jueves, 19 de marzo de 2020

París no siempre es una buena idea

                                   
                                 
                                                                              I

Decidimos el viaje en enero, cuando la noticia parecía una leyenda desde tierras lejanas: una epidemia de gripe sumamente contagiosa que podía ser letal en personas mayores o de alto riesgo, se  expandía a velocidad vertiginosa en China. Se sospechaba que todo comenzó por la costumbre de algunos chinos de comer animales salvajes. "Una sopa de murciélago es el comienzo del Apocalipsis", se decía en forma de chiste, solo los más alarmistas se lo tomaban en serio.
Una semana antes del viaje a Paris, mi hermano Kiko compartía en el chat de la familia el peligro de llevarme a mi mamá a visitar a las nietas, ya los primeros casos en Europa se comenzaban a diagnosticar pero no los suficientes para entrar en pánico y cancelar un viaje que tenía tan ilusionaba a mi mamá. Y a mí también, como dice el hashtag: #Parísessiempreunabuenaidea. 
¿O no?
Además, nosotras venimos curtidas de la República Bolivariana de Venezuela, país donde el sistema de salud está colapsado y al que han regresado enfermedades que se pensaban hace años erradicadas como la tuberculosis. Nación en la que hasta la más nimia enfermedad puede terminar siendo mortal por falta de tratamiento.  
Días antes de agarrar el avión de Air France, Kiko insistía que había estado investigando por Internet y en cuestión de semanas el mundo entero entraría en cuarentena.
Qué exagerado, pensamos, además ¿qué mejor lugar para pasar una cuarentena que en París en primavera? 
Todavía hacía frío cuando llegamos a París el domingo primero de marzo, a medida que los casos diagnosticados en Francia iban en aumento,  los cerezos florecían, y parisinos y turistas estaban en la calle como si el llamado Corona Virus se hubiera quedado confinado en la lejana China y no estuviese haciendo ya estragos en la vecina Italia.
Mi amiga Beatriz, que vive en Madrid, me decía que igual allá, los casos iban en aumento y los madrileños como si el virus no fuera con ellos. 
Esa primera semana de marzo en París nadie andaba en las calles con tapabocas más que algunas  mujeres con rasgos orientales; los cafés, las tiendas y los restaurantes no estaban llenos, pero la ciudad parecía llevar su vida normal, aunque en la calle se oía a cada rato "Corona Virus- Corona Virus-Corona Virus" como si nombrarla más de tres veces haría que la amenaza se alejara. 
Esa primera semana mis familiares y amigas que viven en Paris no estaban alarmadas, a quien mencionara un posible contagio del Corona Virus lo llamaban "Profeta del Desastre".  Mis sobrinas iban al colegio y seguían sus actividades deportivas como de costumbre. Cines, tiendas y restaurantes abiertos, los días de lluvia aproveché para ver Richard Jewell y 1917 que no las había podido ver en Caracas; entré en la legendaria Shakespeare & Company tan abarrotada de turistas como de costumbre, llevándome un par de libros que ya habrían pasado por múltiples manos. 
Amapuchada por sus nietas y por el mesonero del café de la esquina, como mi mamá, por su edad, es de alto riesgo -aunque ella se ofendía cuando se lo recordaba- todas las noches al acostarme seguía las cifras del nefasto virus en Europa, y veía alarmada como iban en aumento. Lo más raro era que Venezuela, junto con unas cuantas naciones africanas y Corea del Norte, eran los únicos países del mundo en los cuales el Corona Virus, supuestamente, no había llegado. 
¿Tendría Kiko razón? ¿Nos debimos haber quedado en Venezuela?
 Entrando en la segunda semana de nuestra estadía de un mes, al mismo tiempo que la curva de infectados por el corona virus ascendía en Francia de manera vertiginosa, y que mis relajadas amigas parisinas comenzaban a preocuparse, cuando el mesonero besucón ya dejaba de besuquear, y la dependiente de la tienda vecina me insistía que sacara a mi madre cuanto antes de Paris, pensamos que a pesar de las condiciones en las que eventualmente nos encontraremos en Venezuela con un sistema de salud en ruinas, era hora de regresar para pasar la ya declarada pandemia en casa, antes de que fuera demasiado tarde.

                                                                       II

Debido a la pandemia las aerolíneas permitían los cambios sin penalidad, pero imposible hacer el cambio por teléfono o por Internet. El jueves 12 de marzo tomamos la decisión de regresar, la oficina de Air France más cercana quedaba al final del Bulevar de Saint Michael frente al jardín de Luxemburgo,  fui después de almuerzo en el cual mi madre y yo discutíamos si cambiar los pasajes para el domingo 15, o si quedarnos hasta el martes, ¿dos días más o dos días menos para emprender la huída, qué diferencia podía haber? Así pasábamos el fin de semana con las niñitas, que quién sabe cuándo las volveríamos a ver.
Esa tarde primaveral la cola a las puertas de la minúscula oficina de Air France parecía las antiguas colas en Caracas para comprar cualquier artículo en escasez en la Venezuela Revolucionaria. Los nervios igual de exasperados. Detrás de mí se armó una discusión porque una señora buscaba información sobre los vuelos a les États Unis que cerraban las fronteras el viernes, "mi hijo está allí",  un viejo malhumorado le decía llámelo y no nos haga perder tiempo que usted ya no puede ir. 
La cola era lenta, una empleada salió para decir primero en francés y después en inglés, que quienes  hicieron sus reservaciones en portales de viaje como Orbitz, debían hacer los cambios a través de esos portales, no serían atendidos en las oficinas de Air France. Y quienes pretendían volar a les États Unis, solo podrían hacerlo si eran ciudadanos norteamericanos, ya para los europeos estaban cerradas sus fronteras.
Haciendo la cola entraron un par de noticias por chat en mi celular: se habían diagnosticado los primeros dos casos de Corona Virus en Venezuela, ambos de personas provenientes de Europa. Y a partir del domingo 15 de marzo, Nicolás Maduro prohibía los vuelos provenientes de Europa y de Colombia. 
De haber hecho las reservaciones en la mañana, es probable que hoy estaría estancada en París.
Sé que hay muchas suertes peores que quedarse en París, pero en momentos como este, uno lo que quiere es estar en casa, y mi casa es en Caracas donde quedaron mi marido y mi hijo. 
A partir de las cinco de la tarde no dejaron a nadie más entrar en la cola, al que iba llegando le decían que regresara al día siguiente después de las diez. Dentro de la pequeña oficina solo entraban las personas listas para atender. Aunque yo no era de las últimas de la fila, fui de las últimas en salir  porque la señora que me atendió estaba tan cansada: "Nos ha tocado trabajar estas últimas dos semanas más de lo que hemos trabajado en nuestras vidas", que se equivocó en la fecha de las reservaciones y puso nuestra partida en abril en lugar de marzo.
 Menos mal que ella misma se dio cuenta porque mi marido nunca me habría creído que no fui yo la del error siempre tan distraída. Aunque Maduro anunciara en cadena nacional que cerraría las fronteras con Europa después del domingo 15, preferí reservar para el vuelo del sábado 14, no fuera a cambiar de opinión. La empleada tecleaba apurada tras su error porque el vuelo a Caracas rápidamente se iba llenando, se veía un tanto perpleja porque estando en París, quién se querría regresar antes a la Venezuelá. 
Al lado mío una muchacha reservaba un vuelo para Boloña, era hermosa, no espectacular como una top model, simplemente bella como son las muchachas bellas sin maquillaje y en zapatos de goma. La muchacha lloraba y lloraba como pocas veces he visto llorar en público, la dependiente  tomaba su reservación sin amago de consolarla, me habría gustado consolarla como si fuera una hija o una sobrina, pero entre el idioma y el Corona Virus, poco era lo que podía hacer, mi gesto de solidaridad fue regalarle una cajita de Kleenex nueva que llevaba en la cartera, que la muchacha aceptó sin miedo, abriéndola de inmediato para soplarse los mocos y secarse las lágrimas, sin por eso parar de llorar.  
Estábamos en pleno proceso de reserva, que hubo que hacer en dos partes porque mi mamá y yo volamos en clases distintas, ya la oficina estaba casi vacía, cerradas las puertas con llave, cuando de repente me entró un ataque de tos seca. Tosía y tosía tapándome como mejor pude la boca con el codo, no paraba de toser. Las agentes de viaje ni se inmutaron como no se inmutaron ante las lágrimas de la linda muchacha italiana, deben de estar entrenadas para no mostrar emociones en la misma escuela de los guardias del Palacio de Buckingham, imagino que les habré quitado años de vida con mi ataque de tos. Al salir a tomar aire fresco se me quitaba la tos,  apenas volvía a entrar a la oficina, me volvía a dar el ataque y así pasé varios minutos entre entra y sale y la señora de Air France tecleando en su computadora como si nada. Debió ser un atípico ataque de pánico, una vez con las reservaciones hechas para salir el sábado 14 de marzo a las 10.20 de la mañana,  se me quitó la tos, esperemos que no vuelva

                                                                   III

En la noche, después de comenzar a  hacer maletas, antes de acostarme a dormir me di una vuelta por twitter, en El Pitazo anunciaban que a Venezuela el jueves llegaría el último vuelo de Air France hasta que pasara la cuarentena. Les contesté que era una información falsa, yo tenía pasajes para regresar el sábado. La periodista me contestó por twitter que los empleados de Air France en Maiquetía no estaban tan seguros de que ese vuelo se fuera a dar. 
El chofer que nos llevó al aeropuerto más angustiado que por el Corona Virus lo estaba por la recesión económica por venir, su trabajo era hacer viajes al aeropuerto y nosotras éramos sus últimas clientes seguro que en meses, el ingreso de la familia lo complementaban con un servicio de catering de comida tailandesa que tenía su esposa, a quien ya le habían cancelado el último banquete que tenía pautado. ¿Qué iban a hacer? Me contó que en los mercados de los suburbios donde vive escaseaban los artículos esenciales, le comenté que la cadena Monoprix en París todavía estaba bastante abastecida. Amadeus, que habla perfecto español con marcado acento francés me decía: "Pero el Monoprix es muy carro, el jabón de lavar lo venden hasta tres euros más carro de donde lo compro yo", ante una inevitable recesión económica, una diferencia de tres euros es importante. 
En el aeropuerto Charles de Gaulle había muy pocas personas, nos dijo Amadeus que la estampida fue el día anterior antes de que cerraran los vuelos a los Estados Unidos. Al contrario de cuando llegué apenas hacía dos semanas, ahora casi todo el mundo tenía un tapabocas puesto. Llegamos puntuales a la puerta de embarque, el vuelo estaba pautado para despegar a las 10,20. A las once todavía estábamos sentados en la sala de espera, el personal de Air France  comunicó en altavoz que "no hemos abordado porque estamos a la espera de que en Maiquetía den el visto bueno para que el avión despegue".  Media hora después todavía esperando, se oyó en el altavoz que: "pronto sabremos si nos darán la autorización para salir, o no".
 Los pasajeros, casi todos venezolanos, estaban al borde de un ataque de nervios, la mayoría venía de España, una muchacha tan joven y linda como la muchacha italiana que lloraba en la oficina de Air France, cargaba a su bebé de seis meses en un canguro, no perdía el buen ánimo pero decía que no se podía regresar a España, no tenía cómo, su viaje estaba planeado desde hace meses para llevar a su bebé a que lo conociera la familia en Maracay. Un señor decía que si le negaban el derecho a regresar a Venezuela, pediría asilo político, ya que en su país no lo querían; una pareja amiga se planteaba que sería de ellos, su hijo vivía en un minúsculo apartamento con su esposa y su bebé y no se imaginaba en cuarentena durmiendo un mes en un sofá. Y ellos eran los afortunados, muchos de los pasajeros no tenían ni donde dormir porque provenían de Madrid. 
Por fin nos llamaron a abordar, dejé a mi mamá instalada en Bussines, entre sus compañeros de cabina niños y bebés, que me dice mi mamá que estuvieron gritando y corriendo por los pasillos todo el vuelo, según ella también viajaba un señor que no se dejaba ver la cara, iba acompañado de una mujer vestida con una pinta que parecía salida de El Pez que fuma de Román Chalbaud. 
La clase Turista no iba llena, contrario a los rumores, no venía ningún chino en el avión, a la muchacha que venía de Madrid le dieron el puesto de primera fila y el bebé durmió plácidamente todo el vuelo en una cunita. Yo vi tres películas a pesar de que el vuelo se movió mucho, quizás por  los nervios de los últimos días me sentí mareada minutos antes de aterrizar, pero me dije: "Mi niña, recupera la calma, mira que en Maiquetía te espera un comité de recepción".


                                                          III


Cuando por fin aterrizamos, los pasajeros aplaudieron, y yo que pensaba que ya la gente no aplaudía llegando a Caracas sino despegando de Maiquetía. El capitán nos pidió que permaneciéramos  sentados, no íbamos a llegar todavía a la manga de desembarque, en la pista nos esperaban funcionarios de Sanidad que entrarían al avión a tomarnos la temperatura. El avión pasó uno minutos parado frente a una ambulancia con Guardias Nacionales y un contingente de funcionarios de la salud vestidos como salidos de la película La Amenaza de Andrómeda, frente a ellos un camarógrafo dejando constancia del momento, algunos de los funcionarios se tomaban selfies como si en lugar de un avión de posibles apestados, estuvieran esperando a la Orquesta Juvenil Simón Bolívar tras una gira exitosa por el mundo. 

Cuando por fin entraron al avión armados con sus termómetros digitales, de lo más educados dándonos la bienvenida antes de apuntarnos en la frente. A mí también me apuntó la cámara, más temerosa que el Corona Virus estaba yo de salir en VTV. Me tapé el rostro como artista italiana huyendo de los paparazzi:  "No me filmen, no quiero ser parte de este show", les dije, pero no tuve inconveniente en que me tomaran la temperatura, que marcó 35, en lugar de fiebre, como que llegué con hipotermia. 
Junto con la planilla de aduana, llenamos un formulario para que nos pudieran contactar en caso de que alguien en el avión desarrollara posteriormente el Corona Virus, de todas maneras era necesario estar en cuarentena para estar seguros de no haber traído de Europa el virus. 
Desde entonces cualquier tos, cualquier estornudo, cualquier escalofrío, me entra la paranoia de haberlo traído, no tanto por mi, sino por mi mamá, yo supuestamente no soy paciente de alto riesgo,  mi mamá dice que ella tampoco, ¿acaso la estoy llamando vieja?

                                             FALTÓ EL CHISME

  ¿Y los misteriosos viajeros en Bussines Class? Según comentó Nelson Bocaranda en twitter estuvimos a punto de quedarnos varados en Paris, si logramos despegar fue porque venía gente muy importante en el avión, yo nunca vi al señor que según mi mamá se tapaba el rostro con una exuberante mujer,  pero a mi marido le soplaron que la familia que ocupaba Bussines con niños y cargadoras, la pesada pasajera por la que hoy estoy escribiendo esta intensidad en Caracas en lugar desde un lejano encierro en París, la que venía con sus niñitos con su nana, era supuestamente la misma invasora que durante años se negó a desalojar la Casona. Ustedes saben quien es. 
No puedo dar fe de ello, yo no la vi, y si la vi, no la reconocí, pero lo que sí les puedo decir es que la familia de niños inquietos no recibieron su equipaje ni pasaron por la aduana como el resto de los pasajeros. 

1 comentario:

Alí Reyes dijo...

El reportaje es de lo más entretenido y con mucho de suspenso. Pero el epílogo es mejor todavía...Esto es increíble!