Valió la pena trasnocharse para esperar los resultados de las elecciones en los Estados Unidos, a pesar de que desde hace semanas el ganador estaba más que cantado. Pero cuando a las 11 y 30 de la noche, hora de Venezuela, gracias a la antena parabólica de mi edificio vi al periodista Charles Gibbson de la cadena ABC anunciando el cierre de las mesas electorales en los estados del oeste y que ya podían dar su primera proyección: Barack Obama sería el 44 presidente de los Estados Unidos, ante los actos de celebración masiva en ciudades como Nueva York, Atlanta, y Chicago, imposible no sentir, tan cerca pero tan lejos, que estábamos ante la historia en vivo y directo.
Hasta hace unos días oí muchos comentaristas improvisados asegurar que el racismo en los Estados Unidos seguía vigente y más de un elector se resistiría a votar por un candidato a presidente negro. Moisés Naím en su artículo publicado en El País el domingo pasado, lo dice muy bien, quienes así pensaban en su mayoría eran europeos que no vivían en los Estados Unidos y que estaban reflejando las propias imposibilidades que sentían en sus países, algo así como que un inglés le costaba imaginar a un ciudadano de origen pakistaní como primer ministro del Reino Unido. Pero no sólo quienes no viven en los Estados Unidos llegaron a pensar que el racismo norteamericano terminaría siendo un freno para las aspiraciones presidenciales de Obama, también publicaciones como el New York Magazine, pusieron en duda las posibilidades de un candidato negro frente al factor racismo de closet.
Nunca dudé de la victoria de Obama, sobre todo desde que estalló la crisis económica con el derrumbe del sistema financiero, más que por que las encuestas así lo aseguraban, sabía que Obama ganaría por eso que llaman “la intención de voto”. Quizás muchos se abstendrían el 4 de noviembre de votar porque McCain no los convencía y sus prejuicios no les permitirían votar por un presidente negro; pero muchos más, en especial los electores jóvenes, parecían dispuestos a votar contra viento y marea por ese nuevo líder que no tenía más de cuatro años en la palestra pública y que ofrecía un giro de timón bajo el lema: “Sí se puede”.
Y sí se pudo, fue muy emotivo ver en la televisión decenas de testimonios de hombres y mujeres negros, ni siquiera viejos, que decían que jamás habrían soñado que llegarían a ver a un presidente negro como Comandante en Jefe de los Estados Unidos. Ese detalle lo celebró John McCain en el discurso de derrota en Arizona -ante la pita de sus seguidores cada vez que nombraba al ganador- estaba orgulloso de participar en un momento histórico donde por fin parecía demostrarse que en los Estados Unidos, como dice la famosa frase de la declaración del Acta de la Independencia redactada por Thomas Jefferson: “All men are created equal”. Hasta parecía que McCain votó por Obama.
Uno de los senadores republicanos que perdió su peldaño en el senado ante un demócrata aseguró: “Nadie podía contra este tsunami electoral”, y eso fue Obama, un verdadero fenómeno electoral quien aprovechando la baja popularidad del presidente Bush, manejó de manera impecable su campaña, sin perder la compostura ante los ataques primero de los Clinton, y después del partido Republicano; le sobró aplomo, carisma, confianza en los complejos temas que trataba, además de contar con casi mil millones de dólares para invertir en su campaña electoral gracias al apoyo de quienes le donaban 10 dólares hasta de quienes podían hacerlo de la mayor cantidad de dinero legalmente permitida.
Pero lo que más me conmovió del discurso de la victoria de Obama, como venezolana que vive en un país donde nuestro máximo dirigente se alimenta políticamente del enfrentamiento entre aquellos que lo apoyan y aquellos que no creen en él, fue cuando Obama ofreció ser el Presidente de todos los estadounidenses, sólo así se podrá.
Las expectativas son altas, como en diciembre de 1998 lo fueron cuando el recién electo Hugo Chávez Frías fue aclamado como nuevo presidente de Venezuela ante un discurso conciliador. Al contrario de lo que ha hecho nuestro todavía carismático mandatario en sus casi 10 años de gobierno, Obama prometió con humildad oír con especial atención a las voces opositoras.
Y yo que desde hace tiempo ni creo en políticos iluminados ni en presidentes que se sienten infalibles, pido a Dios que Barack Obama esté a la altura de quienes hoy creemos que sí se puede.
Hasta hace unos días oí muchos comentaristas improvisados asegurar que el racismo en los Estados Unidos seguía vigente y más de un elector se resistiría a votar por un candidato a presidente negro. Moisés Naím en su artículo publicado en El País el domingo pasado, lo dice muy bien, quienes así pensaban en su mayoría eran europeos que no vivían en los Estados Unidos y que estaban reflejando las propias imposibilidades que sentían en sus países, algo así como que un inglés le costaba imaginar a un ciudadano de origen pakistaní como primer ministro del Reino Unido. Pero no sólo quienes no viven en los Estados Unidos llegaron a pensar que el racismo norteamericano terminaría siendo un freno para las aspiraciones presidenciales de Obama, también publicaciones como el New York Magazine, pusieron en duda las posibilidades de un candidato negro frente al factor racismo de closet.
Nunca dudé de la victoria de Obama, sobre todo desde que estalló la crisis económica con el derrumbe del sistema financiero, más que por que las encuestas así lo aseguraban, sabía que Obama ganaría por eso que llaman “la intención de voto”. Quizás muchos se abstendrían el 4 de noviembre de votar porque McCain no los convencía y sus prejuicios no les permitirían votar por un presidente negro; pero muchos más, en especial los electores jóvenes, parecían dispuestos a votar contra viento y marea por ese nuevo líder que no tenía más de cuatro años en la palestra pública y que ofrecía un giro de timón bajo el lema: “Sí se puede”.
Y sí se pudo, fue muy emotivo ver en la televisión decenas de testimonios de hombres y mujeres negros, ni siquiera viejos, que decían que jamás habrían soñado que llegarían a ver a un presidente negro como Comandante en Jefe de los Estados Unidos. Ese detalle lo celebró John McCain en el discurso de derrota en Arizona -ante la pita de sus seguidores cada vez que nombraba al ganador- estaba orgulloso de participar en un momento histórico donde por fin parecía demostrarse que en los Estados Unidos, como dice la famosa frase de la declaración del Acta de la Independencia redactada por Thomas Jefferson: “All men are created equal”. Hasta parecía que McCain votó por Obama.
Uno de los senadores republicanos que perdió su peldaño en el senado ante un demócrata aseguró: “Nadie podía contra este tsunami electoral”, y eso fue Obama, un verdadero fenómeno electoral quien aprovechando la baja popularidad del presidente Bush, manejó de manera impecable su campaña, sin perder la compostura ante los ataques primero de los Clinton, y después del partido Republicano; le sobró aplomo, carisma, confianza en los complejos temas que trataba, además de contar con casi mil millones de dólares para invertir en su campaña electoral gracias al apoyo de quienes le donaban 10 dólares hasta de quienes podían hacerlo de la mayor cantidad de dinero legalmente permitida.
Pero lo que más me conmovió del discurso de la victoria de Obama, como venezolana que vive en un país donde nuestro máximo dirigente se alimenta políticamente del enfrentamiento entre aquellos que lo apoyan y aquellos que no creen en él, fue cuando Obama ofreció ser el Presidente de todos los estadounidenses, sólo así se podrá.
Las expectativas son altas, como en diciembre de 1998 lo fueron cuando el recién electo Hugo Chávez Frías fue aclamado como nuevo presidente de Venezuela ante un discurso conciliador. Al contrario de lo que ha hecho nuestro todavía carismático mandatario en sus casi 10 años de gobierno, Obama prometió con humildad oír con especial atención a las voces opositoras.
Y yo que desde hace tiempo ni creo en políticos iluminados ni en presidentes que se sienten infalibles, pido a Dios que Barack Obama esté a la altura de quienes hoy creemos que sí se puede.
(Cómo le podía ganar el pobre McCain a Obama con este tipo de campaña a lo GAP que recuerda al We are the world de los años 80)
1 comentario:
somos dos
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