jueves, 6 de septiembre de 2012

I´m from Venezuela



El encuentro con Bryce Echenique narrado por Juan Carlos Méndez en Chulapos Mambo del que escribo en el post anterior, removió la eterna inquietud: ¿Qué pasaría si alguna vez me topo con uno de mis ídolos de la narrativa? Con el mismo Alfredo Bryce Echenique, autor de dos de mis novelas favoritas, ¿estaría a la altura de la ocasión o le saldría con una pajuatada?
No recuerdo qué amigo me contaba que la mayor desilusión en su vida fue precisamente conocer a uno de sus grandes ídolos: Julio Cortázar. El escritor argentino fue frío y distante, él trató de expresarle su admiración y las palabras que le salían lo hacían sentir como un imbecil. Habría sido preferible no haberlo conocido y quedarse con la ilusión de las interesantes conversaciones que habría tenido con Cortazar de haberlo conocido.  
Con los autores nacionales no nos pasa porque por lo menos en Caracas, nuestros narradores y poetas son bastante accesibles, en cuanta presentación de un libro nuevo o lectura de poesía hay, seguro te  encuentras a varios, hasta al actual Zeus de las Letras Venezolanas, el poeta Rafael Cadenas, no es raro  topárselo en las librerías El Buscón o Alejandría en Paseo las Mercedes, o en Kalathos en los Galpones, o paseando por la Feria de la Lectura en la Plaza Altamira. Cadenas es un hombre tímido, pero siempre atento y amable a quienes se acercan a hablar con él.

La mejor experiencia que conozco de un encuentro fortuito con un afamado narrador fue la que tuvo mi tía Gloria con Mario Vargas Llosa. En octubre del año 2010 Gloria visitaba a sus hijos que viven en Nueva York, cuando una noche comiendo con su hijo Ignacio en un pequeño restaurante en el West Side, se dio cuenta de que sentado en la mesa de al lado estaba su ídolo Mario Vargas Llosa.
Es bien sabido que a los famosos les gusta Nueva York porque nadie se mete con ellos, pero mi tía no pudo evitar la tentación de acercarse a la mesa donde don Mario comía con su esposa, y se presentó como una lectora venezolana, no solo agradecida por sus obras sino también por sus artículos de prensa en los que demostraba tanta solidaridad con la democracia en Venezuela.
No fue que Vargas Llosa y su señora los invitaron a sentarse y a tomar un café, pero fueron muy  simpáticos, por eso mi tía se sintió con confianza para despedirse diciéndole que tenía la esperanza de que este sería el año en el que por fin oiría el nombre de Mario Vargas Llosa como ganador del premio Nobel de Literatura.
Dos días después, de regreso a Caracas al aterrizar mi tía vio que tenía varias llamadas perdidas de Ignacio. Lo llamó de inmediato, ¿había pasado algo? Si, una buena noticia, la Academia Sueca acababa de otorgar el premio Nobel de Literatura a Mario Vargas Llosa.
Pero el cuento no termina ahí, la tía Gloria tiene amigos peruanos, y Lima parece ser como Caracas, hasta al Zeus de sus letras no es tan difícil de contactar, así que cuatro meses después, cuando salió El sueño del Celta, Gloria consiguió la dirección de Vargas Llosa en Lima y le envió un libro con una carta y un recibo pre-pagado de envío en Federal Express. En la carta le decía que venciendo el pudor le enviaba la novela para que se la dedicara, identificándose como la agradecida venezolana con quien se encontró dos días antes de ser nombrado Premio Nobel de Literatura 2010. Hoy mi tía atesora el libro con la dedicatoria: "A Gloria, con la esperanza que nos sigamos encontrando en cafés en distintas ciudades del mundo, por la suerte que me trae".

En cambio yo, la única oportunidad de toparme con uno de mis ídolos de narrativa en Nueva York, pasó sin pena ni gloria. No fue casual, sucedió en una visita en el año 2005 cuando leí en The New York Times que Paul Auster estaría esa tarde en la librería Coliseum leyendo fragmentos de su recién publicado libro: Collected Prose.
Casualmente acabo de terminar de leer el libro más reciente de Auster: Winter Journal, publicado en agosto 2012, lo bajé en Kindle. Este ejercicio de memoria escrito en segunda persona termina con la frase: "Has entrado en el invierno de tu vida". Pero en 2005, a los 58 años, Auster estaba en un esplendido otoño: atractivo y con la apariencia de un hombre diez años más joven, sus últimas novelas: El libro de las ilusiones (2002) y La noche del oráculo (2003) fueron éxito tanto a nivel de crítica como de público, aunque para los puristas no se acercaban a la promesa del joven autor que antes de los 40 años había publicado La trilogía de Nueva York. 
Coliseum era una librería independiente fundada en 1974 al lado de Carnegie Hall, tuvo que cerrar sus puertas en el año 2002 tras la competencia con la cadena Barnes & Noble y el alza de precios de alquiler en la zona. Sus dueños hicieron el intento de rescatarla en un local más pequeño y menos costoso en la calle 42, pero se tuvieron que enfrentar a una nueva competencia: las ventas de libros por Internet, y Coliseum cerró definitivamente en enero 2007. Pero en el año 2005 sus dueños todavía luchaban por salvar la librería de la bancarrota con ayuda de escritores amigos como Paul Auster, quien esa tarde se ofreció a cruzar el puente de Brooklyn para leer extractos de su Collected Prose que incluía ensayos y memorias recopilados en libros anteriores. 
Había bastante gente en la lectura de Auster, y al decir bastante gente no hablo de una multitud sino de no más de 60 personas. Crucifíquenme pero no recuerdo qué leyó, solo que hombres y mujeres lo oímos enamorados de su prosa y de tanta galanura. Evitando algún exceso como si de un Beatle se tratara, al terminar la lectura se establecieron pautas para la firma de los libros: prohibido cualquier intento de contacto físico con el autor, nada de darle la mano o un besito, y mientras Auster nos firmaba el libro, podíamos decirle una frase breve, no más. 
Así que compré Collected Prose y haciendo la cola para que Auster lo dedicara me devané los sesos de que le diría a unos de los autores contemporáneos que más admiraba. Tenía que ser una frase contundente, telúrica, conmovedora, con un toque lírico, entrañable; una frase que lograra que el autor de Moon Palace soltará la pluma fuente y me mirara a los ojos para reconocer en ellos a una escritora como él. Que violando sus propias exigencias de la firma de sus libros, me diera la mano como quien saluda a las letras latinoamericanas y me pidiera que aguardara junto con su esposa Siri, para que cuando terminara este tedioso proceso de firma de libros, nos tomáramos unos martinis en un bar aledaño. 
¿Qué les puedo decir? No soy buena con frases hechas, cuando al fin me tocó el turno apenas me dio tiempo de cruzar mirada con sus enormes ojos verdes al entregarle el libro con pulso tembloroso, y mientras el gran Paul Auster lo firmaba, porque ni dedicatoria hay en esas firmas en Nueva York, la única frase que me dio tiempo de decirle fue:
"I'm from Venezuela".
Coño con el país. 



4 comentarios:

A ratos perdidos dijo...

Jajajaj! Muy cómico.
La anécdota de tu tía es fabulosa, genial.

Adriana Villanueva dijo...

Gracias Maribel, me encanta el nombre de tu blog.

Geraldina Mendez dijo...

"(...)una frase contundente, telúrica, conmovedora, con un toque lírico, entrañable(...)" jajaja, nunca sale una así cuando la necesitas. Me recuerda esto a ese artículo en El Malpensante en que se narra cómo Bukowski le escupió en la cara a un joven escritor que lo idolatraba y se le acercó en un bar. En defensa de la frase suya, ser venezolano puede resultar bastante exótico para algunas nacionalidades, especialmente del Este de Europa, quienes ven el resto del mundo como un lugar mágico.

Adriana Villanueva dijo...

Ja, Geraldina, mordiste mi acción, lo que pretendía era dármelas de exótica, pero no me funcionó, a Auster como que no le interesa nada que esté muy lejos de las fronteras de la República de Brooklyn.