En los años 80 cuando transmitían series dramáticas como Falcón Crest, imposible dejar de ver un capítulo sin perder el hilo de la trama. Todos los domingos en la noche había que sentarse frente al televisor para ser testigos de qué nueva maldad tramaría la pérfida Angela Channing. Si por alguna razón perdíamos un episodio, nos tenían que contar a detalle lo que pasó, porque al igual que con los capítulos de las telenovelas, no habría repetición. Hoy, que podemos grabar nuestras series favoritas o bajarlas por Internet, quienes no somos avezados en tecnología ni compramos la temporada completa en DVD, nos queda la opción que los programas de mayor popularidad los pasan indefinidamente en TV por cable. Tanto los pasan, que hasta las series que en un principio no nos llamaban la atención, de repente, en un momento de ocio, las comenzamos a ver, y sin darnos cuenta, nos volvemos adictos a ellas.
Esto me sucedió con Gilmore Girls, tras 7 temporadas, justo el año en el que la serie llegó a su final, me enganché por Warner Chanel en la historia de Lorelai Gilmore(Lauren Graham), una madre treintañera, y Rory (Alexis Bledel), su hija adolescente, que viven en un pueblito en Connecticut. Cuando la serie se comenzó a transmitir en el año 2000 no me interesó, tanto madre como hija me parecían insoportables, pero como en Warner la pasan por lo menos tres veces al día, agarrando un poquito aquí, un poquito allá, me fui familiarizando con el alcalde latoso, con la coreana roquera, con Christopher -el papá de Rory que aparece y desparece de sus vidas-, con los abuelos sifrinos, y en especial con Luke, el dueño de la lunchería tan malhumorado como atractivo. Sobre todo me aficioné al rápido diálogo entre madre e hija, un ping pong de frases ingeniosas salpicado de referencias Pop. Además, me encantaban las sorpresas: en un capítulo Norman Mailer tomaba té frío en la posada de Lorelai, y en otro Carole King vendía instrumentos musicales. Así que aprovechando que en Warner repetían por enésima vez la quinta temporada, el pasado julio 2008 decidí comprometerme con Gilmore Girls justo después de que Rory pierde la virginidad con su ex novio ahora casado, al mismo tiempo que Lorelai, ¡por fin!, se besa con Luke. No me importó comenzarla por la mitad, la vería como en cine continuado que entramos cuando la película está empezada porque sabemos que una vez termine, podremos verla desde el principio.
Pero en Warner tienen un bizarro concepto del principio y del final: después de seguir Gilmore Girls durante dos meses, un capítulo emocionantísimo terminó cuando ante la guabina de Luke, Lorelai se despierta en la cama del padre de su hija, pero me quedé sin saber qué pasaría después porque al día siguiente, retrocedieron a la tercera temporada, ni siquiera a la primera. De gafa insistí, me quedaban baches por llenar: ¿qué llevó a Rory a perder su tan guardada virginidad con un ex novio casado? ¿cómo después de cuatro años siendo mejores amigos, Lorelai y Luke deciden empatarse? Así que me volví a pegar Gilmore Girls con la esperanza de que esta vez, aunque no comenzó desde el principio, sí llegaría a su final. Pero cuando ya la trama se estaba enrumbando al momento en el que la madre se deja besar y la hija deja de ser doncella, ¡zuass!, en Warner se saltaron la cuarta temporada y Gilmore Girls volvió a donde la empecé: con Lorelai besada y Rory desvirgada.
Por eso queridos amigos, si deciden enfrascarse en una serie de televisión vieja como quien ve una telenovela: cómprenla, alquílenla, bájenla por Internet, pero, nunca, nunca, se les ocurra verla por Warner Chanel.
Artículo publicado en la revista Contrabando. Justo antes de salir publicado, en Warner Chanel dejaron de transmitir Gilmore Girls tres veces al día. Desde entonces, he cumplido mi promesa y no sigo ninguna serie vieja en televisión por cable.
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