lunes, 14 de marzo de 2016

A punto de Armagedón




El pasado sábado 12 de marzo a las nueve de la mañana pasando por el lado del elevado de Las Mercedes, recordé al grupo de mujeres clase media precursoras del movimiento de calle de la oposición que originaron el término "escuálidas" al cruzarme con un grupito de mujeres vestidas con el típico uniforme de marchas: gorra tricolor, franela blanca, blue jeans y zapatos de goma; armadas con sus banderas de siete estrellas, rumbo a la Plaza Brión de Chacaíto para exigirle al heredero de Chávez, Nicolás Maduro, que renuncie ante el deplorable estado en el que está Venezuela bajo su mandato. 
Minutos antes en la radio logró conmoverme una invitada al programa de Carolina Jaimes Branger   que narraba el suplicio de las pacientes de cáncer de mama para encontrar medicinas indispensables para su tratamiento. En la Venezuela de Maduro la lucha por la salud tiene que ser por partida doble: contra la enfermedad y contra la escasez de medicamentos; y no solo contra el cáncer, también contra múltiples males como la hipertensión, diabetes, anticonvulsivos, antibióticos, y hasta para hidratar bebés que padecen diarrea. Los enfermos crónicos venezolanos que no tienen dólares para importar su tratamiento al costo que sea, hoy viven una situación desesperada tras la indiferencia oficial que no termina de reconocer la emergencia de salud que estaría obligada a enfrentar como gobierno. 
La medida más efectiva ante cualquier crisis en tiempos revolucionarios es la propaganda oficial, a Carolina la interrumpe un micro -que se repite varias veces al día-  del ministerio de información del poder popular buscando explicarle a los venezolanos que los terribles momentos que vivimos se deben a la caída de los precios petroleros por la codicia del Imperio. Lo que no explican es qué pasó con el dinero de la bonanza petrolera que le tocó a los revolucionarios administrar, cómo justificar que un país al que entró tanto dinero durante tanto tiempo hoy esté en semejante estado de desabastecimiento que ni un país en guerra. 
Dicen que fue bastante escuálida la concurrencia al "Maduro renuncia", semejante convocatoria pecaba de ingenua: Maduro ni loco va a renunciar ya que quienes están aferrados al poder tienen demasiado por lo que responder cuando ya no lo estén. Los enchufados prefieren ver a Venezuela convertida en un país en ruinas que ni el escenario más apocalíptico de Mad Max, antes que enfrentar la verdadera justicia, no la justicia del actual Tribunal Supremo que solo busca otorgar el poder absoluto y sin cuestionamientos a un gobierno tan criminal como fracasado. 
A toda marcha de la oposición le sale su contramarcha del oficialismo, surgiendo una especie de competencia de quién lo tiene más grande, en este caso, quién convoca más gente, o menos gente, podría decirse del pasado sábado. A la altura de Plaza Venezuela me crucé con la respuesta chavista al "Maduro renuncia" en forma de: "Obama deroga el decreto", también en su mayoría mujeres portando recién estrenadas franelas rojas con el lema de turno listas para concentrarse en torno a la Plaza O´Leary para exigirle al presidente de los Estados Unidos que derogue el decreto contra Venezuela. Curioso que en ninguno de los diversos medios pro-oficialistas que exigen su derogación, terminaban de explicar en qué se basa el dichoso Decreto de Obama contra Venezuela, quizás porque a quienes afecta principalmente es a aquellos venezolanos que gozan de millonarias propiedades en los Estados Unidos, además de grandes fortunas en dólares de dudoso origen.
O quizás para casi nadie es un secreto, porque en esta ocasión el discurso antimperialista no funcionó para lograr una masiva convocatoria roja,  pocos iban a perder su puesto en la cola para comprar comida para defender las cuentas millonarias de unos tantos en los bancos de Florida. Que marchen los enchufados. 
Está bien ser chavista, y creer todavía en la revolución, lo que no está bien es ser pendejo hasta el punto de marchar por defender las cuentas en dólares de quienes han desangrado a la nación. 
Un tercer contingente de caminantes que me crucé esa azul mañana de un sábado de marzo fueron los Testigos de Jehová, las mujeres con mangas y faldas largas, los hombres de camisa cerradas de botones con corbata, repartiendo panfletos anunciando el fin de los tiempos. Con sus Biblias en las manos los Testigos abarcaban más ciudad que chavistas y escuálidos juntos.
Ese sábado cerró una semana horribilis en Venezuela tras la masacre de 28 mineros en Tumeremo que parece ser apenas la punta de un iceberg de irregularidades en la zona, el asesinato de Larry Salinas: un respetado y querido director de orquesta de niños minúsvalidos, y tras certificar por las redes sociales cómo los linchamientos populares se están volviendo la más infalible forma de justicia en Venezuela... Además de la frustración de quienes aquí seguimos ante la cada vez peor escasez de alimentos y medicinas.
Cómo no volverse apocalíptico y preguntarse si después de todo los Testigos de Jehová tienen razón, por lo menos en Venezuela estamos llegando al punto de Armagedón, al fin de los tiempos. 
Dios quiera que solo sea el fin de los tiempos revolucionarios.



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