martes, 9 de diciembre de 2014

Los verdaderos hijos de la anarquía


Llega a su final Sons of Anarchy, serie de Fx cuyo creador Kurt Sutter describió en sus inicios como "Hamlet en dos ruedas", que a lo largo de siete temporadas ganó un prestigio en el público estadounidense similar a excelentes series más populares en Venezuela como Los Sopranos y Breaking Bad. 
Mi medidor de ranking es mis amigos, cada vez que le pregunto a los aficionados de las buenas series si siguen las aventuras de SAMCRO, la banda de motorizados al margen de la ley en la pequeña ciudad de Charming, California, me doy cuenta que con excepción de mis primas Villanueva -que estoy segura ya se tatuaron la calavera en la espalda-  a muy pocos se les ha abierto el apetito por esta serie que transmiten por Netflix, a pesar de las múltiples referencias shakesperianas, porque el personaje de Gemma, interpretado magistralmente por  Katey Segal, más que Gertrudis, la madre de Hamlet, tiene la fuerza de Lady Macbeth.
Para ser sincera tampoco me llamaba la atención Sons of Anarchy, entre tantas series por ver, no estaba en mi lista de prioridades esta saga de motorizados californianos protagonizada por el guapo Charlie Hunnam, pero mis primitas que tienen un impecable gusto narrativo, insistieron que viera esta historia de cómo el catire Jax pretende desentenderse de los negocios sucios de la banda de motorizados regida por su padrastro, la comencé a ver por Netflix, y ya voy por la tercera temporada cuando los muchachos de SAMCRO van a Belfast a rescatar un bebé de los tentáculos del IRA.  
Pero no hace falta ser seguidor de Sons of Anarchy para toparse con los hijos de la anarquía en Venezuela, como sucedió hace un par de fin de semanas cuando mi esposo y yo fuimos invitados a la casa de la playa de unos amigos. Salimos en caravana de dos carros un viernes temprano en la tarde vía Higuerote, evitando que nos agarrara la noche en la carretera por los conocidos problemas de seguridad que vivimos en Venezuela, pero susto en este país se pasa a toda hora y donde sea, como una tarde azulísima en la autopista antes de llegar a Higuerote al toparnos con una versión criolla de SAMCRO: como veinte motos con parrilleros incluidos tenían tomada la autopista impidiendo el paso de quien los quisiera pasar, lo que ya de por sí era difícil porque sus motos iban a una velocidad que superaba los 120 kilómetros por hora. 
La paranoia es libre, estaba aterrada que en algún pasaje desolado terminaran deteniéndose los motorizados, trancaran el paso, y atracaran a varios carros como ha pasado con playas enteras sometidas por malandros. Aunque a quienes temía como malandros estaban bien vestidos y sus motos no eran unos cacharros, a simple vista por las piruetas que realizaban de tanto en tanto, parecía una caravana de niñitos sifrinos con sus escoltas cuidándolos. 
Sin comunicarnos por teléfono con nuestros amigos en el carro de enfrente, se veía que compartían el recelo, de eso nos dimos cuenta cuando los motorizados disminuyeron la velocidad entre pirueta y pirueta, y nuestros amigos hicieron un amago de pasarlos, pero los motorizados no cedieron el paso.
Ingenua de mi, me alegré cuando vi a lo lejos una alcabala pensando que semejante enjambre de motociclistas habría de ser detenido para requisarle los papeles, mínimo disminuirían la velocidad, y ahí tendríamos ocasión de pasarlos, pero los muchachones cruzaron la alcabala sin disminuir ni un ápice de velocidad, sin que los guardias nacionales parecieran inmutarse.
Cuando por fin llegamos a Higuerote, cual lo acordado, ambos carros nos detuvimos en una licorería para aperarnos de agua, refrescos y cervezas para el fin de semana. Mis amigas se bajaron del carro blancas como la única nube que había en el cielo, me contaron que cuando el conductor trató de pasar a la banda de motorizados, de inmediato uno de los parrilleros que iba en una de las motos a la retaguardia de la caravana se levantó la chaqueta para que se dieran cuenta que portaban armas, y que a estos muchachones haciendo piruetas en sus motos a 120 kilómetros por hora no los pasaba nadie. Un carro tras ellos se les acercó, y bajando la ventana su conductor les confió: "Es que ahí va el hijo de la Primera Combatiente con sus amigotes, se creen que son los dueños de la autopista, y por lo visto lo son".
No nos consta que realmente se trate del hijo de la Primera Combatiente con sus escoltas y amigotes, quizás es puro chisme, pero por lo visto los muchachones en la motos si eran los dueños de la autopista, los verdaderos hijos de la anarquía. 

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