domingo, 8 de junio de 2008

Trescientas veces con cariño

En Venezuela no sólo las ferias de libros cada año son más pobres, sino que ya ni siquiera en las librerías se consiguen libros que no sean ediciones de bolsillo gracias a que dejaron de ser considerados por el Gobierno como artículos prioritarios, y no hay divisas para importarlos a menos que se demuestre: "su utilidad para la comunidad".
Por eso da profunda envidia la riqueza de la Feria del libro en el Parque El Retiro en Madrid, y ver como tres escritores contempóraneos son tratados como estrellas del rock e
n su tierra.
¿Cuándo se ha visto eso aquí?

Trescientas veces con cariño

Autores, lectores y otros fenómenos editoriales en un día de firmas en la feria

IKER SEISDEDOS - Madrid - 08/06/2008
(Publicado en El País)


17.15. Faltan 45 minutos para la llegada de Carlos Ruiz Zafón, millonario autor de best sellers, y ya hay más personas haciendo cola para pasar un minuto en su presencia de las humanamente posibles. 18.02. Charo y Carmen, las primeras afortunadas, que llevan tres horas al sol del Retiro, salen triunfantes con sendos libracos firmados por el escritor barcelonés. A su lado, una señora posa para la cámara como si a sus espaldas se levantara la Fontana di Trevi en lugar de la carpa que para la ocasión ha colocado Planeta en la Feria del Libro de Madrid. Tras el cordón de seguridad, dos azafatas de idénticas mechas rubias se reparten el trabajo de un modo que haría sentirse orgulloso a Henry Ford. Una toma el libro de manos de lector y lo abre por esa página que las convenciones han reservado para las dedicatorias. La otra lo coge, estampa un sello y lo deposita sobre el escritorio, estrella de la escenografía kitsch que rodea a Ruiz Zafón. Escribe: "Para...". Y firma. Trescientas veces en tres horas. Con cinco bolis de distinto grosor para evitar la tendinitis.


Pese a que el show Zafón tuvo la misma nula emoción que cualquier victoria aplastante, su presencia ayer en el Retiro fue más que suficiente para alterar la tranquilidad del pequeño ecosistema de los firmantes, esa especie atribulada de escritores que surge en la Feria del Libro. Dejó en juego de niños las colas de Eduardo Mendoza (45 minutos por una rúbrica en su novela La asombrosa historia de Pomponio Flato) y ensombreció hazañas como la de los Sánchez, que por la mañana pudieron convencer a sus tres hijos de la conveniencia de esperar durante una hora para que un señor mayor (Ibáñez, padre de Mortadelo y Filemón) les garabatease un libro.

Y eso que el dibujante era el único llamado ayer, primer día verdaderamente veraniego de la feria, a hacer sombra al viento. No en vano pertenece, junto con Ruiz Zafón, a la aristocracia de los autores con carpa propia, ante la que desfilan los lectores ordenadamente, en una puesta en escena que pudo recorda a los Reyes Magos de El Corte Inglés de no haber sido por los 25 grados a la sombra.

Pero no todos son reyes, ni mucho menos, magos. En efecto, en el mundo de las firmas también hay clases. Están los escritores-pez, modestos novelistas, poetas o autores de manuales para la buena marcha de la empresa que se sientan bajo un cartel con su nombre para ser observados por los paseantes con el descaro escrutinio de quien mira en el interior un acuario. De cuando en cuando, por cierto, firman un ejemplar.

Los autores-tumulto, un escalón por encima, cuentan con suficiente presencia como para atraer a un desordenado grupo de lectores y curiosos que los mantienen ocupados durante el tiempo de una sesión (entre 150 y 180 minutos). Tal era el caso ayer por la mañana de Rosa Montero, que firmó a buen ritmo con su brazo derecho remangado, sobre el que lucía el tatuaje de una salamandra, animal que adorna la portada de su última novela, Instrucciones para salvar el mundo.

Y por último están los autores-valla. Esos que obligan a la organización a colocar un par de guardas para ordenar el tráfico. "Estamos aquí para que nadie se cuele", había advertido muy serio el muchachote encargado de la seguridad literaria en la firma de Almudena Grandes, verdadera estajanovista del "contacto con los lectores" (que, por cierto, es la razón de todo esto, preguntes a quien preguntes).

Grandes, una de las más exitosas de la feria incluso aunque no medie novedad editorial, firma los tres fines de semana de la feria (en días laborables, los autores descansan). Y calculó al término de la "sorprendente, emocionante y a ratos agobiante" sesión matinal de ayer que había rubricado, a libro por minuto, unos 150 ejemplares de toda su obra.

Un cálculo que, en la caseta de la librería-editorial-distribuidora Antonio Machado habría firmado Aldo García. "Para una firma de un autor grande, encargamos 150 libros, 100 para los medianos y 50 para los pequeños. Nadie desea quedarse sin existencias por razones obvias", explicó sobre la insistente megafonía que, con voz metálica, repasaba el orden del día: "Carlos Abad firmará en la caseta 164 ejemplares de Caso gato, una historia de la noche digital... Ángeles Amorós, en la 151, de toda su obra...", repitió durante toda la jornada una locutora que bien podría haberse puesto a lanzar mensajes tipo "Dios es negra" o "Franz Kafka firmará La metamorfosis en la caseta 22" y nadie lo hubiese advertido en el runrún de las casetas.

Y mucho menos los lectores, que con cara satisfecha y pasado el trago de estar ante el famoso autor comprobaban las dedicatorias. Ya fuesen iguales que las del vecino ("Para Mercedes con mis mejores deseos. Juan José Millás") o únicas como los dibujos de Mingote.

Porque sí, en esto también hay escuelas. Los de la pluma y los del bolígrafo. La de los resolutivos y la de los que se eternizan en cada firma y obligan a sus fieles a guardarse el sitio para excusarse en los baños, que algún genio de la señaléctica, esa ciencia de nuevo cuño, ha decidido distinguir en lugar de con el clásico Señoras y Caballeros con Lectoras y Lectores.

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