La crónica del viaje a Berlín quedó muy formal, faltaron anécdotas, como por ejemplo la infortunada visita a Checkpoint Charlie, antiguo punto fronterizo entre las zonas soviética y estadounidense de Berlín por donde no estaba permitido el paso a ciudadanos alemanes. Derribado en el año 1990, vuelto a recrear en el año 2000, por ese punto de acceso antes del derrumbe del muro solo se le permitía el paso a extranjeros, militares y burócratas de ambas Alemanias.
Ese domingo Camila
y yo ya estábamos lo suficiente ubicadas en la ciudad como para que con la
ayuda de Google map, aprovechando uno de los días más azules que recuerde,
caminar hasta algunos sitios de interés a los que no nos dio tiempo de bajar
en el autobús turístico.
Como de una mañana
tan hermosa no se podía desperdiciar ni un minuto, nos saltamos el buffet de
desayuno del hotel y desayunamos brëzels (pretzel) en una panadería cercana.
Llegar a Checkpoint Charlie fue un paseo como de media hora, y porque me
distraigo fácil tomando fotos de detalles que me llaman la atención: edificios
interesantes, arte de calle, un rayo de luz inesperado... Nada que ver con las
típicas fotos postales. Por eso cuando por fin llegamos al célebre punto de
frontera entre las dos Alemanias, me pareció divertido tomarle una foto a los
supuestos soldados norteamericanos, portando orgullosos sus banderas de barras
y estrellas, al mismo tiempo que posaban con turistas para el lente de un
soldado soviético.
Lo que sucedió
después jamás me habría pasado cuando usaba cámara con rollo, porque antes de
tomar una foto, una fotógrafo regularzona como yo, lo pensaba dos veces ya que
el revelado era costoso y no se desperdiciaban fotos con nimiedades que solían
ser, en la mayoría de los casos, fotos perdidas. Hoy con la facilidad de la
fotografía digital se le toma fotos a cualquier tontería, por eso me pareció
simpático retratar al rosado soldado soviético, tomando fotos a los turistas
posando con sus adversarios americanos, ¿en qué tipo de guachafita terminó esto
de Checkpoint Charlie?
Inesperadamente el
soldado soviético se volteó hacía mi y en un inglés con fuerte acento nórdico
me increpó: "Are you taking my picture?! Why are you taking my
picture?!".
Mi mamá siempre me
lo dice, que no le esté tomando fotos a la gente en la calle que a nadie le
gusta que los retraten sin su consentimiento, y le suelo hacer caso, pero
bueno, estábamos en uno de los sitios turísticos por excelencia en Berlín, con
decenas de personas con cámaras y teléfonos en la mano: click, click, click...
quien me increpaba agresivo estaba uniformado de soldado soviético décadas
después de que los rusos dejaron de tener injerencia en Alemania. Por eso ante
la mirada gélida del que segundos antes había sido mi modelo involuntario,
pensé: "¡rayos, caí como una zoqueta en un show turístico!".
Qué se le iba a
hacer, le seguiría la corriente a este Pluto soviético. Como no me destaco por
un rápido ingenio, lo único que se me ocurrió fue contestarle con un coqueto:
"Because you're cute".
"Because you're cute".
Aunque este
"oficial ruso" tenía de "cute" lo que podía tener de lindo
el rollizo tío en las películas de Harry Potter.
Lo que siguió fue
lo que debió ser un par de minutos de grito y grito que me resultaron largos
como horas: que yo no tenía ningún derecho a tomarle fotos, que estaba
invadiendo su intimidad, que si muéstreme la cámara, que si borre la foto, que
si no la borró, que si le digo que la borre, que siga pasando fotos que quiero
ver si hay otra...
Jamás me habían
gritado de manera tan déspota, al principio en medio de los gritos esperaba
alguna señal, un guiño, una sonrisa, un "esto es parte del show".
Pero el guiño no llegó, y eso que me negué a bajar la mirada ante sus
fríos ojos azules. Cuando por fin me cayó la locha que como que no era parte de
un show, mi mirada pasó del "vamos a seguirle el juego" al más puro
desprecio caraqueño - que quema como candela- aunque por dentro estaba
temblando agradecida de que el tipo llevara gorra en vez de casco porque me
sentía a punto de revivir el oprobioso incidente de la soldado venezolana que le entró a cascazos a la muchacha que se atrevió a tomarle una foto en una
manifestación.
Cuando borré las
fotos ante sus ojos, sin insultarlo ni pedirle disculpas, el soldado soviético
dejó de gritarme para seguir en lo suyo: retratar a los marines posando con los
turistas, como si nada hubiera pasado.
Mi hija y yo
quedamos perturbadas durante el resto del día tras un momento tan desagradable,
no entendíamos lo que acabábamos de vivir, era como si en un acto en Disney
World el Capitán Garfio se saliera de personaje para caerte a gritos por
tomarle una foto. Llegué a la conclusión que después de todo tenía que ser
parte del show, una manera de revivir lo que debió haber sido la República
Democrática Alemania de ruda y represiva. Nadie le grita a un turista así,
seguro que el energúmeno no podía permitir salirse fuera de personaje. Sí,
tenía que ser parte del show, me convencí para no amargarme lo que quedaba del
viaje, pero qué manera de no romper con la cuarta pared. Cónchale que con un
guiño habría bastado.
Menos de un mes
después, gracias a las celebraciones del derrumbe del Muro de Berlín, me vengo
a enterar lo que realmente sucedió esa mañana gracias a la foto que una amiga
montó en Facebook posando en Checkpoint Charlie. Cuando le comenté que me
armaron un lío por tomarle una foto al que hacía de soldado soviético, me
explicó que se podía posar en la antigua alcabala con soldados americanos,
rusos, franceses o británicos, eso sí, previo desembolso de dos euros por
persona que quisiera salir en la foto. "No money, no picture".
Cuando se lo conté
a Camila, me dijo: "Por eso el hombre gritaba que si querías su foto
tenías que pagarle primero". Inmersa en mi papel de caraqueñita que no se
amilana ante ninguna autoridad déspota, no me percaté que la ironía era aún
mayor: lo que realmente exigía el soldado soviético no era que se le respetase
su intimidad, sino su tajada capitalista.
En medio del
gentío esa mañana azul en Berlín no me fijé que la otrora alcabala militar hoy
servía como caja registradora donde se cobra el derecho a posar con cualquiera
de las dos Alemanias, que todavía hay quienes simpatizan con la antigua parte
comunista.
Qué iba a imaginar
yo que tomarle una foto a un tipo poco agraciado disfrazado de soldado
soviético había que pagarse.
Revisando imágenes
similares por Google, me fijé que algunos soldados en Checkpoint Charlie llevan
guindados en el uniforme su tarifa por posar. No hay gran diferencia con los
Elmos, Hello Kittys y Spidermans que circulan por Times Square en Nueva York,
esos que amedrentan a los turistas que no les dan la propina esperada por tomar
sus fotos. Solo que esto de cobrar por posar con los falsos soldados en Berlín
es un negocio tan legal como cobrar por posar con San Nicolás en cualquier
centro comercial.
Solo entonces
comprendí que que este soldadito soviético de utilería me cayera a gritos en
plena plaza pública, lo que para mi fue uno de los momentos más bochornosos de
mi vida, para el muy desgraciado fue: "Business as usual".
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