sábado, 22 de octubre de 2011

Al aire libre



Al caminar por centros comerciales abiertos a la ciudad como El Marqués y Chacaíto, construidos en los años 60, difícil no sentirse en la Caracas que pudimos ser y no fuimos: una ciudad verde cuyos habitantes disfrutan plenamente la bendición de contar con uno de los mejores climas del mundo. El concepto de espacios públicos que se fusionan con la urbe se había perdido desde hace años, nos convertimos en una inhóspita acumulación de ghettos, tráfico infernal, el verde asfixiado entre el concreto de grandes edificios de oficinas y centros comerciales tipo Mall. En vez de naturaleza: aire acondicionado e iluminación artificial. Casetas de vigilancia por doquier. Los jardines que delimitaban nuestras viviendas con arbustos de azaleas y cayenas, fueron sustituidos por murallas para protegernos del avance de la delincuencia.
Pero de hace un tiempo para acá los caraqueños parecemos ansiosos por recuperar aunque sea un ápice de calidad de vida urbana, qué mejor ejemplo que un evento como “Por el medio de la calle” en el Municipio Chacao, donde una noche al año se encapsula lo que hasta la década del 90 vivíamos a diario en Sabana Grande: una concentración de los movimientos urbanos más interesantes del momento.  El problema de “Por el medio de la calle”  fue que superó las expectativas de público y ante semejante aglomeración de gente, no fue mucho lo que se pudo disfrutar.
Dos espacios culturales nacidos del impulso de rescatar el disfrute cívico de nuestro privilegiado clima son Los Galpones en los Chorros y los Secadores en La Hacienda La Trinidad, que aprovechando jardines como el que describe Oscar Wilde en el cuento El Gigante Egoísta, reúnen pequeñas galerías de arte, librería, y se realizan eventos como talleres infantiles, exposiciones, recitales de poesía, y cine al aire libre, cuyo éxito ha sido tal que la noche que proyectaron Io Sono l’Amore, como doscientos espectadores se reunieron en el jardín de los Secaderos para ver bajo las estrellas la intensa película italiana. Aparentemente esa noche uno de los vecinos tenía una fiesta y la zona colapsó.
Yo no estaba pero semanas después, un domingo, cuando fui a ver la muestra fotográfica “Desde adentro para afuera” de las artistas María Ángeles Octavio y Kanako Noda, me topé con una pequeña protesta vecinal impidiendo el paso de carros a la cerrada urbanización ante lo que consideraban “la perturbación de la calidad de vida de una zona residencial”. Una señora clamaba: “¡Los Secaderos de la Hacienda La Trinidad son patrimonio!” y pensé en la gran cantidad de patrimonios culturales en ruinas abandonados en Caracas. 
Para quienes no los conocen, los Secaderos son como silos de ladrillo construidos en los años 50 en la Hacienda La Trinidad, se llaman así porque fueron hechos con el propósito de secar tabaco, poco tiempo funcionaron como tales, aunque la estructura quedó intacta.
Tengo entendido que la protesta no es masiva, que hay muchos vecinos dichosos de tener un parque cultural a pocos metros de sus casas, ¿qué destino mejor para esos silos intocables en su arquitectura tras haber sido decretados, como parte de La Hacienda La Trinidad, patrimonio cultural? También comprendo que cualquier cambio en un tranquilo vecindario no es fácil. Ojalá se haya logrado una conciliación porque si hay algo que necesitamos en Caracas son lugares que nos hagan mejor ciudad. 

Artículo publicado hoy en El Nacional

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