En una visita de rutina en febrero de 1989, el dentista me encontró una mancha bajo la lengua. No quiso alarmarme, pero debía vérmela con un médico cuanto antes. Mi mamá al día siguiente me llevó al Centro Médico de San Bernardino para que el doctor Armando Márquez Reverón, un excelente cirujano oncólogo, me revisara el lunar.
Para una consulta con el doctor Márquez había que armarse de paciencia, venían a verlo de todas partes de Venezuela pacientes que hacían cola desde tempranas horas de la mañana para ser recibidos por el doctor en la tarde. Cuando mi mamá y yo llegamos al mediodía, teníamos decenas de personas por delante.
Entonces el descontento social en Caracas estaba caldeado, supimos por la radio que había disturbios en Guarenas por el aumento del pasaje, pero no nos angustiamos, era al otro lado de la ciudad. Cuando a las 5 de la tarde oímos un barullo y nos asomamos por las ventanas, vimos con asombro una poblada corriendo calle abajo con carritos de supermercados llenos de comida. Como en 1989 casi nadie tenía teléfono celular, quienes esperábamos en el lúgubre pasillo del consultorio estábamos completamente en la luna, hasta que la secretaria prendió un pequeño televisor y así fue como nos enteramos que había disturbios y saqueos por toda la ciudad.
El doctor Márquez me atendió a las 9 de la noche, me operó semanas después y la mancha resultó ser una tatuaje de amalgama, pero el verdadero susto lo pasamos mi mamá y yo regresando a casa ese 27 de febrero entre humo y barricadas. Me sentía como en una película extranjera, esta no podía ser mi ciudad. Pero sí lo era, el comienzo de una nueva Caracas.
Casi 20 años después, en noviembre de 2008, recordé el Caracazo cuando llevé a mi hija a un traumatólogo en el Centro Médico, que al igual que con el doctor Márquez (quien falleció hace un par de años), es necesario esperar horas porque es visitado por pacientes de toda Venezuela. Ese lluvioso miércoles no había revueltas populares sino altas expectativas ante las elecciones regionales que se avecinaban. El pasillo del consultorio resultó un foro político donde quienes ahí esperaban esgrimían sus razones para votar. Y ninguna favorecía a la actual dirigencia revolucionaria. “¿Dónde está su Alcalde Metropolitano Juan Barreto?”, nos preguntaba un señor de La Grita, estado Táchira. “¿Es verdad que se dedicó a viajar?”.
Al día siguiente Caracas volvió a estar en emergencia, esta vez por las lluvias, cayó sobre la ciudad más agua en una tarde de lo que suele caer en noviembre completo. Mientras el presidente Chávez acaparaba en cadena los medios de comunicación social recibiendo a su homólogo de Vietnam, el alcalde Enrique Capriles Radonski (a quien hace dos semanas le achaqué una calle llena de huecos que no era de su jurisdicción) auxiliaba a los vecinos de Baruta. Su contrincante por la Gobernación de Miranda, el entonces gobernador Diosdado Cabello, también estuvo presente en las zonas más afectadas. El Alcalde Metropolitano de esta gran Caracas inundada, no figuró.
Ante los resultados de las elecciones regionales en la ciudad capital en la que la oposición ganó 5 de 6 alcaldías -incluyendo la metropolitana- en una Venezuela que sigue siendo en gran parte roja, rojita; no está de más recordarles a quienes hoy desestiman a los caraqueños como burguesitos, que la mecha del descontento suele prenderse al pie del Ávila.
Para una consulta con el doctor Márquez había que armarse de paciencia, venían a verlo de todas partes de Venezuela pacientes que hacían cola desde tempranas horas de la mañana para ser recibidos por el doctor en la tarde. Cuando mi mamá y yo llegamos al mediodía, teníamos decenas de personas por delante.
Entonces el descontento social en Caracas estaba caldeado, supimos por la radio que había disturbios en Guarenas por el aumento del pasaje, pero no nos angustiamos, era al otro lado de la ciudad. Cuando a las 5 de la tarde oímos un barullo y nos asomamos por las ventanas, vimos con asombro una poblada corriendo calle abajo con carritos de supermercados llenos de comida. Como en 1989 casi nadie tenía teléfono celular, quienes esperábamos en el lúgubre pasillo del consultorio estábamos completamente en la luna, hasta que la secretaria prendió un pequeño televisor y así fue como nos enteramos que había disturbios y saqueos por toda la ciudad.
El doctor Márquez me atendió a las 9 de la noche, me operó semanas después y la mancha resultó ser una tatuaje de amalgama, pero el verdadero susto lo pasamos mi mamá y yo regresando a casa ese 27 de febrero entre humo y barricadas. Me sentía como en una película extranjera, esta no podía ser mi ciudad. Pero sí lo era, el comienzo de una nueva Caracas.
Casi 20 años después, en noviembre de 2008, recordé el Caracazo cuando llevé a mi hija a un traumatólogo en el Centro Médico, que al igual que con el doctor Márquez (quien falleció hace un par de años), es necesario esperar horas porque es visitado por pacientes de toda Venezuela. Ese lluvioso miércoles no había revueltas populares sino altas expectativas ante las elecciones regionales que se avecinaban. El pasillo del consultorio resultó un foro político donde quienes ahí esperaban esgrimían sus razones para votar. Y ninguna favorecía a la actual dirigencia revolucionaria. “¿Dónde está su Alcalde Metropolitano Juan Barreto?”, nos preguntaba un señor de La Grita, estado Táchira. “¿Es verdad que se dedicó a viajar?”.
Al día siguiente Caracas volvió a estar en emergencia, esta vez por las lluvias, cayó sobre la ciudad más agua en una tarde de lo que suele caer en noviembre completo. Mientras el presidente Chávez acaparaba en cadena los medios de comunicación social recibiendo a su homólogo de Vietnam, el alcalde Enrique Capriles Radonski (a quien hace dos semanas le achaqué una calle llena de huecos que no era de su jurisdicción) auxiliaba a los vecinos de Baruta. Su contrincante por la Gobernación de Miranda, el entonces gobernador Diosdado Cabello, también estuvo presente en las zonas más afectadas. El Alcalde Metropolitano de esta gran Caracas inundada, no figuró.
Ante los resultados de las elecciones regionales en la ciudad capital en la que la oposición ganó 5 de 6 alcaldías -incluyendo la metropolitana- en una Venezuela que sigue siendo en gran parte roja, rojita; no está de más recordarles a quienes hoy desestiman a los caraqueños como burguesitos, que la mecha del descontento suele prenderse al pie del Ávila.
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