jueves, 8 de agosto de 2024

Las Invasiones bárbaras

 


 
El sábado por la noche vi "Las Invasiones bárbaras" de Denys Arcand, ganadora del Oscar a la mejor película extranjera del año 2003. No la vi por casualidad, como me hacía falta catarsis en el difícil momento político que estamos viviendo en Venezuela, al verla en la oferta del canal Criterion pensé que la historia de cómo el moribundo profesor de Historia se despide de la vida, me volvería a abrir el chorro de lágrimas con la misma intensidad que cuando la vi en el cine Trasnocho hace más de veinte años.
Ver esta película franco-canadiense también serviría como guiño dónde quiera que estés a mi amigo Andrés Cardinale, quien murió hace un par de meses tras una ruda batalla contra el cáncer, entre tantos recuerdos que me dejó Andrés, uno de los que más recuerdo es haber llorado como yo viendo Las Invasiones Bárbaras, aunque no recuerdo si lo hicimos juntos o luego lo conversamos en esa eterna competencia de risas que fue nuestra amistad, peleando quién lloró más con la despedida frente al lago del no tan viejo Remy.
Andrés y yo nos conocimos en bachillerato cuando entró al colegio Santiago de León buscando en Humanidades lo que no había logrado encontrar en el colegio El Peñón: amigos afines a su alma transgresora, amor a la literatura, humor negro y pasión por los ideales. En el Santiago sin duda encontró espíritus afines, ninguno de ellos era yo, aunque compartía su amor por la Literatura, y quizás una pizca de su delicioso humor negro, desde chama cero intensidades, no compartía ni el alma transgresora ni la pasión revolucionaria de Andrés, yo era el tipo de adolescente cuyas canciones preferidas eran cualquiera que se pudiera bailar y tuviera la palabra “Nigthlife”, y Andrés a los dieciséis años ya coreaba las canciones de la entonces verdaderamente “Nueva” Trova Cubana (a Silvio y a Pablo los descubrí fue en mis años de estudiante de Artes en la UCV), y aunque no nos teníamos antipatía, por lo menos yo no se la tenía a él, nos chalequeábamos mutuamente, mi alma adolescente burlándome de la pavosidad de sus sueños marxistas, y el pichón de revolucionario diciéndome que entre lo primero que invadiría el lumpenproletariado sería esos antros de la decadencia que eran las discotecas City Hall y Le Club.
Tengo prueba escrita de ello, un papel tipo cuestionario de Proust donde el Andrés adolescente además de afirmar que su deporte favorito era “fastidiar a Piki” en el salón, su mayor sueño era cuando llegara, porque llegaría, La Revolución a Venezuela.
Veinte años después, la Revolución Bolivariana apenas naciendo de la mano de Hugo Chávez, Andrés y yo nos volvimos a encontrar en un grupo de email formado por amigos de bachillerato. Andrés -quien se había graduado con honores de la Escuela de Letras de la Central- lejos de celebrar con cohetes la llegada de la Revolución, era el más deprimido y fatalista con el proceso político que apenas empezaba, a tal punto que juraba haber quemado todos sus discos de la Nueva Trova Cubana. Jamás habría imaginado el adolescente Andrés que su sueño revolucionario se convertiría en su peor pesadilla.
En este grupo vía email de compañeros del Santiago, promociones 80/81, como el 99 % nos confesábamos oposición, teníamos a un solo disidente: Jorge Recio, fotógrafo graduado de Filosofía en la UCV, quien quedara en silla de ruedas tras un disparo en los sucesos de Puente Llaguno en abril 2002 cuando tomaba fotos en el frente del gobierno. Jorge aseguraba que el disparo que lo dejó paralizado de la cintura para abajo, venía del lado de la oposición. Y hablo del querido Jorge en pasado porque también murió hace unos meses, en Barcelona, España, ciudad que decía era más accesible para que una persona atada a una silla de ruedas pudiera ser independiente. Murió apoyando hasta al final al Proceso Revolucionario. A pesar de nuestra diferencias ideológicas, quiero pensar que era un hombre justo. ¿Habría apoyado los actuales escrutinios del CNE?
Regresando a Las Invasiones Bárbaras, no la había vuelto a ver desde aquella tarde en el Cine Trasnocho, recordaba el distanciamiento del padre intelectual con su hijo yuppie, pero a lo que hace veinte años no le di tanta importancia, hoy pasando los sesenta, poco menos de la edad de Remy al morir, es en qué se mide una vida bien vivida.
Remy muere relativamente joven, tenía un cáncer feroz, pero gracias a las diligencias de su hijo el yuppie, y la hija yunkie de una amiga, puede morir en sus propios términos, rodeado de sus amigos, bromeando sobre todos los “ismos” a los que alguna vez pertenecieron. Siendo uno de los mayores arrepentimientos de Remy el recuerdo de en un bar flirteando con una hermosa muchacha china cuando no se le ocurrió nada mejor que decirle lo admirable de la Revolución Cultural. Sobre todo viniendo de él que tenía su pequeño apartamento atiborrado de libros en los que se veía la pluralidad del pensamiento humano. Cuán bruto se podía ser decírselo a una muchacha cuyo padre había muerto víctima de la brutal represión que trajo la Revolución Cultural, y la madre del suicidio ante ella.
Debe ser tanto encierro por el que hoy me dio por pensar en mis amigos de adolescencia, en los “ismos”, en represiones feroces, y en las invasiones bárbaras que a los venezolanos en vida nos tocó, y que para tantos otros países, los venezolanos nos hemos convertido.

No hay comentarios: