viernes, 30 de abril de 2010
De cómo casi me tomo una foto con Lupita Ferrer
En abril de 2010 la revista People en Español nombró a Lupita Ferrer como una de las 50 estrellas más bellas de Latinoamérica. No me extraña que la antagonista de la famosa telenovela Cristal, quien ya pasó su sexta década, aparezca en esta lista junto con las también venezolanas Gaby Espino y la actual Miss Universo Stefanía Fernández (más de 40 años menores que ella): en diciembre me crucé con Lupita Ferrer y pude constatar que cual versión femenina de Dorian Gray, es de esos afortunados seres que parece haber sido tocada por la vara de la eterna juventud.
Este encuentro casual entre una diva de telenovela y una escritora venezolana ocurrió en diciembre de 2009 en la ciudad de Nueva York, fue en un viaje pre-navideño que hice con mi mamá y mi tía María Elisa, la misma con quien bailé en las discotecas parisinas al ritmo de Illusion. Nuestra Meca ya no son las discotecas sino las tiendas con buenas ofertas. Macy's es el templo, aunque mi mamá no va ni amarrada: la abruma, es demasiado grande, hay demasiada gente. Yo podría vivir en la tienda de la calle 34, pero es cierto que abruma, si vas acompañado es fácil perderse, por eso al traspasar sus puertas mi tía y yo nos despedimos, cada quien por su cuenta.
Tras curucutear la pila de carteras en descuento, subí al piso tres donde se encuentra la ropa para adulta contemporánea, iba pescando ofertas con los brazos cargados de faldas, blusas, pantalones para ver cuál sí y cuál no, como solemos lucir las venezolanas en ese trance: despeinada, el maquillaje corrido, zapatos de goma para aguantar el trote, y de repente la vi, era ella, no el vestigio de lo que fue, era la elegante señora Victoria Ascanio que hace 25 años le hizo la vida cuadritos a la huérfana Cristina, ignorando que era su hija abandonada a las puertas de una iglesia.
Mi primer recuerdo de una telenovela fue Esmeralda (1970), la cieguita interpretada por Lupita Ferrer que caminaba por un riachuelo de la mano del recio José Bardina en escenario de cartón piedra simulando los predios de una hacienda. También fue mi inicio como farandulera. Otras novelas de la dupla Bardina-Ferrer siguieron, como La Zulianita, antes de que la actriz zuliana se casara con un gringo mucho mayor que ella, quien le prometió la conquista de Hollywood.
Que yo sepa, sólo hizo Los Hijos de Sánchez (1978), con Anthony Quinn, que no tuvo la repercusión del libro escrito por el sociólogo Oscar Lewis sobre la intimidad de una humilde familia mexicana. De la película hoy sólo queda el recuerdo de la trompeta de Chuck Mangione.
A mediados de los años 80, Lupita regresó a Venezuela para trabajar en Cristal, otra telenovela de Delia Fiallo, esta vez como "primera actriz", lo que significa que ya le pasaron los años dorados de la muchacha de la novela. Carlos Mata y Jeannette Rodriguez eran los protagonistas, y Raúl Amundaray hacia el papel del marido infiel de Victoria Ascanio. Esta novela de las 9 en RCTV que comenzaba con la estridente voz de Rudy La Scala cantando Mi vida eres tú, trataba sobre una diseñadora de modas que lucha por separar a su hijastro Luis Alfredo de la humilde modelo de quien se enamoró. Cristal no sólo pegó en Venezuela sino en el resto de Latinoamérica y España, a partir de ella, Venezuela fue considerada durante años el emporio del culebrón. Hay un dicho español que se origina de esta telenovela: "Lloras más que culebrón venezolano".
Lupita Ferrer con su voz aniñada, enormes ojos de venadito asustado, batiendo la ondulada melena rojizo-castaña, sin ser tan buena actriz como Marina Baura o Doris Wells, por su tendencia al melodrama calzó a la perfección con los dos estereotipos de mujer en todo culebrón: dulce y sufrida protagonista, y mala maluca antagonista.
Tampoco se puede decir que yo admiraba a Lupita Ferrer, pero era y sigue siendo un símbolo patrio, como la orquídea y el tucán. En el alma popular de todo venezolano sólo Lila Morillo la supera. Viéndola de lejos en una tienda de Nueva York se me estremeció la venezolanidad, como si me hubiese encontrado en Macy's con Simón Díaz y su cuatro entonando Sabana. Qué Susan Sarandon ni qué Meryl Streep, Lupita se conserva mejor que cualquier actriz de Hollywood de su edad. Sería una barajita irrepetible en mi álbum de fotografías en facebook, por eso cual muchachita de las que se paraban a las puertas del canal de Bárcenas cazando autógrafos, me acerqué timidamente a la diva venezolana con la intención de preguntarle si no sería mucha molestia tomarme una foto con su merced.
Quizás no fue un buen momento, la actriz tenía problemas pagando con una tarjeta de crédito. Discutía con la cajera con la misma voz indignada con la que Victoria Ascanio regañaba a las modelos de su atelier. La cajera era de ascendencia latina, pero no se hablaban en español, seguro su abuela habría reconocido a la actriz al instante, y aunque Lupita Ferrer sigue siendo primera actriz en las telenovelas miameras, era obvio que la muchacha no tenía idea de quien era la cliente azorada.
No creí conveniente pedirle que sonriera a la cámara, mejor conocerla de manera casual, me paré detrás de la diva como haciendo la cola para pagar. Minutos después, el problema con la tarjeta seguía y el montañón de ropa me comenzaba a pesar así que en una pausa de su conversación con la cajera, mientras ésta hacía una llamada telefónica al jefe de piso, le pregunté : "¡¿Tú no eres Lupita Ferrer?!".
Lupita volteo con un mohín de impaciencia, no fue grosera, me dijo "siiii, ya va, este no es un buen momento...".
No me malinterpreten, seré farandulera pero jamás he sido cazaautógrafos ni de las que molestan a los famosos como si fueran amigos de toda la vida. En Nueva York me he cruzado, entre otros, con Dustin Hoffman, Woody Allen y Penélope Cruz; y evito mirarlos más de lo que miraría a cualquier transeúnte. Pero ¡caramba! encontrarse con Lupita Ferrer en Macy's de Nueva York y pasarle por al lado como si nada, sería hasta traición de lesa patria.
La verdad es que no sé lo que esperaba de Lupita, al principio una foto para montarla en Facebook, pero después de ese mohín de impaciencia ni loca le pediría que se retratara conmigo, aunque quizás tras identificarme como paisana, decirle que de niña vi Esmeralda y de universitaria Cristal, qué se yo, preguntarle cómo le estaba yendo, si extrañaba Venezuela, lo mismo que conversan dos venezolanas cualquiera que se encuentran en el extranjero en una cola para pagar, quien quita que tras una conversación casual, le podía pedir a la estrella una foto sin perder la dignidad.
Aproximadamente 5 minutos duró semejante papelón: yo, autora de un par de libros, columnista de El Nacional, cargada de blusas, faldas y pantalones que no estaba preparada para pagar, parada detrás de la legendaria actriz contrariada porque no le pasaba la tarjeta. Lupita en ningún momento volteó hacía mi buscando solidaridad nacional, ni una mirada cómplice de estos gringos pendejos.
Así que me fui sin despedir, entré en los vestidores y salí media hora después sin la montaña de ropa, apenas un pantalón y una blusa pasaron el corte. Lupita se había ido. Quién sabe si habrá solucionado su problema. De todas maneras, para evitar que me fuera a pasar lo mismo, busqué otra caja donde pagar.
En la noche, cuando volví a ver a mamá y a María Elisa, antes de enseñarles lo que había comprado, les conté la anécdota de cómo casi me tomo una foto en Macy's con Lupita Ferrer. Se me quedaron mirando con ojos de "no estarás hablando en serio", cuando les dije que sí, que qué tenía de malo, y les conté esta historia que acabo de narrar, ambas me regañaron: semejante ridículo, a quién se le ocurre, qué pena, ¿Lupita Ferrer? ¡Por favor!
Es verdad, el momento fue engorroso y no logré el objetivo, pero no me arrepiento, quien nace farandulera, ni que la fajen chiquita. Qué grande habría sido tener una foto con Lupita Ferrer en Macy's para pavoneármela en Facebook.
Para la próxima, no la dejo escapar.
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6 comentarios:
Fuente del Lincoln Center, 11:30 pm, nadie alrededor. Se aparece Dustin Hoffman, mi actor favorito de todos los tiempos, y me quedo completamente petrificado. Me saluda y sigue su camino.
La conversación que no tuve con él la he creado y recreado como 800 veces en mi cabeza.
Me hubiera hecho un favor si no me hubiese saludado.
Me encontré con Dustin Hoffman cuando era Dustin Hoffman, el gran actor del momento, estaba almorzando solo en Gino, nadie se le acercó, al terminar, se quedó hablando un rato en la barra con los mesoneros, y después se fue. No me saludó, de haberlo hecho, tampoco sé qué le habría conversado.
Buenisimo! la frase "se me estremecio la venezolanidad" es mia para siempre...
Úsala con confianza Mariana, seguro que yo se la robé a alguien también.
"...ni una mirada cómplice de estos gringos pendejos."
como que es màs pendejo(a) el que visita el paìs de los pendejos.
jajaja, gringopendejo, no se me ponga intenso, mire que los venezolanos usamos la palabra pendejo como la aspirina, para todo, inclusive uno de nuestros más ilustres escritores: Arturo Uslar Pietri, se refirió a Venezuela como "El país de los pendejos" hace como 15 años. La mayoría de los venezolanos lejos de ofendernos, nos reconocimos en esa frase, que hoy pareciera estar más vigente que nunca.
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