no era necesario ser Investigador en la Escena del Crimen en Caracas para determinar que fue asesinado, y que ese crimen, tampoco sería resuelto.
Ignoro si el cuerpo todavía sigue ahí.

lunes, 23 de junio de 2008

Kinodex



Tengo una prima que está muy bien dateada, por eso cuando un domingo familiar contó la siguiente triquiñuela del Gobierno, no dudamos en creerle.

Según mi prima las letricas que aparecen en una esquina en las nuevas cédulas bolivarianas son una clave para marcar a la oposición.

Si las letras son MM, su portador está exento de toda culpa contrarrevolucionaria: su nombre no aparece en la lista de Tascón. Pero si son MF, la cédula está marcada por el indeleble hierro de aspirante a referéndum revocatorio presidencial, es decir, de escuálido, de golpista, de lacayo del imperialismo... todos esos adjetivos que achaca el Gobierno a quienes no creemos en esto de la revolución.

De la abuela para abajo buscamos las misteriosas letricas en nuestras cédulas. Los niños y los adolescentes, libres del pecado original de firmar, tenían inmaculadas MM. Casi todos los adultos mostraron en sus cédulas las MF que supuestamente los acreditaban como oposición (mi cédula bolivariana es de la primera tanda y no tiene letricas), pero cuando a mi marido le tocó mostrar la suya, vimos con estupor que en lugar de la MF de sufrido firmante para el revocatorio presidencial, tenía una MM de satisfecho revolucionario.
Se hizo un silencio sepulcral. Fue casi casi como si lo hubiéramos sorprendido in franganti el sábado 4 de febrero subiendo a la Cota Mil por la principal de La Castellana vestido de rojo y cantando a todo pulmón: “Uh, ah, Chávez no se va”.

Herido su honor escuálido por unas letricas que él ni sabía que existían, mi pobre marido trató de cambiar el tema de conversación, pero su reputación revolucionaria aumentó al anunciar en medio del chupe una noticia tan insólita como si se hubiera pegado el Kino:
“Conseguí cita por Internet para sacarle el pasaporte a los niños”.
A más de uno se le atragantó la gallina, se oyeron toses nerviosas, y una mirada suspicaz tipo: “¡Lo sabía, éste saltó la talanquera!” .
Mi abuelita me tomó la mano y la apretó susurrándome: “No te preocupes, mi amor, es la edad. A unos les da por andar en moto y conquistar pavitas, al tuyo le dio por revolucionario. Ya se le pasará”.

Tras jurar sobre Las dos izquierdas de Petkoff que la izquierda chavista definitivamente no era la suya, mi esposo explicó su proeza burocrática como un alquimista develando el secreto de la piedra filosofal: “Un lunes a las seis de la mañana entré en la página de la Onidex por Internet, puse mi clave, los datos de la niña mayor, y en media hora tenía cita. Pero tuve que esperar una semana para que me dieran cita para sus hermanos porque la página se cayó. Volví a intentarlo el siguiente lunes a las seis de la mañana, y lo logré”.

Concluyó de relatar su proeza con un consejo como de libro de autoayuda: “No hay que doblegarse ante la adversidad virtual, hay que perseverar con la tecla de back”.

El público estaba decepcionado, como si les estuviera ocultando el ingrediente fundamental de la receta del éxito contra la bestia cibernética.

Las historias de fracaso dominaron la sobremesa desde quienes no han podido conseguir la clave de identificación, hasta aquellos que al poner su lugar de residencia reciben como inapelable respuesta: “Los cupos están llenos, intente el próximo lunes”, sin faltar los que algún dato errado les invalida automáticamente la solicitud.

No somos quienes para darle la espalda a la fortuna: el día de la cita estábamos a las 10:00 am mi marido, la niña y yo, como tres claveles, parados en las puertas de la Onidex. Recordé la experiencia para sacarme el pasaporte el año pasado de colas tan anárquicas como interminables, y me sentí en una Venezuela alterna al zafarrancho en el que vivimos. Una Venezuela donde todos los ciudadanos podemos ser tratados con respeto y eficiencia. La cola era corta y ordenada, y sólo pasaban por delante quienes por su edad lo ameritaban. Mis compañeros de cola no estaban tan satisfechos, tenían meses tratando de conseguir la cita por Internet: el trabajo del señor de adelante estaba peligrando por su imposibilidad de viajar; y la familia de atrás no pudo ir a Colombia a pasar Navidad con los suyos porque el niño no consiguió pasaporte.

Nosotros no nos podemos quejar, antes de las 12 del mediodía estábamos de vuelta en casa. Sin embargo, no contamos los pollitos antes de nacer: falta que nos avisen cuándo podemos recoger el pasaporte, y que alguien nos explique para qué diablos sirven las letricas en la cédula.


Publicado en el diario El Nacional el 11 de febrero de 2006
Ilustración para Nojile: Rogelio Chovet,

La familia de los rechazados


Creo que fue George Bernard Shaw quien dijo que un buen artículo debe levantar roncha. Gracias a “Kinodex” por primera vez lo logré, si no a escala nacional, por lo menos en mi reducido entorno.
El sábado en el que apareció la historia de cómo el sistema cibernético para conseguir cita en la Onidex sonrió a mi familia, mi marido me despertó con el periódico en la cara:
“¡Cómo se te ocurre someternos al escarnio burocrático revolucionario! ¡Nos van a negar los pasaportes!”.
Traté de tranquilizarlo, le aseguré que no tenía de qué preocuparse, el artículo dejaba bien parada a la Onidex como uno de los raros vestigios de eficiencia en este socialismo del siglo XXI. De todas maneras, le recordé que en las oficinas de identificación y extranjería se leen diarios de esos en los que los titulares denuncian cruentas guerras mediáticas contra “el proceso”. ¡Qué van a estar leyendo El Nacional! Además, la oposición venezolana dejamos de ser un enemigo digno para el gobierno bolivariano teniendo un imperio con el cual enfrentarse.
Cuando las aguas parecían estar más calmadas, llamó mi suegra al borde de un ataque de histeria: las amigas con las que camina todas las mañanas en lugar de ir al parque se la llevaron a una panadería, y después de un tazón de tilo y un pastelito de requesón, le enseñaron en papel impreso la posibilidad de que su primogénito pudiera estar metido a eso que llaman “oficialista”.
Mi suegra no se tomó nada bien la noticia: “... ¡Por qué me haces esto, hijo mío! ¡Yo no te crié así! ¡Me vas a matar de un disgusto!”
El hijo en desgracia logró tranquilizar a su preocupada madre echándole la culpa a la nuera: “Tú conoces a Adriana, siempre exagerando”.
La semana siguiente nuestro teléfono no paró de sonar, gracias a mi artículo nos convertimos en el centro de atención al escuálido de la Onidex. Oímos todo tipo de problemas, desde aquellos infelices que hagan lo que hagan no logran conseguir cita para sacar el pasaporte, hasta la amiga angustiada porque por fin creyó encontrar al hombre de su vida, y ahora resulta que la cédula de su amado es una de esas MM que supuestamente marcan a los satisfechos revolucionarios.
Pero no puedo negar que me sentía emocionada porque finalmente era parte del sistema. Después de siete años de agobios políticos, ya era hora de que la política me sonriera aunque fuera de manera modesta como lo era consiguiendo los pasaportes de mi familia. Fue un duro despertar a la realidad cuando el lunes después de la segunda cita en la Onidex, mi marido me llamó para avisarme que a él se lo habían negado. La razón: dato errado. Imposible saber cuál porque el sistema no está capacitado para responder.
Welcome back a la República Bolivariana de Venezuela.
Desde entonces mi esposo pasa día y noche pegado a Internet buscando una nueva oportunidad para lograr la cotizada libreta vinotinto, pero lo único que ha logrado es descubrir que a nuestra hija mayor también le negaron el pasaporte por dato errado. ¡Oh, Dios de las Revoluciones, en dónde fallamos! ¿Será, en el caso de la niña, que la página se cayó antes de completar los datos de la madre, o será que el “de la Milagrosa” no hubo forma de que cupiera.
¿Será, en el caso del padre, que su cédula dice soltero (aunque anexó la partida de matrimonio) o será que nació en los Estados Unidos hijo de estudiantes venezolanos? Porque la página de Internet no da para contingencias: cuando mi esposo puso como lugar de nacimiento Atlanta, Georgia; no había cómo poner el municipio y salió Caracas. Ni siquiera los funcionarios sabían qué hacer: “Es que como usted no es venezolano de nacimiento todavía no puede sacar el pasaporte andino”.
Insistimos, de la manera más humilde posible, que todo hijo de venezolanos, nacido en el extranjero, es venezolano de nacimiento. A punta de tipex, los amables funcionarios lo arreglaron: “Pero no estamos muy seguros de que este documento vaya a pasar”. Y no pasó.
En medio de nuestra desesperación, creímos encontrar una luz en el túnel la otra tarde escuchando al director de la Onidex, Hugo Cabezas, en el programa de Pedro Penzini, pero justo cuando iba a dar el número del fax para aclarar problemas como el nuestro, la llamada se cortó.
La única que parece contenta con este entuerto documentario es mi suegra, el honor de la familia ha sido limpiado: su hijo y su nieta vuelven a formar parte de la democrática fila de los rechazados del sistema.

Publicado en el diario El Nacional el 25 de febrero de 2006
Ilustración para Nojile Rogelio Chovet.

A la tercera tampoco va la vencida



En vísperas de nuestra tercera visita a la Onidex en 2006, mi hija me preguntó si pensaba volver a escribir sobre el tema.
Le aseguré que no, explicándole que rara vez terceras partes son buenas. El tema se agota. Si Francis Ford Coppola fracasó con El Padrino III contando la saga de los Corleone, imposible esperar que alguien se interesara en la tercera entrega del calvario de mi familia para sacar el pasaporte andino. Además, con tantos temas sobre los cuáles escribir, cómo malgastar espacio en El Nacional con esta historia de encuentros y desencuentros con la burocracia.
Así que había decidido pasar la página, capítulo cerrado, tratar sobre asuntos más gratos para un sábado en la mañana como el Mundial de Beisbol o el nuevo disco del Ensamble Gurrufío o el vestido de Ángel Sánchez que lució Sandra Bullock en la entrega del Oscar; o sobre cualquier otro tema capaz de despertar el interés de los venezolanos sin perforarles más la úlcera. Quizás fui una ilusa pero también creía que a la tercera sería la vencida y que en esta oportunidad nuestra visita al Centro de Documentación y Extranjería tendría el final feliz al que todo ciudadano tiene derecho de aspirar: pasaportes dentro de 15 días para mi esposo e hija.
Sin embargo, el miércoles de la nueva cita en la Onidex, cuando quisimos agarrar el Metro en Chacaíto y no pudimos estacionar el carro porque era el Día Internacional de la Mujer y de ahí partiría a la Embajada Americana una marcha femenino-bolivariana contra la guerra en Irak, algo me dijo —cultivado pesimismo o sexto sentido quizás— que esta tercera visita, al contrario de lo que promete el dicho, tampoco sería la vencida.
Preferí no compartir el nefasto presentimiento con mi familia no fuera a quedar como agorera.
Después de todo, agarrar el Metro en Colegio de Ingenieros fue un excelente cambio de planes porque no sube tanta gente como en Chacaíto.
Pero supe que mi premonición había sido cierta media hora después cuando, al entregar la planilla de la niña en la Onidex, el funcionario de la puerta la devolvió de inmediato: “Dice lugar de nacimiento ‘Carcas’ y no Caracas. Se la van a rechazar, pida una nueva cita”.
De nada sirvieron lágrimas, súplicas y explicaciones.
Los errores del sistema se arreglan con Typex, los de los ciudadanos con una nueva cita.
En momentos difíciles como éste hasta el más sólido de los matrimonios se pone a prueba. Por eso cuando mi esposo, desesperado, comenzó a “mirreinear” con tonito sabrosón a una atractiva funcionaria para ver si le arreglaba el problema; mi hija y yo, de lo más feministas en el Día Internacional de la Mujer, casi lo dejamos con su “mi reina” y que le fuera a sacar el pasaporte a su abuela.
Pero con error de tipeo no hay “mi reina” que valga. Para no perder el viaje fuimos a la Central de la Onidex en la Plaza Miranda a ver si por lo menos podíamos solucionar el problema de “de la Milagrosa” de la niña que no hay forma de que quepa en el sistema. Después de media hora de cola, al llegar a una taquilla nos dijeron: “Vuelva en la tarde”. Afortunadamente, no tenía que regresar la familia completa y mi marido me pidió: “Déjamelo a mí, tú no tienes mano izquierda”.
Escribiendo este artículo, poco después de almuerzo, estaba cayendo un palo de agua cuando sonó el teléfono: “Estoy preso en la Diex. La Guardia Nacional me detuvo porque me exhalté un poco cuando después de una hora en cola, no eran ni las dos y media de la tarde, y a pesar de que me vieron empapado, me dijeron que regresara mañana”.
¿Se exhaltó un poco? Ya me imagino ese poco porque los trámites burocráticos frustrados son capaces de convertir hasta al ciudadano más pacífico en el temible Hulk. Indecisa entre si reírme, llorar, o irlo a rescatar en medio del diluvio, pasaron unos minutos antes de que mi esposo me volviera a llamar para avisarme que un director de la Onidex lo rescató avergonzado por el maltrato cívico, y personalmente, lo ayudó a resolver el problema. Fue amable y eficaz.
Y sin necesidad de “mirreinearlo”.
Ahora hay que esperar hasta que la página de Internet de la Onidex nos avise que los trámites de la niña están en curso. Por lo menos eso esperamos. Yo por mi parte prometo que no habrá un cuarto artículo sobre el tema, y de ser necesario, ya va siendo hora de que tanto conflicto lo compre o RCTV o Venevisión para convertirlo en telenovela.
Artículo publicado en El Nacional el 25 de febrero de 2006.
Ilustración para Nojile Rogelio Chovet

lunes, 16 de junio de 2008

Eugenio Montejo sent you a message




Digan lo que digan de Facebook, esta torre de Babel me ha dado grandes alegrías: desde reencontrarme cibernéticamente con la profesora de literatura cuyas clases tanto disfruté en bachillerato, como con el compañerito guapetón que no me daba ni los buenos días en el recreo. Gracias a Facebook veo como van creciendo los hijos de los amigos que emigraron de Venezuela, cómo jóvenes de mi familia hacen carrera en el extranjero, conozco al novio de mi prima en Canadá, sé en qué lugar del mundo está cantando mi pana Elvia.
Facebook además de permitirme estar en contacto con quienes viven lejos, también logra que esté al día de lo que pasa en Caracas: quien bautiza un libro, estrena una obra de teatro, tiene un vernissage o un concierto. Yo, que casi no salgo de mi casa, sé que los jueves en La Factoría del Enano en Colinas de Bello Monte son Noche de Comediantes, que Titina Penzini suele ser DJ en la Suite del Tolón, y de los descuentos en la Quincalla ZOCO. Gracias a Facebook también me entero de noviazgos, cada vez que la vida sentimental de alguno de mis amigos se vuelve “complicada”, y de la primera sonrisa de un bebé.
Pero pocas satisfacciones comparables con recibir ocasionalmente un e-mail avisándome que “Eugenio Montejo sent you a message”. Ni siquiera la inesperada muerte del poeta ha podido evitar tal placer porque al mismo tiempo que leía en El Nacional sobre su sencillo entierro en Valencia, me llegó un mensaje de Montejo:

“Creo en la vida bajo la forma terrestre,
tangible, vagamente redonda,
menos esférica en sus polos
por todas partes llena de horizontes

Creo en las nubes, en sus páginas
nitidamente escritas,
y en los árboles, sobre todo en el otoño
(A veces creo que soy un árbol)

Creo en la vida como terredad,
como gracia o desgracia.
- Mi mayor deseo fue nacer,
y cada vez aumenta

Creo en la duda agónica de Dios,
es decir, creo que no creo,
aunque de noche, solo,
interrogo a las piedras,
pero no soy ateo de nada
salvo la muerte”

Montejo se fue pero su obra quedó y rebota como un eco, y no es que Facebook tenga un alcance que traspasa dimensiones desconocidas, ni que el poeta nacido en 1938 fuera parte de esta red social de 70 millones de usuarios, ni siquiera puedo jactarme de que era amigo mío (apenas nos conocimos en alguna presentación de un libro), pero gracias al grupo “Eugenio Montejo” creado hace unas semanas por el escritor Israel Centeno –quien se resiste a que Facebook sea sólo espacio para frivolidades- más de 300 personas compartimos poemas, enlaces, y desde el jueves 5 de junio, también compartimos el duelo de quedarnos huérfanos de uno de nuestros más grandes poetas.
Leyendo los mensajes de “Eugenio Montejo” en Facebook me doy cuenta de cuánto me falta por explorar en el territorio de su obra . No me conformo con una encandilante pantalla blanca, quiero rodearme de sus libros, pero voy a las librerías caraqueñas y es poco lo que encuentro: cada día están más desiertas, su escuálida oferta hace sentir la falta de divisas para importar literatura extranjera, y lo que llega es tan costoso que pocos pueden pagarlo; sin contar las complicaciones que están teniendo las editoriales que publican en Venezuela.
Hoy los amantes de la palabra lloramos a Montejo pero también lloramos a antiguas iniciativas estatales que damos por perdidas como la Biblioteca Ayacucho que ponía a la disposición de Latinoamérica lo mejor de su narrativa, ensayo y poesía, y cuando las Librerías del Sur eran Monte Ávila o Kuai Mare y su prioridad era la literatura venezolana y no aferrar en el poder a un pensamiento uniformado.
Triste año este 2008 en el que nos quedamos sin dos inmensos de nuestras letras: Adriano González León y Eugenio Montejo, y en el que ni siquiera tenemos el consuelo de conseguir en las librerías sus obras completas.

miércoles, 11 de junio de 2008

Nos siguen pegando abajo


 ¿Dónde están los jóvenes de este país? Se preguntó más de uno ante la masacre del barrio Kennedy y la tibia reacción de los estudiantes venezolanos. No puedo dar fe de nuestra juventud más allá de las cuñas de César Augusto y la “rumba light”, pero el sábado 2 de julio me consta que había una buena representación en el Aula Magna de la Ciudad Universitaria, y al hablar de jóvenes no me refiero a edad sino a lo que debería definir a la juventud de cualquier época, de cualquier país: rebeldía e inconformidad contra el orden establecido. A pesar de sus 53 años mal llevados, no hay mejor símbolo de la juventud que la estrella de la noche: Charly García.
Malcriado, irreverente, temperamental, el gran Charly con sus afonías, impertinencias y olvidos hizo delirar a su incondicional público caraqueño a pesar de que clamaba: “¡No me merecen!”, y mientras yo gritaba a todo pulmón: “¡No quiero volverme tan loco!” a ver si cantaba mi canción favorita, a mi alrededor había tres generaciones coreando su vieja etapa de Sui Generis y Serú Giran: “... el asesino te asesina y es mucho para tí...”, aquellos temas de cuando el roquero argentino cantaba valiente y a metáfora limpia contra las dictaduras militares del cono Sur.
Veo cómo un calvito cuarentón y un chamo lleno de piercings cantan a una sola voz  “Dinosaurios” y pienso que al contrario de tantos roqueros que hoy suenan a nostalgia, sólo Charly García y los Rolling Stones han logrado sobrevivir como los dioses al paso de los años. Quién sabe qué pacto con el diablo hicieron, o si en las islas Malvinas se encuentra la piedra filosofal que les garantizó a estos alquimistas rocanroleros el don de la eterna juventud, porque durante más de tres décadas en el caso de Charly (cuatro en el caso de los Stones), estos reyes del rock han sido asumidos por cada generación como suyos. Un milagro en una industria en la que cualquier músico que pasa de los 30 años ya es considerado un carcamal.
Quizás el gran compromiso de Charly en este toque caraqueño no era recordar las letras de sus canciones ni cantar más de cuatro piezas seguidas, sino salir airoso de la polarización que nos divide a los venezolanos como un afilado cuchillo en Gobierno y oposición. 
Charly, que tanto cantó a las revoluciones en medio de dictaduras, prefirió ignorar la fama de redentor del presidente Chávez: “¿Y quién es Chávez?” y exigió a la prensa que lo retrataran fumando. A él no hay censura ni Ley Resorte que le apaguen el cigarro.
“¡Chipi chipi!” gritaban de todos lados del Aula Magna  pidiéndole al músico la canción “... sin amor, sin dolor, sin fin...”. Y Charly, antes de complacerlos tiró sillas, le pegó a su roadie, se enredó con los cables, maldijo a la seguridad y se dio un paseo entre el público de la primera fila. 
Mientras oía cómo entre tantas canciones rebeldes y contundentes que ha compuesto Charly le exigían la canción del exilio interior: “...vivo bajo la tierra, vivo dentro de mí...”, me dio por recordar una tarde hace como 20 años en la que los universitarios de los años 80, tan generación boba que éramos, paralizamos la Ciudad Universitaria cuando un grupo de estudiantes que venía desde Valencia fue balaceado en la entrada de Tazón. Exigíamos respuestas, responsables, castigo, y uno de los que gritaba más duro, que fue aula por aula en la escuela de Comunicación Social para asegurarse de que tal atrocidad contra los estudiantes no quedara impune, era el mismo Juan Barreto que hoy como alcalde mayor se desvela porque los crímenes de Diego de Losada –cometidos hace más de 400 años– no caigan en el olvido.
¿Dónde están los jóvenes? Se preguntan algunos esperando mayor respuesta de nuestros muchachos en momentos cuando la democracia venezolana parece en juego. Pero a mí no me gusta comparar generaciones, menos en vísperas de una semana en la que el gobierno Bolivariano será generoso anfitrión de aquella juventud que cree en revoluciones bonitas y aplaude a comandantes. Con suerte, esta semana recogerán la basura en Caracas y albergarán a los indigentes para que la revolución fotografíe mejor. Y aunque me da dentera pensar en estudiantes aplaudiendo cualquier tipo de poder y autoridad, cómo me gustaría que el gran Charly regresara al Aula Magna y le cantara a los chamos revolucionarios: “Nos siguen pegando abajo.

Publicado en el diario El Nacionalel sábado 30 de julio de 2005, poco tiempo después de escrito este artículo, una generación estudiantil despertó demostrando estar a la altura de la batalla contra el autoritarismo.




Supermajo



Supermajo

Elvira Lindo, El País.


Hará cosa de dos años, el actor Tim Robbins inauguró en Madrid un festival de cine solidario. El gigantesco actor, en tamaño y oficio, pisó la ciudad en uno de sus momentos más tensos. Nuestros dos partidos nacionales se enfrentaban en una guerra de consignas contra el terrorismo y de patrimonialización de las víctimas que ha dejado una herida muy honda. Fue una situación lamentable que provocó distanciamientos hasta entre los que habían luchado siempre unidos contra el terror.

Y en esto, digo, llegó Tim Robbins, al que en dos patadas le explicaron la realidad política española. El hombre, consecuentemente, decidió tomar cartas en el asunto y no tender la mano al alcalde, ese mismo alcalde que estos días ha sido compensado por todas las veces que desde la cadena episcopal se le acusó de no querer que se investigara sobre el 11-M, que era lo mismo que acusarle de no apoyar la patética teoría de la conspiración, en la que las personas de bien debían creer, como en los misterios de la fe, aunque no se tuvieran pruebas. Robbins no dio la mano a Gallardón y quien esto escribe dedicó una columnilla a este gesto de rebeldía. Para el célebre actor, escribí, el alcalde debía encarnar en sí mismo todos los males del mundo, el apoyo a la guerra y la negativa al diálogo. Una amiga suya (lógico) me regañó, pero cómo te metes con Tim, que es un tío supermajo. Entonces entendí que la categoría Supermajo debiera entrar en el diccionario de términos ideológicos. Supermajo sería ese individuo que, aunque en su incansable apoyo a todas las causas solidarias acabe negándole la mano a una persona normal y tendiéndosela a individuos de la peor especie, todo le es perdonado. En estos días Supermajo anda codeándose con Chávez, el conocido demócrata. Se ve que también le han explicado la situación de Venezuela en dos patadas.


domingo, 8 de junio de 2008

Trescientas veces con cariño

En Venezuela no sólo las ferias de libros cada año son más pobres, sino que ya ni siquiera en las librerías se consiguen libros que no sean ediciones de bolsillo gracias a que dejaron de ser considerados por el Gobierno como artículos prioritarios, y no hay divisas para importarlos a menos que se demuestre: "su utilidad para la comunidad".
Por eso da profunda envidia la riqueza de la Feria del libro en el Parque El Retiro en Madrid, y ver como tres escritores contempóraneos son tratados como estrellas del rock e
n su tierra.
¿Cuándo se ha visto eso aquí?

Trescientas veces con cariño

Autores, lectores y otros fenómenos editoriales en un día de firmas en la feria

IKER SEISDEDOS - Madrid - 08/06/2008
(Publicado en El País)


17.15. Faltan 45 minutos para la llegada de Carlos Ruiz Zafón, millonario autor de best sellers, y ya hay más personas haciendo cola para pasar un minuto en su presencia de las humanamente posibles. 18.02. Charo y Carmen, las primeras afortunadas, que llevan tres horas al sol del Retiro, salen triunfantes con sendos libracos firmados por el escritor barcelonés. A su lado, una señora posa para la cámara como si a sus espaldas se levantara la Fontana di Trevi en lugar de la carpa que para la ocasión ha colocado Planeta en la Feria del Libro de Madrid. Tras el cordón de seguridad, dos azafatas de idénticas mechas rubias se reparten el trabajo de un modo que haría sentirse orgulloso a Henry Ford. Una toma el libro de manos de lector y lo abre por esa página que las convenciones han reservado para las dedicatorias. La otra lo coge, estampa un sello y lo deposita sobre el escritorio, estrella de la escenografía kitsch que rodea a Ruiz Zafón. Escribe: "Para...". Y firma. Trescientas veces en tres horas. Con cinco bolis de distinto grosor para evitar la tendinitis.


Pese a que el show Zafón tuvo la misma nula emoción que cualquier victoria aplastante, su presencia ayer en el Retiro fue más que suficiente para alterar la tranquilidad del pequeño ecosistema de los firmantes, esa especie atribulada de escritores que surge en la Feria del Libro. Dejó en juego de niños las colas de Eduardo Mendoza (45 minutos por una rúbrica en su novela La asombrosa historia de Pomponio Flato) y ensombreció hazañas como la de los Sánchez, que por la mañana pudieron convencer a sus tres hijos de la conveniencia de esperar durante una hora para que un señor mayor (Ibáñez, padre de Mortadelo y Filemón) les garabatease un libro.

Y eso que el dibujante era el único llamado ayer, primer día verdaderamente veraniego de la feria, a hacer sombra al viento. No en vano pertenece, junto con Ruiz Zafón, a la aristocracia de los autores con carpa propia, ante la que desfilan los lectores ordenadamente, en una puesta en escena que pudo recorda a los Reyes Magos de El Corte Inglés de no haber sido por los 25 grados a la sombra.

Pero no todos son reyes, ni mucho menos, magos. En efecto, en el mundo de las firmas también hay clases. Están los escritores-pez, modestos novelistas, poetas o autores de manuales para la buena marcha de la empresa que se sientan bajo un cartel con su nombre para ser observados por los paseantes con el descaro escrutinio de quien mira en el interior un acuario. De cuando en cuando, por cierto, firman un ejemplar.

Los autores-tumulto, un escalón por encima, cuentan con suficiente presencia como para atraer a un desordenado grupo de lectores y curiosos que los mantienen ocupados durante el tiempo de una sesión (entre 150 y 180 minutos). Tal era el caso ayer por la mañana de Rosa Montero, que firmó a buen ritmo con su brazo derecho remangado, sobre el que lucía el tatuaje de una salamandra, animal que adorna la portada de su última novela, Instrucciones para salvar el mundo.

Y por último están los autores-valla. Esos que obligan a la organización a colocar un par de guardas para ordenar el tráfico. "Estamos aquí para que nadie se cuele", había advertido muy serio el muchachote encargado de la seguridad literaria en la firma de Almudena Grandes, verdadera estajanovista del "contacto con los lectores" (que, por cierto, es la razón de todo esto, preguntes a quien preguntes).

Grandes, una de las más exitosas de la feria incluso aunque no medie novedad editorial, firma los tres fines de semana de la feria (en días laborables, los autores descansan). Y calculó al término de la "sorprendente, emocionante y a ratos agobiante" sesión matinal de ayer que había rubricado, a libro por minuto, unos 150 ejemplares de toda su obra.

Un cálculo que, en la caseta de la librería-editorial-distribuidora Antonio Machado habría firmado Aldo García. "Para una firma de un autor grande, encargamos 150 libros, 100 para los medianos y 50 para los pequeños. Nadie desea quedarse sin existencias por razones obvias", explicó sobre la insistente megafonía que, con voz metálica, repasaba el orden del día: "Carlos Abad firmará en la caseta 164 ejemplares de Caso gato, una historia de la noche digital... Ángeles Amorós, en la 151, de toda su obra...", repitió durante toda la jornada una locutora que bien podría haberse puesto a lanzar mensajes tipo "Dios es negra" o "Franz Kafka firmará La metamorfosis en la caseta 22" y nadie lo hubiese advertido en el runrún de las casetas.

Y mucho menos los lectores, que con cara satisfecha y pasado el trago de estar ante el famoso autor comprobaban las dedicatorias. Ya fuesen iguales que las del vecino ("Para Mercedes con mis mejores deseos. Juan José Millás") o únicas como los dibujos de Mingote.

Porque sí, en esto también hay escuelas. Los de la pluma y los del bolígrafo. La de los resolutivos y la de los que se eternizan en cada firma y obligan a sus fieles a guardarse el sitio para excusarse en los baños, que algún genio de la señaléctica, esa ciencia de nuevo cuño, ha decidido distinguir en lugar de con el clásico Señoras y Caballeros con Lectoras y Lectores.

viernes, 6 de junio de 2008

Hasta siempre Eugenio Montejo

A un poeta como Eugenio Montejo sólo se le puede despedir haciendo espacio a sus palabras...



Sólo en la tierra
-Eugenio Montejo-

Por todos los astros lleva el sueño
pero sólo en la tierra despertamos.

Dormidos flotamos en el éter,
nos arrastran las naves invisibles
hacia mundos remotos
pero sólo en la tierra abren los párpados.

La tierra amada día tras día,
maravillosa, errante,
que trae el sol al hombre de tan lejos
y lo prodiga en nuestras casas.

Siempre seré fiel a la noche
y al fuego de todas sus estrellas
pero miradas desde aquí,
no podría irme, no sé habitar otro paisaje.
Ni con la muerte dejaría
que mis cenizas salgan de sus campos.
La tierra es el único planeta
que prefiere los hombres a los ángeles.

Más que el silencio de la tumba
temo la hora de resurrección:
demasiado terrible
es despertar mañana en otra parte.