lunes, 23 de junio de 2014

"Estoy burda de arrecho y no me la pienso calar más"


Recientemente transmitieron en televisión por cable la película Network (1976) de Sidney Lumet, fue como verla por primera vez porque no la veía desde que era adolescente, pero hay una escena inolvidable, no importa cuándo se haya visto, que quedó grabada en la historia colectiva del cine: cuando el periodista iracundo, interpretado por Peter Finch, insta a su enorme audiencia televisa a gritar a todo pulmón "I'm mad as hell and I'm not going to take this anymore", que en buen venezolano sería algo así como: "Estoy burda de arrecho y no me la pienso calar más". A los pocos segundos millones de indignados de todos lados de los Estados Unidos comenzaron a asomarse desde sus ventanas para gritar a coro su hartazgo nacional. 
En la actual Venezuela sería imposible que un periodista en televisión pueda hacer comentarios adversos al Status Quo oficialista. Tras la muerte de Chávez, su heredero Nicolás Maduro -sabiendo que carece del don de liderazgo de quien lo impuso en el poder en su última alocución presidencial- amenazó en cadena nacional cerrar a aquel medio radioeléctrico que incurra en el delito de "perturbar la paz y apoyar a golpistas". Apretar aún más las tuercas de la censura fue una de las primeras obras de gobierno del "primer presidente chavista".
No hizo falta un periodista iracundo en alta sintonía nacional para que millones de venezolanos este febrero del año 2014, con mayor o menor contundencia, saliéramos a la calle a gritar: "¡Estamos burda de arrechos y no nos la calamos más!", eso que se llamó #lasalida, que algunos vimos como un movimiento de descontento social que estando gran parte del país todavía ligado emocionalmente con el pensamiento oficialista, no tenía muchas posibilidades de éxito a corto plazo. Aunque parezca contradictorio ambos puntos de vista los escribo en primera persona en plural porque participé tanto en la euforia como en la duda.
En junio 2014 Venezuela está de regreso a esta tensa normalidad, normalidad que implica acostumbrarse a vivir con miedo, represión y desabastecimiento. Imposible calibrar cuáles son los porcentajes de hartazgo en la población nacional, sobre todo cuando en los hipermercados socialistas nos topamos a diario con cientos de venezolanos -niños pequeños incluidos- algunas viejitas guarecidas del sol bajo sombrillas, esperando pacientemente hacerse de los productos que en cualquier país, hasta naciones de endeble estructura económica, no hay problema para conseguir.
En los mercados no socialistas también se hacen grandes colas cuando aparece uno de esos productos regulados que en Venezuela ya nos acostumbramos a no encontrar en los anaqueles: leche, harina, aceite, arroz, azúcar, café, papel higiénico... entre una larga lista a la que todos los días se les agregan nuevos productos.  Hay quienes orgullosos decimos que no vamos a hacer cola ni muertos, pero hay ocasiones que no queda otra, por ejemplo, ¿cómo hace una madre de niños pequeños si escasea la leche, o una señora que se redondea con la repostería cuando aparecen el azúcar y la harina, o una familia cuando solo queda en casa un rollo de papel toilet?  El venezolano que en este año 2014 asegure que no ha hecho largas colas para comprar algún producto en escasez, es porque o trabaja en un supermercado, o está en las altas esferas del Gobierno, o porque tiene a alguien que haga la cola por él. 
Viendo la reacción en cadena del hartazgo que sí fue televisado en Network, recordé une testimonio que alguien compartió en facebook la semana pasada de una profesional que en camino al trabajo se dio cuenta que en el mercado de su vecindario acababan de sacar un producto que hacía tiempo no conseguía. Hizo lo que hoy está costando horas productivas por doquier, se detuvo para comprar aquello que en su hogar carecían, qué remedio si esta diligencia representaría llegar tarde al trabajo además del fastidio de tener que hacer más de una hora de cola por algo así como conseguir aceite o papel toilet. 
Pero la profesional tenía un método de protesta personal, haría su cola blandiendo un cartel que llevaba guardado en la cartera donde expresaba su inconformidad ante la humillante situación económica que vive el país. No había terminado de sacar el cartel cuando una señora en la cola le exigió que lo guardara, en su presencia nadie iba a enchavar al gobierno, si estaba tan descontenta en Venezuela, ¿por qué no se iba para Miami? En pocos segundos la cola del mercado se volvió en un atajaperros dividido en partes iguales entre quienes están hartos y no se la piensan calar más; quienes de lo único que están hartos no es de las colas ni de la escasez ni de la inseguridad sino de los escuálidos queriendo sabotear a la Revolución; y quienes están hartos de las colas y de los pleitos entre gobierneros y opositores pero se los calan indiferentes porque no les gusta meterse en problemas. 
La censura llega hasta el supermercado: la seguridad le pidió a la señora del cartel de protesta que lo guardara para evitar problemas. 
Al final en Network la indignación pública despertada por el periodista enardecido no llegó a nada, las fuerzas a las que se enfrentaba sabían manipular la atención de la opinión pública hacia otro tema más jugoso.  Claro que los indignados en Network no lo estaban por temas tan inmediatos como el miedo, la represión y la escasez que golpea a todos por igual en Venezuela, No creo que aquí la indignación se vaya a apagar así de fácil, solo falta esperar que la balanza se incline de manera irrevocable hacía quienes estamos arrechos y no nos las pensamos calar más.

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