martes, 4 de noviembre de 2008

Unidos corremos



Los visitantes a la gran manzana después del atentado a las Torres Gemelas el pasado 11 de septiembre aseguran que Nueva York ha perdido su energía, ya los neoyorquinos no caminan por la 5ta Avenida sintiendo que el mundo les pertenece.
Gracias al cuarto juego de la Serie Mundial, el espíritu de Nueva York se empezó a levantar. El martes 30 de octubre del año 2002 los ojos del mundo estaban puestos en el Yankee Stadium: el lanzamiento inicial lo haría el presidente de los Estados Unidos, George W.Bush, un día después de que el F.B.I. advirtiera a los estadounidenses que esperaran fuertes ataques terroristas. ¿Qué lugar más dramático para terminar de quebrar el espíritu norteamericano? Los ataques no se produjeron y la serie regresó a Arizona. Y aunque los Cascabeles picaron fatalmente al final, los Yankees le regalaron a su ciudad una de las mejores series mundiales de la historia.
Rudolph Giuliani, alcalde de Nueva York, acompañaba a su equipo cuando les tocó ir a Phoenix. “¿Cómo es posible?” -vociferaba el fanático de mi marido quien no oculta su antipatía por los Yankees-, “¿Qué hace Giuliani en Arizona si este fin de semana es el Maratón de Nueva York?” .
Muchos pensaron que el anual evento maratonista sería suspendido ante los rumores que se corrieron de que el puente Verrazano-Narrows, en Staten Island, iba a ser el próximo blanco terrorista. A pesar de que la paranoia ante un nuevo ataque estaba a millón, el domingo cuatro de noviembre, contra viento y marea, ese sería el punto de partida del Maratón de Nueva York.
Treinta mil deportistas suelen correr anualmente el circuito de 42 kilómetros que arranca del puente Verrazano y termina en el Central Park; este año corrieron poco más de veinticuatro mil. Esta cifra representó un gran éxito porque los eternos pesimistas apostaban que pocos serían los valientes que se atreverían a participar. Corredores de veinticuatro países se unieron para este maratón histórico al que bautizaron United we run.
Venezuela no podía faltar a la cita. Cuenta mi amigo Julio -músico y corredor- que doce semanas antes del Maratón de Nueva York muchos caraqueños empezaron a entrenar. Según Julio, el mundo de nuestros corredores urbanos es una logia que tiene como sede el Parque del Este, todas las madrugadas las mismas caras se saludan con un exagerado: “¿Quiubo pana? ¿treintaicinco en diez?”. Hombres y mujeres de todas las edades y profesiones, que utilizan entre ellos un argot indescifrable: "¿Tu pronas o supinas?", intercambian hazañas que bordean en la mitomanía, y son tan fanáticos que por mantener el paso de su entrenamiento, trotan al amanecer por la avenida Casanova ante los comentarios burlones de las trabajadoras de la noche.
Sin embargo, el cupo de los trescientos corredores venezolanos al Maratón de Nueva York no se llenó este año. Hasta último momento los asiduos corredores del Parque del Este al cruzarse durante su entrenamiento, se preguntaban entre ellos: “¿Por fin vas?”.
Muchos temieron arriesgarse a un ataque terrorista, pero doscientos seis venezolanos decidieron jugarse la carta de que nada iba a pasar, se uniformaron de amarillo con la bandera de Venezuela en el pecho, y a correr se ha dicho.
Marco Tulio -biólogo-corredor- dice que al argot maratonista venezolano se agregó el verbo: “talibanear”. Marco Tulio confiaba que a los maratonistas no los iban a talibanear.
Juan Carlos Escotet y Lorenzo Mendoza estaban entre los maratonistas venezolanos que se atrevieron a participar a pesar de la paranoia ante un posible "talibaneo". Sus compatriotas bromeaban: “Si nos vuelan nuestras muertes serán anónimas porque en los titulares de los periódicos nacionales aparecerá: ‘ entre las víctimas presidentes de Banesco y de la Polar, y 204 huevones más”.
María Elvira -abogada y corredora- y María Angélica su mamá, también estaban en la lista de venezolanos que se levantaron una hermosa y cálida mañana de noviembre en la ciudad de Nueva York dispuestas a asumir el reto del Maratón. Su papá y marido, que es Ingeniero Civil, al despedirse de ellas les hizo una última recomendación: “Si explotan el puente, se agarran de una guaya y de ahí no se sueltan hasta que las vayan a rescatar”.
Las medidas de seguridad se hicieron sentir: buzos inspeccionaron que las bases del puente no estuvieran minadas, y a los participantes se les prohibió aceptar refrigerios del público. Marco Tulio confiesa que desobedeció esta indicación: “En el Bronxs un niño como de cuatro años me ofreció un cambur, y yo me lo comí”.
A pesar de que en el horizonte se sentía el vacío que habían dejado las Torres Gemelas, en el ambiente había una emoción compartida de estamos aquí, lo logramos. El alcalde Rudy Giuliani, quien había estado la noche anterior en Arizona, ya estaba de regreso en Nueva York, y fue el encargado de darle la bienvenida a los participantes del maratón. Una bandada de palomas voló por el cielo mientras un policía tenor cantó Dios salve América.
María Elvira narra su experiencia: “Todo me parecía emocionantísimo. Con los ojos llenos de lágrimas, esperando la salida, estábamos por cruzar el amenazado puente Verrazano, vi a dos amigos venezolanos: ‘¿No les dan ganas de llorar?’, les pregunté. Se me quedaron mirando con cara de loca ¡hombres al fin! En un momento tan emocionante ve a saber tú qué estarían pensando: ‘¿Lograré bajar las cuatro horas?".
Después de una pausa indignada por la insensibilidad masculina, María Elvira siguió con su relato: "Cuando el tradicional cañonazo anunció el inicio de la carrera a las 10.50 a.m, se oyó a todo volumen la voz de Frank Sinatra cantando New York, New York. La gente gritaba, bailaba, cantaba, y yo lloraba. Después se me fue pasando. Cuando salí de Queens por Queensborrough Bridge, y entré a Manhattan por la calle 61, ante la multitud de personas que se agolpaban en las aceras para darle ánimo a los maratonistas, me volví a emocionar hasta las lágrimas”.
Se calcula que dos millones de espectadores apoyaron a los participantes a lo largo de recorrido. Marco Tulio continúa el relato: “A uno le gritaban desde el público: ‘go, go Venezuela’ y eso te daba fuerzas para seguir pero lo más emocionante que me pasó fue cuando apenas dos millas antes de llegar, estaba que no podía más cuando de repente oí cantar: 'Viva Venezuela, mi patria querida'; y eso me dio un nuevo empuje para terminar”.
Sarino -administrador y corredor- confiesa que cuando ya llevaba dos horas corriendo y todavía no iba ni por la mitad, le dio arrechera pensar: “En estos momentos los desgraciados que siempre ganan ya deben de estar llegando”.
Tenía razón: Tesfaye Jifar, de Etiopía, alcanzó la meta de Central Park en 2:07:43 y fue el ganador de los hombres; Margaret Okayo, una keniana de 25 años, fue la ganadora de las mujeres al alcanzar la meta en 2:24:21. Pedro Orasma, de 40 años, el venezolano que mejor corrió, llegó a la meta en 2:53:48.
Hoy se cumplen 6 años del que debió ser el maratón más emotivo que se ha corrido en Nueva York. Este artículo fue publicado en la sección Juego de palabras de El Nacional.

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