jueves, 22 de mayo de 2025

De acentos y manerismos


  
 La semana pasada vi por Netflix la serie argentina El Eternauta, basada en la novela gráfica argentina escrita y publicada por primera vez en el año 1957, obra de Héctor Germán Oesteheld. La serie, que trata de un helado Apocalipsis en Buenos Aires, ha sido aplaudida por la crítica y por los amantes de la ciencia ficción, aunque no faltan los puristas que se quejan de que se aleja del material original y que su protagonista Ricardo Darín, no da con el personaje de Salvo. 

No he leído la novela gráfica, pero la actuación de Darín me pareció excepcional: de la desesperación a la determinación de encontrar a su hija, del miedo a la desconfianza… en fin véanla, no se las voy a contar, aunque ya deben saber por las redes que uno de los elementos adaptados es que el personaje de la “Delivery” es venezolano, interpretado por la joven actriz Orianna Cárdenas. 

Si algún detalle me atrevería a criticarle a la serie y a la actuación de Orianna, que está muy bien si no fuera por ese pequeño detalle, quizás sería bajarle dos a los venezolanismos, todas las frases tienen un chamo, un pana, un chévere… como si en la dirección de actores le hubieran dicho recuerda en cada frase que eres una Delivery venezolana. 

Quizás este comentario se deba a que los venezolanos, o mas bien los caraqueños, tenemos la falsa creencia que no tenemos ni acento ni manerismos, que el nuestro es el acento menos impostado de todas las naciones hispanoamericanas, que si no fuera por un chamo ocasional, por un chevere de vez en cuando, por comernos el final de las palabras, poco delataría nuestro origen.


Por lo menos eso creía yo con mi acento caraqueño del Pedregal de Chapellín, pero un par de incidentes me hacen pensar lo contrario, el último fue hace poco más de un mes de visita en Nueva York cuando tuve la fortuna de ir al concierto de Rubén Blades celebrando los cuarenta y cinco años años de Maestra Vida en el Lincoln Center.


En marzo de 2025 se vivieron momentos particularmente difíciles para cientos de miles venezolanos en los Estados Unidos con la disposición del Presidente Donald Trump de eliminar la extensión otorgada por Joe Biden a los venezolanos del Estatus de Protección Temporal (TPS), miles de familias que se  vieran beneficiadas por esta medida tras buscar una mejor vida huyendo de la crisis que se vive en Venezuela, corrían el riesgo de tener que irse de inmediato, como ya venía sucediendo con miles de venezolanos deportados a una cárcel en El Salvador, o en vuelos especiales a Venezuela. Ante medidas tan agresivas, miles de venezolanos con visas de estudiantes y Green Cards, tampoco se sentían seguros en sus estatus legales por el mero hecho de ser venezolanos, y hasta quienes entramos a los Estados Unidos con visas de Turistas, llegamos a temer que fuera anunciada la prohibición a los venezolanos de entrar en territorio estadounidense.  


Es decir, este marzo de 2025 no era el mejor momento de ser venezolano en los Estados Unidos, nos sentíamos los propios parias. Por eso fue muy emocionante cuando en el concierto celebrando uno de sus discos más emblemáticos, Blades comenzara saludando al sueño de tantos latinoamericanos de luchar por una vida mejor, lucha que muchas veces no se logra, pero que siempre seguiremos soñando e intentando. Blades comenzó recordando que el locutor original de la segunda ópera de salsa latina, que narra la historia del sastre Carmelo y de su amada Manuela, fue el venezolano César Miguel Rondón. Y que esa noche la Orquesta Filarmónica de Nueva York sería dirigida por Diego Matheuz, talento venezolano salido del Sistema de Orquestas.


Entre las primeras filas a la mención de Venezuela salió a relucir una bandera tricolor, en ese momento enjugué una lágrimita nacionalista, sentimiento que solo brota en mi en momentos así con la sensibilidad a flor de piel, porque ya sabemos que los nacionalismos extremos no suelen traer nada bueno. 


El concierto fue maravilloso, lo disfruté muchísimo a pesar de que Maestra Vida más allá del tema que lleva el nombre del disco, no es parte de la banda sonora de mi vida como lo fueron otros discos de Blades como Siembra, Canciones del Solar de los Aburridos y Buscando América. Al entrar a la sala pedían no filmar con el teléfono así que fue un concierto de disfrute pleno, todos los sentidos puestos en el escenario y no en la pantalla del celular, solo al final recordando que “Maestra Vida, camará, te da y te quita, te quita y te da”, salieron cientos de celulares apuntando al maestro Blades para dejar constancia que se estuvo ahí. 


En medio de la ovación final, la bandera venezolana en las primeras filas volvió a  ondear Por eso cuando el público comenzó a abandonar la sala, viendo como el grupo con la bandera venezolana la volvía a erguir para hacerse un selfie frente al escenario vacío, de pepa asomada quise participar en el selfie de paisanos, por eso me les acerqué y les dije:


-  Me emocioné mucho al ver la bandera, yo también soy venezolana.


Me contestó el que parecía más simpático: 


- Siempre llevo la bandera doblada en el bolsillo, never leave home without it.




Después de tomarnos el selfie conversamos un rato, eran tres hombres un poco más jóvenes que yo, uno no sale en la foto, el más conversador tenía años viviendo en NYC, los otros no tanto:


-¿De dónde eres?- me preguntó el más salido.

- De Caracas- le contesté.

-Ellos son de Carupano, yo también soy de Caracas, ¿de qué parte de Caracas eres?


Solo le faltaba preguntarme de qué colegio, le contesté:


-De la Florida. 


 Se sonrió, algo en su sonrisa me hizo sentir que no era de conexión paisana sino con un leve dejo de ironía, así que nos despedimos, cada quien por su lado. Pasos después pude oír como le decía a sus amigos:


-¿Distinguieron el mandibuleo? Es que yo las reconozco a leguas. 


What????? ¡Mandibuleo yo! No sea re…., eso me pasa por frasquitera por estar confraternizando, quién me manda a pendeja.


 Un rato después la rabia abrió paso a la duda:  ¿Será que yo mandibuleo como Laura la sin par de Caurimare y pasados los sesenta años es que me estoy enterando?  ¿Me reconocen a leguas? ¿Seré yo un cliché más de cierta tribu caraqueña?


Este incidente me hizo recordar otro incidente visitando a mis hijas que viven en Miami, ciudad donde se oye más español que inglés. De compras de pequeños souvenirs porque al día siguiente regresaba a Caracas, vi un quiosco con esos brazaletes con ojitos turcos que dizque espantan el mal de ojo. Estaba con mi hijo que quería llevarle algo a la novia, y le dije:


-Pregúntale a la amiga cuánto cuesta.


“La amiga” contestó:


-Cinco dólares, ¿son venezolanos?


-Sí, ¿cómo supiste? ¿El acento nos delata?


-Por el acento no habría sabido distinguir, lo que la delató fue la palabra “amiga”, solo los venezolanos dicen “amiga pa’cá” “amiga pa’llá”.


Así que quién soy yo para decirle a Orianna que le baje dos a los venezolanismos,  por lo visto una amiga que mandibulea, así que sigue rompiéndola chama.  

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno el artículo. Me pasa como a ti, que cuando veo en una serie o película un venezolano haciendo de venezolano, me parece que exageran los venezolanismos. Pero después paso enfrente de empanadish, aquí en y Madrid donde siempre hay un grupo de muchachos venezolanos, en la calle, conversando mientras esperan que les entreguen sus pedidos y al oírlos ( claramente desde el otro lado de la calle, porque el volumen es una de las características que nos istingue), me doy cuenta que los personajes de las serie, se quedaron cortos