jueves, 3 de marzo de 2016

Comprar cartulinas en la Venezuela de Maduro


Una mañana cualquiera en la Venezuela de Maduro, mi hijo me mandó un mensaje de texto pidiendo que le comprara cartulinas, anime, plastilina y unos alambres que tenía que hacer una maqueta para un proyecto de biología del colegio. Pedí más especificaciones. No tardó la respuesta: "Lo que encuentres". Los adolescentes en la Venezuela de Maduro saben de sobra que de nada sirve ser muy específicos. 
No había problema, tenía una reunión a las 10.30 de la mañana, después pasaría por las Novedades de La Florida para comprar los materiales necesarios para un 20 en biología. En otros tiempos habría acudido a las Librerías Lea en Mata de Coco, o Punto & Coma en La Florida, las surtidoras de materiales de estudio de mi infancia y buena parte de la infancia de mis hijos, pero en tiempos de Chávez ambas librerías cerraron, y desde entonces donde quedaba Lea hoy es un local vacío con un cartel que anuncia: "Se vende o alquila", y la librería del señor Fiori hoy es una zapatería que ni estantes tiene de esas que para vender zapatos así de baratos, la mano de obra debe ser próxima a la esclavitud. 
La cadena de librerías Novedades también es histórica, no recuerdo Caracas sin ese referente, al pasar de los años con sus altos y bajos, Las Novedades se había mantenido igual. Cuando no conseguía algún material en la Librería Punto & Coma, cruzaba la calle para buscarlo en Las Novedades y seguro lo conseguía. Y hasta hace poco así fue, pero ayer cuando confiada fui a buscarle las cartulinas a mi chamo, al dirigirme a la sección de papelería la empleada me detuvo, esa parte de la librería estaba clausurada por falta de mercancía. Si quería cartulina solo quedaba la corrugada: "Eso es lo que hay". 
No me molesté en preguntar por anime ni por alambre. Lo que si salí preguntando es cuánto tiempo más podía sobrevivir la cadena de Librerías Novedades en la Venezuela de Maduro. 
En la tarde fui a Arte Chacaíto, ahí seguro encontraría lo necesario para la tarea de Biología de mi chamo. En efecto cartulinas las que quisiera, anime también conseguí, los alambres no pero esos se improvisan. El estacionamiento del Centro Comercial Chacaíto estaba inusualmente vacío, ese mismo día subieron el precio de la hora de estacionamiento a 40 bolívares, como tres veces más de lo que hasta el día anterior había estado regulado. La causa más que justificada: a precio viejo los estacionamientos no podían pagarle un sueldo digno a los empleados. A precio nuevo tampoco, pero por lo menos daría para aumentarles alguito (la medida del alza del costo de los estacionamientos hoy fue derogada hasta próximo aviso). 
Aprovechando que mi hora a 40 bs. todavía no se cumplía y que el mercado Central Madeirense estaba tan inusualmente vacío como el estacionamiento, entré para ver qué conseguía, aunque no siendo el día de compras de mi número de cédula sabía que de encontrar cualquier producto en escasez, como por ejemplo cepillos de dientes que no se consiguen por ningún lado, me quedaría con las ganas.
Como era de esperarse en la Venezuela de Maduro, si el Central Madeirense estaba vacío de clientes era porque también estaba fallo en mercancía. 
Entrando conmigo un señor grita al ver tantos estantes disfrazados para no parecer vacíos:
Mardito país! ¡Hasta cuándo vamos a seguir así!".
Una señora al final del pasillo le responde, también gritando:
"¡Hasta que sigan votando por los rojitos!".
No me meto en discusión de mercados, pero me pareció injusto la apreciación histórica de la doña, la mayoría aplastante de los venezolanos que fuimos a votar las últimas elecciones para escoger representantes en la Asamblea Nacional lo hicimos a favor de lograr el contrapoder a un Gobierno que evade responsabilidades ante semejante crisis económica, hundiendo a Venezuela cada vez más en la miseria. Lo que se reflejó en el voto popular el 6 de diciembre era lo que se sentía esa tarde en el Central Madeirense en Chacaíto, un "¡Hasta cuándo!".  ¡Hasta cuándo! que el Tribunal Supremo de Justicia pretende prolongar negando las facultades legislativas de la nueva Asamblea Nacional. 
Después de todo esa tarde si me hice con un par de productos en escasez: en un carrito encontré arrumado un cargamento de galletas de soda, agarré tres paquetes, ya ni merienda para los muchachos se consigue en la Venezuela de Maduro. También había café, pero no del regulado, "café gourmet" importado a mil doscientos bolívares el kilo, y uno se da cuenta del abismo actual del poder adquisitivo entre quienes podíamos darnos el lujo de pagar café a ese precio y quienes no, porque  a 1.20 al cálculo de mercado negro pensado en dólares parece una miseria, pero dicho en bolívares representa casi el diez por ciento del sueldo mínimo en Venezuela. 
Poco menos de lo que pagué por dos cartulinas y una lámina de anime. 
Esa tarde la cola para pagar en el Central Madeirense no era larga pero si lenta, porque en la Venezuela de Maduro para llevarse lo que sea en la mayoría de los mercados hay que plasmar par de huellas dactilares. Hacer cola da oportunidad para medir el descontento, el muchacho de atrás despotricaba porque él no tenía para comprar café gourmet, la señora atrás de él insistía en eso de hasta cuándo los venezolanos íbamos a aguantar. La muchacha frente a mi hacía su cola sin chistar, muy bonita, se llevaba pan de dieta que justificaba su línea. Al igual que yo, la chica optó por no opinar, cuándo se volteó a buscar algo me di cuenta el porqué: la linda muchacha de silueta estilizada portaba orgullosa una franela amarilla con la imagen de Ezequiel Zamora y el lema: "Oligarcas temblad". 
Hay que ser valiente para vestir semejante propaganda revolucionaria en estos tiempos de inflación y escasez. Yo que soy de lo más tranquilita, me dieron ganas de morderla. 
Después de todo mis tres paquetes de galletas de soda no pasaron en la caja para sorpresa de la cajera, solo me podía llevar dos. El café a mil doscientos bolívares no tenía ningún tipo de restricción.
Cuando llegué a casa con el botín del día: dos paquetes de galletas de soda, un kilo de café gourmet, dos cartulinas y una lámina de anime, me estaba esperando el estudiante de biología en la puerta, tras revisar la bolsa me recibió con una frase que me hizo sentir la peor madre del mundo:
"Mamá, ¿y la plastilina?". 

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