martes, 31 de octubre de 2017

Todavía comiendo lumpias en Caracas



Mi primo Carlos dice que no hay chino malo. De restaurantes de comida china, por supuesto, estamos hablando. La comida china cantonesa es como Mc Donalds, a donde uno vaya sabe qué esperar de lo que va comer. Aunque sin duda hay restaurantes chinos donde se come mejor que otros, y eso se nota de entrada en las lumpias: algunas veces es necesario usar una servilleta para quitarles el exceso de grasa, otras tan crujientes que provoca comerse dos, hay en las que pichirrean el relleno, y donde las ofrecen pequeñas como tequeños; pero parafraseando a Gertrude Stein: una lumpia es una lumpia es una lumpia. Igual que otros fijos de la comida china como las costillitas de cochino, el arroz especial y el pollo agridulce; por lo menos en los restaurantes chinos en Venezuela. 
Hace unos años me sorprendí cuando compartiendo con una familia amiga se me ocurrió sugerir que pidiéramos un chino: los niños de mis amigos me miraban alarmados, ¿qué era eso de pedir "un chino"?
"Es que nosotros nunca comemos chino", me explicó la mamá, "Ellos están acostumbrados a comer japonés, les fascina el sushi". 
Y yo que el sushi no lo probé hasta pasados los veinte años a mediados de los ochenta, cuando se hizo famoso en Caracas el restaurante Avila Tei, uno de los primeros restaurantes japoneses en Venezuela, si no el primero, que era visto como un verdadero lujo solo para paladares exquisitos. La experiencia gastronómica de esa primera vez que probé sushi no fue muy grata, sentí como si me hubiera volcado una ola y terminara con un pescado en la boca. Le pedí al novio de entonces que para la próxima se dejara de excentricidades y me invitara a comer chino. 
Con el tiempo el sushi se popularizó, ahora me encanta, el Avila Tei sigue ofreciendo calidad y en Caracas a lo largo de los años han abierto muchos restaurantes japoneses buenos y de precios más solidarios, aunque desconfío de las ofertas demasiado solidarias para comer pescado crudo como los 2 X 1, porque en esta Venezuela a la deriva, da miedo. Nada peor que una intoxicación con sushi, que a nadie conozco que se haya intoxicado con un chino.
Al igual que el Diablitos Underwood, la comida china ha sido una constante en mi vida, un gusto que no he perdido que me remite a la infancia. Ignoro cuáles son los inicios de la gastronomía china en Venezuela, pero sospecho que el Dragón Verde debe ser de los pioneros. Desde que tengo memoria mi familia pedía chino al sucucho de La Campiña, jamás íbamos, si habré ido un par de veces a comer al restaurante fue mucho, se pedía por teléfono y en menos de  una hora la comida llegaba caliente en bolsas marrones en potes plásticos, de aluminio o de cartón, potes que después se reciclaban para todo.
Parte del encanto de la comida china es que siempre se podía contar con que los restaurantes estaban abiertos el día del Trabajador, Navidad, semana santa, año nuevo... hasta en crujidas revolucionarias sigue abierto El Dragón Verde, aunque cerrara el restaurante, hoy solo ofrecen comida para llevar. 

 Con el tiempo mi familia se cambió a otro restaurante chino que en la década de los 80 era considerado "más fino": La Corona de Oro, en San Bernardino. Al local de ese restaurante tampoco fuimos, la mayoría de las veces pedíamos delivery, y escribo "la mayoría" porque para ocasiones especiales ofrecían un servicio de banquete que era una delicia: mandaban a casa la comida con un chef y los mesoneros y uno se sentía mejor atendido que un emperador. Cuando me casé en 1989 mi abuela ofreció brindarme una despedida de soltera. Le pedí que porqué más bien no hacia en honor de los novios una comida en Caoma invitando a los primos a comer el chino de la Corona de Oro. Recuerdo ese banquete prenupcial como el festín de Babette de mi vida. Nunca mejor apropiado el lugar común: "Un lujo asiático". 

Dos lujos asiáticos con los que seguimos contando los caraqueños a pesar de los tiempos que corren son los restaurantes El Palmar y Chez Wong. También en pie desde los años ochenta, o quizás antes, ambos restaurantes se distanciaban de la típica oferta de comida china burrera para brindar una cocina más de autor. El Palmar, en Bello Monte, era el restaurante donde uno iba cuando quería comer pato Pekín, uno de los restaurantes con mejor fama en Caracas, para ser sincera he ido poco quizás porque queda fuera de mi zona, pero muchos amigos son adictos a El Palmar.
En cambio al Chez Wong voy desde que quedaba en un sucucho en la avenida Francisco Solano que poco decía de las delicias que se preparaban ahí, quizás por eso eventualmente se mudaron a un restaurante más elegante en La Castellana, hasta hace poco bajo la estricta vigilancia de su propietario. No sé si todavía, tengo tiempo sin ir porque hoy da tanto miedo enfrentarse a la cuenta de un restaurante como a un sushi solidario. 
Lo que no he perdido la costumbre, todavía, es a pedir chino, aunque ya en mi familia no pedimos, sino que lo vamos a buscar, porque en un momento dado pedir chino se volvió tan popular, que había que esperar casi dos horas para que trajeran la comida, y llegaba fría. 

Entre finales de los años 90 y principios de la década de 2000, nos reuníamos en familia los domingos en casa de mis padres: abuelos, hermanos, cuñados, sobrinos, tíos, primos... un domingo cualquiera mi madre recibía por lo menos a treinta comensales entre adultos y niños. El mayor dolor de cabeza para mi mamá era qué se serviría el domingo de almuerzo para tanta gente:
"Tienen que avisar con tiempo si no vienen", nos recordaba a todos el jueves por teléfono, "Después sobra un comidero". 
Un domingo hacíamos parrilla, otro pedíamos paella, había domingos de pasticho, de vez en cuando un pernil, o un chupe, o un plato de pollo con maíz que dejaba preparado Griselda. Por lo menos una vez al mes, por ser lo más fácil y lo más económico para ese gentío, se pedía chino. Al principio lo pedíamos a La Corona de Oro, pero cuando comenzamos a notar que el pollo en salsa de miel y ajonjolí ya no se lo estaban comiendo ni los niños, tuvimos que reconocer que nuestro adorado restaurante chino había mermado en calidad y nos cambiamos al Salón Cantón, entonces recién abierto en La Castellana, y hasta el sol de hoy, con sus altos y bajos, sigue siendo nuestro chino de confianza. 
Lo único capaz de dar más nostalgia que rememorar la infancia es recordar la infancia de nuestros hijos, sobre todo si puede que la suya sea la última generación en mucho tiempo de caraqueños que tuvieron la suerte de crecer rodeados de primos. A principios de la primera década de 2000, compartiendo costillas, lumpias y won ton, la discusión familiar era si con Hugo Chávez estaba llegando el comunismo a Venezuela o si sería pura bulla, que si del 2007 no pasaba. Si había que empezar a preparar el "plan B", o que si la mejor manera de regresar de los Estados Unidos con un millón de dólares era llegar con dos. 
Inocente de mí, yo era la voz cantora del equipo: "Dejen la paranoia". 
Todavía en aquellos días cuando los niños de la familia jugaban al escondite en el jardín de casa de  los abuelos, coincidíamos en que el mejor país del mundo era Venezuela sin Chávez, y el segundo mejor país del mundo era Venezuela con Chávez. 
Mucha agua ha corrido bajo el puente desde entonces, la mayoría de quienes almorzábamos los domingos en casa de mis padres, pusieron en marcha su "plan B", mis abuelos murieron, mis padres se mudaron a un apartamento, hasta Griselda se regresó a Colombia, y ya nadie se atrevería a unir la palabra Venezuela con la frase "el mejor país del mundo".  Si acaso lo contrario. 
Lo que sigue siendo una constante en mi familia es pedir chino, todavía al Salón Cantón, ahora para no más de ocho comensales, en días buenos para diez. No hay mejor manera de llevar el índice inflacionario que pedir comida china una vez al mes, es impresionante cómo sube la cuenta mes a mes, tanto, que el popular restaurante de La Castellana que solía estar lleno, ya no lo está. Ni siquiera el cuartito donde se busca la comida para llevar está abarrotado como solía estar de gente resolviendo el almuerzo dominical. 
 Desde siempre soy la encargada de hacer el pedido cuando comemos chino, pero el domingo pasado lo dejé a cargo de mi hija mayor porque yo iba a un concierto al mediodía. Seguro que porque por teléfono le oyeron voz de muchacha, tras darle la cifra de lo que costaría su pedido, le preguntaron si de verdad iría a buscarlo, le dijeron que a menudo cuando decían la cifra a pagar, muchos se arrepentían, no decían nada, y se quedaba la orden fría. Mi hija pagó con la tarjeta de crédito de los abuelos, almorzar chino en familia es dos veces su sueldo de profesional. 
Y eso que hemos ido recortando, ya no pedimos costillas, que es lo más caro, si acaso una ración, pero la cuenta va en escalada y hoy comer chino para ocho es inclusive más caro que pedir un arroz a la marinera, o que preparar una parrilla (cuando se vuelva a conseguir carne). 
Pero tanto que nos ha quitado estos tiempos revolucionarios, que mientras se pueda, procuraremos seguir comiendo lumpias en Caracas. 



2 comentarios:

Steve Sax dijo...

La unica vez pedi una comida al Dragon Verde (7300149) fue terrible la experiencia. Iba a llamar a preguntar que paso pero tenia que irme a Valencia, Espana y el vuelo salia en pocas horas. Asi se quedo el asunto, en 2010. El sitio fue desmejorando mucho desde mas o menos desde entonces. Ni idea de que les paso. El camarero era espectacular un senor alto canoso. Al menos estuvo alli 4 decadas. Al menos. Ir era excelente en el primer local donde estaba el Teatro Paris. Ya luego se mudaron a una extasquita espanola, no era malo, me gustaba el sitio. Es bueno saber que no han cerrado definitivamente las puertas.

Adriana Villanueva dijo...

Tengo décadas sin probar la comida del Dragón Verde, me pasó como con La Corona de Oro, cuando comencé a sentir que ya no era el mismo de su buena época, dejé de pedir comida allí, no es cuestión de calidad de ingredientes como está pasando en tantos otros restaurantes en Caracas, que están muy difíciles de conseguir, es como si ya no estuvieran a cargo de sus dueños originales que se esmeraban por ser de los mejores chinos de Caracas.