Antes nos jactábamos de que venezolano no emigra, pero a partir de los años noventa, cuando nos convertimos en un infierno político, son tantos los compatriotas que se han ido que los podemos dividir en dos categorías: aquellos que quemaron los barcos y aunque se interesan cibernéticamente por los amigos y la la familia, no quieren saber más del país; y aquellos que ni mares ni óceanos han logrado desvincularlos de lo que está pasando en Venezuela.
Mi prima Pali pertenece a la segunda categoría. Todas las mañanas, antes de leer Liberation, hace un recorrido por Internet de la prensa venezolana desde El Nacional hasta Aporrea. Como hay seis horas de diferencia entre París y Caracas, mientras aquí todavía dormimos el inquieto sueño revolucionario, Pali ya está enterada de los últimos avatares en Venezuela. Quizás esta urgencia de estar al día se debe a que Pali no emigró harta del país, sino que se fue por amor: conoció en Choroní a un director de fotografía galo, y ocho años después, tienen en Francia tres hijos y una productora. Siempre que puede, Pali viene a visitar a sus abuelas, a sus padres, a sus hermanastros, a sus tíos y a sus primos; y cada vez se encuentra con una Venezuela más fracturada, incluyendo su familia: un lado chavista y el otro lado de oposición. Y ella no logra entender en qué momento se rompió el país, cuándo nos dividimos en dos.
Estar en medio de dos visiones políticas que se enfrentan no debe ser cosa fácil, a veces pienso que Pali habría sido una excelente rectora del CNE. Pero a la hora de elegir árbitro electoral el TSJ escogió a tres de cinco jueces que siempre, siempre inclinan la balanza a favor del régimen: ¿Dónde están los ninís cuando se les necesita?
Aunque Pali se ofende si la llamo niní, especialmente después de tantas retaliaciones contra aquellos que firmaron pidiendo un referendo revocatorio presidencial. La imparcialidad de mi primita terminó de explotar al no encontrar respuesta chavista a su pregunta: “Si en la constitución está la posibilidad de convocar a un RR, ¿qué delito cometen aquellos que lo solicitan? ¿Por qué debe costarles su trabajo, su pensión y hasta la cobertura social a la que tienen derecho?”
Convictos del delito de firmar Pali y yo conocemos a varias personas: por ejemplo a la abuela de nuestra amiga Larissa, la señora de 84 años se enfermó y al pedir ayuda para su tratamiento al Seguro Social, se lo negaron con un “quién la manda a firmar”; o el hermanastro de Pali, un arquitecto que diseñó un proyecto comunal y aunque a los jóvenes teatreros encargados en dar el visto bueno les gustó su propuesta, no lo pudo realizar porque “Chamo, tu firmaste”; o la hija de Castillo, el chofer de nuestra abuela, que es maestra y que también firmó, le están reteniendo el sueldo en el liceo: “mientras vemos qué hacemos con casos como el suyo”. Sin contar la cantidad de amigos a quienes se les ha negado su derecho a renovar cédula o pasaporte porque aquí no hay documentos para golpistas.
Yo le digo a Pali que hasta miedo da ir a ver a la cantante española Rosario al Teresa Carreño, no vayan a pedir la cédula al entrar y a los que firmamos no nos dejen pasar por terroristas.
Mientras tanto el Gobierno se contradice, algunos ministros declaran orgullosos que despedir a quienes firmaron del sector público es una necesidad, pero la Ministra del Trabajo, María Cristina Iglesias, dice que no hay pruebas de represalias del Gobierno por razones políticas, que el que las tenga que vaya al Ministerio del Trabajo a poner la denuncia. ¡Ja! Si este salto de democracia a dictadura no fuera una tragedia, hasta gracioso me parecería cuan caradura se puede ser. Pali, quizás porque vive en Europa y allá el holocausto no se olvida, no le encuentra ninguna gracia, ella dice que los que firmamos aún no nos damos cuenta de que llevamos una estrella de David cosida a la cédula.
Publicado en El Nacional el 27 de marzo de 2004
Ilustración para Nojile: Rogelio Chovet.
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