El pasado martes 30 de julio murió en Miami, a los 86 años, el comediante cubano Guillermo Álvarez Guedes, quien a pesar de haber pasado más de la mitad de su vida exiliado en los Estados Unidos, y sobre todo, a pesar de sus adversarios, nunca dejó de ser tan cubano como las masitas de puerco y el congrí.
Cómo olvidar la tarde a mediados de los años 70 cuando mi padre llegó a casa con un par de LP de Álvarez Guedes que le había prestado un amigo con la advertencia: “no son para niños porque son muy groseros”. Como en mi familia nunca existió la censura, ante las carcajadas de nuestros padres, mis hermanos y yo nos unimos alrededor del tocadiscos para gozar con los chistes de este cubanote de bigote poblado que contaba, entre tantas ocurrencias, sobre una visita de Supermán a la Cuba Revolucionaria. Después de los festejos oficiales recibidos, cuando le tocó regresar al Imperio, el Hombre de Acero se encontró con problemas para despegar. Al voltear para ver qué era lo que estaba pasando, tenía a centenares de cubanos aferrados a su capa gritando: “Arranca, Supermán, arranca”.
Aunque
la mayoría de los chistes de Álvarez Guedes no eran contra la Revolución Cubana,
tenía suficientes chistes “gusanos” en el repertorio como para que su humor fuera fruta prohibida en ese pequeño
oasis revolucionario en el Caribe donde la censura, sin duda, era más férrea
que en casa de mis padres.
Los
discos de Álvarez Guedes fueron devueltos al amigo que los prestó y no los
volvimos a oír, pero muchos de sus chistes -como las desventuras de Atanasio o
el cuento de la abuela que confundió laxantes con chocolates- quedaron como
referencias familiares que siempre nos hacían reír, por eso un día, cuando ya yo
era una orgullosa estudiante de la Escuela de Arte en la combativa UCV, se me
ocurrió comentar entre amigos que qué buenos eran los chistes de Álvarez
Guedes. Inmediatamente se hizo un silencio sepulcral, seguido por la fría
recriminación de si acaso mi familia era afecta a los chistes gusanos.
Por
supuesto que a los 19 años me retracté, como san Pedro, negando a quien tantas
risas me brindó: “es que hace tiempo un
amigo de mis viejos, a quien ya casi no vemos, nos prestó dos de sus discos, es
verdad, es burda de gusano, pero tenía algunos chistes buenos”.
Tras
semejante metida de pata ideológica, me impuse como penitencia monopolizar mi
reproductor durante semanas con la Nueva Trova Cubana cantando odas a la
revolución. No hay que olvidar que en
los años 80 dudar de Fidel y de su gesta era causal de repudio entre la otrora
joven intelectualidad caraqueña, inclusive entre tantos que hoy consideran a la
revolución venezolana como una pesadilla encadenada a la voluntad de los
hermanos Castro.
Ya
sin la carga de la simpatía revolucionaria como presión social, busqué en You
Tube los chistes de Álvarez Guedes y con el paso del tiempo, encuentro que quizás carecen de la elegancia política y de la
inteligencia del monólogo de algunos
humoristas actuales en Venezuela, pero todavía uno puede llorar de la risa con
sus cubaneos y ocurrencias.
Álvarez
Guedes, al igual que la gran Celia Cruz y tantos otros cubanos señalados como
“gusanos” por renegar de la Revolución –así como a los venezolanos de poca fe
se nos tilda de “escuálidos”- murieron de viejos, con la inmensa pena de no
volver a pisar la isla, que no por no compartir el manido sueño revolucionario,
alguna vez dejaron de amar.
Publicada en El Nacional la primera semana de agosto 2013
Publicada en El Nacional la primera semana de agosto 2013
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