lunes, 4 de enero de 2021

¿Cuál es el atore?


Sacando cuentas el cambio comenzó recién cumplidos los cincuenta años, quizás un poco después,  entrando la sexta década Oscar era un gordito feliz, si yo le decía que estaba subiendo de peso, que debía hacer ejercicio y mejorar su alimentación, me contestaba que cuál era el problema. Como yo tampoco hacía ejercicio y  podía perder unos kilos para verme mejor, no tenía moral para insistir. Fue nuestro amigo Fernando quien logró el cambio, desconozco que argumentos usó, quizás enseñando con el ejemplo, durante varios meses se reunían temprano todas las mañanas en el gimnasio del club donde Fernando, en forma toda su vida, diseñó un entrenamiento para Oscar en la caminadora que intercalaba trote con caminata, además de pesas y abdominales.
El cambio se comenzó a ver a las pocas semanas, mi esposo adelgazó no solo por el ejercicio, también entró en una dieta estricta de no cenar, con una fuerza de voluntad admirable para un glotón que cocinaba casi todas las noches para la familia. Desde que comenzó el entrenamiento nuestro chef particular en la noche se negaba a comer nada más allá de un plato de sopa, ni una empanada, ni una arepita, si acaso un vodka porque tampoco era un mártir. 
Yo estaba contenta por él porque su sobrepeso comenzaba a rayar con la obesidad, pero ni loca me unía a  semejante dieta, mucho menos a su ritmo de ejercicios, soy de la filosofía de Oscar Wilde de "haría cualquier cosa por mantenerme joven menos hacer ejercicio", no soy flaca, tampoco soy gorda, pero para qué negarlo tres kilos menos no me sentarían mal. Sobre todo si mi marido, en cuestión de meses, había perdido más diez kilos o dos tallas de pantalón. La ropa le quedaba colgando, a los pocos meses después de comenzada su rutina de ejercicios, se compró un par de blue jeans, un par de pantalones para vestir, y regaló los pantalones que le quedaban grandes. Traté de convencerlo que dejara por lo menos un blue jean de los viejos guardado, quién quita. Se puso furioso: después de tanto sacrificio ni loco volvía a engordar, jamás en su vida se había sentido mejor. 
Y aunque la dieta estricta no duró mucho, el afán de hacer ejercicio lo acompañó hasta su último suspiro, literal. Murió subiendo el Ávila recién cumplidos los 58 años, pero ese punto es el final de la historia. 
Oscar siempre fue un fusuco, acelerado, yo soy de temperamento tranquilo, pausado, de cierta manera nos complementábamos, o por lo menos lo hacíamos antes que le diera por hacer tanto ejercicio, hasta entonces cuando caminábamos juntos nos las arreglábamos para acoplarnos yendo al mismo ritmo, pero cuando comenzó a trotar a diario, siempre iba varios pasos delante de mi, por más que yo apurara el paso, no lograba alcanzarlo, por eso vivía diciéndole: ¿"Cuál es el atore?".
Hace pocos años, viajamos a Buenos Aires y a Bogotá, ciudades a las cuales primera vez que íbamos, Oscar me esperaba en las esquinas viendo el celular o fumando un cigarrillo porque decía que no podía ir a mi paso, que yo caminaba demasiado lento, y es verdad, me doy cuenta en Nueva York donde caminar rápido es una característica de la ciudad,  que hasta las viejitas en andaderas me pasan. En Buenos Aires y Bogotá tenía la justificación de estar conociéndolas, absorbiendo cada detalle, poco a poco, "¿Cuál es el atore?". El siempre me contestaba: "Es que tú caminas demasiado lento", y yo le contestaba "eres tú el que camina demasiado rápido".  En nuestros viajes anteriores eso no pasaba. 
Hasta para ir al edificio de mi mamá que queda al lado de nuestro edificio, Oscar iba varios pasos adelante de mí. Durante el principio del confinamiento, cuando seguimos una cuarentena estricta aterrados por el contagio al Covid-19, ni mi mamá, ni mi hijo ni yo salimos durante más de dos meses. Oscar era quien se encargaba de buscar los alimentos y preparar el almuerzo para la familia. Al principio iba en carro, cuando comenzó la escasez de gasolina en Venezuela, decidió que qué mejor ejercicio que ir al Mercado de Chacao trotando. Se iba cargando con dos bolsas vacías, y se regresaba trotando con los ingredientes del almuerzo del día. El único inconveniente fue un perro realengo que lo atacó. Oscar le tenía terror a los perros, este incidente no lo paró de regresar al Mercado de Chacao trotando, solo cambió de ruta para no volver a enfrentarse con la fiera.
Por mi parte comenzando la cuarentena decidí que procuraría hacer ejercicio todos los días, jamás con la intensidad de Oscar, caminaría todas las mañanas por el edificio una hora, a mi paso, oyendo un audiolibro, no era un plan de ejercicio para adelgazar, sino para moverme un poco, no quedarme encerrada leyendo, armando un rompecabezas o viendo Netflix. Oscar, que había pasado de la caminadora del gimnasio del Club a correr maratones, a participar en carreras nocturnas subiendo al Ávila con linterna en la frente, y hasta llegó a irse trotando con su grupo de amigos corredores a las playas de Todasana; veía mi disciplina de caminar por el edificio como un inútil divertimento: "Eso no es ejercicio, si no sudas, si no te late el corazón como un caballo desbocado, estás perdiendo el tiempo". Yo no me dejé desmoralizar,  "¿Cuál es el atore?" para quien el mayor ejercicio era ir del cuarto a la computadora, o arreglar la biblioteca, esa caminata diaria era un gran avance. Caminata que sigo hasta hoy. 
Cuando el confinamiento comenzó a hacer mella en almas claustrofóbicas como la de Oscar, como en mayo, no tardó en conseguir compañeros de ejercicios que lograban burlar la cuarentena primero subiendo un cerro por El Cafetal, después por entradas más clandestinas al Ávila que la subida de Sabas Nieves, que estuvo cerrada varios meses. No los conocía a todos, por las fotos que compartía en Instagram veía que era un grupo heterógeneo de corredores, hombres y mujeres, muchos no llegaban a los cuarenta años, otros ya pasaban los setenta.  A menudo le decía que no se excediera, él no tenía cuarenta años. No me hizo caso. El padre y el abuelo de Oscar habían muerto antes de los cincuenta años de un infarto, era lógico que se debió haber chequeado regularmente con un cardiólogo, pero para él su certificado de salud era saber que seguía con facilidad el ritmo de corredores veinte años menores. 
Oscar era "un duro", le decían sus amigos deportistas sabiendo que había empezado semejante nivel de ejercicio después de los cincuenta.
Cuando Oscar comenzó a trotar, antes y después de la cuarentena más estricta, yo me despertaba como a las siete de la mañana, ya él se había ido hacía rato. Rara vez me daba las coordenadas de sus planes de ejercicios, ese sábado cuatro de julio el día amaneció como cualquier otro de los últimos meses de la era del Covid-19, el cielo azul intenso, sin una nube, me desperté a la hora de siempre, ya Oscar no estaba en la casa, tendí la cama, me vestí con ropa de ejercicio, estaba en la cocina pensando qué me iba a preparar de desayuno antes de salir a caminar, apenas pasaban las ocho de la mañana cuando sonó el timbre. Me asomé a la puerta y vi con grata sorpresa que eran mis tíos, inocente de mí, pensé que pasaban por el vecindario y decidieron visitarme para que les brindara un café. Esa ingenua alegría duró breves segundos al ver sus rostros pálidos, balbuceando, intentando buscar las palabras para iniciar la conversación. María Elisa me dijo que entráramos que teníamos que hablar, Gonzalo continuo que tenían que darme una mala noticia. Yo no pude moverme de la puerta, necesitaba saberlo ya: "¿Qué pasó?". María Elisa dijo: "Oscar, un infarto". No hizo falta decir más, en ese momento supe que después de treinta años de matrimonio, me había quedado viuda.
De las primeras llamadas que hice fue a los amigos con los que estaba subiendo a un sector de la montaña  conocido como El Bombillo. Hablé con Fernando, me contó que Oscar se sintió mal a medio camino, fue rápido, apenas un mareo, dijo que quería regresar a casa, dando la vuelta se desmayó, un infarto fulminante, hicieron lo que pudieron,  una doctora que estaba pasando por casualidad intentó revivirlo dandole masajes cardíacos, pero fue inútil. 
Traté de ser fuerte, le dije que Oscar había muerto haciendo lo que le había llenado la vida los últimos años, rodeado de amigos.
El resto es parte de la intimidad del dolor que no viene al cuento, demasiada intensidad, solo que hoy se están cumpliendo seis meses de que a Oscar se le paró el corazón, todavía en las mañanas cuando me despierto, extiendo el brazo al lado derecho de la cama, y al sentirlo vacío, pregunto: "¿Pero cuál era el atore?".

9 comentarios:

Imágenes urbanas dijo...

Mi querida, qué decirte sino que no sufrió y se fue haciendo algo que le gustaba mucho.
Un gran abrazo para ti.

adriana bertorelli p. dijo...

Ay, tocayísima, intensa o no, me hiciste llorar a moco suelto. Te abrazo siempre.

NuniGallo dijo...

Se fue el flaco Oscar... Dejando un gran vacío

yuri bastidas dijo...

Que bonito homenaje a tú atorado Oscar.
Gracias por volver a escribir tus intensidades.
Un abrazo
Yuri.

Unknown dijo...

Muy triste ésta intensidad😥😥

Alí Reyes dijo...

He leído, no solo este artículo, sino los otros donde hablas de Oscar con mucha admiración, no es para menos. Aunque se debe reconocer que debiste adpatarte a convivir con esa combinación, de José Gragoria Hernández, Forres Gum, Duro de matar y Madre Teresa de Calcuta, que originó tantas y tantas buenas anécdotas. Pero ¿sabes? Creo que Oscar no hubiese aceptado morir languideciendo en la cama de un hospital...Eso no iba con él...y tú lo sabes.

Alí Reyes dijo...

Adriana...en otro orden, te voy a dejar acá una entrada que es como un regalo de año Nuevo para mis colegas blogueros. Por favor léela ¿trato?

http://tigrero-literario.blogspot.com/2015/01/para-eduardo-j.html

delamoralodio dijo...

Querida Adriana, admiro tu entereza, tu fortaleza. Bello, sentido y real relato sobre tu esposo. Las ironías de la vida...

Erasmo dijo...

El atore no era para llegar al fin...
cuando te toca, ni que te apartes.
El atore era para llegar satisfecho de haberlo hecho como quiso y como le gustó.... bravo por él....que no quería llegar a ese momento torpe o lento.