Entre lo narrado por Bonnett que hizo eco en mi está la anécdota con un compañero de trabajo, al que creía gran amigo, amistad que pierde en un instante cuando la escritora, nacida en el seno de una familia clase media que en Latinoamérica es el equivalente a nacer en una familia privilegiada, lo invita a pasear por la universidad donde daba clases (o se graduó, entre lo malo de los audiolibros está que es difícil volver a un punto en cuestión) lo que para ella era normal, la que fuera su universidad, para el colega fue una muestra del mundo de privilegios en el que su compañera de trabajo vivía.
Ese paseo representó el fin de la amistad sin mediar palabra. A Bonnet, que quizás nunca pasara hambre ni necesidad pero siempre fue una mujer trabajadora, y a cuya familia tampoco le sobraba el dinero, le costó entender la gélida actitud de su colega, hasta que logró comprender que su amistad fue víctima de un insólito ataque de resentimiento.
Es difícil enfrentar al resentimiento, nada nos prepara para ello, a veces ni nos damos cuenta, las veces que me ha tocado enfrentarlo ha sido con alcohol de por medio, in vino veritas, el alcohol desinhibe y aquello que quizás se ha callado, con unas cervezas o unos rones encima, se es capaz de decir frases hirientes que para quien las dice, no son sino crudas verdades.
La primera vez que recuerdo que me tocó enfrentar un ataque de resentimiento fue terminando bachillerato, éramos cuatro, un dos para dos, y si bien la primera pareja estaba muy feliz, el amigo que le consiguieron a “la prima” (o sea yo), varios rones por delante empezó a preguntar en voz alta qué hacían ellos, estudiantes de “la Simón", con ese par de sifrinas estudiantes de colegio de monjas, aunque yo no lo fuera, de colegio de monjas que sifrina para qué negarlo.
Ante semejante ataque es lógico preguntarse qué habría hecho o dicho la entonces carricita Adriana para causar tal reconcomio. La misma pregunta que me haría ante un ataque similar, más de cuarenta años después, de quien consideraba una pana, ataque que todavía estoy asimilando, que no viene al caso para esta crónica.
Imagino que habré sufrido otros ataques, y en algunas oportunidades habré sido yo la resentida, porque hay muchos tipos de resentimiento, pero el que se me vino a la memoria hace poco fue con alguien que después de un primer ataque de resentimiento, un par de décadas más tarde volvería a ser mi pana (para quienes no manejen el venezolano, amigos son pocos, panas pueden ser muchos).
A mediados de los años 80 cuando el Taller del Actor era mi familia elegida, una tarde apareció un viejo amigo de su director Enrique Porte: el escritor Ibsen Martínez. Ibsen y Enrique -que entonces andarían por los cuarenta años- eran lo que mis hijas llaman “frenemies” amigos-enemigos; si bien tenían mucho en común, había una especie de roce por el que no terminaban de encajar como buenos amigos.
Cuando conocí a Ibsen quedé deslumbrada con su inteligencia y simpatía, todavía no era famoso como el autor de la telenovela: “Por estas Calles”, aunque ya era un dramaturgo reconocido. Yo había entrado al Taller del Actor después de que Enrique dirigiera tres obras de teatro de Ibsen (Martínez, no Henrik): “LSD", “Humboldt y Bonpland en el Orinoco” y “La Hora Texaco”; apenas llegué a ver la última, conservo el afiche y el libreto de ella que usó Enrique para dirigir. Pero cuando llegué al Taller del Actor como estudiante promesa de la Escuela de Artes (pues si, qué les puedo decir), ya Enrique e Ibsen, que además fueron vecinos en San Bernardino, se habían distanciado, la verdad es que no sé por qué, y si alguna vez lo supe, hoy no me acuerdo.
De lo que si me acuerdo es que un día reapareció Ibsen en el Taller del Actor porque a Enrique se le ocurrió que debíamos producir una obra de teatro con el esquema de los musicales de Hollywood, que Enrique, que había estudiado dirección de Teatro en Londres, describió como: Boy meets girl, boy looses girls, boy gets girl back. Enrique la dirigiría, creo que Vinicio Ludovic (todavía no había llegado Yordano a nuestras vidas) sería el responsable de la parte musical, y los panas de Taller de Dramaturgia, es decir, las jóvenes promesas, bajo la tutoría de Ibsen, habríamos de escribir la obra. Y para esta encandilada joven promesa de la escritura que no llegaría a mucho, Ibsen resultó el hijo pródigo del Taller, el hermano perdido, la pieza que faltaba.
Lo que poco tiempo después descubrí, y que así sería hasta el final de sus días, fue que Ibsen era como un cometa, aparecía muy de vez en cuando, pocos como él para pasar raudo por nuestras vidas. Por lo menos así fue en la mía, y como Piedad Bonnett pudo ponerle el dedo al final de su amistad con su colega por un simple paseo por una universidad privada, yo a mis tiernos 22 años, pocos días después de conocerlo, pude ponerle el dedo al final de mi brevísima amistad con Ibsen, por lo menos en esa etapa mía de “joven promesa”, cuando una noche, con los amigos del Taller, en lugar de a la cervecería Tío Pepe de Sabana Grande, nos reunimos en casa de mis padres en El Pedregal de Chapellín, que casi casi era el Country Club. Sentados en la terraza, frente al amplio jardín sembrado de chaguaramos donde yo crecí, hablando de no sé qué temas, se despertó el marxismo-leninismo del camarada Ibsen con varios whiskys encima, como un chispazo inesperado, esa noche me di cuenta que esta supuesta joven promesa aun siendo inocente era culpable, que en memoria del bachiller Martínez estar en un lugar así, en semejante casa, era una traición de clases, así que señores, buenas noches.
Y se fue Ibsen sin dar un portazo como la Nora del otro Ibsen, el noruego, aunque si con tremendo portazo emocional, pensé que para siempre, por lo menos de mi vida. De más está decir que el musical tipo Broadway quedó en proyecto.
Años después le conté esta anécdota a Ibsen, y se rió:
- Es que uno era muy pendejo.
Semejante arrebato de lucha de clases no fue el final de mi amistad con Ibsen, nos encontramos años después cuando la revolución por fin llegara a Venezuela y ambos éramos columnistas en El Nacional. Ibsen renegó de esta supuesta revolución desde el principio, y aunque entre nosotros no hubo una amistad profunda si creo que hubo mutua simpatía, por eso digo que éramos panas más que amigos, además éramos vecinos, a menudo nos cruzábamos en el abasto de la Alta Florida buscando el artículo que se encontrara en tiempos de escasez. Me llegó a mandar una obra de teatro inédita para leer: “Petroleros Suicidas” (2011), pensando lástima que ya no esté Enrique para dirigirla. Una vez preparamos un pabellón criollo en casa para celebrar a un amigo mutuo que estaba de visita en Venezuela, Ibsen nos embarcó como era su costumbre, ni siquiera lo esperamos, ni nos extrañó, Ibsen era así. Me llamaba como cada cinco años para decirme que tenía un proyecto, que estaba pensando en mí, que le diera unos días para concretarlo, yo le decía que sí, que cómo no, aunque sabía que pasarían más de cinco años antes de volver a saber de él, con un nuevo proyecto.
Sus últimos años marcados por el movimiento “me too” debieron ser bien difíciles al verse Ibsen obligado a confesar públicamente lo que para muchos era vox populi, que había maltratado físicamente a algunas de sus parejas, chisme que a mí nunca me llegó. Aunque su pluma no mermara, se volvió una papa caliente, impublicable, por lo menos en medios como El País de España. La última vez que hablé con él, como un par de años antes del escándalo, me contó que sufría del corazón, que se tenía que ir de Bogotá a otra ciudad colombiana de menos altura porque a Venezuela bajo este régimen no volvía. Durante su caída en desgracia pensé en llamarlo, si bien deploro la violencia contra la mujer de la que se confesó culpable, ¿acaso no había sido mi amigo? Los amigos en las malas y en las buenas. Pero qué es la amistad, es mucho más que simpatía mutua y una llamada cada cinco años, al final no lo llamé, ¿qué decirle? Pensé que algún día me volvería a llamar con un nuevo proyecto, así fuera solo para conversar un rato.
No lo hizo, Ibsen murió en Caracas en septiembre de 2024. Volvió bajo radar, sin avisar, quizás regresó a Venezuela para morir, al final el corazón le pasó factura. No sé si antes o después de que muriera el pana Ibsen, leí su última novela “Oil Story”, publicada en 2023, debió ser después de muerto porque para mí es su mejor novela, sobre la que yo sepa nadie, incluida quien esto escribe, se dignó a escribir. Ibsen se volvió un intocable, pero no de buena manera, si acaso la hay.
Ya es tarde, tendría que volver a leer "Oil Story” para escribir sobre ella, la busco en mi biblioteca y no está, me parece que la leí en Kindle. Es tarde para decirle a Ibsen que me gustó, que me divirtió mucho. Ya no volveré a recibir la llamada cometa del pana Ibsen, pero hoy las memorias de una escritora colombiana me lo recuerdan.
Y sea donde quiera que estés, porque con los panas nos cuesta pensar en la nada, descansa en paz estimado cometa.
9 comentarios:
Fantástico Adriana ,como siempre que algo escribes.
Ibsen también fue amigo y vecino de edificio de mi hermana
Tu has buscado el libro on line? Me gustaría leerlo
Gracias por el comentario, Oil Story de Ibsen, publicada por la colección Andanzas de la Editorial Tusquets, lo compré en digital por Amazon
Hola Adriana.
Guauu… nos has traído, no una, sino un manojo de anécdotas, comenzando por la citada de Piedad Bonet, pasando por la de tu “amigo” de paseo por el campus y, lo mejor, la de tu accidentada “panadería” con Ibsen… algo de lujo.
Todo esto me gusta, porque siempre fui un lector de los artículos de Ibsen, así como los tuyos y los de Milagros Socorro, en el Nacional. Pero fíjate tú, que de sus intríngulis biográficos lo desconocía todo.
Eso del resentimiento es importantísimo y está muy ligado a cierta tara intelectualoide llamada izquierda que, siempre estuvo presente en la Venezuela civil y democrática y que se quitó el moño con la era chavista. No exagero si digo que todos los venezolanos hemos sufrido, o todavía tenemos un familiar o un “amigo” con el que no se puede ni hablar, porque es un chavista arrodillado en tierra.
En fin, tu artículo de hoy nos toca de cerca. Por cierto, el libro de la biografía de tu abuela lo leí en unas siete sentadas, de lo bueno que me resultó, y luego se lo pasé a mi papá que vivía en Coro, al que también le encantó y que fue una de sus últimas lecturas antes de morir.
Te cuento que ya publiqué mi tercer libro de crónicas y cuentos. Voy a dejarte acá el enlace para que lo leas gratuito y en directo desde el blog. Me gustaría saber qué te parece. Dios te bendiga a ti y a tu familia.
https://tigrero-literario.blogspot.com/2024/02/la-balalaika-libro-completo.html
felicitaciones por tu nuevo libro Ali, y gracias por tus comentarios, solo una aclaratoria, el pana resentido en la universidad es una anécdota de Pilar Bonnett, quizás es un problema de reacción y pareciera que fuera mi anécdota, la voy a revisar
A Ibsen yo lo conocí estudiando Matemática en la UCV; era un tremendo estudiante, inteligente y dispuesto, pero las matemáticas no eran lo suyo. Empezó a fallar exámenes y algo me dice que su tendencia a embarcar y dejar las cosas a medias comenzó allí. Alonso Gamero se lo lleva para Radio Nacional y empezó su peregrinar por la escritura de libretos. Al tiempito andaba con Teodoro para arriba y para abajo, porque cuando quería sabía caer bien, y lo conectaron rápidamente con un tótem, J.I. Cabrujas. Siguió siendo el mismo tipo de mal carácter pero con chispas de genialidad cuando escribía sus columnas, iba y venía, ganaba bien en la televisión a la que llegó por intermedio de Cabrujas. A mí me contaba que lo que le pasaba era que tenía muchos problemas con su papá, no tanto con su mamá, y que la Venezuela Saudita lo agarró desprevenido sin saber para dónde ni qué hacer. Las tres novelas que preceden a Oil Story si te pones a ver son una especie de radiografía del que quizás pudo pero no pudo al final. Y ese personaje de Guillermo en Oil Story es tan él que hasta habla de su problema con la dipsomanía. Peleaba mucho, una vez se agarró a golpes con un tesista de Inés. Ibsen tenía ese problema que a la gente de Venezuela suele ocurrirle, era por derecho un descendiente de la estirpe petrolera pero no estaba en la buena de esa circunstancia porque el padre era un tipo de relativa poca ambición, lo que le llevó siempre a darle duro a los que, como dice en su novela Oil Story "sí lo supieron hacer bien". La última vez que hablamos, él en Bogotá yo en España, me dijo que terminaría de escribir las memorias proscritas de Teodoro. Otro que estuvo cerca de lograrlo. Sus embarques legendarios, su mote de "Mr. 20 Capítulos", su relativo mal manejo de la bebida y lo que era agregado a ello le hizo vivir poquito, pero intensamente. Al final pudo verse en Caracas comparativamente cómodo porque Iván le dio cobijo en su apartamento en la sabrosa Cumbres de Curumo y estimo que algo de dinero tenía por O.S. (Tusquets es el Real Madrid de las editoriales españolas). Lo oí en un Podcast de la UCAB pero ha sido imposible recuperar ese material, que valdría la pena escuchar de nuevo. Quién sabe si alguien lo subió a la Red o quizás esté en los repositorios digitales de los Jesuítas. Allí volvió a ser el Ibsen de los 70.
Steve.
Y tanto que conté de él y me quedé con la duda, ¿Cuál memorialista colombiana habla en su libro de Ibsen?
Me decía por teléfono también que solía bajar a una plaza que le quedaba a una cuadra de donde vivía en Bogotá y se sentaba horas allí sin hacer nada, lo que lo señala él lo llevó a una depresión clínica de la que salió gracias a que su amigo argentino Font lo animaba a escribirle Oil Story. Fue bueno que así pasara porque la novela quedó bien, honestamente yo le quitaría los detalles médicos, pero en este orden para mí sería OS, luego la de la hija de Marx, del que era un verdadero admirador, después la de Kiko Mendive, con sus méritos y finalmente la primera de la que se agotaron tres ediciones no entiendo cómo. Ésa es "El Mono Aullador", que la corrigió Teodoro.
IMP fue un excelente columnista, un escritor de novelas venezolano promedio, no tan buen matermático ni muy esmerado cumplidor de compromisos con los amigos, pero sinceramente un tremendo conversador y hasta cierto punto el último mohicano de la prensa venezolana de finales de siglo.
Steve.
Ah perdón ya entendí, no es que ella escribió sobre Ibsen, sino que hizo mención a algo y te hizo recordarlo.
Steve.
Sobre oil story hay un foro con IM desde Bogotá en la UCAB, eso debe haberlo grabado alguien.
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