lunes, 15 de julio de 2013

Un pueblo llamado Maruja


Extraña sensación enterarse de la muerte de un ser tan querido por las redes sociales. El domingo 14 de julio mi esposo me despertó con una mala noticia: "Se murió Maruja Beracasa, lo acaba de twitear Marianela Salazar". Ahí no había espacio para un "¿Estás seguro?", sabía que @alíasmalula era buena amiga de Maruja, y que a la tía Maru un enfísema pulmonar tenía tiempo pasándole factura. 
Maruja no era tía de sangre sino de afecto, que vale por dos, era parte de la familia adquirida de la que hablaba Isaac Chocrón, no me acuerdo mi vida sin ella, aunque sí hago memoria recuerdo cuando apareció la tía Maru, yo tendría como ocho o nueve años cuando mis padres comenzaron a frecuentar a esta amiga de juventud, un tanto estrambótica, que acababa de regresar a Venezuela con sus tres hijos menores: Luis, La Pucha y Helenita, tras divorciarse del padre de los niños en Francia. Sus dos hijos mayores, Pablo y Charly, hijos de un primer matrimonio, se quedaron viviendo en Suiza con su papá. Desde entonces Maruja fue un personaje regular en nuestras vidas, tanto, que cuando entré en la Escuela de Arte le preguntaba a los profesores amigos, Isaac Chocrón y Mauro Parra, y hasta al mismo Decano de Humanidades, Roberto Ruiz, por el progreso académico de su sobrina: "La Piki", como ella siempre me llamó. 
Impresiona la reacción ante la noticia de la muerte de Maruja en twitter: periodistas, escritores, políticos, artistas, activistas sociales; en 140 caracteres escribieron más que los típicos lugares comunes ante su muerte. Todos tenían una anécdota, una particularidad de Maruja que compartir. Aunque Maruja no se puede decir que era una celebridad, si bien sus multiples facetas de anticuaria, jetseter, activista política, farandulera, amante de los animales, y de cuanta causa noble se le cruzara.
Hay quienes se atreverían asegurar que por lo que más fue conocida Maruja en Caracas, lo que la hizo una leyenda, fueron sus famosos "Open House". Celebraba por lo menos dos grandes fiestas al año: el 14 de julio, para festejar el cumpleaños de su pareja, el psicólogo Rodolfo Tarff (Rudy), y seis meses después para celebrar su propio cumpleaños el 29 de diciembre. 
Comencé a asistir a estos open house apenas entré en la universidad, cuando Maruja llamaba a mi mamá para recordarle sus fiestas semestrales, y le decía: "te traes también a La Piki, que vienen sus profesores". Así antes de cumplir 20 años, como apéndice de mis padres, iba a las famosas fiestas en Villa Matilde en el Country Club en las que Maruja reunía, además de a su numerosa familia, a académicos, intelectuales, teatreros, misses, farándula, faranduleros, músicos, empresarios, alta sociedad, diseñadores, anticuarios, artistas, políticos, periodistas, y hasta recién llegadas como yo; y como toda buena anfitriona, a cada uno de sus invitados lo hacía sentir como al invitado de honor de la fiesta.  
Lo único que me hacía sentir incómoda en Villa Matilde, aunque ni loca se lo demostraba a la tía Maruja, era que los invitados éramos recibidos por una manada de perros a la entrada de la casa. Mi mamá los llamaba :  "Las mutaciones", porque a diferencia de la anfitriona, bella y elegante en su desenfadada manera de vestir, los perros de Maruja parecían salidos de una corte canina de los milagros: Cojos, viejos, tuertos, sin raza ni pedigrí de que alardear. 
De lo que sí alardeaba Maruja, es que no había perro desamparado que no estuviera dispuesta a adoptar, en un reciente entrevista a El Nacional, contó que llegó a tener 20 perros viviendo con ella. Pero desde que se había mudado a una casa más pequeña en la Alta Florida, ante su precario estado de salud, tuvo que aprender a controlar el impulso de adoptar a cuanta bestia desvalida le pasara por delante, y ahora solo tenía 6 perros, porque quién se iba a ocupar de tantos animales cuando ella no estuviera. 
Los años pasaron y dejamos de ir a las fiestas de Maruja, cuando nacieron mis hijos, las vacaciones decembrinas las destiné a Margarita, aunque sé por la prensa que por lo menos los Open House de su cumpleaños, no los dejó de celebrar. Eso no quiere decir que le perdí la pista a la tía Maruja, cada vez que me encontraba con alguno de sus hijos le preguntaba por su mamá, y las noticias desde hace un par de años no eran buenas: Maruja sufría de enfísema y había perdido buena parte de su capacidad pulmonar. Cada vez le costaba más respirar y tenía que pasar largas temporadas hospitalizada. 
Cuando me topaba con la tía Maru, a menudo en manifestaciones políticas, pensaba que quizás exageraban, porque la veía tan alegre y  dinámica como en esas fiestas en Villa Matilde en los años 80. Su energía la había trasladado al activismo democrático y a las redes sociales, sobre todo twitter, donde tenía más de diez mil seguidores. La mejor manera de saber que la tía Maru no estaba muy bien, era cuando dejaba de twittear. 
La última vez que supe de Maruja fue hace menos de una semana, tras compartir en Facebook una foto de Instagram del campamento de la Guardia Nacional que hasta hace unos días velaba por la rectora del Consejo Nacional Electoral. Los soldados tenían varios meses custodiando a "la señora Tibisay", acompañados de tres perritos callejeros a quienes los vecinos de La Florida vimos crecer de cachorros a perros jóvenes. Parte de nuestro paisaje diario era ver a los soldaditos, apenas saliendo de la adolescencia, jugar con los cachorros para pasar el fastidio de la custodia. A veces era necesario hacer maromas en el carro para esquivar a los perros porque les gustaba dormitar tomando sol en la mitad de la calle. Hasta que hace unas semanas: "Levantaron la carpa verde militar, se llevaron a los perros, y dejaron las sillas rotas", puse al pie de la foto en Instagram. 
Helena, la hija menor de Maruja, me escribió un mensaje directo para ponerme al día del destino de los perritos: la guardia no se los llevó, su mamá iba todos los días a darle comida a los cachorros, y por eso cuando les tocó abandonar la custodia de la señora Tibisay, los soldados le contaron con tristeza que a los perritos no se los podían llevar. Entonces Maruja y su hijo Luis se llevaron a los perros, ya ni tan cachorros, a vivir con ellos. Brownie, Berta y Bazuka son los tres últimos perros abandonados que adoptó la tía Maruja, apenas semanas antes de morir.
Este 14 de julio, el mismo día del tradicional Open House para celebrar el cumpleaños de Rudy, supe que dos días después sería la última ocasión en la que se reunirían sus amigos en torno a Maru, esta vez para despedirla en el Panteón Israelita, su última fiesta, para celebrar la vida de mi querida tía que deja un compañero, 5 hijos, una decena de nietos, 9 perros, y tantas personas que la quisieron, tantas que podríamos fundar un pueblo llamado Maruja. 

lunes, 8 de julio de 2013

Patria y disparate


Tras el caradurismo del Ministro de Información, Ernesto Villegas, y del alcalde del Municipio Libertador, Jorge Rodríguez, al exponer a la luz pública extractos de una conversación privada entre la diputada María Corina Machado y el historiador Germán Carrera Damas, escribí la crónica: “¿Apio o auyama?” para  El Nacional, advirtiendo a mi editora que si no me tocaba publicar esa semana la montaría en mi blog y mandaría otro artículo la semana siguiente, porque el tema de un Gobierno capaz de exhibir sin pudor una conversación a puerta cerrada entre una alumna y su profesor, siete días después, estaría más que trillado por tanta indignación nacional.
Una semana ha transcurrido desde entonces y como diría el Ciudadano: “aquí no ha pasado nada”. Por lo visto la indignación nacional cada vez tiene la piel más gruesa, y ya ni la firme sospecha de elecciones viciadas, ni la golpiza en la Asamblea, ni el ataque a la Ciudad Universitaria, ni los miserables sueldos de sus profesores, ni el desenfadado espionaje político, ni la censura a los medios de comunicación social, ni el premio nacional de periodismo al difunto presidente Chávez, ni la escasez de tantos rubros de la canasta básica, ni mandar propaganda Gobiernera como representante a la Bienal de Arte de Venecia; ni cualquier otro escándalo que podría hacer crujir cualquier sociedad moderna, parece causar en los venezolanos más que un ligero sacudón.  
Hay que admitir que uno de los grandes méritos revolucionarios es que en la República Bolivariana de Venezuela, en estos últimos 14 años, se ha ido minando tanto la capacidad de asombro como la de indignación. Como si en esta Patria revolucionaria ya nos resultara normal el estado de indefensión ciudadana en el que vivimos, con instituciones que solo sirven para velar que el poder central y sus acólitos siempre se salgan con la suya.
Eso sí, todavía nos queda algo del sentido del disparate, aunque a veces cuesta diferenciar los titulares de la prensa nacional con los de la página web de humor El Chigüire Bipolar, por eso no extraña la denuncia de Henrique Capriles Radonski que en un libro de Historia Contemporánea aprobado por el Ministerio de Educación, usaron una página del Chigüire como parte de la Historia Patria.
 Solo viviendo en el país del disparate puede explicarse que mientras la misma mayoría en la Asamblea Nacional que ignoró el audio de Mario Silva con el Comandante cubano -a pesar de las graves denuncias que en él se hacen que involucran hasta al mismo presidente de la Asamblea- esta semana exige una investigación de la conversación de la diputado María Corina Machado con su profesor. Pero no hay de que angustiarse, compañeros, porque según palabras del canciller Elías Jaua, eso de estar grabando conversaciones privadas no es práctica común del gobierno revolucionario.
 El colmo de los disparates de la semana en curso fue la proposición de Nicolás Maduro de otorgarle asilo humanitario al ex agente norteamericano Edward Snowden,  buscado internacionalmente tras denunciar la práctica de espionaje de su gobierno y el Británico. La generosa proposición de Maduro se hace menos de una semana después de difundida la conversación grabada en el estudio del profesor Carrera Damas.

Quién sabe si Snowden aceptará la oferta de venir a vivir a Venezuela, tremenda paradoja si lo hace para quien los más románticos describen como: “Apasionado de la privacidad y adalid de la Libertad de Expresión”.

Artículo publicado en El Nacional el sábado 6 de julio 2013. 

viernes, 5 de julio de 2013

4 y 5 de julio


En el año 2012 me tocó pasar por primera vez un 4 de julio en Nueva York y darme cuenta de la enorme diferencia de cómo celebran en los Estados Unidos el Día de su Independencia, y como celebramos, un día después, el aniversario de nuestra independencia en Venezuela.
En los Estados Unidos el 4 de julio es de carácter cívico, un día de jolgorio tribal, semanas antes comienzan a moverse los engranajes del capitalismo y sale a la venta una parafernalia de mercancía alusiva a la fecha patria: en tiendas como Old Navy se exhibe la línea de ropa con barras y estrellas emulando la bandera; y tiendas de artículos para el hogar como Pottery Barn, William Sonoma y Target, ofrecen manteles, platos, vasos, servilletas donde los colores rojo, azul y blanco predominan.
La celebración del 4 de julio en los Estados Unidos es comunitaria, momento para reunirse en familia con los vecinos y amigos, como ya es verano al aire libre alrededor de barbacoas y picnics esperando el gran evento de la velada cuando en toda ciudad, aunque no pase de la categoría de pueblo, se hace alarde de un espectáculo de fuegos artificiales para celebrar: "the land of the free and the brave". 
Inclusive en una gran ciudad como Nueva York, de las más cosmopolitas y trendy de los Estados Unidos, los usualmente gruñones neoyorquinos se dan el "Happy fourth of july!" como quien da el feliz año nuevo. Una costumbre que ya comparten mis amigos venezolanos recientes emigrantes en los Estados Unidos, quienes en las redes sociales celebran un nuevo aniversario de la patria adoptiva como jamás se les habría ocurrido hacerlo en la patria natal. 
Dice el dicho: "Cuando estés en Roma, haz como los romanos" pero yo no pensaba celebrar el Día de Independencia de un país que no es el mío, no estoy culturalmente programa ni siquiera para celebrar el 5 de julio venezolano, así que más allá de reciprocar amablemente los "Happy Fourth of July!" con los que me saludaban, no pensaba sumarme al jolgorio local. 
Y no lo habría hecho de no ser porque Yordano y Yuri también estaban de vacaciones en Nueva York, y me convencieron que no nos podíamos perder la experiencia de ver los fuegos artificiales iluminando el río Hudson. Así una calurosa tarde en la que la temperatura superaba los 90 grados F (30 y pico grados de los de acá), me encontré cruzando la ciudad con mis amigos, sus dos hijas y mi hija Isabel, del East River hasta el río Hudson, para nuestra primera celebración del 4th of july.
Por supuesto que los mejores puestos están reservados para los VIP, y el lomito en Nueva York es frente al río Hudson, como 10 cuadras hasta la calle 24, por completo reservadas por la tienda por departamento Macy's que patrocina la celebración del 4 de julio con la participación de estrellas pop. Macy´s financia en NY los más de 40 mil explosivos a utilizar en los fuegos artificiales de la noche. 
La policía de Nueva York, con ese porte de gladiadores que tienen sus oficiales, impedía el paso de la muchedumbre a la zona VIP.  Nosotros que veníamos de la calle 10 y primera avenida, tuvimos que caminar varias cuadras, con un calorón que ni en Cabruta, estado Apure, antes de encontrar la primera calle donde tuviéramos acceso al río. 
Acceso es una palabra optimista, sabíamos que el río estaba detrás del muro aunque no se veía, pero ese muro no era obstáculo para que una más que calurosa tarde de verano, cientos de entusiastas espectadores, armados de banderitas de barras y estrellas, disfrutaran entre amigos y familia de nutridos picnics expuestos a  lo largo del asfalto.
 Llegamos como a las 5 y media de la tarde y ya la amplia calle estaba tomada por decenas de manteles de cuadritos, los presentes se sentaban en el asfalto hirviendo con la misma comodidad como si estuvieran en la grama del Central Park. Yordano, Yuri y yo nos sentimos afortunados de encontrar un enclencle arbolito donde por lo menos apoyarnos.
Supuestamente los fuegos artificiales comenzarían al anochecer, asumimos que sería antes de la siete, sin tomar en cuenta que el anochecer del verano en los Estados Unidos es pasadas las 8 de la noche.
 Si en Caracas habrían hecho su agosto los vendedores ambulantes vendiendo cervezas, helados, raspados y botellitas de agua, en Nueva York quienes no habían llevado refrigerios, ante una posible deshidratación, debían hacerse paso por la muchedumbre, que cada vez era mayor, y caminar varias cuadras largas al local de comida más cercano. A las siete de la noche, los mismos que me convencieron de venir a hacer turismo a esa paila del infierno, quisieron irse sin esperar que comenzaran los fuegos artificiales, ¿por qué no mejor verlos en cualquier bar cercano que tuviera televisión, con aire acondicionado, y un vodka en la mano? Pero las niñas insistieron que tras dos horas pasando calor, sería absurdo irnos sin ver los benditos fuegos artificiales. 
Conversando con gente a nuestro alrededor, era fácil darse cuenta que la mayoría de los asistentes no eran de Nueva York, sino que habían viajado a "town" especialmente para la ocasión. Una familia que se había quedado al otro lado del río, en New Jersey, donde el alojamiento es considerablemente más barato que en Manhattan, se arrepentía de haber cruzado el río porque en New Jersey la vista era superior. 
A las 7 y media no cabía un alfiler en la calle, los policías mandaron a quienes estaban sentados en su mantel, a pararse y recoger para que entrara la mayor cantidad de personas posibles. El calor y la claustrofobia comenzaron a apoderarse de los adultos, de no ser por las niñas, mis amigos y yo hace rato nos habríamos largado de ahí. Pasadas las ocho de la noche fue cuando comenzaron los fuegos artificiales ante el deleite de la multitud que celebraba cada explosión como una maravilla de la pirotecnia. La verdad la verdad nunca he sido entusiasta de los fuegos artificiales, me parece un desafuero ambiental que tras segundos de colores, queda una estela de humo que tarda horas en evaporarse. 
 Como media hora duró el evento, di gracias a Dios cuando por fin terminó, lo que jamás imaginé es que entonces era cuando comenzaba lo peor. Isabel y yo nos despedimos de nuestros amigos que iban downtown mientras nosotras íbamos uptown, dispuestas a agarrar al primer taxi que viéramos,  o entrar en la primera estación de Metro que encontráramos. Pero hacía ese lado de la ciudad no llega el Metro y estaba cerrado el tránsito vehicular, tuvimos que caminar largas cuadras codo a codo en éxodo como parte de la muchedumbre, y además de la claustrofobia y el calor, se sumó la paranoia que hasta un loquito con un triqui traqui podía causar una estampida mortal. 
Las cuadras eran interminables y el calor tan grande, que a la altura de Chelsea, encontramos un parque con chorros de agua abiertos donde juguetabean unos niños como salidos de una película de Spike Lee, y cual perdidos en un desierto que por fin encuentran un oasis, Isabel y yo nos metimos con ropa y todo bajo los chorros de agua como si de Parque El Agua en Margarita se tratara. Una cosa si les digo, las princesas caraqueñas no estamos hechas para ese calor. Caminadas más de treinta cuadras más exhaustas que mantuanas en la emigración a Oriente en la lucha de la Independencia, por fin encontramos un taxi que nos llevara a casa, dando por conocida la inolvidable experiencia del 4 de julio en Nueva York.
Un año después, en Caracas, celebro el 5 de julio como siempre lo hemos celebrado los venezolanos, echadaviendo televisión, solo procuro no sintonizar la televisión nacional evitando toparme con un desfile militar en cadena.