jueves, 13 de julio de 2017

El exilio de un escritor


"Confesiones de un burgués" de Sandor Márai no me ha atrapado tanto como "Tierra, Tierra"(1972); uno de los mejores libros de memorias que recuerdo haber leído. Mientras Márai en sus primeras memorias escritas llegando a la tercera década evoca su infancia y juventud, como bien dice el título, en el seno de una familia burguesa, es difícil establecer empatía (o simpatía) con el atorrante niño que fue, que se siente un solitario de por vida por el simple hecho del nacimiento de sus hermanitos. En cambio "Tierra, Tierra" es un relato sobrecogedor de cómo esa apacible vida burguesa se la llevó al diablo primero con la invasión nazi, y después con la invasión soviética en Hungría. 
Al final lo que llevó a Márai a tomar la determinación de abandonar su amada Budapest y vivir en el exilio, fue darse cuenta que seguir en la Hungría comunista un afamado intelectual como él, era darle una especie de espaldarazo al régimen impuesto por los soviéticos en su país, ya instalada una censura férrea. Si un escritor de peso como Sandor Márai seguía en la Hungría comunista, no se debía vivir tan mal.
Entre las anécdotas que narra Márai de su infancia en las "Confesiones de un burgués", está la aparición en su pandilla de pre-adolescentes de un líder nato sin mayores atributos más que ser un líder. Se trataba de un jovenzuelo que nadie sabía donde vivía, ni siquiera particularmente inteligente, mucho menos simpático, pero "de carácter fuerte y decidido" que tenía un extraño poder sobre los niños del vecindario que acataban sus ordenes sin cuestionamientos, ordenes como revisar los libros de contabilidad de sus padres para saber con cuánto dinero disponían.
Escribe Márai: "Más tarde, en el mundo de los adultos, en el mundo de los partidos políticos, llegaría a conocer vagabundos semejantes a aquel muchacho, surgidos de la nada de una forma mística; vagabundos ni muy inteligentes ni muy cultos ni muy bien informados, a quienes, sin embargo, todos obedecían, hasta los más disciplinados y expertos, sin oponer la menor resistencia, con una entrega llena de lujuria y tristeza... La lectura especializada describe muchos casos de gente que llega de la nada, gente que aparece en una comunidad humana en la que existe un descontento, aunque sea inconsciente; gente que siembra las semillas de un movimiento o de una revuelta, gente que despierta la duda en los corazones de los demás, haciéndolos conscientes de sus contradicciones internas, gente que da pie a un proceso de cristalización para desaparecer un día de repente sin dejar rastro, quizás para terminar su actuación en la horca o en la leyenda. Solía observar el material humano de los mitos políticos lleno de sospechas".
Leyendo este párrafo evoco a Hugo Chávez Frías, ese teniente que en medio de un enorme descontento político ante las primeras semanas de gobierno de CAP II -que entonces nos parecía un hervidero, pero comparado con las tempestades actuales hoy nos parece un simple malestar- se dejó colar en una sociedad con tan desafortunado: "Por ahora", tras el fracaso de una intentona de golpe de Estado, que ofrecía acabar con el establecimiento político en Venezuela.
Ese "Por ahora" sembró popularmente la semilla de un movimiento revolucionario cuyas huestes más de veinte años después, aun muerto su carismático líder, tienen a Venezuela en la crisis más profunda de nuestra historia Republicana.
Recientemente comentaba entre los panas de Facebook que si tuviera el De Lorean de regresar al pasado, iría al año 1992 a impedir a como diera lugar darle cámara al nefasto: "Compañeros, lamentablemente, por ahora los objetivos que nos planteamos no fueron logrados en la ciudad capital". Este comentario suscitó una interesante diatriba en mi Facebook, ¿marcó esa promesa televisada de Chávez de no capitular a su sueño revolucionario, el presente que hoy nos hace el país más miserable de América? ¿o estábamos condenados irremediablemente a un proceso histórico similar aun sin ese portento histórico que fue Chávez?
De nada sirve especular con la Historia, como canta Yordano: "Lo que pasó pasó, y no hay manera de que vuelva atrás". En el caso de Chávez, su temprana muerte a los 57 años, lo convirtió en leyenda con el suficiente peso político a la hora de su agonía de dejar un autoritario andamiaje montado, además de asignar a un bate quebrado como heredero, cara civil de un gobierno militar. Pero ya sin ese encantador de serpientes que era "El Comandante", sumado a la caída de los precios del petróleo, la revolución perdió su encanto popular, y hoy a pocos queda duda que lo que se vive en la Venezuela al mando de Nicolás Maduro es una vil Dictadura.
Hoy los herederos que capitalizan aquel sueño revolucionario se sostienen imponiendo su voluntad con trampa y fuerza gracias a un Tribunal Supremo de Justicia nombrado a la medida del régimen, y que los principales componentes tras el supuesto poder de Maduro, son parte de una corrupta cúpula cívico-militar negada a la posibilidad de enfrentar la justicia, o perder sus pingues privilegios.
Sandor Márai, nacido con el siglo, emigró de Hungría a los 48 años, dando su país por perdido ante el yugo comunista. No sé si en el fondo de su alma guardaría la esperanza de algún día regresar. No se pudo, tras vivir en Italia, eventualmente se radicó en los Estados Unidos, se suicidó a los 88 años, entonces había mermado el comunismo en Europa, pero ya Márai no tenía la fuerza de regresar a Hungría, y ante el deterioro físico que lo obligaba a vivir el resto de sus días en un hospital, optó por quitarse la vida.
Anhelo no tener que seguir el ejemplo de Márai e irme de mi país, que a pesar de los deplorables momentos que vivimos, no dar a Venezuela por perdida. Dios quiera que la lucha demócrata de estos meses no sea en vano. Como anhelo que tantos amigos que se han ido, sobre todo quienes se han marchado estos últimos terribles meses en los que busca imponerse definitivamente la Dictadura, no corran con la suerte del escritor húngaro, o de tantos cubanos que se fueron de Cuba ante la Dictadura de Fidel Castro, o de tantos españoles que huyeron de la España franquista; y morir de viejos lejos de sus tierras sin ver el fin de la Dictadura. 
Que en un futuro cercano, más temprano que tarde, quienes aquí seguimos no nos sintamos tentados a irnos, y quienes se fueron se sientan tentados a regresar.

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