martes, 19 de diciembre de 2017

El cambio tiene que llegar (pero cuándo)


¿Quién en su sano juicio que no fuera alto enchufado a la teta chavista podía estar conforme con el status quo de un país donde los niños se mueren de hambre y los viejos, y no tan viejos, mueren ante la falta de medicamentos?
Cientos de miles de venezolanos marchamos casi a diario durante cuatro agitados meses a pesar de que las fuerzas del Estado lejos de amilanarse ante el descontento, se ensañaban más, por eso, por lo menos yo, quizás no tenía mucha fe en que los militares se fueran a voltear porque son parte interesada de la Dictadura, pero, ¿qué venezolano de a pie podía sentirse conforme con ver a Venezuela convertida en el país más miserable de America Latina, y uno de los más miserables del mundo?
Por eso si con algo contaba era con el apoyo popular... y un cambio tendría que llegar... pero caramba, cómo tardaba ese cambio en ocurrir.
Una lluviosa tarde de julio, días antes de que las brujas del CNE impusieran la constituyente, en los momentos más intensos de la represión, cuando pensaba que el gobierno no podía estar más acorralado por el descontento popular, oí casualmente una conversa en el mercado de mi vecindario que me hizo caer la locha que hay a quienes les importaba un rábano estar en manos de un narcoestado, y quizás en parte por eso tendríamos Dictadura para rato.
Muchos saben cual es el mercado de mi vecindario, compran ahí y lo mío no es alimentar rencores, por eso llamaremos al deslenguado Juan Bimba, quien opinaba a voz en cuello, sin importarle que muchos de sus clientes eran de los no se perdían una marcha ni una concentración:
"Hasta que llegue uno de esos locos, como en los países árabes, tire una bomba, y ese poco de muertos, eso es lo que va terminar pasando".
Como doña metiche intervine en la conversación:
"¡Zape, ni dios lo quiera!".
El señor Bimba lejos de amilanarse, insistió:
"Es lo que hace falta, un poco de muertos, y esto se termina de acabar de una vez".
Para ser sincera este tipo de comentarios lo he oído también de la oposición, bastante que he leído en Facebook -sobre todo de quienes hoy viven a miles de kilómetros de Venezuela- que hasta que no haya "un poco de muertos", aquí no va pasar nada, así que no sabía mucho a que se refería el señor Bimba. 
Imaginé por dónde venían los tiros cuando concluyó: "Que se acabe como tenga que acabarse pero que lo dejen a uno trabajar en paz".
En ese instante pasé de ser la afable doñita a la escuálida a quien le tiembla la voz de la rabia: mientras cientos de miles de venezolanos nos estábamos jugando la vida en la calle para recuperar la Democracia en nuestro país, cuántos venezolanos como el señor Bimba se incomodaban por semejante lucha. Por eso insistí:
"¿Y qué hacemos? ¿Le terminamos de entregar el país a los militares?" .
"Con tal de que nos dejen trabajar en paz, si".
Antes de pasar al modo cuaima, preferí dejar de discutir, era cómo si me hubiese propinado un golpe en el esternón, me faltaba el aliento, tras casi cuatro meses guerreando me di cuenta que por lo visto algunos venezolanos como el señor Bimba les importaba un cuerno la ruptura del hilo constitucional, la represión, la escasez, la inflación, los treinta y ocho muchachos muertos, lo que que querían era regresar a cierta cotidianidad, a vivir en mansedumbre revolucionaria.
Dejé el carrito de compras a un lado y me marché dando tumbos, ¿qué mas se podía decir? En uno de los pasillos vacíos de productos me encontré con un vecino, viejo amigo de mis tíos, casi me le guindé a llorar contándole mi conversación, asombrada de que hubiese quien aspirara a una masacre con tal de que se acabara el fastidio de la protestadera que supuestamente tenía paralizado al país.
El vecino me consoló como pudo, me dijo que no le hiciera caso, que por supuesto todavía quedaban muchos creyentes en el culto revolucionario, eso no quería decir que eran mayoría, que ya vería yo como pronto saldríamos de esta tiranía, era irreversible el deseo de cambio, y que constituyente ni que constituyente, de ningún modo la constituyente iría, no tenían con qué, no me podía dejar deprimir por un fanático. Que si de algo podíamos estar seguros los venezolanos demócratas, es que somos mayoría.
Y todavía creo que los venezolanos demócratas somos mayoría, pero bajo el yugo militar y con todos los poderes secuestrados es difícil demostrarlo, seis meses después ante el aplastante triunfo chavista en las elecciones municipales es lógico preguntarse: ¿acaso hay manera de ganar una elección en Dictadura?

Lo último que supe del vecino optimista, es que está próximo a emigrar de Venezuela.

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Feliz navidad ,y que el año 2018 regrese la esperanza a nuestro sufrido país.

miércoles, 8 de noviembre de 2017

Uno que no se va



Ayer el banco estaba a reventar, tras un lunes bancario, hacía su debut el billete de cien mil bolívares, o "cien bolos", como muchos en la cola se referían a él sabiendo que este billete pronto estará tan devaluado como el de cien bolívares.

 Como tres personas detrás de mí, había lo que llaman un ·"pico e loro", un hombre que no paró de hablar, con una oralidad muy rica, sostuvo un monólogo los casi 45 minutos que pasamos haciendo cola, arrancó preguntando:

"¿Están dando el billete de cien mil bolívares? Después el problema es quien te lo cambie. Agarrando aunque sea fallo, mi pana. Pero da miedo andar con esos billetes por ahí. Hace un tiempo mi hermano cargaba 800.000 mil bolívares y lo agarraron en la calle tres Guardias Nacionales:
 -¿Dónde vas con esos reales, pajarito?-  le preguntaron.
Se los querían quitar, mi hermano no se dejó:
-Decomísenmelos, pero yo no se los voy a dar tan fácil.
Lo llevaron a una jefatura y le decomisaron el dinero, allá le dijeron que para devolvérselo le exigían una declaración firmada del banco explicando cómo había conseguido tal cantidad. Él la llevó.
¿Qué si le devolvieron los reales? Todavía no, lo más seguro es que ni se los devuelvan, pero ahí están los trámites que demuestran que se los quitaron".

(Por lo visto en esta Venezuela como que es ilegal andar con el equivalente a dieciocho dólares en efectivo). 


"Ya nada me extraña en este país, si esos bichos hasta me secuestraron la moto. Una mañana se la robaron, y como cuatro horas después, me llamaron para decirme que había aparecido. ¿Cómo supieron mi nombre y mi número? Ahí está el detalle, me dijeron aquí tenemos su moto, estamos en el centro comercial tal, tráigase un millón de bolívares. ¿Qué iba a hacer yo? ¿A quién le pongo la denuncia si ya sabemos quienes son los ladrones? No me quedó otra que levantar ese millón, llamé a mi papá, a mi mamá, a mis hermanos, a unos panas, y lo conseguí, me devolvieron la moto. Saben lo que me dijeron por teléfono que los iba a reconocer para darle los reales: Somos tres policías nacionales.
Estamos jodidos hermanos, estamos jodidos, hace poco frente a mi agarraron a tres chamos, no estaban haciendo nada, los pusieron contra la pared, y les quitaron los celulares. Así tan fácil, se los tumbaron. ¿Y qué podían hacer los chamos? ¿A quién le ponen la denuncia?".

(A los mismos a quienes fueron a ponerle la denuncia tanta gente que fue despojada de sus celulares por los GN y la PN en las protestas de marzo-julio).


"Sí, las cosas están muy mal en Venezuela, a unos cuantos los tienen engañados que se está luchando para impedir la invasión yanqui, pero ¿acaso no estamos invadidos? Estamos invadidos por los cubanos, los rusos y los chinos; y todavía hablan de la invasión yanqui. Estamos mal, mal, mal, y qué vamos a hacer, ¿echarnos a la calle? ¿para qué? ¿pa' que nos maten? Yo no me quiero morir".

(Nadie se quiere morir, por eso se acabaron las protestas en la calle, la cruenta represión militar lo logró). 


"Mi familia es de policías, mi papá era policía, un policía honesto. Esas cosas no pasaban antes, por lo menos no así. De bolas que había sobornos pero no era tan fácil asumir si un policía podía ser honesto o no, hoy se da por sentado que no. Y ojalá fuera cuestión de sobornos, hoy a quien más le tenemos miedo es a la policía, como si estuvieran ahí para robarnos. Por eso la gente se está yendo de Venezuela, así se fue mi primo, con su título de Ingeniero, se fue a vivir a Chile. Para lo que sirvió el título, para un caraj, no consiguió trabajo en ningún lado. ¿Saben lo que hizo? Se sacó la licencia de taxista, ahora mi primo el Ingeniero maneja en Santiago un taxi hasta las cuatro de la tarde, después se va a un restaurante a trabajar como mesonero.
¿Ustedes saben por qué lo hace? Porque allá vive con lo mínimo que puede vivir, y le da para mandarle 250 dólares a la familia, con 250 dólares en Venezuela su familia vive bien. Aquí en Caracas un par de Adidas está costando cuatro millones de bolívares, ¿quién gana cuatro millones para comprarse unos zapatos de goma? ¡Nadie! Antes uno esperaba diciembre para comprarse los estrenos, ¿hoy quién tiene dinero para comprarse ropa nueva? ¡Nadie! Si ni tenemos para las hallacas. Pero yo no me voy, mi hermano, yo para estar pasando trabajo en otro lado, me quedo pasando trabajo en mi país, ya veré qué hago, comeré yuca y sardinas,
pero yo no me voy de aquí".

(Nota para el futuro: el dólar en el mercado negro está en 44 mil bolívares por dólar, hasta la semana pasada en los bancos no estaban dando por taquilla más 10 mil bolívares en efectivo, es decir, veinticinco centavos de dólar). 

sábado, 4 de noviembre de 2017

Viejo no ve a vieja


Hace como veinte años, cuando andaba por los treinta, pasé por una racha de levantar viejos. Entonces para mí viejo era cualquier hombre que pudiera pasar los sesenta años, también podía ser un hombre después de los cincuenta o pasando los setenta, que una a los treinta años no calcula bien. Semejantes levantes no pasaron de ser insinuaciones babosas de desconocidos, que esta no es una intensidad sobre acoso sexual.
Las constantes conquistas otoñales lejos de halagarme, me preocuparon: llegando a una edad en la que dejan de decirte "muchacha" y comienzan a llamarte "señora", la repetida atención que provocaba en hombres que podrían ser de la edad de mi padre y hasta de mi abuelo, me hizo preguntar si acaso a los treinta y alguito de años, ya me estaba poniendo vieja. 
Hasta su muerte en marzo 2017 a los 97 años, casi todos los sábados iba visitar a mi abuela antes de almuerzo y me brindaba una cerveza. Como mi abuela Elisa siempre fue una mujer que no tenía filtro para decir lo que sentía, le pedí que me dijera la verdad:
"Lelela, ¿qué será lo que me está pasando que no hago sino levantar viejos en la calle? ¿Será que comienzan a pegarme los años?".
Mi abuela me respondió: "Por el contrario, te ves como una jovencita, viejo no ve a vieja". 

 Tuvieron que pasar casi veinte años para saber cómo se siente eso que en inglés llaman "ageism" (discriminación en base a la edad), fue apenas hace como cuatro años, recién cumplidos los cincuenta, en un restaurante con una amiga de toda la vida. Terminábamos de almorzar cuando un grupo entró al local para celebrar un matrimonio. De inmediato reconocimos al novio y a sus amigos como compañeros de fiestas de la adolescencia. A las mujeres, incluyendo a la novia, las conocíamos de vista porque son diez o quince años menor que nosotras. Patricia y yo antes de salir del restaurante nos acercamos a felicitar al novio, en su frío agradecimiento frente a este encuentro casual con dos "viejas" compañeras de rumba, sentí un dejo de horror como si ante nuestra inesperada presencia se viera en el espejo de sus cincuenta años, y lo incomodara el reflejo. Ni siquiera una copa de prosecco "for old times sake" el novio tuvo la cortesía de invitarnos en su celebración. 

El ageism contra las mujeres es un problema cultural al que a menudo las mismas mujeres parecemos contribuir. Una amiga menor que yo me contaba de una compañera de trabajo en Miami, donde vive, que tiene un novio como diez años mayor que ella y sospechaba que el desgraciado tenía un segundo frente con una "vieja" cincuentona. Mi pana no parecía darse cuenta de que la vieja seductora era contemporánea conmigo, y con esta historia estaba decretando algo que en pocos años sería cuchillo para su propio cuello: que una mujer después de cierta edad, ya no podía aspirar a un enamorado contemporáneo. Si seguimos los parámetros machistas que sugieren que un hombre en segundas nupcias debe pretender a una mujer que tenga la mitad de su edad más siete, eso significaría que si yo volviese a salir al ruedo, tendría que cambiar a mi marido de 55 años por un caballero de 94.

A los 54 años sé bien que no soy una carajita, pero tampoco me siento una anciana. En el espejo y en las fotos que me tomo con mis amigas -algunas ya abuelas-, disto de ver a un grupo de viejitas. Un mechón de canas rebeldes desde hace un par de años aparece en mi sien izquierda, curiosamente no en la derecha, canas que a un hombre cincuentón le darían una distinguida elegancia a lo Cary Grant, pero como mujer presumida, hago un esfuerzo por esconderlas a punta de tinte y mechas. 
Ya no uso minifaldas, pero de diario visto igual a mis años universitarios con zapatos de goma, franela y blue jeans. Esa nefasta mañana en el mercado de mi vecindario, mañana que habré de recordar como la primera vez que me llamaron vieja en la cara, en lugar de franela tenía puesta una camisa denim manga larga y un poquito de maquillaje porque no me gusta salir a la calle con la cara lavada. 
Seré vieja, pero vieja coqueta eso sí. 
Como es usual en la Venezuela de Maduro, la cola para pagar se expandía como una serpiente entre los pasillos del supermercado Mi Negocio, delante de mi tenía a un hombre que a pesar de su   melena castaña sin canas, su ajado rostro curtido por el sol lo delataba alrededor de los sesenta. Quizás también caiga en el "ageism" al afirmar que tenía toda la pinta de pavosaurio. Era del tipo medio sobrado que deja al carrito solo pidiendo que le guardara el puesto porque se le había olvidado algo, y así fui como una pendeja haciendo la cola por los dos moviendo su carrito con el mío, mientras el hombre daba vueltas por el mercado buscando Doritos, Yogurt, una bolsita de limones, seis latas de cerveza. 
Poco antes de llegar al frente de la cola, el pavosaurio se desapareció, o dejé de verlo, la verdad es que no estaba pendiente, enfrascada en la típica conversación de cola de mercado de a dónde iremos a parar en este país con semejante inflación y escasez. Cuando ya estaba en la cabecera, ante el grito de: "¡El siguiente pase a la caja cuatro!", me dirigía a la caja disponible, cuando oí un grito tras de mí: "¡Esto es lo último! ¡se me coleó una vieja!". 
No hay nada que indigne más que alguien se coleé después de habernos pasado más de media hora haciendo cola, así que salté justiciera: "¿Dónde, dónde?", para exigirle a la abusadora que no fuera viva e hiciera su cola como los demás. 
Pero no vi a ninguna vieja, es decir, a ninguna mujer mayor que yo que a buen seguro tampoco se sentiría como una doña. Entonces me di cuenta que quien gritaba acusando a la vieja de haberse coleado era precisamente el hombre a quien durante toda la cola le empujé el carrito... 
y lo peor, que la vieja no era otra sino yo. 
Por lo visto el muy vivaracho, fiel al principio de no hacer cola, se hizo a un lado con su compra para conversar con una amiga mientras le llegaba el turno para pagar. 
Al darme cuenta que era conmigo lo de vieja no armé un escándalo al estilo del escrache que le hicieron a la rectora del CNE, Socorro Hernández, hace unos meses en ese mismo supermercado,   solo porque en los ojos del muy insolente percibí un gesto burlón que recordaba aquellos chamos que buscan la vulnerabilidad ajena para hacer bullying. Y a estas alturas de mi vida, si para algo sí estoy demasiado vieja, es para dejarme caribear. Lo mejor fue que de inmediato se activó la solidaridad femenina: la mujer que hablaba con él parecía avergonzada de semejante amigo, me decía apenada: "No le hagas caso".
La cajera mientras pasaba la compra repetía: "Qué grosero ese señor". 
Si, el muy antipático pudiendo llamarme cortésmente la atención: "Disculpe, señora, vengo yo", y de inmediato yo le habría respondido: "Ay qué pena, señor, pensé que se había ido, pase adelante", cual doña Florinda y el profesor Jirafales, prefirió tomar el camino patán y gritar a voz en cuello: "¡epa se me está coleando una vieja!".  
Por supuesto que lo enfrenté, preguntándole asombrada si con eso de "vieja" se refería a mi, acaso él qué se creía, ¿un pollito? En lugar de sonrojarse, insistió e insistió como hablando ante un público sin dirigirse directamente a mí: "En este país ya no se puede vivir, hasta se te colean las viejas"; cual gracejo que no se da cuenta de que su chiste no da risa, y lo volvía a repetir para ver si alguien además de él, lo encontraba gracioso. 
Por eso con la sabiduría de mis cincuenta y cuatro años me le coleé sin remordimientos, viendo la ironía que quien precisamente me llamaba vieja como una travesura, como si se la estuviera comiendo de puro chistoso, podía ser casi una década mayor que yo. 



martes, 31 de octubre de 2017

Todavía comiendo lumpias en Caracas



Mi primo Carlos dice que no hay chino malo. De restaurantes de comida china, por supuesto, estamos hablando. La comida china cantonesa es como Mc Donalds, a donde uno vaya sabe qué esperar de lo que va comer. Aunque sin duda hay restaurantes chinos donde se come mejor que otros, y eso se nota de entrada en las lumpias: algunas veces es necesario usar una servilleta para quitarles el exceso de grasa, otras tan crujientes que provoca comerse dos, hay en las que pichirrean el relleno, y donde las ofrecen pequeñas como tequeños; pero parafraseando a Gertrude Stein: una lumpia es una lumpia es una lumpia. Igual que otros fijos de la comida china como las costillitas de cochino, el arroz especial y el pollo agridulce; por lo menos en los restaurantes chinos en Venezuela. 
Hace unos años me sorprendí cuando compartiendo con una familia amiga se me ocurrió sugerir que pidiéramos un chino: los niños de mis amigos me miraban alarmados, ¿qué era eso de pedir "un chino"?
"Es que nosotros nunca comemos chino", me explicó la mamá, "Ellos están acostumbrados a comer japonés, les fascina el sushi". 
Y yo que el sushi no lo probé hasta pasados los veinte años a mediados de los ochenta, cuando se hizo famoso en Caracas el restaurante Avila Tei, uno de los primeros restaurantes japoneses en Venezuela, si no el primero, que era visto como un verdadero lujo solo para paladares exquisitos. La experiencia gastronómica de esa primera vez que probé sushi no fue muy grata, sentí como si me hubiera volcado una ola y terminara con un pescado en la boca. Le pedí al novio de entonces que para la próxima se dejara de excentricidades y me invitara a comer chino. 
Con el tiempo el sushi se popularizó, ahora me encanta, el Avila Tei sigue ofreciendo calidad y en Caracas a lo largo de los años han abierto muchos restaurantes japoneses buenos y de precios más solidarios, aunque desconfío de las ofertas demasiado solidarias para comer pescado crudo como los 2 X 1, porque en esta Venezuela a la deriva, da miedo. Nada peor que una intoxicación con sushi, que a nadie conozco que se haya intoxicado con un chino.
Al igual que el Diablitos Underwood, la comida china ha sido una constante en mi vida, un gusto que no he perdido que me remite a la infancia. Ignoro cuáles son los inicios de la gastronomía china en Venezuela, pero sospecho que el Dragón Verde debe ser de los pioneros. Desde que tengo memoria mi familia pedía chino al sucucho de La Campiña, jamás íbamos, si habré ido un par de veces a comer al restaurante fue mucho, se pedía por teléfono y en menos de  una hora la comida llegaba caliente en bolsas marrones en potes plásticos, de aluminio o de cartón, potes que después se reciclaban para todo.
Parte del encanto de la comida china es que siempre se podía contar con que los restaurantes estaban abiertos el día del Trabajador, Navidad, semana santa, año nuevo... hasta en crujidas revolucionarias sigue abierto El Dragón Verde, aunque cerrara el restaurante, hoy solo ofrecen comida para llevar. 

 Con el tiempo mi familia se cambió a otro restaurante chino que en la década de los 80 era considerado "más fino": La Corona de Oro, en San Bernardino. Al local de ese restaurante tampoco fuimos, la mayoría de las veces pedíamos delivery, y escribo "la mayoría" porque para ocasiones especiales ofrecían un servicio de banquete que era una delicia: mandaban a casa la comida con un chef y los mesoneros y uno se sentía mejor atendido que un emperador. Cuando me casé en 1989 mi abuela ofreció brindarme una despedida de soltera. Le pedí que porqué más bien no hacia en honor de los novios una comida en Caoma invitando a los primos a comer el chino de la Corona de Oro. Recuerdo ese banquete prenupcial como el festín de Babette de mi vida. Nunca mejor apropiado el lugar común: "Un lujo asiático". 

Dos lujos asiáticos con los que seguimos contando los caraqueños a pesar de los tiempos que corren son los restaurantes El Palmar y Chez Wong. También en pie desde los años ochenta, o quizás antes, ambos restaurantes se distanciaban de la típica oferta de comida china burrera para brindar una cocina más de autor. El Palmar, en Bello Monte, era el restaurante donde uno iba cuando quería comer pato Pekín, uno de los restaurantes con mejor fama en Caracas, para ser sincera he ido poco quizás porque queda fuera de mi zona, pero muchos amigos son adictos a El Palmar.
En cambio al Chez Wong voy desde que quedaba en un sucucho en la avenida Francisco Solano que poco decía de las delicias que se preparaban ahí, quizás por eso eventualmente se mudaron a un restaurante más elegante en La Castellana, hasta hace poco bajo la estricta vigilancia de su propietario. No sé si todavía, tengo tiempo sin ir porque hoy da tanto miedo enfrentarse a la cuenta de un restaurante como a un sushi solidario. 
Lo que no he perdido la costumbre, todavía, es a pedir chino, aunque ya en mi familia no pedimos, sino que lo vamos a buscar, porque en un momento dado pedir chino se volvió tan popular, que había que esperar casi dos horas para que trajeran la comida, y llegaba fría. 

Entre finales de los años 90 y principios de la década de 2000, nos reuníamos en familia los domingos en casa de mis padres: abuelos, hermanos, cuñados, sobrinos, tíos, primos... un domingo cualquiera mi madre recibía por lo menos a treinta comensales entre adultos y niños. El mayor dolor de cabeza para mi mamá era qué se serviría el domingo de almuerzo para tanta gente:
"Tienen que avisar con tiempo si no vienen", nos recordaba a todos el jueves por teléfono, "Después sobra un comidero". 
Un domingo hacíamos parrilla, otro pedíamos paella, había domingos de pasticho, de vez en cuando un pernil, o un chupe, o un plato de pollo con maíz que dejaba preparado Griselda. Por lo menos una vez al mes, por ser lo más fácil y lo más económico para ese gentío, se pedía chino. Al principio lo pedíamos a La Corona de Oro, pero cuando comenzamos a notar que el pollo en salsa de miel y ajonjolí ya no se lo estaban comiendo ni los niños, tuvimos que reconocer que nuestro adorado restaurante chino había mermado en calidad y nos cambiamos al Salón Cantón, entonces recién abierto en La Castellana, y hasta el sol de hoy, con sus altos y bajos, sigue siendo nuestro chino de confianza. 
Lo único capaz de dar más nostalgia que rememorar la infancia es recordar la infancia de nuestros hijos, sobre todo si puede que la suya sea la última generación en mucho tiempo de caraqueños que tuvieron la suerte de crecer rodeados de primos. A principios de la primera década de 2000, compartiendo costillas, lumpias y won ton, la discusión familiar era si con Hugo Chávez estaba llegando el comunismo a Venezuela o si sería pura bulla, que si del 2007 no pasaba. Si había que empezar a preparar el "plan B", o que si la mejor manera de regresar de los Estados Unidos con un millón de dólares era llegar con dos. 
Inocente de mí, yo era la voz cantora del equipo: "Dejen la paranoia". 
Todavía en aquellos días cuando los niños de la familia jugaban al escondite en el jardín de casa de  los abuelos, coincidíamos en que el mejor país del mundo era Venezuela sin Chávez, y el segundo mejor país del mundo era Venezuela con Chávez. 
Mucha agua ha corrido bajo el puente desde entonces, la mayoría de quienes almorzábamos los domingos en casa de mis padres, pusieron en marcha su "plan B", mis abuelos murieron, mis padres se mudaron a un apartamento, hasta Griselda se regresó a Colombia, y ya nadie se atrevería a unir la palabra Venezuela con la frase "el mejor país del mundo".  Si acaso lo contrario. 
Lo que sigue siendo una constante en mi familia es pedir chino, todavía al Salón Cantón, ahora para no más de ocho comensales, en días buenos para diez. No hay mejor manera de llevar el índice inflacionario que pedir comida china una vez al mes, es impresionante cómo sube la cuenta mes a mes, tanto, que el popular restaurante de La Castellana que solía estar lleno, ya no lo está. Ni siquiera el cuartito donde se busca la comida para llevar está abarrotado como solía estar de gente resolviendo el almuerzo dominical. 
 Desde siempre soy la encargada de hacer el pedido cuando comemos chino, pero el domingo pasado lo dejé a cargo de mi hija mayor porque yo iba a un concierto al mediodía. Seguro que porque por teléfono le oyeron voz de muchacha, tras darle la cifra de lo que costaría su pedido, le preguntaron si de verdad iría a buscarlo, le dijeron que a menudo cuando decían la cifra a pagar, muchos se arrepentían, no decían nada, y se quedaba la orden fría. Mi hija pagó con la tarjeta de crédito de los abuelos, almorzar chino en familia es dos veces su sueldo de profesional. 
Y eso que hemos ido recortando, ya no pedimos costillas, que es lo más caro, si acaso una ración, pero la cuenta va en escalada y hoy comer chino para ocho es inclusive más caro que pedir un arroz a la marinera, o que preparar una parrilla (cuando se vuelva a conseguir carne). 
Pero tanto que nos ha quitado estos tiempos revolucionarios, que mientras se pueda, procuraremos seguir comiendo lumpias en Caracas. 



martes, 24 de octubre de 2017

Bajar la cabeza


Ayer la indignación en las redes ante la foto de los cuatro gobernadores adecos juramentados por la presidente de la Asamblea Nacional Constituyente, Delcy Rodríguez, fue general, hoy las cabezas más frías comienzan a buscar una explicación.
En cambio yo, que me he puesto de lo más intensa de un tiempito para acá, la noche de anoche me sirvió no para enfriar los ánimos sino para rebobinar la película de los recientes meses a partir de febrero 2017, de los cientos de miles de venezolanos que salimos a marchar durante cuatro meses casi que a diario, al principio -entre tantas otras razones- contra un Tribunal Supremo de Justicia servil de la Revolución que buscaba anular una Asamblea Nacional electa por el 75% de los votos, posteriormente, para evitar que se instaurara una Constituyente a la medida de la Dictadura, terminando de darle una patada a lo que quedaba de democracia en Venezuela.
Cómo nos reprimieron, las fuerzas militares no dejaban pasar a punta de gases lacrimógenos y perdigonazos de la aparente frontera entre el Este y el Oeste: la valla de Nivea en Bello Monte. Amigos se tuvieron que lanzar al Río Guaire ante la represión. Aparecía el helicóptero y sabíamos que se acercaban las tanquetas militares repartiendo como confite bombas lacrimógenas. Después ni siquiera se llegaba a la valla de Nivea, las marchas comenzaron a ser hostigadas casi desde sus puntos de salida, ya ni siquiera el helicóptero avisaba que la represión estaba por comenzar, comenzaba de imprevisto con motorizados de la PNB y GN, cual vaqueros de rodeo, disparando, correteando, robando, a la multitud cada vez más escasa que insistía en manifestar a pesar de tener a semejante fuerza del estado en contra.
Nos ilusionamos con el apoyo de la Fiscal General, pensamos, que de algo serviría, que habría un importante contingente de las Fuerzas Armadas inconforme que en Venezuela se terminara de imponer la Dictadura. Creímos que las sentidas palabras del hijo del Defensor del Pueblo hacia su padre surtirían efecto, que recobraría un mínimo de compás moral y así muchos chavistas todavía con espíritu demócrata no avalarían la Dictadura. Si hasta Gustavo Dudamel, siempre tan escurridizo en sus comentarios sobre política, por fin se atrevió a manifestar contra lo que sucedía en Venezuela. Ingenuos de nosotros creímos que el peso de la Comunidad Internacional haría efecto, y al final la Constituyente no iría.
Recordé los plantones, trancones, paros, y demás en los que participamos miles de miles de venezolanos. Todo me tocó además en medio de la operación de un tumor a mi mamá (afortunadamente benigno) y pude testificar que ante una innegable crisis de medicamentos de la que no se escapan ni los médicos, cómo hasta las clínicas fueron agredidas sin misericordia por Fuerzas del Estado cuando me tocó plantón frente al Hospital de Clínicas de Caracas mientras mi madre convalecía de su operación.
En el camino de esta refriega por reconquistar el hilo constitucional murieron 128 venezolanos, muchachos en su mayoría, chamitos con la vida por delante que luchaban porque en Venezuela volviera haber futuro. Los secuestros express se transformaron en detenciones express, a quienes los Guardias no robaban in situ, extorsionaban para soltar a los muchachos que se llevaban detenidos. Arremetieron contra conjuntos residenciales sin importarle ni ancianos, ni niños, y si un perro ladraba, pum.
Políticos inhabilitados, además de los cientos de presos políticos entre ellos, Roberto Picón, cuyo delito parece ser la capacidad para comprobar las trampas electorales de manera matemática, que bien que la hubo cuando se impuso la constituyente. Lo que el TSJ en su momento no pudo, anular una Asamblea Nacional que ganara unas elecciones legítimas, el CNE lo logró con unas elecciones fraudulentas con el apoyo militar.
En agosto tras la elección fantasma de la Constituyente (porque apenas se vieron votantes), el juego cambió, las protestas se terminaron de enfriar, estaba claro que en Venezuela vivimos en Dictadura, ¿y ahora qué?
Pues ganar espacios con las elecciones de Gobernadores será. 
Lo que no fue unánime de parte de quienes luchamos por el rescate de la Democracia fue la convocatoria para ir a votar para las gobernaciones tras el fraude electoral de la Constituyente, para muchos era una indecencia volver a votar en unas elecciones con el actual CNE que ya no se molesta en disimular las trampas a favor de la Dictadura, para otros el derecho al voto jamás se debe claudicar. 
Dieciocho gobernaciones aspiraba obtener la oposición, cinco se los dábamos al chavismo, fue al revés. Incomprensible que en una país en ruinas, triunfaran los gobernadores chavistas. 
Muchos fueron los análisis políticos de semejante victoria (o derrota), unos dicen que perdimos por la abstención, otros porque el fraude ya estaba montado y por punto no había que participar. Yo soy, y seguiré siendo partidaria de votar como derecho irrevocable.
Lo que no puedo justificar, lo que no logro entender, es cuando ayer los cuatro gobernadores electos del veterano partido Acción Democrática, bajaran la cabeza ante Delcy Rodríguez, presidenta de la ANC, juramentados por la Dictadura, avalando la constituyente, una forma de doblegarse ante ella, como tantos gobernantes europeos que durante la Segunda Guerra Mundial se doblegaron ante el Tercer Reich, quizás buscando inútilmente la sobrevivencia política.
De los gobernadores electos de la oposición, solo el Gobernador del Zulia, Juan Pablo Guanipa, de Primero Justicia, no se prestó para semejante ignominia: "No me arrodillo ante un poder que no representa nada", declaró. Ya se verán las consecuencias.
No se les ve muy contentos en el acto a los gobernadores adecos, sabrían la tormenta de la opinión pública que se les vendría encima, no se puede estar bien con Dios y con el Diablo, sabrán que bajar la cabeza ante el verdugo quizás sea el precio a pagar para que la Dictadura los deje medio gobernar, aunque para la historia lo más probable es que queden como oportunistas, o como borregos.
La gobernadora de Táchira buscó justificarse por las redes sociales: "Cuando el pueblo te implora que no le abandones, la humillación de un líder es medio para lograr la Libertad". 
Aunque la historia parezca decir lo contrario.
Seguiremos esperando que mentes más frías y lúcidas den otra explicación.

lunes, 23 de octubre de 2017

Oda al Diablitos



De los amigos que han emigrado a algunos les da por extrañar el Diablitos Underwood, jamón enlatado creado en Boston en 1820 por el británico William Underwood que los venezolanos hicimos parte fundamental de nuestra gastronomía, como no lo hizo ningún otro país. Hoy solo se consigue en Venezuela y en los Estados Unidos. No solo los venezolanos que han emigrado extrañan al Diablitos, los que seguimos en Venezuela también lo extrañamos, porque a cuarenta mil bolívares la lata grande, veinte mil bolívares la pequeña, pocos bolsillos lo pueden costear. 
La semana pasada encontré dos latas grandes de Diablitos en un Farmatodo, eran las últimas que quedaban a quince mil bolívares. Me llevé las dos, justificándome con la señora que me miraba de manera desaprobadora: "Están a precio viejo y a mis hijos les encanta". 
La señora fue bien despectiva: "Por mi se las puedes llevar todas, después que me dijeron de los deshechos con los que preparan el Diablitos, ni se me ocurre comprar una lata de esa porquería". 
Tan aguafiestas la señora, yo soy de las que vivo feliz sin saber de qué está hecho el Diablitos, las salchichas Oscar Mayer y los Nuggets de McDonalds. Cada vez que alguien empieza con un análisis químico sobre nitratos, colas de ratón, pollitos abortados y demás, me retiro de inmediato de la conversación. Sobre todo en lo que concierne al Diablitos, que si algún alimento ha sido una constante en mi vida, ha sido el jamón endiablado. 
Hace un tiempo una amiga comentaba que una tarde decidió darse un gusto y comer galletas con Diablitos, tenía desde niña que no lo hacía, ella se preguntaba si la decadencia en Venezuela llegaría hasta el jamón endiablado, porque le había parecido infecto, lo tuvo que escupir, poco tenía que ver ese Diablitos comido en una Venezuela revolucionaria con el Diablitos de su infancia feliz. 
Anthony Bourdin escribe que el problema de regresar a los sabores de nuestra infancia, aquellos a los que tenemos años sin regresar, es que cuando por fin lo hacemos, es difícil que cumplan las expectativas, porque como bien dice Neruda: "Nosotros los de entonces, ya no somos los mismos". En el caso del Diablitos, si mi amiga estaba acostumbrada a comerlo con la arepa que le servía su abuelita querida, extrañará el entrañable momento, para ella el Diablitos de entonces jamás se podría superar.
La verdad que no me atrevo a certificar o no la supuesta decadencia, soy de las que ha comido Diablitos a lo largo de mi vida, y me sigue gustando igual, desde que era la merienda favoritas de las piñatas de mi infancia: Pirulí con Diablito (aclaro que no son los Pirulín pequeñas barquillas rellenas de nutella, producto con el que crecieron mis hijos que también se puso por el cielo y hoy pocos pueden comprar en esta Venezuela revolucionada). Los pirulí de las piñatas, que hasta hace poco cuando no había escasez de harina de trigo en Venezuela todavía se conseguía en muchas panaderías, son pancitos medio dulzones, que en las piñatas los niños devorábamos bien fuera con Diablitos, con una pasta de queso, o con jamón y mantequilla. 
Las tías, abuelas y las mamás se reunían en la mañana de la piñata para prepararlos, una vez listos los sandwichitos, les ponían un trapo húmedo encima para que no perdieran frescura antes de la hora de la fiesta. 
Traté de servir pirulís en las piñatas de mis hijos, nos los comíamos las mamás y las abuelas, en las piñatas a las que fueron mis hijos comenzaron a ofrecer chucherías, que los niños preferían a los pasapalos de antaño, aunque los tequeños nunca perdieron vigencia. Hablo de las piñatas de los 90 y 2000, que fueron las de la infancia de mis hijos, no puedo imaginar con esta inflación en las piñatas actuales que servirán de merienda. 
Regresando al Diablitos de mi niñez, cada familia tenía su receta particular para prepararlo, la de mi bisabuela carupanera era mezclado con mantequilla y salsa inglesa, así me acostumbré a comerlo  cuando lo desayunaba con pan de a locha que entonces todas la mañanas, sin falta, llevaba a casa el panadero junto con un litro de leche y el periódico. Otra costumbre que se perdió hace años en Venezuela, entre otras razones, por la inseguridad. 
Adolescente, en casa de mis primas, merendábamos con galletas de soda su versión de Diablitos: mezclado con salsa de tomate. Si mi bisabuela se hubiera enterado de semejante profanación. Mis hijos también rompieron la tradición del Diablito de Granmamá, ellos no le ponen mantequilla, pero si le ponen un puntico de salsa inglesa, a la que le agregan queso pecorino rallado, porque queso parmesano, en esta Venezuela, sería impensable.  

El año pasado cundió el pánico cuando la empresa productora de Diablitos, General Mills, anunció que al igual que tantas transnacionales, se iba de Venezuela, ¿sería que nos iba a abandonar hasta el Diablitos? Pero vendieron la fábrica a unos misteriosos inversionistas, y hasta ahora, en Venezuela, Diablitos no se ha dejado de producir. Sin embargo, hasta hace poco el jamón endiablado era un alimento si bien no nutritivo, accesible al bolsillo del venezolano común del cual se podían derivar muchas recetas: arepa con Diablito, huevos con Diablito, pasta con Diablito. 
Aunque a mi siempre me gustó comerlo fue con pan, si acaso galletas, tampoco es que lo desayunaba todo los días, pero por lo menos una vez cada quince días. A mis hijos les gusta la arepa con Diablitos, por eso históricamente en la compra de la semana compraba varias latas sin desequilibrar el presupuesto familiar. A la gata Madonna de vez en cuando le servíamos su lata de Diablito que se comía feliz, y murió de vieja la gatita. 
Pero ahora a cuarenta mil bolívares la lata grande -aunque quienes viven afuera nos recuerden que es un dólar a precio del dólar negro hoy- pero para el bolsillo devaluado del venezolano es un lujo que preferible invertir en placeres menos culposos y más nutritivos. 
Esperemos que el Diablitos no corra con la misma suerte del Nutella y los pirulín, sabores que nos llevan a nuestra infancia, que en esta revolución muy pocos se pueden costear. 

martes, 17 de octubre de 2017

Desalmados



La escena va más o menos así:

Año 2049, K., cazador implacable interpretado por Ryan Gosling, recibe una orden de la Lugarteniente Joshi (Robin Wright): "Buscar a "El Niño".
K está programado para no tener empatía con su objetivo, sin embargo titubea ante la orden. Joshi se da cuenta que su leal soldado comienza a pistonear, le pregunta si tiene algún problema con la misión.
Si la tiene: "El Niño nació, y todo lo que nace tiene alma".
La misión de los Blade Runner desde Rick Deckard hasta K. es "terminar" aquellas máquinas que puedan caer en el error de humanizarse. Por eso se le dice "terminar", no matar o ejecutar, ya que no atentan contra seres humanos sino contra robots.
"Tu no tienes alma, ¿cuál es el problema?", cierra Joshi el tema.

De las escenas del  Blade Runner de Denis Villeneuve, la del desalmado verdugo pudiendo sentir empatía por el alma de su víctima fue la que me sacó del caos futurista de Los Ángeles de 2049, y me regresó por un instante al caos de la actual Venezuela revolucionaria.
¿Qué es el alma? ¿Tienen alma los bebés recién nacidos? ¿Tienen alma los verdugos? ¿El alma es equivalente al espíritu o es equivalente a la conciencia?
Tanta intensidad es porque hace poco supe de unos malandros que le pusieron una pistola en la cabeza a una bebé de meses para intimidar a su familia para que les dieran sin chistar todo lo que llevaban encima. Afortunadamente no pasó del susto y de la perdida material, la bebé solo sabrá por el anecdotario familiar del día que un desalmado le puso un revolver en la frente. Quién sabe si para cuando esté consciente de eso ya su familia decidió irse de Venezuela.
¿Tiene alma quién está dispuesto a encañonar a un niño y hasta dispararle acabando con la vida de un bebé, y la de toda una familia que jamás se podría recuperar de semejante tragedia?
Cuenta mi tía que tomó la decisión de emigrar el día que encañonaron a su niña para robarles el carro. No podía seguir viviendo en una Venezuela en la que los niños fueran amenazados de muerte para robar a sus padres, fuera algo usual.
Y sigue siendo usual, hace unos días murió una niña en un asalto.
La niña si tenía alma, quien tiendo a pensar que no tiene alma es quien la mató, ¿qué clase de alma  puede tener quien aprieta el gatillo en el cuerpo de una muchachita?

No solo los asesinos de niños son unos desalmados, también lo son quienes han fomentado la actual crisis de salud en Venezuela: faltan reactivos, antibióticos, antiepilépticos, tratamiento para el cáncer, ansiolíticos, insulina, protectores gástricos, anticoagulantes, medicamentos para controlar la tensión... cualquier  medicina que vayas a buscar en la farmacia, la respuesta más probable será: "No hay".
Una de las primeras condiciones que pone la oposición cada vez que se plantea una mesa del diálogo con el oficialismo es el abrir de inmediato un canal humanitario para solventar la escasez de medicamentos en Venezuela. Y cuál es la respuesta del Gobierno: "¿Qué escasez de medicinas? Aquí no hay ninguna escasez, meras exageraciones de la oposición".
Difícil entender la negativa a reconocer una crisis tan obvia, solo se explica con la premisa que la Revolución es perfecta, en este mundo ideal no cabe semejante crisis de salud.
Aparentemente el único lugar en Venezuela donde no faltan medicinas es en Fuerte Tiuna: los militares, políticos enchufados y sus familiares tienen sus tratamientos garantizados; el resto del país se puede morir de mengua, los únicos canales humanitarios que se abren en Venezuela son los de las redes sociales en busca desesperada de todo tipo de medicinas.
¿Acaso se puede ser más desalmado que los funcionarios de este Gobierno cansados de repetir que en Venezuela no hay escasez de medicamentos?  Se ha llegado al extremo de cinismo y maldad que cuando la Ministro de Salud admitió, que si, el problema de la escasez de medicamentos en Venezuela era real y preocupante, fue removida de inmediato del cargo.
(Habrá perdido el puesto pero recuperó el alma).

 Pero sí, sin duda se puede ser más desalmado, como quienes permitieron, y siguen permitiendo, que Venezuela se convierta en un país en ruinas, en una distopía revolucionaria, en un narco estado, quienes nos han robado sin escrúpulos la democracia para instaurar una Dictadura. Desde los hombres de verde hasta los árbitros electorales, sin olvidar al Tribunal Supremo de Justicia y demás mafias revolucionarias. Desalmados, desalmados, mil veces desalmados. ¿Les importará ser responsables del hundimiento de  Venezuela convirtiéndola en uno de los países más miserables del mundo?

"Recuerden, no tienen alma",  les diría Joshi, quien era humana, demasiado humana, "sigan haciendo su trabajo, soldados de esta revolución, que lo están haciendo de maravilla".





martes, 10 de octubre de 2017

Los amigos de toda la vida


Hace un par de semanas tuve la que sería mi última primera reunión de quinto año, se gradúa el menor de mis tres hijos, también fue la más triste, no porque me haya puesto sentimental porque el tiempo pasa, mis niños crecieron y se cierra el ciclo de "mamá del colegio"... o alguna intensidad similar por la que cualquier mamá en un país con una vida cotidiana medianamente normal se pondría nostálgica, sino porque la reunión comenzó instando a los padres a que sus hijos no olvidaran inscribirse en la prueba del CNU, aunque la mayoría de los muchachos se fuera a estudiar fuera del país,  la prueba del CNU es requisito para graduarse. 
 Hablamos de un colegio en cuya educación integral siempre se hizo hincapié en el arraigo, inculcando el amor a Venezuela de manera tan divertida como educativa mediante festivales folklóricos anuales donde los alumnos de básica cantaron y bailaron valses y joropos, calipsos, tambores... desde cuarto grado viajes de estudio al interior del país, conociendo las playas de Oriente, los Médanos de Coro, La Gran Sabana junto con sus compañeros y maestros... donde los padres íbamos de visita y en las carteleras de los pasillos encontrábamos personajes del mes exaltando a grandes venezolanos como Armando Reverón, Teresa Carreño, Jacinto Convitt... un colegio que tuvo entre tantos invitados a Simón Díaz, a Laureano Marquez, a destacados deportistas nacionales como Omar Vizquel... una escuela donde se enseñaba bien el inglés, pero se celebraba Carnaval en vez de Halloween; un colegio tan venezolanista, en el mejor sentido de la palabra, sembrando el amor y el orgullo por el país, no por la patria, y henos aquí, a los papás y profesores que porfiamos en no emigrar, en esta etapa final del trayecto educativo de nuestros muchachos, dando por sentado que apenas se gradúen de bachillerato, la mayoría volará bien lejos de aquí.  
Triste, muy triste. 
En ese momento los coordinadores de bachillerato no estaban haciendo política, encaraban una terca realidad que se ha hecho patente en las más recientes promociones de tantos colegios privados: a cualquier muchacho que medio se le abra una rendija para salir de esta Venezuela sin visos de futuro, saldrá, no solo muchachos clase media o alta que tienen posibilidad de estudiar fuera bien sea financiados por sus padres o por tener un pasaporte europeo que les financie los estudios, también están emigrando muchachos de escasos recursos económicos buscando un trabajo que les permita tener una vida digna, sin miedo, muchos procurando no abandonar los estudios, no todos pueden; porque más ricos o más pobres sabemos que la triste realidad en esta Venezuela más allá de la violencia en la que vivimos, que parece ser el sello personal de esta revolución maldita, es que si cualquier profesional o trabajador llega a ganar cincuenta dólares al mes, en nuestra economía devaluada se consideraría bien pagado, pero el sueldo no le alcanzaría para nada.  
Comentan amigos profesores universitarios que los pasillos de las diferentes universidades se sienten cada vez más desiertos. Si hasta los profesores buscan emigrar. Por lo visto estudiar en una universidad venezolana poco a poco se va convirtiendo en una experiencia desoladora. Yo hasta hace unos meses aspiraba a que mi hijo, al igual que sus hermanas lo hicieron, se graduara en una buena universidad venezolana, ya ni sé qué pensar. 
Junto con mi chamo he visto crecer a sus amigos, un grupo de muchachos buenos, deportistas, rumberos, un poco atolondrados -descripción estándar que puede servir para tantos otros grupos de muchachos- qué más quisiera yo que verlos a todos convertirse en hombres y mujeres de bien, ver qué caminos toman sus vidas, saberlos amigos por siempre, presentes en las distintas etapas de su madurez.  Será por las redes sociales porque probablemente el año que viene unos estén en Canadá, otros en España, Italia, Francia, Inglaterra, algunos en Miami, Boston o Nueva York, otros en Argentina, México, y más de uno en Colombia, República Dominicana o Panamá. 
Y si este devastador proyecto político sigue atornillado indefinidamente en el poder: ¿quienes volverán?  
Ya dos compañeros emigraron en las vacaciones antes de que empezara quinto año: uno a Panamá con su familia, se fue sin despedir. El otro se despidió  en el chat de la promoción lamentando no graduarse junto con quienes fueron sus compañeros desde pre-kínder, pero su papá fue señalado como "guarimbero terrorista" por Diosdado Cabello en su programa de televisión, y la familia se fue para no volver -por lo menos mientras dure la Dictadura- no les fuera a tocar la puerta el Sebin.
La mayoría de mis amigos del colegio Santiago de León de Caracas también emigraron, se fueron yendo en cuentagotas desde el triunfo de Chávez para acá. Casi todos se fueron antes de la vorágine de Maduro previendo que de esta revolución bonita nada bueno se podía esperar. Mis amigos escritores y poetas, de hace dos años para acá, se han ido a una velocidad vertiginosa, ya ni siquiera se despiden por Facebook con la tradicional foto de los zapatos sobre el policromático piso de Cruz Diez,  ni ofrecen volver en cuanto la situación medio mejore para reconstruir el país, hoy los panas de letras parecieran irse con la única esperanza de no regresar. A esta última ola migratoria no le queda ni nostalgia, solo el trauma de haber vivido en un país en manos de la barbarie. 
 De mis amigas de toda la vida, las de las primeras fiestas y los primeros despechos, casi todas estamos aquí. Viendo en mi celular una foto que nos tomamos en el reciente matrimonio de la hija de una de las panas, pensé qué bendición, y qué rareza en esta Venezuela que ocho amigas de siempre, uña y curruña desde hace más de cuatro décadas, sigamos aquí, ninguna con planes de irse, por ahora. Aunque si todas con ganas de que dada la lamentable situación en la que se encuentra el presente en Venezuela, nuestros hijos salgan en busca del futuro que esta Dictadura está negada a brindarles en su país.  
Si Venezuela no retoma pronto el camino de la esperanza, hasta que no volvamos a creer en un futuro en nuestra tierra, entre tanto que esta revolución le habrá robado a los venezolanos, estará la dicha de crecer, vivir, y envejecer con los amigos de toda la vida. 




domingo, 17 de septiembre de 2017

Locos de amor por Shepard




Este atribulado año 2017 se murió Sam Shepard a los 73 años de ELA (Esclerosis múltiple amiotrófica) enfermedad también conocida como Lou Gehrig diseasePara la mayoría de los mortales Sam Shepard era conocido en su faceta de actor, pero el Shepard actor nunca me dijo mucho, aunque fue en una de sus primeras películas, "Days of Heaven" (1978) de Terrence Malick, cuando lo descubrí como un hombre tan hermoso como su coprotagonista Richard Gere.
La posterior carrera fílmica de Shepard -nacido en 1945- no llegó hacer de él una super estrella, por eso quienes solo lo recuerden como el típico actor de reparto que interpretaba repetidamente al shérif malo o al papá decrépito, no pueden tener idea de lo que Shepard representaba en el Teatro Norteamericano, era uno de los grandes, si no el más grande dramaturgo de los Estados Unidos de la segunda mitad del siglo XX.
 Yo en los años 80 tampoco conocía a Shepard como dramaturgo, lo conocía como una especie de poeta de la narrativa por un librito publicado es español por Anagrama, "Crónicas de Motel", libro culto para los jóvenes intelectualosos de la época, un híbrido entre el relato, la crónica y la poesía. 
La fiebre por la obra de Sam Shepard se originó en la mayoría de sus alumnos del Taller del Actor gracias a Enrique Porte, también profesor en la Escuela de Arte, director de teatro y maestro de actores; quien tenía entre sus ídolos además de Bob Dylan, Los Beatles y los Rolling Stones, a Sam Shepard, que era el rock hecho teatro.
Enrique contaba que conoció personalmente a Shepard en Londres en los años 70, ya mi amigo-profesor había comenzado su carrera teatral en Venezuela antes de irse a estudiar Dirección en Inglaterra, y entre las primeras obras que participó estaba "Chicago", pieza de un oscuro autor norteamericano casi tan joven como él, que llevaba el nombre de un célebre asesino de la primera mitad del siglo XX: Sam Shepard. 
No fue que Enrique se hizo pana de Shepard, pero si le llegó a contar que había montado una de sus obras. Shepard, que en ese momento ya había ganado varios Obies -premios del teatro Off Broadway-  con una esposa y un hijo que mantener, le preguntó al joven director venezolano sobre sus derechos de autor, y Enrique le explicó que la taquilla del teatro experimental en Caracas no daba ni para invitarlo a una cerveza. 
Shepard, que al igual que Enrique entonces apenas llegaría a los treinta años, no se molestó, le pareció de lo más excéntrico que una obra suya hubiese llegado a un oscuro teatro de Caracas: "Cool!"
Años después en el Taller del Actor montamos "Suicidio en Si Bemol" en la sala Juana Sujo, una obra bellísima líricamente pero muy ambiciosa teatralmente que le dio al director más de un dolor de cabeza, pero fue un hermoso reto. Shepard, que formaba parte de la banda de rock The Holy Modal Rounders - y en una pausa de su primer matrimonio fuera novio de Patti Smith- escribió esta obra como improvisaciones en clave de jazz.   
La taquilla de "Suicido en Si Bemol" tampoco le habría dado a Shepard para una cerveza. Lo mejor del montaje en Caracas fue la música compuesta por mi amigo José Vinicio Adames. 
Mordidos por la fiebre de Shepard, Enrique inventó algo así como el taller de dramaturgia del Taller del Actor donde traducimos "True West" (como ejercicio porque Enrique decía que esa obra requería destrozar una máquina de escribir en cada función, y con el presupuesto del Taller ni soñarlo), y "Locos de Amor", dirigirla era uno de los sueños de Enrique, la traducimos pero no llegamos a montarla, en el Taller éramos grandes creativos pero pésimos productores ejecutivos. Si mal no recuerdo Enrique aspiraba que los amantes incestuosos fueran interpretados por dos de sus alumnos estrellas: Marialejandra Martín y Flavio Caballero. En los noventa por fin la estrenaron en Caracas, la memoria no me ayuda a recordar quienes fueron su director y sus protagonistas. 
La versión fílmica la dirigió Robert Altman en el año 1985 con el mismo Shepard y Kim Basinger (la primera opción era Jessica Lange pero estaba embarazada de su primera bebé con Shepard) en el papel de los amantes contrariados, y el recién fallecido Harry Dean Staton como el fantasma del padre. 
De la ambición de montar esta obra de Shepard en el Taller del Actor nació la canción "Locos de Amor" que sigue siendo una de mis preferidas de Yordano. Si voy a un concierto de Yordano y no la canta, salgo tan frustrada como si fuera a un concierto de los Stones y no cantaran Satisfaction. 
Tanto era mi amor por Shepard, que mi primer artículo - publicado en la revista Imagen- fue "El marido de Jessica Lange", en el año 86 ese hombre tan brillante y reguapo era conocido para el gran público como el marido de la estrella del momento a quien conoció en la filmación de la película "Frances", con quien habría de tener dos hijos, y de quien habría de separarse en el año 2009, tras casi treinta años de tormentosa relación. 
Mi querido Enrique murió en agosto de 1990 a los 42 años, estaba en ensayos de otra obra de Shepard: "La maldición de la clase hambrienta", fue a pasar un día en la playa con su familia cuando un infarto fulminante lo sorprendió. La dirección de la obra fue asumida por Santiago Sánchez, y cada noche en lugar de caer el telón en el Teatro Alberto de Paz y Mateos, como homenaje a Enrique, el teatro quedaba a oscuras con la canción "House of the rising sun" de The Animals, uno de sus temas favoritos.   
Si bien la gloria de Shepard fue como autor de teatro, fue bastante popular como actor de reparto -llegó a estar nominado para un Oscar por el papel de Chuck Yaeger en "The Right Stuff" (1983) de Philip Kauman-. 
En "Two prospectors: The letters of Sam Shepard y Johnny Dark" (2013), maravillosa correspondencia que mantuvo durante décadas con su mejor amigo que también inspiró un documental, se evidencia que para Shepard la actuación no fue sino un medio para ganarse la vida, oficio por el cual no sentía mayor cariño, pero estaba dispuesto a aceptar cualquier tigre con el que pudiera mantener costosas pasiones como la cría de caballos, por eso se le vio en tantas películas malas. 
El último trabajo de Shepard como actor fue en la pantalla pequeña en el papel del patriarca de la familia Rayburn en la serie de Netflix "Bloodline". Shepard estaba encasillado desde hace años en el rol del viejo retorcido. Su participación en esta serie no fue la excepción, el papá de los Rayburn era un malvado, pero todavía muy apuesto, lo único que afeaba en su juventud a este hombre casi perfecto, era una terrible dentadura, que después de viejo se arregló. 
De la serie me quedaron las ganas de envejecer como Robert y Sally Rayburn (Sissi Spacek ) frente al cristalino mar de los cayos, desde que vi "Bloodline" mi delirio de emigración tiene que ver con las playas de Key West, a pesar de los huracanes que azotan la zona de vez en cuando. 
Pero para huracanes y tormentas las políticas que vivimos en Venezuela, tanto que Shepard murió el 27 de julio de este año, pocos días antes de imponerse en Venezuela una dictatorial Constituyente, y a pesar de ser uno de los grande ídolos de mi vida, entonces no le pude dedicar la intensidad que merecía porque el momento político en mi país no era propicio.
Pasó el huracán Irma, después del inmenso susto, los Cayos de Florida regresan a su normalidad. El huracán Maduro sigue arrasando Venezuela pero la tormenta política en estos momentos se encuentra en tensa calma, lo suficiente para rendir homenaje a dos hombres de teatro a los que admiré tanto: el gran Sam Shepard, y mi inolvidable amigo Enrique Porte.

jueves, 13 de julio de 2017

El exilio de un escritor


"Confesiones de un burgués" de Sandor Márai no me ha atrapado tanto como "Tierra, Tierra"(1972); uno de los mejores libros de memorias que recuerdo haber leído. Mientras Márai en sus primeras memorias escritas llegando a la tercera década evoca su infancia y juventud, como bien dice el título, en el seno de una familia burguesa, es difícil establecer empatía (o simpatía) con el atorrante niño que fue, que se siente un solitario de por vida por el simple hecho del nacimiento de sus hermanitos. En cambio "Tierra, Tierra" es un relato sobrecogedor de cómo esa apacible vida burguesa se la llevó al diablo primero con la invasión nazi, y después con la invasión soviética en Hungría. 
Al final lo que llevó a Márai a tomar la determinación de abandonar su amada Budapest y vivir en el exilio, fue darse cuenta que seguir en la Hungría comunista un afamado intelectual como él, era darle una especie de espaldarazo al régimen impuesto por los soviéticos en su país, ya instalada una censura férrea. Si un escritor de peso como Sandor Márai seguía en la Hungría comunista, no se debía vivir tan mal.
Entre las anécdotas que narra Márai de su infancia en las "Confesiones de un burgués", está la aparición en su pandilla de pre-adolescentes de un líder nato sin mayores atributos más que ser un líder. Se trataba de un jovenzuelo que nadie sabía donde vivía, ni siquiera particularmente inteligente, mucho menos simpático, pero "de carácter fuerte y decidido" que tenía un extraño poder sobre los niños del vecindario que acataban sus ordenes sin cuestionamientos, ordenes como revisar los libros de contabilidad de sus padres para saber con cuánto dinero disponían.
Escribe Márai: "Más tarde, en el mundo de los adultos, en el mundo de los partidos políticos, llegaría a conocer vagabundos semejantes a aquel muchacho, surgidos de la nada de una forma mística; vagabundos ni muy inteligentes ni muy cultos ni muy bien informados, a quienes, sin embargo, todos obedecían, hasta los más disciplinados y expertos, sin oponer la menor resistencia, con una entrega llena de lujuria y tristeza... La lectura especializada describe muchos casos de gente que llega de la nada, gente que aparece en una comunidad humana en la que existe un descontento, aunque sea inconsciente; gente que siembra las semillas de un movimiento o de una revuelta, gente que despierta la duda en los corazones de los demás, haciéndolos conscientes de sus contradicciones internas, gente que da pie a un proceso de cristalización para desaparecer un día de repente sin dejar rastro, quizás para terminar su actuación en la horca o en la leyenda. Solía observar el material humano de los mitos políticos lleno de sospechas".
Leyendo este párrafo evoco a Hugo Chávez Frías, ese teniente que en medio de un enorme descontento político ante las primeras semanas de gobierno de CAP II -que entonces nos parecía un hervidero, pero comparado con las tempestades actuales hoy nos parece un simple malestar- se dejó colar en una sociedad con tan desafortunado: "Por ahora", tras el fracaso de una intentona de golpe de Estado, que ofrecía acabar con el establecimiento político en Venezuela.
Ese "Por ahora" sembró popularmente la semilla de un movimiento revolucionario cuyas huestes más de veinte años después, aun muerto su carismático líder, tienen a Venezuela en la crisis más profunda de nuestra historia Republicana.
Recientemente comentaba entre los panas de Facebook que si tuviera el De Lorean de regresar al pasado, iría al año 1992 a impedir a como diera lugar darle cámara al nefasto: "Compañeros, lamentablemente, por ahora los objetivos que nos planteamos no fueron logrados en la ciudad capital". Este comentario suscitó una interesante diatriba en mi Facebook, ¿marcó esa promesa televisada de Chávez de no capitular a su sueño revolucionario, el presente que hoy nos hace el país más miserable de América? ¿o estábamos condenados irremediablemente a un proceso histórico similar aun sin ese portento histórico que fue Chávez?
De nada sirve especular con la Historia, como canta Yordano: "Lo que pasó pasó, y no hay manera de que vuelva atrás". En el caso de Chávez, su temprana muerte a los 57 años, lo convirtió en leyenda con el suficiente peso político a la hora de su agonía de dejar un autoritario andamiaje montado, además de asignar a un bate quebrado como heredero, cara civil de un gobierno militar. Pero ya sin ese encantador de serpientes que era "El Comandante", sumado a la caída de los precios del petróleo, la revolución perdió su encanto popular, y hoy a pocos queda duda que lo que se vive en la Venezuela al mando de Nicolás Maduro es una vil Dictadura.
Hoy los herederos que capitalizan aquel sueño revolucionario se sostienen imponiendo su voluntad con trampa y fuerza gracias a un Tribunal Supremo de Justicia nombrado a la medida del régimen, y que los principales componentes tras el supuesto poder de Maduro, son parte de una corrupta cúpula cívico-militar negada a la posibilidad de enfrentar la justicia, o perder sus pingues privilegios.
Sandor Márai, nacido con el siglo, emigró de Hungría a los 48 años, dando su país por perdido ante el yugo comunista. No sé si en el fondo de su alma guardaría la esperanza de algún día regresar. No se pudo, tras vivir en Italia, eventualmente se radicó en los Estados Unidos, se suicidó a los 88 años, entonces había mermado el comunismo en Europa, pero ya Márai no tenía la fuerza de regresar a Hungría, y ante el deterioro físico que lo obligaba a vivir el resto de sus días en un hospital, optó por quitarse la vida.
Anhelo no tener que seguir el ejemplo de Márai e irme de mi país, que a pesar de los deplorables momentos que vivimos, no dar a Venezuela por perdida. Dios quiera que la lucha demócrata de estos meses no sea en vano. Como anhelo que tantos amigos que se han ido, sobre todo quienes se han marchado estos últimos terribles meses en los que busca imponerse definitivamente la Dictadura, no corran con la suerte del escritor húngaro, o de tantos cubanos que se fueron de Cuba ante la Dictadura de Fidel Castro, o de tantos españoles que huyeron de la España franquista; y morir de viejos lejos de sus tierras sin ver el fin de la Dictadura. 
Que en un futuro cercano, más temprano que tarde, quienes aquí seguimos no nos sintamos tentados a irnos, y quienes se fueron se sientan tentados a regresar.

lunes, 3 de julio de 2017

Corazones de hierro


Hace años, en unos de los primeros auges de protesta en esta V República, durante la huelga petrolera de 2002 cuando empezaron las represiones de parte del gobierno de Chávez, no faltó quienes lo compararan con Hitler y el nazismo, siendo una comparación tan exagerada que terminó favoreciendo al chavismo porque no había punto de comparación entre un gobernante que comenzaba a dar los primeros rastros de autoritarismo, y el responsable de uno de los mayores genocidios de la Historia. 
Sigue pareciendo abismal comparar los desafueros de las actuales fuerzas represoras revolucionarias con el nazismo, pero no hay duda que el Gobierno de Maduro en los últimos 90 días se está formando un dossier que la ha convertido en una de las Dictaduras con mejor hemeroteca gráfica. Muchas de estas imágenes recuerdan, aunque a mucha menor escala, algunos métodos de las fuerzas del Reich para aplastar al enemigo.
La foto de cómo se llevan detenidos en una cava a decenas de universitarios es prueba de ello. Viendo esta imagen de la Policía Nacional Bolivariana encerrando a más veinte muchachos en un camión cava sin ventilación, y saber por testigos que antes de cerrar las puertas lanzaron bombas lacrimógenas adentro, es un detalle que muchos seguidores del Reich habrían aplaudido. Al ver las fotos de los muchachitos -porque son poco más que unos niños- acorralados por la fuerza militar, tratados peor que si fueran ganado, me vino de inmediato a la mente una novela histórica que acabo de leer: HHhH de Laurent Binet, premio Goncourt Primera Novela 2010, sobre la operación Antropoide durante la ocupación nazi en Checoslovaquia.  
Difícil bajar la intensidad cuando se narra cualquier evento relacionado con el Holocausto, Binet lo logra creando una historia dentro de la historia sobre un narrador moderno que busca hacer una novela sin ficción sobre el atentado contra uno de los verdugos más feroces del nazismo: Reinhard Heydrich, general nazi que así sería de cruel que Hitler lo llamaba con respeto: "El hombre con el corazón de hierro".
Por supuesto que por más malvadas que sean hoy las fuerzas represoras que sostienen a la Dictadura de Maduro, todavía son unos bebés de pecho si se les compara con los nazis responsables de la muerte de millones de hombres mujeres y niños. Pero entre una maldad que germina sometiendo estudiantes en un camión cava lanzándoles gases lacrimógenas adentro, y una maldad capaz de encerrar en camiones a miles de familias judías para gasearlas fatalmente -patraña ideada por Heydrich para que los soldados encargados de realizar ejecuciones masivas no tuvieran que verle el rostro a sus víctimas no fueran a flaquear- nos encontramos haciéndonos las mismas preguntas: "¿Cómo pueden ser tan malos? ¿Cómo se los permiten? ¿Acasono tienen conciencia? ¿Hasta dónde habremos de llegar para que tantas infamias se detengan?".


Siempre hay quienes en desesperados actos heroicos intentan detener la maldad cuando se convierte política de Estado, lo que los venezolanos no logramos ponernos de acuerdo es si Oscar Pérez fue responsable de uno de estos actos. Hasta hace días pocos sabían quien era este policía de ojitos claros que junto con unos enmascarados -que en las redes sociales llegaron a decir que eran muñecos- sobrevoló Caracas en un helicóptero del CICPC invocando el derecho a rebelión, antes de lanzar un par de granadas sobre el TSJ, y desaparecer por el horizonte (todavía se desconoce su paradero). 
El apuesto policía/entrenador de perros/actor, el pasado miércoles en la noche en cuestión de minutos en las redes sociales pasó de héroe a villano, de una especie de Rambo dispuesto a desenmascarar la Dictadura, a un peine planeado por el G2 cubano para distraer la atención, a irrefutable prueba de que muchos militares y policías sienten un gran descontento ante la represión que hoy se vive en Venezuela, a un loquito aislado que solo buscaba llamar la atención. 
HHhH no solo es una novela sobre Heydrich, también sobre dos valientes idealistas de los que se sirvió el Servicio de Inteligencia Británica para detener al general nazi que tenía bajo su dominio a Checoslovaquia: Jan Kubiz y Josef Gabzik, el primero checo y el segundo eslovaco, quienes en diciembre de 1941 en misión suicida cayeron en paracaídas en medio de plena zona de guerra invadida por las fuerzas nazis, con el propósito de asesinar al Reichsprotektor de Bohemia y Moravia, Reinhard Heydrich, también conocido como "El carnicero de Praga". Misión que en parte lograron cumplir en mayo de 1942, hiriendo fatalmente a Heydrich, quien habría de morir días después del atentado.
La venganza nazi fue tan cruel, que por sospechosos de haber encubierto a los asesinos del Reichprotektor, asesinaron a todo el pueblo de Lídice, con excepción de una decena de niños a quienes consideraron aptos para la "germanización". El barrio Lídice en Caracas lleva su nombre en honor al pueblo checo masacrado por los nazis. En la Venezuela de Maduro no han asesinado a todo un pueblo, pero los últimos días se han realizado allanamientos militares y saqueos de los colectivos en distintas zonas del país, siendo el caso más reciente Barquisimeto. Tímidos antecedentes si se les compara con los Nazis, pero muestras irrefutables de cuando la violencia de Estado se ensaña contra comunidades señaladas como rebeldes. 
Kubiz y Gabzik  lograron esconderse durante varios días en una catedral ortodoxa, fueron delatados por un compañero de la resistencia, al verse emboscado por más de 800 guardias nazis, se suicidaron para no caer prisioneros.  
De Oscar Pérez solo el tiempo dirá cuál era su verdadera intención tras su hazaña del pasado miércoles, por lo pronto, en su cuenta de Instagram subió de 6 mil seguidores, a más de 400 mil en menos de 24 horas, antes de que desapareciera de manera misteriosa de la red social donde exhibía tanta galanura, dicen que su cuenta fue hackeada, quién sabe. 


Otro traumático episodio narrado por Binet en HHhH es cuando el poderío militar, y además extranjero, se impone a lo civil al invadir las fuerzas nazis a Checoslovaquia. Muchos países europeos -incluyendo Francia e Inglaterra- se hicieron la vista gorda como un mal menor, después de todo era un país dividido en dos territorios que parecen irreconciliables entre sí: Chequia y Eslovaquia. 
Hachá, el conservador presidente checo, llegó a Berlín a tratar con Hitler el futuro de su pueblo, a pesar de que fue recibido como a un rey, se encontró con que no había nada que tratar, ya todo estaba decidido, la invasión era un hecho, si se negaba a firmar la capitulación: "la resistencia será doblegada por la fuerza bruta". Göering sostiene la mano a Hachá para firmar la capitulación: "no puedo firmar esto -dice- si firmo la capitulación seré para siempre maldecido por mi pueblo". Le tiembla la mano, se desmaya de los nervios. Los generales nazis se asustan no se les vaya a morir el viejo, logran revivirlo con una inyección de adrenalina. Finalmente tras una noche de amenazas y cavilaciones, según Binet, el Führer -que se había ido a dormir tras anunciarle que la invasión iba por las buena o por las malas-  regresa y es quien sostiene la mano del presidente checo para que firme de una buena vez, de lo contrario media Praga sería destruída en menos de dos horas.
Pareciera exagerado comparar la capitulación de Hachá con el empujón a Borges del comandante Lugo, pero a veces uno se pregunta cómo son capaces de salirse con la suya ante semejante tiranía, y la respuesta es la misma: porque con el poder de las armas, saben que pueden. Cuando el poderío militar se impuso sobre lo civil el pasado miércoles en el Palacio Federal Legislativo, dos días después Nicolás Maduro condecoró al infausto comandante Lugo por haber avasallado con actitud arrogante al presidente de la Asamblea Nacional, Julio Borges, en una escena que los militares grabaron para compartirlo orgullosos por las redes sociales, como si se la estuvieran comiendo. 
Tras las más diversas opiniones sobre si la pasiva actitud de Borges fue de valientes o de cobardes, ante tantos indignados porque Borges se había dejado "carajear", pensé que a mi me habrían carajeado igualito, porque no todo el mundo puede ser Ramos Allup, con los años y la astucia de un zorro viejo, de reacciones inmediatas ante los abusos de esta Dictadura, capaz de reaccionar con desparpajo hasta frente al peor bully oficialista. 
El enfrentamiento entre Julio Borges y el comandante Lugo, es una muestra más de unas Fuerzas Armadas avasallando a la sociedad civil, como tienen más de 90 días avasallando a las marchas pacíficas a punta de bombas lacrimógenas y perdigonazos al igual que contra cualquier comunidad que se rebele como fue el caso de las residencias Los Verdes en El Paraíso; como buscan acabar con lo que queda de Democracia a punta de una Constituyente que termine de darles el poder absoluto, como aspiran destituir a la Fiscal porque se les volteó, como impusieron un TSJ a su medida, como se llevaron detenido a Roberto Picón porque es capaz de demostrar un posible fraude electoral, como está en un calabozo Leopoldo López  y juegan con sus visitas familiares, como está presa Mamá Liz, y tantos otros presos políticos que uno no entiende ni por qué, incluyendo a los treinta estudiantes a quienes se llevaron encerrados en un camión cava en medio de una protesta pacífica, que afortunadamente, un buen juez, antes de poner su cargo a la orden, les dio libertad plena, felicitando a los muchachos por su valor.
 No es que Julio Borges sea un pendejo, es que estamos en Dictadura, Dictadura, este no es un asunto de machos ni de quién se deja o no amedrentar ni quien es más arrecho, es asunto de un narcoestado con el poder de las armas buscando hasta las últimas consecuencias imponerse sobre lo civil. Nos queda que somos mayoría quienes buscamos un cambio que devuelva Venezuela a ser una sociedad demócrata dirigida por civiles, mostrarnos unidos como oposición y seguir en la lucha pacífica de calle como muestra de que a pesar de sus caribeos de matones de barrio, no nos rendiremos ante la barbarie.

(Los últimos párrafos los compartí en Facebook, los rescato como intensidad porque los posts de Facebook pasan pero las intensidades quedan).