jueves, 11 de septiembre de 2008

Ave María


Soñaba con regresar a Madrid no tanto por su insuperable gastronomía o por el milagro de volver a ver los Velásquez y los Goya del Museo del Prado, sino para deleitarme en las librerías de la capital española como niño en dulcería saboreando la  opípara oferta literaria que difícilmente llegará a nuestro país. Por eso cuando después de quince años sin visitar a Madrid, por fin estaba en la Casa del Libro cual hambrienta mariposilla de mesón en mesón, abriendo libros, oliéndolos, saboreando primeros párrafos, decidiéndome éste si éste no porque tampoco me los puedo llevar todos, en lugar del silencio sagrado de templo que espero en una librería, desde la calle se oían gritos y suspiros, me asomé molesta a los enormes ventanales que dan al Corte Inglés.
A pesar de la lluvia y de las ráfagas de viento que azotaban a Madrid esa tarde otoñal, cientos de jóvenes hacían impacientes una larga cola alrededor de la gigantesca tienda por departamentos.
"¿Qué pasa?"- pregunté nerviosa a los indiferentes empleados de la librería que iban de acá para allá cargados de montañas de libros que no se cansan de arreglar, pero a los eficientes libreros programados para contestar cualquier pregunta sobre Pessoa, Plá o el Siglo de Oro Español, no se les puede preguntar algo que tenga que ver con sus vecinos del Corte Inglés, porque te miran con un desprecio capaz de convertirte en una estatua de hielo.
No aguanté más, con tanto barullo no se puede estar en una librería,  por eso hice lo que cualquier mujer que siente que la adolescencia no se quedó atrás habría hecho en mi lugar: dejar la literatura para otro día y unirme al tumulto femenino porque “alguien” estaba por llegar.
Todavía el príncipe Felipe no había salido con la cuchillada trapera de anunciar compromiso, ante tanta muchacha delirante, pensé que el cotizado soltero había proclamado entre las jóvenes casaderas del reino que tenía una zapatilla de cristal marca Loewe, y que esa misma tarde, en El Corte Inglés de Preciados, la afortunada a quien le calzara sería la futura reina de España. Pero no, la monarquía nada tenía que ver con esto, cuando le pregunté a una niña que suspiraba a quién diablos estábamos esperando, la muchacha, con ojos anegados de ilusión, me contestó con voz chillona y entrecortada: “¡Pues a quién va a ser, a Rosa !”
¡Joder! Rosa de España, la ganadora de la primera edición de esa simpática lotería musical que es Operación Triunfo. Sabía de ella por la revista ¡Hola! Rosa, gordita, risueña, sufrida, querendona, dada a las lágrimas, melodramática, con problemas en las cuerdas vocales... la famosa Rosa.
Grité frustrada: "¡Por qué el encuentro no es con Miguel Bosé!", alarido que pasó inadvertido entre las adolescentes voces que coreaban: “Rosa, con lluvia, sin lluvia, eres cojonuda”.
¡Vaya, que ni a los Beatles los recibieron así!
Extraña vida esta que me da la oportunidad de presenciar la multitudinaria presentación del segundo disco de Rosa cuando ni siquiera he oído una canción del primero.
 Quién soy yo para cuestionar al destino, así que esperé por un largo rato a la famosa joven granadina,  hasta que el frío me venció, entonces decidí entrar en el Corte Inglés, me bañé de perfumes, me probé un par de pantalones que no me quedaron, soñé comprarle a mis niñas unos vestiditos nido de abeja que jamás se pondrían, y regresé para ver si Rosa ya había llegado, y ahí seguían ellas, sus fans, coreando como si no hubiera pasado un minuto, a pesar de que ya era de noche: “Rosa, con lluvia, sin lluvia, eres cojonuda”. Pero de la Rosa, nada.
Si llegó, no sé, esta venezolana no la esperó más, quizás porque no seguí la primera edición de Operación Triunfo, no creía que Rosa de España ameritaba una pulmonía.
De regreso a Caracas leí en el periódico que el príncipe Felipe anunció compromiso con una periodista de la Televisión Española llamada Letizia Ortiz, y que David Bisbal, el guapo competidor de Rosa en Operación Triunfo que quedó como primer finalista, estaba de visita en Venezuela. Pero yo no estaba para nimiedades ni mucho menos cantantes de rizos dorados, mi mente la ocupaban temas más profundos como la relación del sueño con la obra creativa, decidí acudir con este surrealista dilema a mi padre espiritual, Isaac Chocrón, para ver si me daba una luz al respecto.
Isaac, dramaturgo, novelista, ensayista, ha sido mi guía desde los años ochenta cuando era mi profesor en la Escuela de Artes, yo recordaba que alguna vez en clases tocó el tema onírico en la creación y no dudé en pedirle que disertara al respecto ante un grupo de escritores convocados por la periodista Milagros Socorro, para una matinal charla en la Fundación Polar.
Chocrón trató de responder mi inquietud, de verás que trató, comenzó hablándonos de los fantasmas que atacan en la noche, pero de repente, cuando los nóveles escritores lápiz en mano y libretica abierta copiábamos su interesante disertación,  hizo una confesión que logró que a más de uno se nos cayera el lápiz al piso: “El sábado fui a ver a David Bisbal en el Teatro Teresa Carreño”.
Primero se hizo un silencio tan denso que pudo haber sido cortado con un cuchillo, después se oyeron risas entre nerviosas y divertidas, a mí lo que me dio fue un ataque de pánico: "¡no, Isaac no, mi venerado maestro no puede estar infectado por la fiebre de Operación Triunfo!".
Como buena moderadora, Milagros puso orden entre los murmullos y las risas pidiéndonos que dejáramos a Isaac explicarse, y el maestro continuó: “A mi casa llegaron la semana pasada dos entradas para el concierto de Bisbal en la sala Ríos Reyna. Qué cosa tan rara, pensé, ¿qué tengo que ver yo con Bisbal? Aunque como fui Director del Teresa Carreño, todavía me llegan todo tipo de entradas. No quise desperdiciarlas, me acordé de que mi amiga Miriam Dembo seguía Operación Triunfo desde sus comienzos, y la llamé para que fuera con su nieta. Miriam se emocionó muchísimo pero me dijo: ‘con mi nieta no, Isaac, quiero ir contigo’. ¡Miriam tú estás loca!, le contesté, pero a Miriam no hay quien le diga que no y tres días después, me vi rodeado de adolescentes delirantes que pasaron todo el concierto paradas, cantando a voz en cuello, moviendo los brazos en vaivén, ¡y Miriam era una de ellas! Hasta que aturdido le dije: ‘ya no aguanto más, vámonos de aquí’. Miriam, como regañada, accedió, cuando casi llegábamos a la salida, sonaron los acordes de una canción que hizo que la niña se me rebelara: ‘Ah no, yo no me voy hasta que no termine Ave María’. Y ahí la dejé, moviendo las caderas y cantando como una quinceañera: ‘Ave María, cuándo serás mía’, mientras yo me iba a hacer pipí”.
Como cada vez que Isaac narra una anécdota, las risas se volvieron carcajadas, pero yo no estaba conforme, algo faltaba:
"Isaac ¿y los sueños? ".
"Para allá voy", me contestó mi maestro. "Esa noche tuve una pesadilla horrible, soñé que corría por estrechas callejuelas y que cientos de niñas corrían detrás de mí. ¡Yo era David Bisbal!".
Que les puedo decir, la clase se acabó, no sé si en la anécdota de Isaac estaba la respuesta a mi dilema creativo y no la supe descifrar, o como diría Segismundo si los sueños sueños son, a la única conclusión que llegué es que de ahora en adelante, los lunes a las diez de la noche en el canal de la Televisión Española no me pierdo Operación Triunfo.


Esta crónica fue escrita en el año 2003, publicada en Ficción Breve y en Nojile. El viernes pasado me encontré con mi querido Isaac en los 50 años del grupo editorial Santillana, y ayer vi a David Bisbal cantar Ave María en el Miss Venezuela. Lo tomé como señales divinas que debía rescatar esta crónica en Evitando Intensidades.

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