viernes, 10 de julio de 2009

Tres nuevos-nuevos periodistas


Hasta que me decidí abrir un libro que tenía años esperando en la montaña de libros por leer: “The new new journalism- conversations with America’s best nonfiction writers on their craft” de Robert S. Boyton (Vintage Books 2005), tema que me apasiona desde que tomé en el año 2001 el Taller de Literatura sin ficción dictado por Milagros Socorro, patrocinado por la Fundación Polar, del que salió mi primer libro: “Margot: retrato de una caraqueña del siglo XX” (2003).
Con apenas tres entrevistas leídas de las 19 que realiza Boynton a los herederos de Tom Wolfe, Hunter S. Thompson y Gay Talese, lo reseño para Evitando Intensidades porque encontré tantos datos interesantes que no quisiera que se me pase alguno.

El primer entrevistado del libro es Ted Conover, cuya formación no es el periodismo sino la antropología.  Nacido en Okinawa, Japón, en 1958, Conover se crió en Denver, Colorado, como el Príncipe Feliz de Oscar Wilde, rodeado de mimos y de lujos hasta que se decidió a salir de la comodidad de su mundo privilegiado para conocer el de los desposeídos. David Remnick, editor de la revista New Yorker, presenta a Conover como “El tipo que se gana la vida durmiendo en el suelo”. Razón no le falta porque Conover es Stanislavskiano a la hora de enfrentarse a un tema que lo apasiona. Investigando para su primer libro “Rolling Nowhere: Riding the rails with American Hoboes” (1984) convivió con mendigos que vagaban por los trenes de Norteamérica; para “Coyote”(1987), historia sobre los inmigrantes ilegales, cruzó con ellos la frontera; para “New Jack: guarding Sing-Sing” (2001), consiguió empleo como guardia de la famosa cárcel donde trabajó durante meses.  
No todo es válido en la no-ficción, el antropólogo escritor tiene su código de ética: jamás invadir la intimidad familiar de a quienes perfila, por eso no aceptó cuando un guardia, creyéndolo colega, lo invitó a cenar en su casa. Conover también tiene su estilo particular: no se esconde como narrador, sus historias las cuenta sin disimulo un tipo clase media que se infiltra en un universo que le es ajeno.

Todo lo contrario al segundo entrevistado: Richard Ben Crammer, quien sí es periodista de profesión  famoso por lograr las historias que muchos colegas daban por imposibles como la biografía del inaccesible Joe Di Maggio: “Joe Di Maggio: The Heroe’s life”(2000). Crammer (1950), nacido y criado en Rochester, New York, es egresado de Columbia University, y a diferencia de Conover, prefiere evitar la primera persona a la hora de narrar,  y su método es invadir la intimidad de sus presas, viviendo en sus pueblos, hurgando en sus anuarios de escuela, haciéndose confidentes de familiares y amigos. Además de Di Maggio, Crammer ha publicado libros sobre Bob Dole y Ted Williams, que distan de ser las típicas biografías favorecedoras, mas bien close-ups que se afincan en las imperfecciones, como en el caso de Di Maggio, quien bajo la lupa de Crammer queda como un hombre tacaño y hasta miserable.
No es muy apreciado entre algunos de sus colegas el estilo de escritura de Crammer, muchos lo aborrecen por el abuso de signos de exclamación, palabras cuchis y onomatopeyas. Como también suele ser criticado el tercer entrevistado de los nuevos-nuevos periodistas: Leon Dash, aunque no por su estilo narrativo sino por su perenne tema: la miseria en los ghettos.

Dash, nacido en el año 1944 en el seno de una familia clase media en Harlem, Nueva York, se aferró a la historia a la cual habría de dedicarle años de su vida: Rosa Lee Cunningham, una abuela que traficaba drogas para mantener a sus numerosos hijos y nietos, familia en la que el tráfico y consumo de estupefacientes pocos se libraron. Gracias a esta serie de reportajes para el Washington Post que eventualmente fueron publicados como libro con el título de: "Rosa Lee, una madre y su familia en la América urbana" (1996), Dash ganó el premio Pulitzer de periodismo en el año 1995, honor del que se enteró el mismo día en el que fue asesinado uno de los nietos adolescentes de Cunningham, y ella era ingresada en un hospital en donde habría de morir poco tiempo después a causa de un mal relacionado con el sida.
Pero la crítica a Dash  no está en su estilo, que es un cómodo centro entre la primera persona de Conover y la tercera de Crammer -trata de mantener distancia como narrador pero no teme usar la primera persona - se le cuestiona el contenido de sus investigaciones: algunos afroamericanos clase media lo acusan de hundir su raza en clichés de violencia y promiscuidad sexual. Tirria que comenzó con su libro: “Cuando los niños quieren niños” (1989) sobre la enorme cifra de embarazos en la población negra adolescente. Dash se defiende de sus detractores aduciendo que la violencia en los ghettos y la alta tasa de maternidad en las adolescentes negras son temas importantes a los que hay que enfrentarse sin pudor.  
Conover, Crammer y Dash, a pesar de la diferencia de sus intereses a la hora de elegir tópicos, a pesar de tener voces tan disímiles, usan métodos similares para conseguir lo que se proponen, como por ejemplo tomar notas: los tres lo hacen en pequeñas libretas que siempre llevan en el bolsillo. No les gusta entrevistar a sus fuentes en sus casas, especialmente en la sala del entrevistado: “Si me veo en una sala,  invento una excusa para conversar en la cocina, lugar más propicio para las confidencias”, dice Crammer. Para Dash nada da paso a las intimidades como picar un pedazo de pan en un restaurante. Ninguno de los tres escritores se conforma con una entrevista, por lo menos 5 o 6 para ganar confianza, y por escrito no sirve, el lenguaje corporal es importante, y lo dicho, dicho está. Pero lo que más une a estos tres escritores de no-ficción es la obsesión: pueden pasar años pegados en un tema que cualquier otro periodista no le habría dedicado más de unas líneas, y la meticulosidad y disciplina para alcanzar que estas obsesiones se conviertan en libros.
Si acaso “The New New Journalism” sigue despertando en mi y en algún lector casual el mismo interés de estos tres primeros entrevistados, volveremos a él en una próxima intensidad.  

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