lunes, 23 de junio de 2008

Kinodex



Tengo una prima que está muy bien dateada, por eso cuando un domingo familiar contó la siguiente triquiñuela del Gobierno, no dudamos en creerle.

Según mi prima las letricas que aparecen en una esquina en las nuevas cédulas bolivarianas son una clave para marcar a la oposición.

Si las letras son MM, su portador está exento de toda culpa contrarrevolucionaria: su nombre no aparece en la lista de Tascón. Pero si son MF, la cédula está marcada por el indeleble hierro de aspirante a referéndum revocatorio presidencial, es decir, de escuálido, de golpista, de lacayo del imperialismo... todos esos adjetivos que achaca el Gobierno a quienes no creemos en esto de la revolución.

De la abuela para abajo buscamos las misteriosas letricas en nuestras cédulas. Los niños y los adolescentes, libres del pecado original de firmar, tenían inmaculadas MM. Casi todos los adultos mostraron en sus cédulas las MF que supuestamente los acreditaban como oposición (mi cédula bolivariana es de la primera tanda y no tiene letricas), pero cuando a mi marido le tocó mostrar la suya, vimos con estupor que en lugar de la MF de sufrido firmante para el revocatorio presidencial, tenía una MM de satisfecho revolucionario.
Se hizo un silencio sepulcral. Fue casi casi como si lo hubiéramos sorprendido in franganti el sábado 4 de febrero subiendo a la Cota Mil por la principal de La Castellana vestido de rojo y cantando a todo pulmón: “Uh, ah, Chávez no se va”.

Herido su honor escuálido por unas letricas que él ni sabía que existían, mi pobre marido trató de cambiar el tema de conversación, pero su reputación revolucionaria aumentó al anunciar en medio del chupe una noticia tan insólita como si se hubiera pegado el Kino:
“Conseguí cita por Internet para sacarle el pasaporte a los niños”.
A más de uno se le atragantó la gallina, se oyeron toses nerviosas, y una mirada suspicaz tipo: “¡Lo sabía, éste saltó la talanquera!” .
Mi abuelita me tomó la mano y la apretó susurrándome: “No te preocupes, mi amor, es la edad. A unos les da por andar en moto y conquistar pavitas, al tuyo le dio por revolucionario. Ya se le pasará”.

Tras jurar sobre Las dos izquierdas de Petkoff que la izquierda chavista definitivamente no era la suya, mi esposo explicó su proeza burocrática como un alquimista develando el secreto de la piedra filosofal: “Un lunes a las seis de la mañana entré en la página de la Onidex por Internet, puse mi clave, los datos de la niña mayor, y en media hora tenía cita. Pero tuve que esperar una semana para que me dieran cita para sus hermanos porque la página se cayó. Volví a intentarlo el siguiente lunes a las seis de la mañana, y lo logré”.

Concluyó de relatar su proeza con un consejo como de libro de autoayuda: “No hay que doblegarse ante la adversidad virtual, hay que perseverar con la tecla de back”.

El público estaba decepcionado, como si les estuviera ocultando el ingrediente fundamental de la receta del éxito contra la bestia cibernética.

Las historias de fracaso dominaron la sobremesa desde quienes no han podido conseguir la clave de identificación, hasta aquellos que al poner su lugar de residencia reciben como inapelable respuesta: “Los cupos están llenos, intente el próximo lunes”, sin faltar los que algún dato errado les invalida automáticamente la solicitud.

No somos quienes para darle la espalda a la fortuna: el día de la cita estábamos a las 10:00 am mi marido, la niña y yo, como tres claveles, parados en las puertas de la Onidex. Recordé la experiencia para sacarme el pasaporte el año pasado de colas tan anárquicas como interminables, y me sentí en una Venezuela alterna al zafarrancho en el que vivimos. Una Venezuela donde todos los ciudadanos podemos ser tratados con respeto y eficiencia. La cola era corta y ordenada, y sólo pasaban por delante quienes por su edad lo ameritaban. Mis compañeros de cola no estaban tan satisfechos, tenían meses tratando de conseguir la cita por Internet: el trabajo del señor de adelante estaba peligrando por su imposibilidad de viajar; y la familia de atrás no pudo ir a Colombia a pasar Navidad con los suyos porque el niño no consiguió pasaporte.

Nosotros no nos podemos quejar, antes de las 12 del mediodía estábamos de vuelta en casa. Sin embargo, no contamos los pollitos antes de nacer: falta que nos avisen cuándo podemos recoger el pasaporte, y que alguien nos explique para qué diablos sirven las letricas en la cédula.


Publicado en el diario El Nacional el 11 de febrero de 2006
Ilustración para Nojile: Rogelio Chovet,

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