jueves, 18 de febrero de 2016

Cuando la moral pierde los frenos


Gracias a las ofertas del mes en Amazon Kindle descubrí Winter Journey de la australiana Diane Armstrong, novela que a pesar de las demasiadas casualidades en la trama que afectan la credibilidad del lector, es buena. Este Viaje de Invierno trata sobre Halina, una odontólogo forense que regresa a su Polonia natal a fines de los años 90 para participar en la excavación de una fosa común donde yacen decenas de cadáveres tras un incendio provocado en el año 1941. La tarea de Halina es mediante las dentaduras que se van encontrando, determinar la edad y el sexo de las víctimas. La historia oficial aseguraba que los muertos eran exclusivamente judíos estalinistas ajusticiados por los nazis. El propósito de esta misión era establecer si realmente se trataba de unos cuantos hombres ajusticiados por razones políticas, o si estaban frente a un genocidio que incluía mujeres y niños, y establecer si la responsabilidad de semejante crimen era de los Nazis, de los soviéticos, o la posibilidad más espantosa: de los mismos vecinos del pueblo. 
Cómo es de esperarse muchos en el ficticio pueblo de Nowa Calgaria pretenden detener a como dé lugar la investigación, insisten en qué necesidad abrir viejas heridas, que hay que dejar a los muertos descansar en paz, que los polacos fueron víctimas tanto de los soviéticos como de los nazis, ¿por qué volverlos sesenta años después posibles victimarios?
Pero la investigación seguirá duélale a quien le duela porque solo con la verdad se podrá dar la cara a un futuro mejor. 
Muchos dirán que tales niveles de antisemitismo fueron una aberración en la historia del Siglo XX, ya parte del pasado, que semejante fenómeno ante el odio de la religión ajena (sea cual sea) no podría repetirse tras saber los horrores del Holocausto. Pero hasta en esta Venezuela cultivo de tantos odios ocurren incidentes que prenden alarmas como lo sucedido en el apartamento del alcalde David Smolansky a quien unos malandros rayaron en la pared mensajes antisemitas, antes de escapar con su botín de computadoras.
Halina creció en una Australia moderna, su único vínculo con su Polonia natal era una madre reservada que se negaba a hablar del pasado, quien la crió a punta de refranes y máximas morales en una sociedad multicultural donde la religión ajena, o la falta de ella, carecía de importancia. Por eso Halina no estaba preparada para encontrarse que sesenta años después del Holocausto, en Polonia el antisemitismo, aunque socarronamente, seguía vigente.
Asombrada ante la poca disimulada "antipatía al otro" de la actual Nowa Calgaria, y ante el afán por encubrir lo que una generación anterior fue capaz de hacer ante esa antipatía -porque ni siquiera era odio-, Halina se pregunta cómo gente normal, padres de familia, responsables trabajadores, respetuosos con sus mayores, con mascotas a las que aman, amables con sus vecinos; podrían llegar al límite de asesinos, inclusive de bebés, o encubridores de asesinos. El padre Krzysztof, quien desde su púlpito predica la conveniencia de que el pueblo enfrente la verdad de semejante masacre, (prédica que le gana más de un enemigo), le responde a Halina con una metáfora similar a la que usó el revolucionario Roland Dennis en su último artículo en Aporrea: horrores que pasan cuando una sociedad, como un carro, se queda sin frenos: "En 1941 en Nowa Calgaria los frenos morales fallaron, y cuando por fin lograron detenerse, se encontraron sumergidos en el fondo de un hediondo albañal".
En Venezuela todavía no nos quedamos completamente sin frenos, las elecciones parlamentarias fueron una especie de freno de mano, que sirvió para demostrar que el pueblo venezolano se negaba a seguir siendo aliado incondicional de un gobierno corrupto, incapaz y autoritario. La nueva Asamblea no significaba un nuevo gobierno, sino un contrapoder facilitado por el voto popular ante un gobierno que en los últimos 17 años ha procurado abarcar todos los espacios de poder sin permitir disidencia ni auditoría.
A la sociedad venezolana no se le han ido los frenos, o por lo menos el 6 de diciembre de 2015 se demostró a fuerza de votos que los recuperamos, pretendiendo darle un parado a quienes tienen a Venezuela en la ruina moral y económica, en un país donde la vida humana vale menos que un celular, y ni medicamentos de vida o muerte se consiguen, mientras grandes fortunas se han hecho gracias a la especulación y el narcotráfico.
A quienes si parece que se le fueron los frenos y van en caída libre por la bajada de Tazón remolcando a Venezuela con ellos es a quienes todavía ostentan el poder central, comenzando por la jugada de procurarse un Tribunal Supremo de Justicia que siempre  dicte a favor del gobierno de Nicolás Maduro, a tal punto que tras ser rechazado por la Asamblea un supuesto plan de emergencia nacional en materia económica, el TSJ dio carta blanca para seguir desguazando a los mismos políticos y militares que tienen a Venezuela en la ruina.
Dictaminar ese poder de Emergencia Económica a favor Maduro es como haberle dado carta blanca a Idi Amin en un Decreto de Emergencia Especial de Ayuda Humanitaria.
Pero en este viaje de invierno que hoy vive Venezuela, a pesar de lo mal que estamos, por fin se empiezan a ver luces al final del túnel: una Asamblea Nacional encabezada por Henry Ramos Allup que no se deja amilanar, la certeza de que el pueblo venezolano ya está claro que este no es el camino a seguir, que es urgente un viraje a otra Venezuela distinta a la represión, debacle económica y sobre todo odio que ha caracterizado al gobierno de Maduro.
Comienzan a exhibir freno moral quienes hasta hace poco eran apologistas del régimen, solo esperemos que quienes tienen el pie puesto a fondo en el acelerador del fracaso, tomen conciencia histórica de lo que hoy vivimos en Venezuela y su responsabilidad en ello, desaceleren, y permitan que la historia fluya para bien para volver a retomar el camino a la Democracia, de la reconciliación... que volvamos a ser un país productivo más que destructivo, al que los jóvenes sueñen con venir y no con marcharse.


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