viernes, 4 de noviembre de 2016

"Los espermatozoides" de Calder


Una noche a fines de los años 90 mi abuela Margot invitó a sus once nietos a cenar, nos tenía una sorpresa que no se hizo esperar: entre los papeles de mi abuelo aparecieron varios dibujos de Alexander Calder, los suficientes para que a cada uno de sus nietos le tocara dos dibujos. La suerte no estuvo de mi lado esa noche, en el sorteo familiar me tocaron quizás los menos afortunados del lote. A uno de estos dibujos lo bauticé con afecto como: "los espermatozoides", y hoy junto con su dibujo hermano ocupa en mi apartamento un espacio preferencial. 
El valor de estos "espermatozoides" pintados con marcador negro en papel blanco que se volvió sepia con el tiempo, y del otro dibujo que parece un ejercicio de líneas que se encuentran, es más que todo sentimental, ni siquiera están firmados, apenas un minúsculo testimonio de la gran amistad entre dos hombres excepcionales: Carlos Raúl Villanueva y Alexander Calder. El mayor testimonio de la comunión de ambos genios habría de ser el Aula Magna de la Ciudad Universitaria, uno de los mejores ejemplos de que la síntesis de las artes no es una entelequia. 
La amistad entre Villanueva y Calder, casi contemporáneos en edad quienes además tenían un notable parecido físico, no fue inmediata, pero la admiración de mi abuelo por la obra de Calder no tardó en germinar, por eso en el año 1951 convocó al artista norteamericano nacido en Filadelfia, a quien años atrás le había presentado el arquitecto español José Luis Sert en París, para que participara en el proyecto de síntesis de las Artes de la Ciudad Universitaria asignándole la antesala del Aula Magna. Pero Calder medio en broma insistió que él quería estar adentro, y de ahí salió la idea de las nubes acústicas de Calder, también conocidas como "los platillos voladores", con la colaboración técnica del ingeniero de sonido Robert Newman.
El artista tenía sus dudas sobre si podría ser factible tanta ambición.
"Si lo logras, eres un diablo"- le dijo Calder a mi abuelo El Arquitecto, y Diablo se quedó.
Quien revise la extensa correspondencia entre "Sandy" y "El Diablo", se dará cuenta del rápido cambio de tono de formal a lúdico, de acuerdo laboral a divertida amistad, las cartas en sí son pequeñas obras de arte con tantos dibujos como ideas escritas con afecto fraternal, cartas que Sandy solía comenzar con Kerido Karlos, donde pasaban del inglés al español al francés con la misma facilidad. Esta correspondencia se puede encontrar en la página web de la Fundación Villanueva
A lo largo de sus vidas que comenzaron a los albores del siglo XX y se extendieron hasta mediados de los años 70 -muriendo con un año de diferencia- mucho fue el pan y vino que compartieron los amigos junto con sus familias, pero solo en una ocasión lo hicieron en Caracas, en el año 1955, cuando a raíz de una exposición de Calder en el Museo de Bellas Artes organizada por Miguel Arroyo, Alfredo Boulton y Villanueva; aprovechó el ingeniero mecánico devenido en artista plástico para por fin conocer el Aula Magna. 
Cuenta la leyenda que al verse Calder bajo las imponentes nubes de colores pasó varios minutos sin pronunciar palabra, no sé qué le habrá dicho a su amigo cuando por fin recuperó el habla, pero sé con qué gesto lo celebró: Calder estaba ensamblando en la Escuela Técnica Industrial sus obras para la exposición en Caracas, y de ahí salió "La Silla del Diablo" que dio a Carlos como gesto de admiración por el logro de haber creado en conjunto una de las salas de conciertos más espectaculares del mundo. 
Mis "espermatozoides" también salieron de esa visita de Calder a nuestro país, contaba mi abuela que Calder se quedó un mes en Venezuela incluida una visita de una semana a la isla de Margarita a casa de Alfredo Boulton- tuvo la ilusión de volver con su esposa Louise pero no lo llegó a hacer- y aunque durante esa estadía se alojó en el hotel Potomac en San Bernardino, la mayoría de las noches iba a comer en casa de mis abuelos donde mi abuela se dio cuenta de que Sandy hablaba bastante bien el español:
"Claro, ¿acaso no compartí taller con Miró?"- le explicó el por qué. 
Entonces mi papá estudiaba en una Universidad en los Estados Unidos, mis tíos estaban chiquitos, los nietos ni soñábamos en nacer (no llegamos a conocer a Sandy, nuestros padres lo quisieron como a un tío), mi abuela seguro se acostaba a dormir temprano porque qué fastidio ese par de locos siempre hablando de arte, y quedaban Sandy y Karlos tomándose unos whiskys, o quizás brandy o ginebra, no sé, conversando, soñando, inventando; y de esas noches salieron los veintidós dibujos que más de cuarenta años después sorteó mi abuela entre sus once nietos, la mayoría de quienes tampoco llegaron a conocer al abuelo.  

                                                                        II

No solo "La silla del Diablo", mis "Espermatozoides", dos de las esculturas en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Central,  y el resto de los dibujos repartidos entre los nietos marcó el paso de Calder por Venezuela en el año 1955, también más de sesenta obras que fueron vendidas durante la exposición en el Museo de Bellas Artes, y unas cuantas otras improvisadas que se dice regaló el buen Sandy a varias personas que trabajaron con él durante su estadía en Caracas. 
Recuerdo que en una ocasión una señora acudió a mi padre para que intercediera ante la Fundación Calder, decía que su esposo trabajó con el artista en Venezuela y le había regalado no sé si un dibujo o una esculturita. Durante años el obrero y su familia ignoraron la importancia del jovial artista gringo, se enteraron después. El señor había muerto y la familia quería vender la obra pero la Fundación Calder -que está a cargo de uno de sus nietos- se negó a autentificarla. Mi papá creyó en la palabra de la señora, tiene ojo para distinguir un Calder verdadero de uno falso como demostró cuando le tocó el engorroso deber de advertirle a un amigo de la familia que el valioso "Calder" que había comprado era una copia burda. El Calder de la señora si le parecía auténtico a mi papá y ante la conocida generosidad del artista, no cabía duda que bien se lo pudo haber regalado a su amigo herrero. Pero la Fundación Calder se resistió a autentificarlo. 
Tampoco los culpo, pocas obras de arte tan tentadoramente plagiables como un Calder, vaya que hasta yo escribí hace diez años una novela al respecto: "El móvil del delito", cuya contraportada está ilustrada con un "Calder" que hizo como divertimento un amigo artista para jugar con sus hijos. Nada reprochable en ello siempre y cuando no tenga valor comercial.  
Hace años en ciertas galerías caraqueñas comenzaron a venderse unos móviles de no sé qué artista nacional que tenían más que un parecido casual con los hanging mobiles de Calder. Imagino que de enterarse la exigente Fundación Calder no le habría gustado demasiado ese "homenaje". Por eso me sorprendió este mayo de 2016 que en la tienda del museo Guggenheim en Nueva York vendían réplicas de dos móviles "a lo Calder", supongo que con la venia de sus herederos quienes considerarán estas réplicas como los afiches de cualquier otro artista plástico que no quebrantan los copyrights de su obra.
Compré un "hanging mobile" para el cuarto de mi sobrino que estaba por nacer, además de un mini "stabile"  que hoy adorna el salón de mi casa al lado de una foto mía de niña junto con mis hermanos sentados en La silla del diablo, tomada por el fotógrafo Paolo Gasparini.  
Desde entonces no hay visita que no celebre mi "móvil de Calder" como a nunca nadie se le ha ocurrido celebrar los "espermatozoides" pintados por el pana Sandy una noche de tragos con el Kerido Karlos. Lo más divertido es que hay quienes creen que el mini móvil es un original, lo que equivaldría algo así como que tengo en mi humilde sala una obra que valdría casi más que el apartamento. Se sabe de casos de quienes les gusta exhibir en sus paredes copias de obras de artistas famosos y jactárselas de que son originales, pero en estos tiempos y en esta Venezuela yo más bien procuro aclarar lo contrario, no me vayan a torcer el pescuezo para quitarme un móvil que vale menos que hacer un mercado. 
Tampoco nada reprochable en tener la reproducción de una obra que amamos, mi abuelo decía que prefería que en sus paredes lucieran afiches de buenas obras de grandes artistas que malos cuadros. Mi abuela contaba que sus primeros cuadros de casada fueron un afiche de Picasso y otro de Cézanne. 
Lo que cuesta comprender son aquellos que con ligeras modificaciones copian la obra de un artista reconocido y la venden como propia, como vi recientemente en la vitrina de una céntrica galería en París, donde ofertaban unas versiones de móviles de Calder firmadas con otro nombre a 350 euros.
También pasa en Caracas con artistas contemporáneos, como contaré en otra intensidad porque esta se hizo demasiado larga.

PD: Cuenta mi tía Paulina tras leer esta intensidad: "Hace poco tiempo almorcé casa de Sandra Calder y le toqué el tema de esos falsos móviles que venden en los museos y hasta en galerías, me dijo que están furiosos con eso, que protestaron a los museos y que estos no pudieron hacer nada porque las tiendas son entes independientes. Así que no cuentan con la aprobación de la familia".

No hay comentarios: