martes, 31 de marzo de 2020

La herencia de las Pichú


Aunque trabajó toda su vida hasta años después de jubilado, mi abuelo no acumuló bienes de fortuna, sin embargo dejó dos legados: su backgamon y su biblioteca. Antes de morir mi abuelo dispuso de ellos: el backgamon sería para uno de sus hijos varones, quienes todas las tardes, después del trabajo, lo iban a visitar para jugar varias partidas con el viejo. No recuerdo cuál de mis tíos se lo quedó, si Gonzalo o Luis Felipe, quizás lo rifaron, de lo que estoy segura es que por mínimo que haya sido el conflicto por la herencia del backgamon, debió ser mayor al suscitado con la biblioteca que Lelelo legó a la "la nieta lectora". Nadie impugnó esa parte de la herencia.
Ahí sigue la biblioteca en casa de Lelela, ya no me caben más libros en el apartamento. Tampoco era grande el inventario del abuelo, su biblioteca si acaso ocupa media pared en un mueble de madera donde se encuentran novelas de espionaje y best sellers de los años 70 y 80, la mayoría en inglés porque mi abuelo se crió en un pueblito en el este de los Estados Unidos al cuidado de sus tías paternas, y en ese idioma se acostumbró a leer.
De vez en cuando un sábado, cuando acompaño a mamá a visitar a Lelela, me detengo frente a la biblioteca y encuentro un libro que me pica el interés, le advierto a la abuela, que ya va para los 92 años: "Lelela me voy a llevar este libro".
Lelela, a quien mientras la vista se lo permitió también le gustaba leer pero en español -novelas y biografías que le iban prestando-, me contesta:
"Si quieres llévatelos todos, esa biblioteca es tuya, te la dejó tu abuelo de herencia".
Ese mediodía me llevé "Monty", la biografía de Montgomery Clift y la guardé entre otras biografías de actores famosos, género que ocupa varios tramos de mi biblioteca. Tras ver "La heredera" en el canal de películas clásicas, basada en la novela "Washington Square" de Henry James, me dieron ganas de saber más sobre el alumno estrella del Método que muriera en un accidente de tránsito en 1966.
Qué sabroso abrir un libro y encontrar una sorpresa: de las páginas de "Monty" cayó una tarjeta de Hallmark escrita con la temblorosa caligrafía de un anciano, en ella el uncle Bill de mi abuelo le contaba a lo más parecido a un hijo que tuvo su esposa, cómo fueron las últimas horas de tantí Josefina en una casa de retiro en Florida.
Las tantís fueron como las mamás de mi abuelo, tuvieron quizás más presencia en su vida que la bisabuela Adriana, aunque conocí más a la bisabuela ya que de niña me llevaban a visitarla a un  cuarto oscuro donde parecía que nunca abrieran las ventanas. Mi mamá, que le gustaba contarnos cuentos de miedo, decía que la abuela Adriana le tenía terror a las ventanas abiertas desde que una noche de tormenta, la ventana de su cuarto se abrió tras un relámpago y oyó a su prima llamándola desde un árbol: "¡Adrienne, Adrienne!".
Al día siguiente, llegó un telegrama avisando que la prima había muerto en París de una fiebre repentina que la consumió en cuestión de horas.
 ¿Y todavía me preguntan porque le tenía miedo a la bisabuela?
 Pero para mi abuelo la principal figura materna no fue la delirante Adrianne que veía fantasmas en los árboles, sino las hermanas de su papá, tanto, que cuando le tocó escoger el nombre de su primera hija, mi mamá fue bautizada Mercedes Josefina, como las tías que lo criaron, nombre que le pareció horrible a tantí Josefina, rebautizó a la niña Mitzi, y Mitzi se quedó.
A las tías no las llamábamos tías, se hacían llamar por sus sobrinos con el afrancesado "tantí" porque  vivieron muchos años en Francia. Mitad mantuanas, mitad corsas, las tantís eran cuatro hermanas      reconocidas por su belleza en la Caracas de principios de siglo, las llamaban "las Pichú": Mercedes, Josefina, Teodora y María Teresa. Dice mi mamá que el nombre se los pusieron porque llegaron de vivir en Europa con "la nariz parada", fumando y con la falda demasiado corta para la provincial Caracas.  El único varón era el bisabuelo Luis Felipe, tan apuesto como sus hermanas era hermosas. Murió antes de que naciera mi mamá, recién casados mis abuelos. 
De las cuatro Pichús la única que tuvo descendencia fue María Teresa, quizás por eso tampoco figura en el anecdotario familiar, tenía su propia familia de la cual ocuparse. Mi mamá dice que a esta tía apenas la conoció aunque vivía en Caracas. 
De quien más hablaba mamá era de tantí Mercedes, era a ella, la más cariñosa de las tías, a quien consideraba su abuela paterna. Mi abuelo vivió parte de su infancia y adolescencia en Tuxedo Park, con sus tíos Harold y Mercedes. Josefina, vecina de la pareja, se sentía parte de la crianza del sobrino.   Que yo sepa no hubo ningún conflicto en especial, simplemente una familia numerosa que manda al hijo mayor a vivir a los Estados Unidos con las tías para que aprenda a hablar inglés. Mi mamá también pasó un largo período de su infancia en este pequeño pueblo al sur este del estado de Nueva York con las tantís. El recuerdo más imborrable de esa etapa de su vida, finales de los años cuarenta, era cuando iba al cine con Carmen, su cargadora, y en el autobús la niña se tenía que sentar adelante y a su tata la mandaban para la parte de atrás.
Ese cuento de segregación racial me impresionaba más que el del fantasma de la prima de Adrianne.
A tantí Mercedes tampoco la conocí, murió antes de que yo naciera, de las Pichú a la que más vi fue a Teodora. De Teodora también tenía mi mamá un cuento, decía que con su larga melena rojiza y sus ojos ópalo era una de las muchachas más bellas de Caracas. Estaba comprometida con el mejor partido de la ciudad, un chico guapo, de abolengo criollo y mucho dinero. Se iban a casar, pocos días antes de la boda, el novio soñaba despierto al lado de la hermosa Teodora sobre la gran familia que  tendrían:
"Ocho hijos por lo menos, quiero la casa llena de niños".
"¿Ocho hijos por lo menos?", repitió Teodora con horror, y tomó el primer barco que la separó un océano de tan nefasto porvenir. 
El novio no tardó en recuperarse del desplante y se casó con quien estuvo dispuesta a llenarle la casa de muchachos. Teodora se casó con un noble alemán, supuestamente muy rico, y de tanta alcurnia en Bavaria, que cuando eligió como esposa a una muchacha venezolana, fue un escándalo que durante días dominó la prensa de la época. El noble aristócrata se estaba casando con una aborigen sudamericana.
Teodora y el barón no tuvieron descendencia, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, evocando los horrores de la Primera, se vinieron a vivir a Venezuela. A principios de los años 60 el baron regresó a Alemania sin la baronesa. Al morir su hermana María Teresa, con quien vivía, los sobrinos se turnaron para encargarse de tantí Teodora. Cuando la conocí era una viejita enjuta y malhumorada,  la ponían nerviosa los niños y le tenía poca paciencia a los adultos. Su único tesoro era una alfombra persa hedionda a meao de gato que la Tantí insistía era de incalculable valor.
Durante un tiempo tantí Teodora vivió con las hermanas de mi abuelo, cuando le tocó el turno a Max  se la llevó a vivir a su casa donde duró unos meses hasta que Lelela dio un ultimatúm: "sáquenla de aquí o la que se va soy yo", la mudaron a una residencia de ancianos donde tampoco duró mucho, y eventualmente a una pensión. Pero Lelelo nunca abandonó a su tía. La última vez que vi a tantí fue cuando la llevó al cine de matiné con María Elisa (mi tía contemporánea) y conmigo. Terrible selección de película, una de esas películas animadas en la que los labios de los muñequitos era lo único que se movía. Tantí Teodora se paró de su asiento como a los cinco minutos de comenzada la función pegando gritos. María Elisa y yo queríamos que los asientos se abrieran y nos tragaran. Tantí salió del cine sin parar de gritar. Lelelo fue tras ella, al rato regresó solo. Debió mandarla en taxi a la pensión. Fue la última vez que la vi, a los pocos meses murió.
Recordando a la malhumorada tantí hoy de adulta mi mamá me cuenta una verdadera historia de horror: en la Primera Guerra Mundial dicen que Teodora fue ultrajada por un grupo de soldados rusos, nunca se recuperó emocionalmente. No hablaba del tema. Toda gran amargura suele tener su justificación. La alfombra persa hedionda a meao, no sé quien la heredó.
A tantí Josefina, la última sobreviviente de las Pichú, apenas la vi una vez: fue a principios de los años 70 cuando mis padres nos llevaron a conocer el recién inaugurado parque Disney World. Nos quedamos un par de días en Miami, antes de subir en carro a Orlando. Entonces el único parque era el Magic Kingdom y una visita a Orlando no solía durar más de un día. Aprovecharíamos a mitad de camino para hacer una parada en Palm Beach, donde los tíos Bill y Josefina vivían un cálido retiro tras vender su propiedad en Tuxedo Park. 
Los tíos nos invitaron a que los visitáramos en un exclusivo club, tan exclusivo que entre sus socios no aceptaban ni negros, ni judíos, ni hispanos, solo WASPS (blancos anglosajones). Tantí jamás se asumió como hispanic, por más venezolana que fuera de nacimiento, semejante segregación no era con ella. Tampoco los niños eran bien vistos en ese club, lo que era un alivio porque la visita a los tíos sería breve. ¿Quién quería estar en semejante lugar? Mi mamá me obligó a llevar un vestido azul de florecitas nido de abeja. A los nueve años ya estaba muy grande para que me vistieran de nido de abeja, pero así fui. De la indumentaria de mis hermanos mamá no se preocupó. Por lo visto sabía lo que hacía, cuando nos vio tantí no nos pellizcó los cachetes como hacen la mayoría de las tías abuelas al conocer a los sobrinos nietos, a mis hermanos los ignoró, parecía solo interesada en mí, la única niñita de Mitzi, con mis vestidito de flores, el lazo, tan rubia:
"Muy linda, Mitzi, ¿cómo dijiste que se llama".
Juraría que oí a mi mamá titubear: 
"A-adriana, tantí".
"¿Por qué tuviste que llamarla así?"
Esta podría ser otra parte interesante de la historia familiar, pero nunca supe el porqué la antipatía de las tantís con la bisabuela Adriana. Creo que mi mamá tampoco porque no sabe callar una buena historia. Lo que si podría jurar es que por mi nombre dejé de existir para tantí Josefina, mejor para mí porque pude ir a jugar con mis hermanos antes de seguir rumbo a Disney World. 
Esa fue la última vez que usé un vestido de niñita, y la primera y última vez que vi a Tantí. Creo que mamá tampoco la volvió a ver, pero no perdió contacto con su tía abuela, era la única de sus hermanos que la llamaba a menudo para saludarla, para saber cómo estaba, por eso muchos pensaron que Mitzi, además de mi abuelo serían sus herederos. Cuando murió tantí su testamento fue un batacazo: además de a mi abuelo, dejó lo que tenía a mis tíos Luis Felipe y Gonzalo -que apenas la trataron- ignorando a mi mamá y a sus dos hermanas. Tantí dejó una explicación: "Es que las mujeres de nuestra familia se saben defender mejor que los hombres".
Hizo bien la tía, la herencia si bien no millonaria en dólares, ayudó al tío Gonzalo, que estaba recién casado, a comprarse una vivienda, y al tío Luis Felipe, que estaba recién divorciado, a comenzar de nuevo. Pero sobre todo, le sirvió a Lelelo, que era jubilado de una compañía petrolera donde trabajó toda su vida, cierta holgura económica en su vejez. Lelelo le temía más que a la muerte a convertirse en una carga para sus hijos, por ejemplo, les tenía prohibido que ante una emergencia lo ingresaran a Terapia Intensiva:
"El que me meta en Terapia Intensiva la paga con su dinero".
No hizo falta, Lelelo murió sin pisar una terapia intensiva a fines de mayo de 2007 a los 94 años, el mismo día que cerraron RCTV. Valga el lugar común pero mi abuelo se extinguió como una vela, simplemente se apagó, nunca hizo falta siquiera llevarlo a una clínica. Lo que si es que al final de su vida, la memoria se le fue difuminando, cuando lo iba a visitar me preguntaba:

"¿Cómo te llamas?".
"Adriana, Lelelo".
"Yo conocí a una Adrianne"
"Si, esa era tu mamá, pero yo soy Adriana, tu nieta".
Y sonreía: "Ahh sí, la que escribe".

Hoy pienso que tuvo una buena muerte mi Lelelo porque murió en su cama, pidió el desayuno, y cuando regresaron a traerle su plato de avena, ya se había ido, pero no hubo mejor muerte que la de tantí Josefina. Escribe Bill en la tarjeta:
"... cuando dejó este mundo estaba en buen ánimo. En la medianoche le dijo a la enfermera: 'Leí un libro maravilloso, ahora voy a apagar la luz porque quiero dormir', minutos después, su corazón dejó de latir. 
Todo mi cariño, tu tío Bill".

Esta crónica la escribí como en 2011, la tenía reservada para mi proyecto de crónicas inéditas, la comparto en tiempos de Pandemia para que cuiden a los abuelos y los valoren mientras los tengan. 



6 comentarios:

Steve Sax dijo...

Lo de la biblioteca es valioso por partida doble ahora no hay libros en Venezuela (al menos no como antes) y los 70 fueron maravillosos para la literatura. Seguro hay de Curzio Malaparte. Otra cosa, ¿Cómo les deja esos dólares a tus primos si ni se preocupaban por ella?. Al viejo sí fue loable que le haya dejado tal cantidad para que haya vivido bien hasta el 2007. ¿Se lo gastó todo? Mi hipótesis de trabajo es que uno nunca debe comprar casa. Solo rentar, o llegar a un acuerdo con un buen hotel, e invertir sabiamente ese dinero en gastarse todo en libros, comida y viajes. Solo así habrá valido la pena vivir. Te sigo leyendo, Lelela.

Adriana Villanueva dijo...

Gracias Steve, lo más bonito cuando murió la tía, fue que nadie se ofendió por la herencia o la falta de ella, aunque a quién le cae mal una herencia inesperada, pero era su dinero y tantí Josefina dispuso de él como creyó más conveniente. Tampoco era una fortuna, en la Venezuela de los años 80 daría si acaso para una cuota inicial, en mi familia somos de la creencia que en la medida de lo posible es sabio tener el techo asegurado, sobre todo si se tiene niños pequeños.

Niniguevara dijo...

Prima excelente... me entere de muchas cosas gracias a esta crónica... eres sin duda mi escritora favorita!

Adriana Villanueva dijo...

Nini y tu sabes que los cuentos más divertidos quedan por fuera

morella alvarez de fonseca dijo...

Adriana que buen relato ! Divertido liviano y sobretodo historia familiar ! En estos tiempos lo apreciamos mucho!gracias!

JULI dijo...

Como todo lo que escribes. Precioso