martes, 18 de febrero de 2020

La impuntual

                                                                            

                                                                               I

En agosto de 2019 cursé el taller "Diario como Escritura Literaria" en la Poeteca dictado por Armando Rojas Guardia, aventura narrativa que de cierta forma ha silenciado las intensidades unos meses, ahora escribo un diario que aspiro abrirá caminos para nuevas intensidades. Es mi primer taller en La Poeteca, pero no mi primera taller dictado por el poeta Rojas Guardia: hace como diecisiete años tomé su taller titulado algo así como "El Escritor y la Ciudad" en las oficinas de la Fundación para la Cultura Urbana, que como La Poeteca, quedaba en MeneGrande. También leí con Rojas Guardia el Quijote con un grupo que nos reuníamos una vez a la semana en la hoy desaparecida librería Macondo en Chacaíto. 
Armando prepara sus clases con erudición, con notas escritas a mano en hojas blancas tamaño carta con grandes letras en tinta azul, me atrevería a presumir que son las notas de un sabio, oyéndolo hablar y también leer, pienso que algo similar deberían sentir los alumnos de Platón, extasiados ante un pensamiento excepcional. Por eso esa tarde cuando ya la clase estaba avanzada, entre talleristas que se dividían entre jóvenes que podrían ser mis hijos y mujeres que ya hace rato deben ser abuelas, cuando Armando disertaba sobre como "es imposible una escritura diarística que no parta de una hermenéutica simbólica de la realidad que encaramos todos los días...", al salón entró abruptamente una muchacha pidiendo disculpas por haber llegado tarde. 
Armando, que es un pan de Dios, casi no la deja entrar: "Señorita la clase comenzó hace cuarenta y cinco minutos, ya está por terminar, le pido que se retire y que la próxima vez llegue puntual".
La muchacha no le hizo caso, volvió a pedir disculpas y se sentó en una de las sillas vacías frente a la mesa de conferencias dejando  el morral en el piso tras sacar el celular. 
El poeta continuó: "El diario nos permite rozar ese orden, acceder a él...", si a Armando no le costó tomar el hilo de la conversación, yo que disto de ser una mente privilegiada me costó horrores, no porque sufra de problemas de atención, sino porque la muchacha, que se sentó justo frente a mi comenzó a chatear en su celular, o por lo menos eso pensaba yo, dale y dale con los pulgares escribiendo sin quitar la mirada de la pequeña pantalla. 
Yo estaba indignada, qué mala educación la de esta niña, primero llega tarde y ahora se pone a chatear con el celular. A los pocos minutos al ver que la chica no paraba de escribir, y que más nadie sino yo parecía prestarle atención a tanta descortesía, fue que me cayó la locha: no estaba chateando, lo que estaba era tomando notas con su celular. 
Demasiados años que no agarraba ni un curso ni un taller literario, me había quedado en las notas escritas a mano o en quienes graban la clase para después pasarla en un cuaderno. Quizás me estoy poniendo vieja: la tomada de notas en el celular de la impuntual compañera de clases me resultó desconcertante, pero al rato volví a prestarle atención a Armando en eso de que "la vida cotidiana con sabiduría psíquica es indispensable en todo diarismo que se respete". 

                                                                              II

 Tenía más de diez años que no agarraba un taller, y ese agosto 2019 (¿o fue septiembre?) me inscribí en dos, aunque el segundo no era un taller sino un ciclo de conferencias dictadas por la profesora María Fernanda Palacios sobre la obra de Teresa de la Parra -sans Ifigenia que siempre ha sido su tema-, cuatro deliciosos viernes por la mañana en la Quinta de Anauco. 
Si los integrantes en el taller de Armando se dividían en partes iguales entre jóvenes y no tan jóvenes, el público que llenó la sala de conferencias de la casa colonial en San Bernardino estaba conformado  en su mayoría por señoras de cierta edad, para usar un eufemismo. Sin exagerar yo era de las carajitas del grupo, quizás porque el tema era Teresa de la Parra: ¿Qué puede interesarle a los millenials saber de una señorita de principios del siglo XX que escribía para no aburrirse?- 
Quizás la falta de quórum de menores de cincuenta años también se debía a la hora, que algunos amigos llamarían horario frufrú: ¿quién tiene los viernes en la mañana libres para conocer a fondo el paso de la Venezuela rural a la Venezuela moderna de la que habla Teresa de la Parra en Las memorias de Mamá Blanca, así sea con la mejor profesora de Literatura en Venezuela?  
Se lo pierden los Millenials porque este ciclo de conferencias, como toda cátedra dictada por María Fernanda Palacios, fue maravilloso. Después de cada sesión María Fernanda era ovacionada por los presentes cual Maria Callas tras dejar el alma en el escenario. 
Eso si tienen las señoras caraqueñas, son unas linces tomando notas en esa hermosa letra tarbesiana que se gasta la mayoría, en mi letra script típica de egresadas del Santiago de León, no me quedé atrás, anota y anota en en la primera conferencia: "El pesar y la gracia de una doncella criolla", a pesar de que la profesora nos convidaba a no tomar notas, lo que rescata la memoria es lo que debe perdurar. Nadie le hizo caso, todas libretas en mano (los hombres, que también los había, no toman notas) dejando testimonio escrito que: "El eje de este curso no son sus textos sino Teresa de la Parra, acercándonos no a su persona biográfica, sino a su vocación, a la necesidad de escribir sin ninguna necesidad". 
A la segunda conferencia llegué puntual con mi libretica roja de flores y mi bolígrafo que también había estado usando en el taller de Rojas Guardia, me senté lejos de un foco de señoras revoltosas que les gusta comentar en voz alta, para no perder palabra sobre la influencia de la mujer en la formación del alma americana.
Tras dedicarle este ciclo de conferencias a su amiga la poeta Ana María del Re, quien muriera inesperadamente esa semana, María Fernanda comenzó a señalar sobre las conferencias escritas para ser escuchadas, no leídas, 
mantienen la esencia de una vida que..

coño, se le fue la tinta a la pluma, pero si es casi nueva, insisto en sacudir el bolígrafo para ver si recupera la tinta, en garabatear para ver si sale algo, pero nada, ese bolígrafo se murió, apenas  alcancé escribir sin contexto algunas frases y palabras

intimidad
memoria
sombra del lector

hasta que desistí de seguir peleando con el puto bolígrafo. 

Entonces me acordé de la impuntual muchacha, la del celular, ¿será que tomo notas con el mío?
Ay no qué pena con esta concurrencia tan de la vieja escuela, pero viendo a mis esmeradas compañeras anota que te anota se me quitó la pena, me puse a un lado del aforo, para evitar ser el foco de miradas reprobatorias, saqué el celular y comencé a tomar notas, no con la rapidez de la millenial, que yo soy de la generación que se quedó escribiendo mensajes de texto con el dedo índice, pero lo suficiente rápido como para dejar testimonio que según María Fernanda Palacios las conferencias de Teresa de la Parra no pasarían la prueba de la corrección política actual, y la frase de Lezama Lima: "Si te atolondraras este firmamento se vendría abajo", que para la profesora Palacios es esencial para entender a Teresa de la Parra y su relación con su época. 
Escribí con toda la rapidez que me permitió mi poco entrenado para estas lides índice derecho, sintiéndome objeto de la miradas indignadas de más de una doña que habrá pensado: "Esta muchacha Villanueva si es mal educada, mira que chatear en una conferencia de María Fernanda Palacios, es el colmo".
La siguiente semana regresé al viejo método de tomar notas con bolígrafo, con bolígrafo de repuesto en la cartera, en la libreta roja de florecitas. 

                                                                         III

En las sesiones finales del Taller de Diarios en La Poeteca, Armando leyó con su profunda y pausada voz los textos de los talleristas, todos sorprendentemente buenos cada uno en su estilo. Después de leídas las entradas de nuestros distintos diarios, Armando las comentaba antes de darle la palabra a los talleristas sentados en mesa cuadrada para que dieran su opinión. Fue un buen grupo no solo por el talento individual, también fue un grupo incisivo y generoso con el talento de los demás. La chica impuntual no dejó de ser impuntual aunque no volvió a llegar tan tarde. A la hora de comentar los textos del resto de los talleristas, prefería callar, no le recuerdo ninguna intervención ni interesante ni no interesante, el silencio fue su aliado. 
En la última sesión del taller me tocó llevar al Poeta a su casa, para mí un honor, por distintas razones algunos talleristas no terminaron el taller que duró como seis o siete sesiones. La Impuntual solo faltó a la última sesión. Me daba curiosidad si tan poco pareció interesarle este taller, porqué iba, por eso le pregunté a Armando:
-La muchacha que siempre llegaba tarde, ¿entregó su texto? 
-Si lo entregó pero como no vino a esta última sesión, no lo leí en clase.
-¿Y qué tal?
-Maravilloso, sencillamente maravilloso 

3 comentarios:

Alí Reyes dijo...

De donde uno menos lo espera , salta la liebre...Muy buena esa evocación. Por cierto, me recordó a los tes talleres que tuve el privilegio de oir (y copiar) con Milagros Socorro...¡qué maravilla!

Adriana Villanueva dijo...

Gracias Alí, Milagros también es una excelente profesora, con ella hice el Taller de Memoria y Periodismo en la Fundación Polar de donde salió el libro de los recuerdos de mi abuela

Alí Reyes dijo...

Entonces ¿De allí salió esa joya de texto? Te cuento que allá en Coro, a mi papá (que cumple 90 años en marzo del 2020 Dios mediante) le encantó sobremanera.

Precisamente, a propósito de Milagros, de esa batería de tres talleres con ella, saqué un resumen de sus enseñanzas. Acá te la dejo

http://tigrero-literario.blogspot.com/2016/04/consejo-para-escritores-el-tridecalogo.html