Una
tarde cualquiera, un mes después del abrupto
adiós de Leopoldo Castillo de su programa vespertino Aló Ciudadano, casi como
un reflejo condicionado, al llegar a casa prendí el televisor y sintonicé Globovisión.
Pero en lugar del Citizen conversando con algún invitado sobre las noticias del
día, o un programa medianamente similar
que ocupara su lugar, me encontré con un noticiario deportivo, como si hubiese
sintonizado Meridiano TV. El resto del bloque que solía ocupar Leopoldo
Castillo, por lo menos esa tarde, fue igual de estirilizado contra cualquier
comentario adverso a la gesta revolucionaria: un noticiero tecnológico, y un
programa sobre la crisis política en Egipto.
Mientras
tanto en VTV, el canal del Estado, “el
canal de todos los venezolanos”, como una muestra del equilibrio informativo en
el que hoy vivimos, en el programa Dando y Dando una periodista - que no era Tania Díaz cuyo nombre se
me escapa- conversaba con un economista. Ambos con rostros circunspectos advertían
sobre la actual escasez en Venezuela como parte de una “guerra económica” inducida
por la “Derecha desestabilizadora” y “los
medios de comunicación golpistas”.
Ninguna mención a cualquier posible falla de
la política económica de Chávez para acá.
Close-up de la periodista viendo fijamente a
la cámara, decía algo así como: “en manos del pueblo revolucionario está vencer
esta despiadada guerra: amigo, amiga, compre solo lo que necesite, deje para
los demás, que el presidente Maduro y su gabinete económico están controlando la
situación pero requieren de la ayuda del Pueblo para lograrlo”.
Dos meses después del llamado al Pueblo
Revolucionario a formar parte de la infantería cívica contra la Guerra Económica,
los anaqueles de los mercados venezolanos siguen carentes de artículos básicos.
Hoy es casi un milagro, por ejemplo, entrar a un mercado y encontrar papel higiénico,
porque apenas llega un cargamento, se corre la voz y en cuestión de minutos el
local se convierte en una réplica de un capítulo de The Walking Dead: personas
sin alma con el objetivo de hacerse del preciado bien.
Una
tarde de octubre en el mercado de mi zona, donde compra barrio y urbanización
por igual, había llegado un cargamento de papel higiénico y lo estaban
vendiendo hasta por bulto, que por lo menos en mi casa donde vivimos 6 personas,
podría durar poco más de un mes. Esperando mi turno para pagar pensé que en
momentos como este es que debería trabajar un buen encuestador para medir el
nivel de confianza de país. Así como antes se preguntaba a las salidas de los
mercados: “¿Qué marca de papel higiénico prefiere?”, hoy se debería preguntar:
“¿Desde cuándo no conseguía Papel Higiénico?” , “Si tiene en su casa y lo
encuentra en el mercado, ¿igual compraría aunque tuviera que hacer cola?”.
Esa tarde la confianza de país parecía tan escasa
como la leche, el arroz y la harina; todos en la cola para pagar llevaban su bulto de
papel al hombro como si de una presa de caza se tratara. Solo una mujer vestida
de taller rosado apenas se llevaba cuatro rollitos. Su mirada desafiante frente
al jolgorio general ante la cotizada carga, la delataban como una de aquellas
venezolanas que creen que en verdad,
verdad, estamos a un tris, es decir, a un viceministerio, de la Suprema
Felicidad Social.
Artículo publicado en El Nacional, noviembre 2013
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