miércoles, 25 de mayo de 2011

Vicisitudes de una madre de dos niños con lechina

Cuando Camila nació hace 20 años, la vacuna contra la Lechina todavía no había llegado a Venezuela, entonces seguían siendo comunes los brotes de esta eruptiva, ninguna mamá se daba mala vida por ellos, mas bien agradecíamos que a los niños les diera pequeños porque la también llamada Varicela, en adultos se podía complicar y hasta ser mortal, sin contar las terribles consecuencias para el bebé si a la madre le daba durante el embarazo.
Por eso me alegré cuando a Camila le dio a los 5 años: unas cuantas ronchas por el cuerpo, fiebre que no pasó de 38 y medio, abundante caladryl, y listo, en menos de una semana estaba de regreso en el preescolar.
Recuerdo que cuando ya se le había quitado el malestar pero todavía le quedaban ronchas activas, algunas mamás trajeron a sus niños a jugar a casa para que se les pegara, pero Camila la lechina no se la contagió ni a su hermana Isabel, que entonces tenía 2 años.
15 años después, el ya no tan pequeño Ozzie de vacaciones en Margarita, inapetente, tras dos días con fiebre creyéndolo insolado, se levantó la franela para enseñarme su espalda llena de postulas: "Me pica".
 Lo llevamos a la emergencia de la clínica frente a Rattan Plaza donde ni siquiera lo dejaron entrar no fuera a desatar una epidemia, porque solo con verle la cara el Médico Residente le diagnosticó en la sala de espera "varicela". El doctor recomendó reposo, mucho líquido, acetaminofén para bajar la fiebre, que no se rascara, y evitar el sol como si fuera un vampiro: "Y váyanse de aquí que esta es una enfermedad sumamente contagiosa, hasta respirándole al lado se pega".
En Margarita post-Semana Santa fue difícil conseguir acetaminofén pediátrico, hubo que recorrer varias farmacias, y ni soñar caladryl. La atormentada criatura no podía evitar rascarse, como resultado se le infectaron varias ronchas en los brazos y la espalda, las tenía rojas e hirviendo. De regreso en Caracas, su pediatra le recetó antibiótico local y tomado. En total el niño perdió dos semanas de clases.
En pleno año 2011 la gran pregunta era ¿por qué a los 11 años Ozzie no estaba vacunado contra la lechina? Hasta su pediatra se extrañó, él desde hace tiempo la tenía en el esquema de vacunas, pero por alguna razón a Ozzie esa vacuna se le escapó.
Quizás porque tras pasar Camila una lechina tan leve sin contagiar a su hermanita, yo había optado por no vacunar a sus hermanos mientras fueran niños, ya se comenzaba a hablar en 1996 de la vacuna de la varicela en Venezuela, pero era casi experimental, poco se sabía de ella, se decía que su efecto duraba 10 años y no garantizaba inmunidad contra la eruptiva, solo aseguraba que de dar, daría más leve, y por eso mejor que a las niñas les diera lechina pequeñas porque si les daba en estado, por más leve que fuera, representaba un riesgo para el bebé. Y así con el tiempo, lo dejé pasar.
Sabiendo que la lechina en la adolescencia también podía complicarse, me hice la firme promesa tras el lechinón sufrido por Ozzie, que llevaría a mi hija del medio a vacunar apenas fuera posible, pero dos semanas exactas después de que el paciente 0 de la familia cayera enfermo, Isabel a sus casi 17 años llegó del colegio un viernes en la tarde prendida en fiebre, brotándose dos días después.
A Isa se le llenó de ronchas la cara, como un ataque violento de acné, pero sabiendo que las consecuencias de rascarse serían quedar marcada de por vida, aguantó estoica la piquiña mientras su mamá zanqueaba farmacias buscando Caladryl para aliviarla, loción que en Caracas tampoco fue posible conseguir.
A falta de Caladryl, buenas son las recetas caseras como untar a la enferma de leche de magnesia, pero el viejo remedio contra la acidez está tan desaparecido en Venezuela como el caladryl. Pretendí bañarla con harina de avena, pero harina de avena #nohay. Casi apelo a la caña brava que según la señora María le quitó la picazón de la lechina a todos sus nietos, decidí irme por un método más tradicional: Maizena Americana de Alfonzo Rivas & Cia. Si en Venezuela nos faltara la maizena americana, ahí si tendríamos que emigrar.
Siguiendo una receta que encontré en Internet, llené la tina del baño (suerte que había agua en mi edificio) y poniéndole unas cucharaditas de maicena al agua tibia, mientras le duró la picazón, Isa se dio 2 baños cortos al día para refrescarse mientras el almidón cumplía la misión de cicatrizar. Además del acetaminofén para bajar la fiebre, y el aciclovir para que el virus atacara lo más leve posible, llamé a la dermatóloga para que a la adolescente no le quedaran marcas en la cara. Recomendó tres cremas: "compra la que encuentres que no se consigue ninguna".
Conseguí una de Aveeno en Farmatodo.
Como se cuidó de no rascarse, a Isa no se le infectaron las ronchas como a su hermano, y diez días después de los primeros síntomas, ya estaba presentando examen de francés. Las marcas apenas se le ven.
Sin duda pudo haber sido peor pero también pude evitar estas dos lechinas de haber tenido la precaución de vacunar a mis hijos, porque en un país donde no se consigue ni leche de magnesia ni caladryl, por lo menos la vacuna contra la varicela no escasea.
Cuando pensaba que salí de esta, que ya mis tres hijos habían quedado inmunizados contra la varicela, el otro día hablando con mi madre se me ocurrió insistir: "¿Estás segura de que a mi me dio?".
"Segura, segura, no estoy, sé que a tus hermanos mayores les dio, e imagino que a ti también, pero no te preocupes, después de pasar tres semanas atendiendo enfermos de lechina, ya te habría dado, ¿o no?".
Siento cómo los gangleos en el cuello comienzan a inflamarse.

2 comentarios:

Isa Peña O´conn dijo...

Que sufrimiento has pasado Adriana, supongo que lo peor es el desamparo del Estado, esa escasez que relatas se parece cada día mas a la que me relataban mis parientes Cubanos, los cuales ya en Miami han olvidado esa vida de privaciones en el paraíso del comunismo caribeño.Un saludo

Adriana Villanueva dijo...

Así es Isa, recorrer farmacias en busca de cualquier medicamento y recibir como respuesta: "no hay", da mucha impotencia. La lechina es una enfermedad engorrosa por la piquiña y lo mal que se sienten los chamos, pero en muy raros casos mortal, grave es cuando la carestía se refleja en tratamientos para el cáncer, HIV, diálisis, cardiopatías, como a menudo ha sucedido en Venezuela en los últimos años.