lunes, 6 de septiembre de 2010

Crisis de identidad


Soy una romántica irremediable, al igual que el personaje interpretado por Katherine Heighl en la película 27 vestidos, me encanta leer la sección dominical de Novios del New York Times. Hace poco entre las historias de amor encontré una sorpresa: una de las novias reseñadas era una doctora venezolana, egresada de la Universidad del Zulia, responsable de la unidad de neurocirugía infantil en un importante Hospital de Nueva York. La recién casada mantendría su apellido de soltera, opción que aunque comparten casi todas las novias reseñadas, es lo suficientemente relevante como para ser especificado en la nota social junto con el lugar donde se ofició la ceremonia, dónde se conocieron los recién casados y cómo ocurrió el flechazo.
Conservar el apellido de soltera es de uso más o menos reciente, por lo menos en Venezuela muchas recién casadas comenzaron a hacerlo a partir de los años 70,  y ya a finales de los años 80 no era una excentricidad que una mujer del brazo de su marido se presentara con apellido distinto. En la época de nuestras madres y abuelas esa era una transgresión que pocas se atrevían a cometer, era tácito que al casarse las mujeres adoptaban el apellido del esposo, y aquellas que no querían prescindir del suyo, le agregaban un “de”. Con la costumbre tan venezolana de usar dos nombres y de pegar dos apellidos, algunas firmas terminaban siendo larguísimas.
 Cuando me casé no dudé en conservar mi apellido de soltera, pero cuando saqué cédula de casada, tras presentar el certificado de matrimonio,  ahí estaba el “de” que tanto aborrecía. Con el tiempo me dejé de complejos feministas y aprendí a manejarme con dos identidades: el Villanueva es la faceta social y profesional, y uso el apellido de casada para actividades familiares como por ejemplo, viajar.
 Durante 20 años viví cómoda con ambas identidades, hasta el día en el que sentada frente a la empleada de un banco me devolvió las 3 carpetas con los requisitos meticulosamente recolectados asegurando que el cupo de dólares de viajero de CADIVI  me lo iban a negar porque en el nuevo pasaporte salgo con los apellidos de soltera y en la cédula de identidad con el “de” de casada. Poco importa que el Adriana Villanueva, foto y huella digital estuviera en ambos documentos, semejante disparidad era motivo para no obtener los dólares de viajero. No podía mandar las carpetas a CADIVI así. Como consuelo la empleada del banco me dijo: “Los dólares los niegan por razones más absurdas, además, usted no es la única, muchos de los nuevos pasaportes han salido con los apellidos de soltera, lo que tiene que hacer para la próxima es sacar cédula nueva, estamos cansados de ver cómo devuelven requisitos por divergencia de apellidos en documentos”.
Pude viajar a pesar del banco en el que pedí mi cuota de dólares viajeros y de CADIVI, no fueron tan fusiñosos ni en Maiquetía ni en el Aeropuerto de Nueva York, además, también viajé con el pasaporte viejo porque es donde tengo la visa americana y en ella aparezco con ambos apellidos. Mi principal temor era que en el pasaje ni siquiera salía el Villanueva, pero con un documento con fotografía que certificara ambas identidades como una misma Adriana, bastó.
Por lo visto CADIVI, que trata a cualquier venezolano como tracalero en potencia buscando excusas para no otorgar dólares de viajero, es el único que hace hincapié en semejante crisis de identidad.

Artículo publicado en En Nacional el sábado 3 de septiembre de 2010

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