martes, 10 de octubre de 2017

Los amigos de toda la vida


Hace un par de semanas tuve la que sería mi última primera reunión de quinto año, se gradúa el menor de mis tres hijos, también fue la más triste, no porque me haya puesto sentimental porque el tiempo pasa, mis niños crecieron y se cierra el ciclo de "mamá del colegio"... o alguna intensidad similar por la que cualquier mamá en un país con una vida cotidiana medianamente normal se pondría nostálgica, sino porque la reunión comenzó instando a los padres a que sus hijos no olvidaran inscribirse en la prueba del CNU, aunque la mayoría de los muchachos se fuera a estudiar fuera del país,  la prueba del CNU es requisito para graduarse. 
 Hablamos de un colegio en cuya educación integral siempre se hizo hincapié en el arraigo, inculcando el amor a Venezuela de manera tan divertida como educativa mediante festivales folklóricos anuales donde los alumnos de básica cantaron y bailaron valses y joropos, calipsos, tambores... desde cuarto grado viajes de estudio al interior del país, conociendo las playas de Oriente, los Médanos de Coro, La Gran Sabana junto con sus compañeros y maestros... donde los padres íbamos de visita y en las carteleras de los pasillos encontrábamos personajes del mes exaltando a grandes venezolanos como Armando Reverón, Teresa Carreño, Jacinto Convitt... un colegio que tuvo entre tantos invitados a Simón Díaz, a Laureano Marquez, a destacados deportistas nacionales como Omar Vizquel... una escuela donde se enseñaba bien el inglés, pero se celebraba Carnaval en vez de Halloween; un colegio tan venezolanista, en el mejor sentido de la palabra, sembrando el amor y el orgullo por el país, no por la patria, y henos aquí, a los papás y profesores que porfiamos en no emigrar, en esta etapa final del trayecto educativo de nuestros muchachos, dando por sentado que apenas se gradúen de bachillerato, la mayoría volará bien lejos de aquí.  
Triste, muy triste. 
En ese momento los coordinadores de bachillerato no estaban haciendo política, encaraban una terca realidad que se ha hecho patente en las más recientes promociones de tantos colegios privados: a cualquier muchacho que medio se le abra una rendija para salir de esta Venezuela sin visos de futuro, saldrá, no solo muchachos clase media o alta que tienen posibilidad de estudiar fuera bien sea financiados por sus padres o por tener un pasaporte europeo que les financie los estudios, también están emigrando muchachos de escasos recursos económicos buscando un trabajo que les permita tener una vida digna, sin miedo, muchos procurando no abandonar los estudios, no todos pueden; porque más ricos o más pobres sabemos que la triste realidad en esta Venezuela más allá de la violencia en la que vivimos, que parece ser el sello personal de esta revolución maldita, es que si cualquier profesional o trabajador llega a ganar cincuenta dólares al mes, en nuestra economía devaluada se consideraría bien pagado, pero el sueldo no le alcanzaría para nada.  
Comentan amigos profesores universitarios que los pasillos de las diferentes universidades se sienten cada vez más desiertos. Si hasta los profesores buscan emigrar. Por lo visto estudiar en una universidad venezolana poco a poco se va convirtiendo en una experiencia desoladora. Yo hasta hace unos meses aspiraba a que mi hijo, al igual que sus hermanas lo hicieron, se graduara en una buena universidad venezolana, ya ni sé qué pensar. 
Junto con mi chamo he visto crecer a sus amigos, un grupo de muchachos buenos, deportistas, rumberos, un poco atolondrados -descripción estándar que puede servir para tantos otros grupos de muchachos- qué más quisiera yo que verlos a todos convertirse en hombres y mujeres de bien, ver qué caminos toman sus vidas, saberlos amigos por siempre, presentes en las distintas etapas de su madurez.  Será por las redes sociales porque probablemente el año que viene unos estén en Canadá, otros en España, Italia, Francia, Inglaterra, algunos en Miami, Boston o Nueva York, otros en Argentina, México, y más de uno en Colombia, República Dominicana o Panamá. 
Y si este devastador proyecto político sigue atornillado indefinidamente en el poder: ¿quienes volverán?  
Ya dos compañeros emigraron en las vacaciones antes de que empezara quinto año: uno a Panamá con su familia, se fue sin despedir. El otro se despidió  en el chat de la promoción lamentando no graduarse junto con quienes fueron sus compañeros desde pre-kínder, pero su papá fue señalado como "guarimbero terrorista" por Diosdado Cabello en su programa de televisión, y la familia se fue para no volver -por lo menos mientras dure la Dictadura- no les fuera a tocar la puerta el Sebin.
La mayoría de mis amigos del colegio Santiago de León de Caracas también emigraron, se fueron yendo en cuentagotas desde el triunfo de Chávez para acá. Casi todos se fueron antes de la vorágine de Maduro previendo que de esta revolución bonita nada bueno se podía esperar. Mis amigos escritores y poetas, de hace dos años para acá, se han ido a una velocidad vertiginosa, ya ni siquiera se despiden por Facebook con la tradicional foto de los zapatos sobre el policromático piso de Cruz Diez,  ni ofrecen volver en cuanto la situación medio mejore para reconstruir el país, hoy los panas de letras parecieran irse con la única esperanza de no regresar. A esta última ola migratoria no le queda ni nostalgia, solo el trauma de haber vivido en un país en manos de la barbarie. 
 De mis amigas de toda la vida, las de las primeras fiestas y los primeros despechos, casi todas estamos aquí. Viendo en mi celular una foto que nos tomamos en el reciente matrimonio de la hija de una de las panas, pensé qué bendición, y qué rareza en esta Venezuela que ocho amigas de siempre, uña y curruña desde hace más de cuatro décadas, sigamos aquí, ninguna con planes de irse, por ahora. Aunque si todas con ganas de que dada la lamentable situación en la que se encuentra el presente en Venezuela, nuestros hijos salgan en busca del futuro que esta Dictadura está negada a brindarles en su país.  
Si Venezuela no retoma pronto el camino de la esperanza, hasta que no volvamos a creer en un futuro en nuestra tierra, entre tanto que esta revolución le habrá robado a los venezolanos, estará la dicha de crecer, vivir, y envejecer con los amigos de toda la vida. 




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