jueves, 20 de septiembre de 2012

Pasillo de por medio


Morella tiene una hija y varios nietos que viven en Nueva York, cada vez que puede se va a visitarlos. En uno de estos viajes, mientras esperaba el despegue del avión de American Airlines, se fijó que en el asiento de al lado, pasillo de por medio, iba sentada una muchacha con unas sandalias tipo flip-flop de plataforma. Como el despegue tardaba, Morella, madre al fin, dejó el ¡Hola! a un lado y le dijo a la muchacha:
"Qué lindas tus sandalias, pero perdóname que me meta, estamos en febrero, el mes más frío del año en Nueva York, la temperatura está bajo cero, dicen que está nevando, si sales así se te van a congelar los pies y te puedes enfermar".
La muchacha la tranquilizó:
"No se preocupe señora, tengo unas botas en el maletín de mano, mi papá me aconsejó que como hay que quitarse y ponerse los zapatos para pasar la cola de emigración, es mejor viajar con sandalias porque las botas son incómodas para estar quitándose y poniéndose".
Quedó satisfecha con la explicación, y menos de una hora después, cuando las aeromozas estaban sirviendo el desayuno a diez mil pies de altura, Morella ya le sabía la vida a la muchacha: era de Puerto la Cruz, se acababa de graduar en la la Universidad de Oriente, y su familia, como regalo de graduación, le había dado este viaje a Nueva York, su primera salida al exterior. Se iba a quedar en casa de los parientes de unos parientes en Queens. Estaba muy nerviosa pero emocionada de realizar su sueño de conocer la nieve.
Tan novata era la muchacha en eso de viajar, que le pidió a Morella que la ayudara a llenar los formularios de inmigración porque temía hacerlo mal. Por eso la madre de tres hijas, abuela de diez nietos, ante esta pollita recién salida del cascarón, apenas unos años mayor que su nieta mayor,   arrancó de su libretica viajera una página en blanco y le anotó su nombre, y el teléfono y la dirección de su hija en Nueva York, para que cualquier problema que tuviera, la llamara sin pena.
Una vez en Kennedy Airport, la muchacha casi se va con la maleta de Morella, lo que la buena señora atribuyó a la misma inexperiencia de la niña confundida porque casi todas las maletas son negras. Por eso Morella decidió que no podía dejar que esta muchacha saliera sola a un terminal lleno de tiburones. Esperó que por fin encontrara su maleta para montarla en un taxi de línea no fuera a caer en las garras de un taxista pirata de esos que despluman inocentes turistas.
Estaban las dos mujeres por entregar sus declaraciones de aduana para salir, cuando un agente de seguridad interceptó a la más joven: "Come with me".
Morella la tranquilizó: "no te preocupes, debe ser una tontería".
"Ay señora Morella, usted me podría esperar".
"Sí claro, mi amor, yo te espero".
La verdad es que Morella no le dio mayor importancia, la visita al famoso cuartito suele ser aleatoria, habrán visto a la muchacha tan jovencita que querrían volver a verificar que tenía sus papeles en regla y su pasaje de regreso. Cuando ya había pasado mucho tiempo y la muchacha sin dar señales de vida, Morella comenzó a ponerse nerviosa, y decidió irse, no fuera a meterse de gratis en un problema. Lo decidió demasiado tarde, estaba a punto de marcharse cuando se le acercó un agente de seguridad: "Ms. Morella? Please come with us".
La llevaron a un cuartico donde al fondo, la muchacha llorosa rendía declaración, a su lado su abrigo estaba desgarrado con un cuchillo y de él habían salido varias bolsas de un polvo blanco. Morella imaginó que las sandalias de plataforma también tendrían su cargamento. La muchacha, lejos de buscar su mirada solidaria, la esquivó.
A Morella la metieron en una oficina para interrogarla. Le dijeron en tono frío pero no intimidatorio, que como pudo darse cuenta, la chica era una mula, le habían encontrado un cargamento de drogas pero el único contacto escrito que llevaba era el papel con el nombre de Morella, su teléfono y dirección en Nueva York.
Morella se preguntó si le haría falta un abogado, no quería imaginar el regaño de su esposo y de sus hijas cuando se enteraran: "¿Quién te manda a estar de metida?".
Le explicó a los agentes de seguridad que a la muchacha la conoció en el avión, no la había visto en su vida. Se pusieron a conversar para pasar rápido el viaje, y la vio tan desprotegida que le dio su número de teléfono como ella habría esperado que alguna alma caritativa protegiera a sus hijas y a sus nietas en circunstancias similares. Que verificaran con la línea aérea para que vieran que sus puestos fueron casuales.
Cuando los agentes de aduana confirmaron lo que les decía la señora, que los pasajes había sido comprados por separado y fue la inteligencia de American Airlines, la que sentó a estas dos mujeres juntas, el agente dejó ir a Morella.
"¿Y la muchacha? ¿Qué va a pasar con ella?", preguntó Morella.
"Ella sí está en 'big trouble', esta aventura le saldrá en varios años de cárcel".
Una última recomendación le dieron los agentes a Morella antes de dejarla ir:
"Señora, es que acaso a usted no le enseñaron en su casa que no puede estar hablando con extraños, menos en los aviones".
Morella se fue prometiendo que no lo volvería hacer, por eso cuando me cuenta esta historia ya en la seguridad de Caracas, ante la mirada reprobatoria de su hija Patricia, "por las cosas que le pasan a mi mamá", tengo que preguntarle:
"Seamos sinceras, Morella, si en tu próximo viaje se te sienta una muchacha que te recuerda a tus hijas, con cara de necesitar ayuda, ¿no lo volverías a hacer?".
"Igualito".

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Bello texto, Piki

Siempre le lleno las declaraciones a las viejitas.

Lo que ilustras, sin embargo, es de terror: en la Venezuela que vivimos, hasta la cortesía es un crimen...

Adriana Villanueva dijo...

Nunca me ofrezco para ayudar a llenar formularios, si me equivoco llenando los míos, pero en el último viaje fui buena samaritana, saliendo del baño, una viejita me pidió que me quedara afuera porque no sabía cerrar la puerta, afortunadamente esta cortesía no fue un crimen, dígame si se hubiera muerto mientras yo estaba en guardia.