sábado, 25 de septiembre de 2010

Mi querido Mijael


No creo revelar ningún secreto de "Mi querido Mijael" al decir que el escritor israelita Amos Oz en 1968, a los 28 años, exorcisó los demonios de su niñez contando en su primera novela la historia de su madre. Por eso aunque la novela está narrada en primera persona en la voz de la taciturna Jana, de vez en cuando Yair, el niño serio que a todo le busca una respuesta, parece ser el narrador.
Pero Mi querido Mijael más que narrar la historia de una madre y de su hijo narra la historia de un matrimonio, de los caminos que nos planteamos en la vida y los que finalmente tomamos. ¿Qué habría sido de la soñadora Jana si otro hombre la hubiese agarrado del brazo para evitarle una caída en las escaleras de la Universidad Hebrea? Su padre le había prevenido que tuviera cuidado con los hombres malos, aquellos que les destrozan la vida a las mujeres, pero no le previno contra los aburridos, los que logran que los días no se diferencien entre si.
 ¿Y qué decir del geólogo Mijael? Un hombre bueno, que se sentía afortunado de haber estado en el momento del tropezón para evitar la caída de la hermosa estudiante de Literatura Hebrea, pero que se equivocó al pensar que Jana era como los gatos, que sólo se hacen amigos de aquellos que podían querer. Quizás Jana era una gata, capaz de aceptar el amor, y sólo a veces, retribuirlo.
"Mi querido Mijael", a pesar de llevar en el título un nombre masculino, es la historia de una mujer melancólica en una ciudad melancólica que un día decide abrir la ventana que la conducirá al único escape que encontró, sin imaginar que años después su inquisitivo niño se enfrentaría a una máquina de escribir para entender porqué.

lunes, 20 de septiembre de 2010

El mediador


La crónica El Rey -guardando las distancias- la escribí bajo la influencia de Orham Pamuk, de no haber estado leyendo Nieve cuando escogí tema para la columna quincenal en El Nacional, quizás habría pasado de largo el encuentro con el turista marroquí en Nueva York y el abismo que sentí entre su manera de pensar y la mía. Nieve, como toda buena novela, da para múltiples lecturas: leyéndola en una agitada capital al otro lado del planeta, vi reflejadas las turbulencias políticas de mi ciudad tropical en el pequeño pueblo Kars, cubierto de blanco, incomunicado, a punto de estallar por enfrentamientos filosóficos, políticos y religiosos entre sus habitantes. 
En la última página de la novela, cuando el narrador se despide de Kars, un joven le pide que no escriba sobre su pueblo: "nadie puede entendernos desde lejos", pero Pamuk escribe Nieve y a los occidentales se les abre una rendija para comprender que los cánones europeos distan de ser universales.  
Nieve cuenta la historia de Ka, un poeta de paso en un miserable pueblo al borde de una guerra civil entre quienes se aferran a su religión y tradiciones ancestrales, quienes sueñan con adoptar el modelo europeo impuesto por los militares, y los comunistas ateos del culto a Europa y del culto a Dios. 
Ka, tras años de exilio en Alemania, regresa a Turquía a investigar para una revista alemana sobre una epidemia de suicidios de jóvenes veladas en un pueblo aislado de las montañas. Es un tema incómodo tanto para el bando eurocentrista como para el religioso: por un lado el islamismo condena el suicidio como una afrenta a Dios, por otro lado la muchachas prefirieron morir antes que verse obligadas a dejar de llevar velo como lo exige el gobierno militar. 
Esta epidemia de suicidios es la papa caliente que lleva a Ka a meterse donde nadie lo ha llamado, siendo el protagonista de Pamuk la esencia del forastero no sólo en Kars: se sabe extranjero en la Alemania donde vive, y se siente extranjero en su nativa Turquía con la cual ya poco lo identifica. En su condición de forastero, con la necesaria distancia, Ka cree entender las razones individuales de estas tres fuerzas en conflicto que tienen en común el afán de aniquilar el pensamiento contrario y la insistencia de echarle tierrita al tema de las muchachas suicidas. 
Por esta dividida empatía, el poeta trata de ser mediador, pero a los mediadores nadie los quiere, nadie les cree, todos los bandos piensan que tienen una agenda escondida, así que en lugar de mediador,  ya que ninguno está dispuesto a ceder un ápice en su posición, Ka es usado como mensajero, sin influencia real en el conflicto. 
La historia de amor de Nieve no es su punto fuerte, lo es la confrontación política y religiosa. En el gran capítulo de la novela ni siquiera sale Ka, en él se narra el encuentro clandestino entre tendencias  irreconciliables para mandar un mensaje unido a Occidente en contra del Gobierno Militar que busca una Turquía imitando el modelo europeo. El capítulo titulado: "No somos estúpidos tan solo somos pobres" resume la indignación milenaria contra el desprecio a diferentes culturas que la occidental, la dignidad de exigir respeto a otras maneras de ver la vida. 
La tragedia en ese microuniverso que es Kars, como lo es en cualquier lugar donde hay bandos irreconciliables y uno de estos bandos ejerce su hegemonía, es que vivir sometidos a una parcialidad, bien sea política, religiosa, militar o monarquía; en la que se intenta aplastar cualquier posición contraria, es una sociedad en la que el concepto Libertad desaparece por completo del diccionario. 

sábado, 18 de septiembre de 2010

El Rey

  
De vacaciones en Nueva York, una calurosa tarde de agosto pagué peaje turístico haciendo la larga cola de TKTS, quería ver con mis hijas West Side Story. Traté de comprar las entradas por Internet pero tal era el precio que mostraba la pantalla, y como la función estaba a medio vender, opté por buscarlas en la taquilla de descuento que habilita, horas antes de que suban el telón, las entradas que quedaron frías. 
La cola de TKTS era una moderna Torre de Babel, se oían incontables idiomas, el hombre detrás de mi, al oírme hablar con mis chamas, me preguntó en correcto español de dónde éramos. Él era de Casablanca, Marruecos, sus vacaciones familiares las hacía en España (por eso aprendió el idioma), esta era su primera visita a Nueva York, y al decir la palabra familia me señaló a pocos metros a su esposa, una mujer joven con falda larga y medias blancas, y a sus 2 niños que no llegarían a los 9 años, vestidos a la última moda Gap Kids.
Me mordí la lengua para no hacerle al improvisado amigo ningún chiste fácil sobre Casablanca, una de mis películas favoritas que puedo recitar de memoria, imaginé que estaría cansado de que le citaran a Bogart. También me mordí la lengua cuando me preguntó cómo estaban las cosas en Venezuela.  No me gusta discutir sobre mi país en el extranjero, vivimos una situación atípica, tan difícil de explicar, tan esto no se puede resumir en media hora, que preferí contestarle con una evasiva. Pero el hombre insistió, tenía la versión oficial, que éramos gobernados por un presidente popular que la clase media resentía.
No caí en provocaciones, sólo le contesté que un presidente que en nombre de un Proceso tiene los poderes públicos bajo su control y que aspira perpetuarse como un rey, no es la idea de país que sueño para mis hijos. Sonrió con complacencia de estos occidentales si se complican la vida antes de contarme que Marruecos era gobernado por un rey, un rey bueno, con todo el poder en sus manos, que hacía cosas buenas para su país y a quien su pueblo quería, ¿qué había de malo en ser gobernados por un buen rey?
Quizás porque nací y crecí en una democracia con separación de poderes y alternabilidad de gobernantes me cuesta aceptar la noción de un líder omnipotente. No valía la pena debatir, cómo entendernos si vivíamos en dos mundos tan distintos, así que sintiéndolo a la expectativa tras su defensa a la monarquía, preferí preguntarle: “¿Y qué obra quieren ver?”, me contestó que Mary Poppins y de ahí la conversación pasó al más agradable tema de la oferta teatral.
Hoy recuerdo el intercambio con el turista marroquí y pienso que esas son precisamente las dos visiones de Venezuela que nos estamos jugando en las elecciones parlamentarias: aquella que apuesta por entregarle el país a un líder al que quizás considera bueno pero omnipotente e incuestionable, y aquella que se resiste a ser gobernada por los designios de un emperador. 


Artículo publicado hoy en El Nacional, le modifiqué la primera parte porque al leerlo impreso me di cuenta que el primer párrafo, sobre las virtudes de TKTS, estaba de más. 

viernes, 17 de septiembre de 2010

De cómo cargar un lavaplatos


¿Qué domingo familiar no termina con una discusión entre por lo menos tres de sus miembros sobre la forma correcta de cargar el lavaplatos? Está la cuñada que insiste en enjuagar los platos primero y pasarles un esponjita enjabonada para que no vayan tan sucios; la prima que asegura que no hace falta enjuagarlos; el muchacho que mete las bandejas de plata, y la suegra que las saca para lavarlas a mano. Domingo tras domingo la misma polémica y nada que la familia llega a ponerse de acuerdo, discutir sobre política o religión causa menos diferencias.
Hasta que por fin el diario The New York Times decidió agarrar el toro por los cachos publicando el artículo: Por el bien de su lavaplatos, no le ponga tanto jabón 
Para quienes no leen inglés, o les da flojera entrar en el link, me fusilo los datos:
- Como bien dice el título, en el lavaplatos hay que usar una dosis mínima de jabón, es errada la lógica de que mientras más jabón se use, más limpios saldrán los platos, los lavaplatos modernos están diseñados para usar menos agua que los primeros modelos, al excederse en jabón, saldrán mal enjuagados. Según el experto del NYT, se suele usar entre 10 y 15 veces más jabón de lo necesario. Lo ideal es seguir las instrucciones del empaque del detergente.
- Si los recipientes de plástico salen del lavaplatos húmedos no quiere decir que el artefacto esté fallando, los aparatos modernos están diseñados para usar menos potencia, Al Gore puede estar tranquilo.
- Los fusiñosos están errados, no hay que enjuagar los platos antes de meterlos en el lavaplatos, sólo quitarle los restos de comida, estos artefactos están diseñados para enfrentarse con la mugre, hacer parte del trabajo por ellos los descontrola, además, regresando a la lucha por el medio ambiente, enjuagar los platos que van al lavaplatos implica galones de agua que no era necesario gastar.
- No sale en el artículo pero me lo comentó un técnico que un grave error es pasarle a los platos sucios una esponja con un poquito de jabón, los lavaplatos no están preparados para enjuagar jabón que no está diseñado para él.  Pero en una Venezuela en la que no siempre se consigue lo que se busca en el mercado, con unas goticas de jabón azul Las Llaves en el lavaplato, los platos salen impecables. ¡Ojo! unas goticas, no vayan a terminar como Mickey Mouse en el Aprendiz de Brujo.
- Otro dato del técnico venezolano, a la hora de escoger jabón para lavaplatos, optar por una marca nacional antes que por una importada, me dijo algo así como que están diseñados para lavar con la densidad de nuestra agua, sin contar que son más económicos. Aunque en esta Venezuela socialista y bolivariana, a veces es más fácil encontrar productos importados que nacionales.
-Nos recuerdan en el NYT lo que ya todos sabemos: que es necesario cargar las piezas grandes a los lados y atrás del lavaplatos para no bloquear el fluir del agua y jabón.
-Los platos más sucios se lavan mejor en el centro del lavaplatos.
-Los cubiertos se ponen en la cestita diseñada para ello, pero mezclando cuchillos, cucharas y tenedores para que no se peguen y se limpien mejor. No dice el artículo si hay que colocarlos para arriba o para bajo, ni lo que muchos suponemos: que no hay que mezclar cubiertos de distintos materiales. Ninguna objeción en meter la plata aparece en el NYT, pero en otros sites aseguran que la abuela tiene razón: la platería mejor lavarla a mano.
Y con estos simples datos Evitando Intensidades cumple con su cuota anual de domesticidad esperando que en los próximos domingos familiares, no se repita la eterna discusión de cómo cargar un lavaplatos.

Tengo una camisa roja




Un lunes Milagros Socorro me llamó para avisar que la colección de Memoria y Periodismo de la Fundación Polar, en la que tuve el honor de participar, se ganó dos premios al libro del Cenal. Quería hablar conmigo en su programa en Ateneo 100.7 FM. Traté de negarme, le tengo terror a un micrófono. Pero a Milagros no hay quien le diga que no, me esperaba en la estación antes de las 10. 
Para inyectarme confianza me puse mi camisa roja, la que uso cuando salgo vestida para matar (en sentido figurado, claro está), y habría sido puntual de no ser porque en la entrada del estacionamiento del Teatro Teresa Carreño, fui abordada por cuatro efectivos de la Guardia Nacional:
 - Cédula. Bájese del automóvil. Abra la maleta del carro. Abra la cartera.
En ese momento sonó mi celular. Era mi marido. Tras quince años de matrimonio, todavía me hago la interesante:
- Ahora no te puedo atender, gordo, me está requisando la Guardia Nacional.
Los soldados revisaron el carro desde debajo de las alfombras hasta el caucho de repuesto, sin olvidar entre los asientos y la guantera; más allá de un recibo de supermercados Mi Negocio, dos carritos Hot Wheels y un cassette de Police, no encontraron nada reprochable y me dejaron pasar.
El estacionamiento estaba vacío, pero al salir a la calle me topé con decenas de autobuses de los cuales se bajaban hombres, mujeres y niños uniformados con franelas de la Misión Robinson. Tenían el rostro indiscutible del éxtasis: el presidente Chávez estaría en breve en la sala Ryos Reyna. Gracias a mi camisa Banana Republic roja, me confundí con la multitud y pude llegar puntual a la cita. Milagros tardó un poco. El Metro otra vez. Mientras la esperaba una muchacha me contó que corrí con suerte: cuando el Presidente va al “Teresa”, pocos tienen el privilegio de usar el estacionamiento del complejo cultural. La camisa roja fue el salvoconducto.
Cuando regresé al TTC media hora después, me costó recuperar  el carro: en casi todos los accesos al estacionamiento había un soldado con fusil obstruyendo el paso. La única vía posible fue mezclarme con la marea roja en el lobby del teatro. Aproveché para hacer shopping revolucionario curucuteando tablones que ofrecían afiches del presidente Chávez y de Danilo Anderson, franelas ñángaras, boinas rojas, chapas del Che, banderitas entrelazadas de Cuba-Venezuela y discos piratas de La Nueva Trova Cubana y Alí Primera.   
Andaba con recelo, cómo ocultar este tumbao de sifrina tropical que algunos identifican con el antichavismo. Pero nadie me miró raro o cuestionó mi falta de talante revolucionario. Y me sentí feliz, con la felicidad fugaz de soñar que quizás exageran quienes hablan de segregaciones políticas. Que Venezuela en verdad puede ser de todos.
 “¡Ponte a creer!” me dijo mi hermano Luis, quien a pesar de ser medio Ni-Ni(le fastidian los talibanismos de ambos lados) tuvo un encontronazo con las fuerzas del orden que lo ha hecho considerar irse definitivamente del país.
Luis vivía en los Estados Unidos desde aquellos años en que los venezolanos nos jactábamos de no emigrar, volvió a Caracas en pleno proceso revolucionario pensando que si él no se metía con la política, la política no se metería con él. Hace algunos días, estaba cruzando una calle en El Rosal cuando fue interceptado por un carro del cual se bajaron cuatro hombres, quienes mostrándole sus armas y unas supuestas placas de la DISIP, lo sometieron: “¡Gringo, contra la pared!”. Mi hermano trató de explicarles que nació en el Centro Médico, hijo, nieto y bisnieto de venezolanos. Pero siguieron cuestionándolo sobre su presencia en Venezuela: el Presidente advirtió en cadena nacional que estamos infiltrados por la CIA y esa cédula de la República Bolivariana que mostró, seguro era tan falsa como un billete de a siete. Al final lo dejaron ir, el acento caraqueño es inapelable, aunque no sin antes advertirle: “Mucho cuidado”.
Y yo que no fui maltratada ese lunes rojo, después de comprar un CD de Silvio Rodríguez, el del hombre se hizo siempre de todo material, de vías señoriales y barrio marginal... tras ser escoltada al carro por un guardia empuñando un fusil, no pude dejar de recordar los días en los que en el Teatro Teresa Carreño se le rendía culto a la música y a las artes escénicas. Tan distinto a este templo proselitista en el que una camisa roja es la única entrada válida.

Publicado en el diario El Nacionalel sábado 21 de abril de 2005, ilustración para Nojile: Rogelio Chovet, desde entonces mi hermano regresó a vivir a los Estados Unidos y el que era el edificio del Ateneo también se pintó de rojo.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Abierto


De regreso a Caracas, en una de las librerías del aeropuerto de Nueva York vi Open, las memorias de Andre Agassi, me picó el ojo no sé porqué, no soy aficionada al tenis y entre mi colección de memorias y biografías la única que cuenta la vida de una estrella del deporte es la conversación con Alfonso "Chico" Carrasquel que escribió Milagros Socorro. Como en mi maleta llevaba suficientes libros para sobrevivir la carestía bibliográfica caraqueña, preferí ni hojearlo.
Una semana después, en un paseo familiar al litoral central, me sorprendió que mi cuñado Xavier, que vive en Nueva York, como libro de viaje hubiese escogido precisamente Open. Le comenté que me había llamado la atención en el aeropuerto, así que cuando lo terminó me lo dio asegurándome que era muy bueno, aún para quienes no sabemos ni lo que es un match point. Llevé otro libro para ese fin de semana playero, pero Agassi estaba en mi destino y comencé a leer sus memorias por no dejar.
La historia se inicia con Andre Agassi en el US Open 2006 en el que podría ser el partido final de su carrera. El treintón Andre, a diferencia de sus años mozos que solía ser pitado por antipático y pantallero, era el favorito sentimental del público ya que era visto como una reliquia en un deporte donde la energía y la fuerza de la juventud suelen triunfar. Su contrincante: el griego Marcos Baghdatis, entonces octavo en el ranking mundial, era el tipo de jugador a quien Agassi en el pico de sus condiciones físicas habría derrotado hasta con una mano amarrada en la espalda.
Pero a los 36 años ya Andre no estaba como para enfrentarse en la cancha con un veinteañero, estaba cansado sin contar con el terrible dolor en la columna que lo aquejaba y la presión de su familia ansiosa de que papá perdiera de una vez y se terminara de retirar.
"Si pierdo éste será mi último juego como profesional, no tendremos que viajar más y podremos comprar el cachorrito que ustedes quieren", promesa que el pequeño Jaden le recordó la mañana del gran juego.
El prólogo de Open se lee como una novela de suspenso: ¿logrará Andre vencer al joven guerrero cipriota? ¿le queda fuerza? ¿ánimo para la batalla?  El principal conflicto no es entre Andre y Baghdatis, sino consigo mismo, una batalla interna que habría de marcar su carrera: "ojalá pierda para retirarme de una vez" contra un "debo luchar hasta que mi cuerpo no dé más". Porque desde las primeras páginas de Open hay una sorprendente revelación: Andre Agassi aborrece el tenis.
Conquistada por el prólogo, busco en la portada y en la contraportada y no está por ningún lado el autor que ayudó a Agassi a redactar sus memorias, imposible que haya sido el tenista, más que una evocación, hay un trabajo periodístico-literario que supera las expectativas.
Tras el emocionante prólogo, Open se remonta a los orígenes de Andre, su padre, Mike Aghassian, era un inmigrante iraní medalla olímpica de boxeo en los años 50, y su madre, Betty Agassi, una pasiva rubia amante de los rompecabezas que dejó que su marido tomara las riendas de la educación de los hijos. Mike, que mantenía a su familia haciendo distintos tipos de trabajos en Las Vegas, entre ellos, tensador de cuerdas de raqueta, estaba determinado a que uno de sus hijos fuera campeón de tenis. De los cuatro chamos, el menor, Andre, nacido en 1970, desde pequeño demostró que era quien tenía lo que hacía falta para llegar a alzar un trofeo de Wimbledon.
Cuando a Andre, ya número 1 en el ranking mundial, le preguntaban en alguna entrevista si desde niño fue apasionado al tenis, prefería contestar que sí, que en lugar de un osito de peluche dormía abrazado a su raqueta. Esta respuesta era menos complicada que contar la verdad: que cuando era bebé su papá le puso en la cuna un móvil de pelotas de tenis para que le diera con las manos; que a los 7 años lo obligaba a pegarle con la raqueta diariamente a 2500 bolas gracias a una máquina que las lanzaba sin parar; que cuando quiso participar en el equipo de soccer en el colegio, tuvo que hacerlo a escondidas de su padre, quien apenas se enteró, lo sacó en medio de un partido y de una gran humillación; que a los 13 años fue enviado lejos de casa a la famosa Academia Bolletieri en Tampa por tres meses, lo que la familia podía costear, pero apenas Nick Bolletieri vio jugando al muchacho, llamó al papá anunciándole que rompería el cheque y sería becado en su academia. Andre era la estrella que tenía años esperando. Terrible noticia para el adolescente que se sentía en una prisión.

Y es que Open más que la historia de un tenista es la historia del muchacho rebelde que si bien se somete a la ambición de su padre, demuestra su inconformidad en detalles como negándose a estudiar o jugando como un sarrapastroso. Sus característicos shorts de blue jean y una bandana que ayudaba a sujetarle el peluquín que ocultaba su prematura calvicie, rompieron con la tradicional elegancia del tenis de blanco. La vida de Andre toma un rumbo para bien cuando conoce a Brad Gilbert, entrenador de fútbol con pocos conocimientos de tenis, a quien la entonces promesa contrata como su entrenador físico y termina asumiendo el rol del padre cariñoso que Andre jamás encontró en Mike.
 La escalada a la cumbre del tenis no está bien descrita en Open, de repente pasamos de Andre y su hermano Philip de torneo en torneo, subsistiendo en una dieta de papa con sopa de arvejas, a Andre viajando con su entourage como uno de los mejores tenistas de los años 90, siendo su principal competencia Pete Sampras, a quien asegura Agassi que aunque no llegaron a la categoría de amigos sino de colegas, no existía la supuesta rivalidad que fue durante años la comidilla de la prensa. No se puede decir lo mismo de Boris Becker, su archienemigo, no había peor derrota para Agassi que caer ante Becker. Sólo Jimmy Connors le parecía un tenista más detestable.


Como es de esperarse, Open también le da importancia a la vida sentimental del controversial campeón, desde su novia de adolescencia quien lo dejó con el corazón roto, hasta la mujer de las fantasías de los niños y adolescentes que crecieron en los 70: Brooke Shields, su primera esposa tras un breve romance con Barbra Streisand -30 años mayor que él-. Pero así como el US Open 2006 representó el fin del camino en el tenis profesional, Andre aspira que su matrimonio con la también campeona de tenis, la alemana Steffi Grass, represente el fin de sus traspiés sentimentales.
Hoy la pareja vive un feliz retiro en Las Vegas con sus dos hijos, montaron una escuela para niños de los ghettos, la paradoja de esta escuela es que el una vez sarrapastroso Andre, exige que los estudiantes lleven uniforme.
 El misterio de la pluma detrás de Open sólo se revela al final, cuando en el epílogo Agassi agradece al escritor J.R. Moehringer, ganador del premio Pulitzer por The tender bar, por ayudarlo a escribir sus memorias.  Dice Agassi que Moehringer se negó a que su nombre saliera en la portada de una historia que no era la suya. Pero su estilo quedó, haciendo de Open un libro que hasta para una ignorante en tenis es una gran lectura.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

El museo de la inocencia


En la más reciente novela de Orham Pamuk, El Museo de la Inocencia, al igual que Sha Jahán construyó en Agra un monumento al recuerdo de su amada, el empresario turco Kemal dedica la mitad de su vida a construir un templo en honor de su adorada Füsum. El museo de Kemal no es ostentoso como el Taj Mahal, queda en la primera planta de un pequeño edificio en un barrio obrero de Estambul. Esta novela narrada como una evocación con toque de guía turística, no especifica la cantidad de visitantes que recibe tan especial museo, pero sí cuenta como el enamorado promotor viajó alrededor del mundo visitando museos para que el suyo quedara tal y como él imaginaba debía ser el homenaje a su amor.
Más de 7 mil museos visitó Kemal en su peregrinación, pero los que más le llamaron la atención no fueron los grandes museos como el Louvre, el amante prefería lugares íntimos como el Museo Flaubert en Rúan donde se exhibe en un cajón un mechón de pelo, un pañuelo y unas zapatillas de la amante del autor de La Educación Sentimental.
Kemal constató en su peregrinaje que los museos nacen de las más diversas obsesiones, y que los coleccionistas obsesionados se dividían en dos: "Los vanidosos" a quienes gusta jactarse de lo coleccionado, y los "avergonzados"a quienes les cuesta compartir su obsesión.
No se puede decir que Kemal sea un avergonzado, exhibe con orgullo aquellos objetos que durante años coleccionó: el salero que su amada una vez le pasó, sus colillas de cigarro, un perrito de porcelana que adornaba el televisor de la familia, una peineta rota ... lo que Kemal si tiene claro es cómo debe ser  su museo: de acceso limitado, cero aglomeraciones ya que no le permiten al visitante apreciar lo expuesto.


Leyendo en la novela de Pamuk estás atípicas normas de curaduría, pensé en qué distinta la exhibición nacida del talento narrativo de Pamuk, que la estrella del verano en Nueva York: Picasso en el MET.  El museo Metropolitan de Nueva York es la atracción más visitada de la ciudad, fundado en 1870, es el segundo museo más grade del planeta -lo supera el Louvre- abarca cuatro cuadras en el Upper West Side repletas de valiosos tesoros de la civilización. Sólo en la sección del Antiguo Egipto el MET cuenta con 35 mil objetos, y su colección de Picassos debe ser de las más grandes del mundo: 300 obras del artista español entre lienzos, acuarelas, esculturas, dibujos, grabados... Las más conocidas de estas obras, como el retrato de Gertrude Stein y El Arlequín, forman parte de la exhibición permanente del museo neoyorkino, pero otras tenían años guardados en los sótanos del MET y allá debieron regresar a mediados de agosto cuando clausuró la exposición.


 Al Museo de la Inocencia lo conocí hasta al último recoveco gracias a la prosa de Pamuk, pero al MET que tantas veces he visitado, todavía me falta mucho por conocer, si bien tuve la suerte de estar en Nueva York la semana final de la exposición de Picasso y pude ver de cerca esas cientos de obras poco conocidas del gran genio del arte del siglo XX. Obras que quizás no volverán a ver luz en mucho tiempo.
La verdad es que poco fue lo que pude disfrutar, había tanta gente en la exposición, que hasta para ver un grabado pequeñito había que hacerlo a codazos. Esta exposición de Picassos de las arcas del MET, fue la séptima más visitada en la historia del Museo.
Mientras el público se daba codazos para ver los grabados eróticos del ardiente Pablo, en el resto del museo, 10 mil años de civilización, dependiendo de la sala (las colecciones de arte contemporáneo, impresionistas y Antiguo Egipto son muy populares) podían estar tan vacías como el Museo de Kemal, los objetos estaban ahí, porque merecían estar, pero sólo los elegidos por una sensibilidad particular serían capaz de apreciarlos. Salas y salas desoladas, con joyas de arte barroco, medieval, Grecia Antigua, Bizancio y tan solo una señora buscando un baño, un anciano guardián pendiente de que ningún turista imprudente tomara fotos usando el flash de su cámara, y algún pintor tratando de dar con el truco de Pierre Paul Rubens para reflejar la luz de una tez nívea.

Personajes que difícilmente se encontrarían admirando en el Museo de la Inocencia el pendiente extraviado de Füsum.

martes, 7 de septiembre de 2010

Por estas calles (2004)



A pesar de vivir tiempos revolucionarios, no puedo evitar sentirme sorprendida de que el ministro de Educación, Aristóbulo Istúriz, forme parte del Comando Maisanta que busca torcerle la voluntad a quienes están considerando cuestionar en el Referendo Revocatorio al Presidente de la Nación. 
Si lo mío con Aristóbulo es casi un despecho se debe a la única vez que crucé mi camino con el líder pepetista fue en un concierto de Yordano en el teatro Teresa Carreño, gracias a un guiño musical del cantante al son de: “ hay algunos que hasta se lanzan pa’ presidente”, la sala Ríos Reyna ovacionó al entonces recién electo alcalde de Caracas que estaba sentado en primera fila.
Parece hace siglos, pero fue hace menos de doce años: todavía recibía imponente el telón de Soto en el Teatro Teresa Carreño... todavía los políticos oficialistas de turno iban tranquilos a ver un espectáculo musical sin temor a ser abucheados... todavía los empleados del teatro podían ostentar la ideología que les viniera en gana sin sentir amenazados sus trabajos... todavía el teatro no se había vuelto un centro de operaciones con las salas abiertas a los antojos de la revolución. 
Sin embargo no eran buenos tiempos, aunque ahora los recordemos como el paraíso perdido, éramos una sociedad hastiada de una democracia corrupta, tan harta que medio país aplaudió cuando un grupo de militares -en lo que llamaron un ataque de dignidad ( los mismos que hoy en el poder a toda disidencia llaman “golpismo”) intentaron derrocar al presidente electo Carlos Andrés Pérez. En ese clima de insatisfacción, Aristóbulo Istúriz, maestro de escuela, derrotó democráticamente a treinta años de bipartidismo, convirtiéndose en una anomalía tropical: un Alcalde al que todos respetábamos.
Reflejo del ambiente hastiado que se vivía a principios de los años noventa fue la novela Por estas Calles, escrita por Ibsen Martínez protagonizada por María Alejandra Martín, de ella sobreviven el dicho de Eudomar Santos: “Así como vamos yendo vamos viendo” que se convirtió en el lema favorito de los venezolanos; y la canción Por estas calles de Yordano, que resume en sus estrofas la descomposición de la sociedad urbana.
El tiempo no ha hecho mella en la canción de Yordano, hoy más que nunca “ hay pillos y malhechores, y en eso sí que no importan credo, raza o colores...”. El teniente que intentó instaurar a la fuerza su revolución "de la dignidad" en 1992, ya tiene cinco años en el poder por la vía democrática, y la corrupción lejos de mermar se ha vuelto impune. El fiscal, el contralor y todos aquellas fuerzas que en gobiernos anteriores eran capaces de darle un parado a la malversación de fondos y al abuso de poder, hoy sólo están al servicio de la revolución.
 Doce años después de Por estas Calles, Ibsen Martínez todavía es una pluma sagaz, Maríale aún actúa en telenovelas, aunque su pasión es el teatro. Yordano sigue haciendo buena música, en su disco Secretos de la noche, canta: “ Permítanme presentarme soy cantante popular, hago lo que yo quiero y no me voy a quejar, vivo de mi trabajo fui inmigrante y qué carajo, en esta tierra yo me quiero quedar, en esta tierra mis hijos crecerán”.
 A quien sí cuesta reconocer es al otrora alcalde, aquel que hace once años en su sonrisa reflejaba la esperanza de una Venezuela mejor, hoy, en lugar de trabajar para la paz y la reconciliación que tanto necesitamos, comanda una batalla que desgarra al país en dos.


Artículo publicado en el diario El Nacional, el 19 de junio de 2004, hoy lo recuerdo ante la infeliz frase de un Aristóbulo en campaña municipal: "O nosotros los liquidamos a ellos, o ellos nos liquidan a nosotros". 


lunes, 6 de septiembre de 2010

Crisis de identidad


Soy una romántica irremediable, al igual que el personaje interpretado por Katherine Heighl en la película 27 vestidos, me encanta leer la sección dominical de Novios del New York Times. Hace poco entre las historias de amor encontré una sorpresa: una de las novias reseñadas era una doctora venezolana, egresada de la Universidad del Zulia, responsable de la unidad de neurocirugía infantil en un importante Hospital de Nueva York. La recién casada mantendría su apellido de soltera, opción que aunque comparten casi todas las novias reseñadas, es lo suficientemente relevante como para ser especificado en la nota social junto con el lugar donde se ofició la ceremonia, dónde se conocieron los recién casados y cómo ocurrió el flechazo.
Conservar el apellido de soltera es de uso más o menos reciente, por lo menos en Venezuela muchas recién casadas comenzaron a hacerlo a partir de los años 70,  y ya a finales de los años 80 no era una excentricidad que una mujer del brazo de su marido se presentara con apellido distinto. En la época de nuestras madres y abuelas esa era una transgresión que pocas se atrevían a cometer, era tácito que al casarse las mujeres adoptaban el apellido del esposo, y aquellas que no querían prescindir del suyo, le agregaban un “de”. Con la costumbre tan venezolana de usar dos nombres y de pegar dos apellidos, algunas firmas terminaban siendo larguísimas.
 Cuando me casé no dudé en conservar mi apellido de soltera, pero cuando saqué cédula de casada, tras presentar el certificado de matrimonio,  ahí estaba el “de” que tanto aborrecía. Con el tiempo me dejé de complejos feministas y aprendí a manejarme con dos identidades: el Villanueva es la faceta social y profesional, y uso el apellido de casada para actividades familiares como por ejemplo, viajar.
 Durante 20 años viví cómoda con ambas identidades, hasta el día en el que sentada frente a la empleada de un banco me devolvió las 3 carpetas con los requisitos meticulosamente recolectados asegurando que el cupo de dólares de viajero de CADIVI  me lo iban a negar porque en el nuevo pasaporte salgo con los apellidos de soltera y en la cédula de identidad con el “de” de casada. Poco importa que el Adriana Villanueva, foto y huella digital estuviera en ambos documentos, semejante disparidad era motivo para no obtener los dólares de viajero. No podía mandar las carpetas a CADIVI así. Como consuelo la empleada del banco me dijo: “Los dólares los niegan por razones más absurdas, además, usted no es la única, muchos de los nuevos pasaportes han salido con los apellidos de soltera, lo que tiene que hacer para la próxima es sacar cédula nueva, estamos cansados de ver cómo devuelven requisitos por divergencia de apellidos en documentos”.
Pude viajar a pesar del banco en el que pedí mi cuota de dólares viajeros y de CADIVI, no fueron tan fusiñosos ni en Maiquetía ni en el Aeropuerto de Nueva York, además, también viajé con el pasaporte viejo porque es donde tengo la visa americana y en ella aparezco con ambos apellidos. Mi principal temor era que en el pasaje ni siquiera salía el Villanueva, pero con un documento con fotografía que certificara ambas identidades como una misma Adriana, bastó.
Por lo visto CADIVI, que trata a cualquier venezolano como tracalero en potencia buscando excusas para no otorgar dólares de viajero, es el único que hace hincapié en semejante crisis de identidad.

Artículo publicado en En Nacional el sábado 3 de septiembre de 2010

viernes, 3 de septiembre de 2010

¿Trasciende la belleza?


Hablando de crisis y martilleo en las calles de Nueva York, la forma más hermosa de martillar es haciendo música, y en verano es una delicia porque en todas las esquinas se oye un ritmo distinto: un área Barroca, un clásico del Rock, un solitario acordeonista, instrumentos celtas, trío de cuerdas, salsa, Hip-Hop.
Una tarde de agosto atravesando un túnel en Central Park me topé con una flautista tocando lo que en mi enorme incultura musical me pareció reconocer como Mozart. Fue un momento mágico, la gente le pasaba de largo, algunos le tiraban un dólar a la lata que puso como alcancía, pero nadie se detenía a escuchar la flauta con sonido privilegiado en la resonancia del túnel. Debo confesar que tampoco me detuve a esperar a que la flautista terminara la pieza. Nueva York es una ciudad que nos impulsa al constante movimiento. Pero esa imagen, ese momento, el sonido de la flauta en Central Park, quedó en mi, y me hizo recordar el experimento de Joshua Bell en el Metro de Washington.
 Joshua Bell es una de las actuales estrellas del violín, nacido en Indiana en 1967, a los 14 años se presentó como solista de la Orquesta Filarmónica de Filadelfia bajo la dirección de Ricardo Mutti y de ahí a la conquista del mundo. Atractivo y dado a la teatralidad, Bell es un divo acostumbrado a salas llenas de los principales teatros, donde las entradas pueden costar más de 200 dólares. Este violinista superstar aceptó el reto del periodista del Washinton Post, Gene Weingarten, a ayudarlo en un experimento: una mañana de enero de 2007 se puso una gorra de béisbol para pasar de incógnito y  dentro de una estación de Metro en Washington, tocó uno de sus mejores conciertos. La tesis era:  "fuera de contexto: ¿trasciende la belleza?".
45 minutos duró sacando las notas más exigentes de su violín, Bell no escogió un programa de fácil ejecución, una cámara escondida grabó estos 45 minutos que en otras circunstancias habrían impulsado a una ovación. Pasaron al lado del famoso violinista más de 1000 personas, y sólo 7 transeúntes se detuvieron unos segundos a escucharlo. Ninguno se quedó el concierto completo. Apenas una señora lo felicitó. El resultado de este experimento fueron 32 dólares para el forro del violín de Bell (un Stradivarius de 300 años que le costó más de 3 millones de dólares), y un Premio Pulitzer para el artículo de Weingarten.
 Aquí está el link de Bell en el Metro.
Algunos dirán que esto demuestra el esnobismo de los amantes de la música clásica, pero un tiempo después, el rockero argentino Alejandro Lerner hizo un experimento similar en el Metro de Buenos Aires: junto con un par de músicos dio un concierto disfrazado, el video está en You Tube, nadie pareció reconocerlo. Aunque por lo visto en el video, arrancó los aplausos que no logró Bell.
Cuánto habrá recolectado la flautista en el túnel de Central Park, a diferencia de Bell y de Lerner, ¿necesitará ese dinero para pagar la renta? ¿Para comprar esa noche la cena? A cuántos virtuosos ofreciéndonos su música le habremos pasado por al lado indiferentes. Ojalá no haya habido una cámara escondida en el parque para reiterar una vez más qué burros somos para reconocer cuando trasciende la belleza.