Estamos llegando a diciembre, los venezolanos donde quiera que sea que vivamos estamos preparando el cuerpo para las más variadas hallacas, muchas compradas o regaladas por familiares o amigos. Por eso me voy a permitir un consejo, en el tema de las hallacas, más vale no ser muy sinceros si nos preguntan qué nos parecieron, es un tema delicado que puede despertar susceptibilidades radioactivas, por ejemplo esta intensidad se me vino a la cabeza por un incidente que ocurrió el sábado pasado que me hizo recordar al querido amigo Alfonso.
Alfonso fue uno de mis grandes panas en esa etapa de la juventud que va desde final de bachillerato hasta los últimos años universitarios. No éramos compañeros de aula, yo estudiaba Artes en La Central y Alfonso Derecho o Economía en la Universidad Santa María, dos o tres años mayor que yo, como a mi le gustaba mucho leer narrativa, y hablo en pasado porque mi amigo murió de forma trágica hace algunos años (esa tristeza fue tema de otra intensidad) aquí lo recuerdo “the way we were”, nuestra amistad fue platónica, rumbera, playera, dominocera, de compartir despechos, pero sobre todo intelectual, podíamos pasar horas conversando, tampoco es que habláramos tanto de libros, por eso me sorprendió el día que como sellando nuestra amistad con tinta, me dio un documento pasado a máquina a leer, dijo que era una copia de su primer relato, lo iba a mandar al concurso de cuentos de El Nacional, como sabía que yo era una ávida lectora, quería mi sincera opinión.
“Por supuesto, pero ahora no, prefiero leerlo con calma”- le dije, y me llevé el cuento a casa, no lo iba a leer frente a su mirada expectante aunque Alfonso parecía seguro de que los papeles que me estaba llevando en un sobre manila, eran una obra literaria digna de ganar el cotizado premio ese año.
No recuerdo mucho del cuento mas allá que era del estilo de búsqueda espiritual de un hombre en una montaña, a lo Khalil Gibran, y como yo desde mucho antes de mis entonces 22 años ya estaba evitando intensidades, definitivamente no era público para ese estilo de relato. Por eso durante unos días le saqué el cuerpo a mi amigo, hasta que me emboscó una noche en la que quedamos con otros panas en jugar dominó, pidiéndome la prometida “sincera” opinión sobre su cuento, aunque él parecía más que seguro que gracias al contenido filosófico, el suyo era un cuento ganador.
Desde que en el año 1952 le fuera otorgado a Guillermo Meneses el primer lugar por "La mano junto al muro", el concurso anual de cuentos del diario El Nacional fue el norte a llegar para los mejores escritores venezolanos, bastaba leer los primeros párrafos para darse cuenta que el relato de Alfonso no habría ganado ni mención de honor en un concurso de cuentos de una escuela o liceo, no es que estuviera tan mal escrito o que yo sea una crítica malvada, es que era un primer cuento, y no muy original, quizás con el tiempo y la práctica Alfonso pudo haber llegado a ser un buen escritor, pero no había que ser crítico literario para saber que a sus 24 o 25 años, Alfonso todavía estaba lejos de lograrlo.
Traté de ser lo más diplomática posible porque me consta el trabajo y el amor que se pone cuando se escribe por vocación, sobre todo cuando se está empezando, no recuerdo mucho qué le dije, también hay que recordar que yo apenas llegaba a los 22 añitos, quizás algo así como que estaba bien, pero que era necesario que bajara un poco las expectativas, su cuento no era un antes y un después en la literatura venezolana, tranquilo, ¿Qué bateador inauguraba su carrera con un jonrón en el primer inning de su primer juego en el Universitario?
Además, uno escribía porque escribía, porque quería, porque le nacía, no con el objetivo de ser recompensado por un premio de alto calibre.
O por lo menos así creo que fue la conversación, quizás fui más ruda, es que Alfonso podía ser prepotente y estaba tan pero tan seguro que el premio literario de ese año sería suyo que quise prepararlo para la caída, no lo sé, lo que recuerdo es que recibió su cuento de regreso con mal disimulada ira. ¿Qué iba a saber yo de cuentos y de Literatura? Seguro que no lo entendí. Y aunque seguimos siendo amigos, por lo menos hasta que yo me casé y el emigró, diría que desde ese momento se enfrió nuestra amistad, nosotros los de entonces nunca volvimos a ser lo mismos, como diría el poeta.
Hasta donde sé, el de la discordia fue el primer y último cuento de mi amigo.
Esta anécdota me vino a la memoria décadas después cuando hace una semana se casó el hijo de unos vecinos en el salón de fiestas del edificio, ya soy oficialmente una doña, porque antes de que llegaran los novios a la recepción me quise acercar para ver la decoración. En las escaleras me encontré con una vecina que pasa de los noventa años muy bien llevados, con un dolor de columna que le dificulta caminar. Le ofrecí el brazo para ir a ver los arreglos florales de la fiesta, en el camino, a lo lejos, vimos a otros vecinos que iban a lo mismo. La vecina de mi brazo se paró en seco:
“Mejor yo me quedó aquí”
“Qué pasó”- le pregunté intrigada.
“Es que ellos se pelearon a muerte conmigo”.
No me iba a dejar en el cuento por la mitad, si, soy una doña, y además: chismosa.
“¿Qué pasó? Si se puede saber, claro”- insistí.
“Nada chica, todo por unas hallacas, yo se las compré a ella durante años, hace un par de años me preguntó que qué me habían parecido las de ese diciembre, y yo fui sincera, porque era verdad, y le contesté que ese año no le habían quedado tan buenas, esa mujer entró en cólera, se puso furiosa, me dijo entonces devuélvemelas y yo te devuelvo tu dinero, ¡si ya nos las habíamos comido en una cena navideña! A partir de ese momento cada vez que nos cruzamos en el edificio, chica, tanto ella como el marido me voltean la cara”.
Al oír semejante rencilla de inmediato regresé a los 22 años, a mi amistad con Alfonso, y como la mayor parte de la veces, tanto en Literatura como en hallacas, los interesados no buscan nuestra sincera opinión sino la reafirmación de que sus cuentos, o sus hallacas, son los mejores del planeta.
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