Recientemente leí en Internet un estudio que asegura que mientras más disfrutamos viendo televisión, más infelices somos. Aquellos que perdemos nuestro tiempo libre sentados frente a la caja maldita, no somos ni la mitad de felices que aquellos que lo usan en otros menesteres como visitar amigos, ir a la iglesia o jugar cartas. Del placer de la lectura no habla este estudio.
Para celebrar mi gran infelicidad por la enorme felicidad que me da ver una buena historia en la pantalla pequeña -así como quien reserva un buen vino para una gran ocasión- elegí ver la tercera temporada de Los Sopranos este fin semana electoral, y mi feliz infelicidad se hizo completa con un genial cuarto capítulo de la serie de los mafiosos en Nueva Jersey titulado: “El empleado del mes”.
En esta tercera temporada que data del año 2001, los ataques de pánico del jefe de la mafia, Tony Soprano, regresan, y no es para menos: su hija Meadow llega de visita de la universidad de Columbia con un novio afro-americano-judío, ¿acaso la niña no entiende que descendiente de italianos se enamora de descendientes de italianos?, que cada oveja con su pareja: “Yo no me meto con sus hijos, ellos que no se metan con los míos”; el preadolescente Anthony Jr. no da pie con bola en el colegio; su anciana madre Livia, una Medea del siglo XXI, por fin estira la pata; y su hermana Janice regresa a New Jersey para robarle la pierna de prótesis a la cuidadora ucraniana de su madre, la única manera que encuentra de obligarla a que le devuelva una colección de discos de crooners italianos que atesoraba la vieja Livia.
Menos mal que Tony cuenta con el desahogo de las sesiones semanales con su psicoanalista, la reflexiva doctora Menfi, quien trata de ayudarlo a comprender que a pesar de la muerte de su madre, sus conflictos distan de estar resueltos, ahora es que le queda psicoterapia por delante. La doctora también tiene conflictos por resolver: le confiesa a su psicoanalista que no está segura si debe seguir tratando a Tony Soprano, comienza a simpatizar con las prácticas del gran capo.
Hasta que un día la doctora cancela su cita semanal por teléfono, le dice a Carmela, la esposa de Tony, que sufrió un accidente de tránsito. El espectador sabe que dicho accidente fue una espantosa violación en las escaleras de un desierto estacionamiento, que la doctora parece tomarse con toda la calma posible porque el violador ha sido atrapado por la justicia y pagará su crimen. Pero cuando ante un tecnicismo el desgraciado sale en libertad, la hasta entonces racional doctora Menfi, confronta la posibilidad de aprovecharse de su relación con Tony Soprano. Es el único hombre en su vida que sería capaz de hacer que el violador pague lo que le hizo, sabe que su marido gastando en abogados 300 dólares la hora, no conseguirá que el canalla vaya a la cárcel; y que con sólo una mención a su paciente el mafioso este se encargará de que César Rossi, empleado del mes en un local de comida rápida, termine con el mosquero en la boca.
Pero la razón, la civilización, la ética, qué se yo, al final triunfan y la doctora Menfi calla.
Tony siente en la terapia que algo anda mal con su admirada doctora, y ¡ay si supiera qué! En cambio de lo más molesto debe encargarse de los rusos que golpearon a su hermana Janice por robarle la pierna falsa a la ucraniana.
Cómo no hacer empatía con la doctora Menfi, en situaciones extremas: ¿quiénes tendríamos la fortaleza de prescindir del uso de la violencia, en caso de tener a Tony Soprano de nuestro lado, tras ser víctimas de semejante canallada como lo es una violación?
Este maravilloso capítulo, “El empleado del mes”, le mereció a sus escritores Robin Green y Mitchell Burgess el premio Emmy al mejor capítulo de televisión del año 2001, en él está todo lo que hace a una buena historia: guión, dirección y actuaciones como hace años no se ven en el cine. Lorraine Bracco, en el papel de la reprimida doctora Menfi, está sencillamente genial.
1 comentario:
Hola, a mi tambien me gusta mucho esta serie y esta web te puede interesar www.lossoprano.tv. Yome he registrado y esta muy bien.
Besos
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