martes, 10 de julio de 2012

Dream a little dream of me


En una de las entregas de El Fantasma, Javier Marías asegura que le fastidia cuando una novela o cuento incluye un sueño, según el escritor español, corta la narrativa. Desde entonces cada vez que leyendo me topo con la narración de un sueño, no puedo dejar de acordarme del Fantasma, ¿agrega o no agrega este sueño a la historia? Generalmente no. 
Sin embargo el tema onírico siempre me ha interesado, quizás porque soy de quienes sueñan casi todas las noches. No suelen ser sueños tormentosos, no me despierto gritando desesperada como el personaje interpretado por Gregory Peck en Spellound (1941) ni están ambientados como la imaginería surrealista de Salvador Dalí para la famosa película de Alfred Hitchcock. Lo que si me queda es sabor de nostalgia cuando sueño con un afecto que murió. Paso el día con lo que los brasileños llaman saudade. Debe ser porque me crié en esta cultura Caribe-cristiano donde entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos hay apenas una bruma blanca, intransitable para los vivos, pero para la cual de vez en cuando los muertos consiguen visa. 
Si en la cultura oriental las almas trascienden hasta alcanzar la perfección y fundirse con el universo, los occidentales-Caribe tendemos a pensar en la muerte como en una especie de emigración de la que nadie escapa, lo bueno es que casi todos vamos a emigrar al mismo lugar, por eso es que cada vez que alguien muere por este rincón del mundo, en el velorio se oyen comentarios tipo: "Ya debe estar en el cielo con...", como si lo hubiesen ido a recibir a la antesala de san Pedro. 
Este "con" suele ser un amigo o familiar que antecedió al difunto, pero lo mejor de este edenico lugar al que iremos a parar es precisamente lo democrático que es, en él no solo nos reencontraremos con nuestros seres queridos sino también tendremos la oportunidad de codearemos con nuestros ídolos, siendo el precursor de esta fantasía Dante Alighieri quien en la Divina Comedia antes de reencontrarse con su amada Beatriz, entre el infierno y el limbo tuvo como guía al poeta Virgilio.  
Cuando en 1990 murió el director de teatro Enrique Porte de un infarto fulminante con apenas 42 años, en medio del terrible impacto de la noticia porque Enrique era una fuente de energía a cuyo alrededor gravitábamos un heterogéneo grupo de amigos, nuestro único consuelo era imaginar que ya se habría reencontrado con su padre, el maestro José Ángel Porte Acero -quien había muerto unos meses antes- y habrían retomado sus habituales discusiones políticas. En su mayoría agnósticos o ateos, los desconsolados panas necesitábamos creer que Enrique y el viejo Porte Acero en esos momentos estarían debatiendo sobre el bloque soviético, y que en medio de ese purgatorio que debe ser una interminable discusión política, Enrique también tendría tiempo para hacerse amigo de su ídolo John Lennon. 
Y aquí viene mi sueño ¿o pensaban que se iban a librar de él? La otra noche soñé que estaba rumbeando con Frank Sinatra. Poniendo al personaje en la perspectiva de mi vida, nunca ha sido uno de mis ídolos, me gusta su música, tengo varios de sus temas en el IPod, pero su imagen pública no me simpatiza especialmente. Esa es la gran diferencia entre soñar despiertos y soñar dormidos: despiertos elegimos el objetivo de nuestros sueños, dormidos el subconsciente lo selecciona por nosotros. Dudo que de escoger un personaje con quien rumbear, habría escogido a Sinatra, pero heme en mi sueño con old blue eyes de smoking, y esta caraqueña con su portentoso mini-vestido negro, de tugurio en tugurio, dry martini tras dry martini, con la licencia espacio-temporal que tienen los sueños, oyendo bandas de jazz entre Caracas, Nueva York y París. 
Cuando sueño, jamás sé que estoy soñando, el sueño lo vivo, así que me encuentro rumbeando con Frankie, sin mayor intensidad que la rumba misma, cuando de repente me cae la locha: "Adrianita, ¿tú te das cuenta de con quién te estás cayendo a palos? Nada más y nada menos que con Frank Sinatra". Y como mi cámara Lumix no me abandona ni en los sueños, quise hacer lo que cualquier mortal de la era digital habría hecho: tomarse una foto con tan famoso pana para ponerla de perfil en Facebook. 
Como soy una mujer educada y este no era un sueño erótico, le pregunté a Frank si no le importaba que nos tomáramos una autofoto, me abrazó como se abraza a los amigos cuando posan juntos mientras yo extendía el brazo con la cámara para captar el momento. Pensé que los dry martinis me estarían haciendo efecto, porque al ver en la pantallita de la Lumix cómo habían quedado, me dí cuenta que no lograba dar con el objetivo: o salían las luces de local, o la alfombra, o un cenicero con collillas aplastadas, pero ni Frank ni yo. 
Ya me daba pena con Sinatra insistir en retratarnos compulsivamente cual adolescentes frente al espejo de un baño, cuando oí una risa familiar: mi primo entraba al local acompañado de unos amigos. Me salvé, excelente fotógrafo, nadie mejor para capturar este momento para la posterioridad. 
"¡Primo!", le grité, además de querer que me tomara la foto, también había algo de jactarme ante él de semejante compañero de rumba. 
Tras saludarnos con un beso, me quitó la cámara susurrándome al oído: "Tú si inventas". 
El primo nos tomó dos fotos antes de devolverme la Lumix. 
"No se puede" me dijo mostrándome la pantalla digital, tampoco él lograba dar con el objetivo. Era como si Sinatra y yo fuéramos vampiros, no había manera de que saliéramos en la foto. 
Qué raro, pensé, tratando de develar el misterio de semejante invisibilidad cuando de repente me encontré repitiendo la pregunta con la que suelo despertar cada vez que sueño con mi querido primo: "Pero oye, ¿tú no estás muerto?", solo que en esta ocasión me dio tiempo de abrazarlo antes de decirle: "Nos haces tanta falta".
En ese momento me desperté con un nudo en la garganta sintiendo el dolor de la ausencia del primo con quien crecí y quien fue uno de mis mejores amigos de juventud. Este año se cumplirán siete años de haber cruzado la bruma blanca. En ese estado de sopor entre el sueño y la recién recuperada vigilia, tardé segundos en darme cuenta de otro detalle que en el sueño había pasado por alto: Frank Sinatra, con quien rumbeé todo la noche entre Caracas-Nueva York y París, murió en 1998, y no solo él sino tampoco yo lograba salir en la bendita foto.  
Cómo no preguntarse, pellizcándome como exige el sentido común para ver si estaba despierta o si dormía: ¿será que acaso atravesé la bruma blanca también?


La foto rumbeando con Sinatra al fin fue posible gracias a Joanna Casas


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