martes, 4 de septiembre de 2012

Con Bryce en las buenas y en las malas


En medio de la catajarra diaria de noticias malas, hoy leemos en el periódico una buena, que el peruano Alfredo Bryce Echenique (1939) ha sido merecedor del gran premio del jurado de la Feria del Libro en Guadalajara que le será entregado el 24 de noviembre de 2012. El premio FIL no se otorga por una obra en particular sino por la obra de vida.
El colega Salvador Fleján en el perfil de Relectura en Facebook nos clava una puyita a los incondicionales Brycenistas, asegurando que después de Tantas veces Pedro (1974), la obra de Bryce Echenique amerita ser encerrada en un closet y botar la llave. 
Salto ante la provocación: ¿Cómo me va a encerrar en un closet a Martín Romaña (1981)? El escritor Rodrigo Blanco Calderón continúa la que pudo haber sido mi lista: ¿Cómo encerrar a No me esperen en Abril (1995), Permiso para vivir (1993)  y La guía triste de París (1999)? 
También me duelen esas tres obras y muchos momentos de otras novelas y relatos de Bryce, pero en especial imagino al pobre Martín Romaña encerrado en un closet, además de todos sus infortunios, comida de polillas envuelto en telarañas. Porque esta novela que comienza con las reflexiones del antihéroe latinoamericano por excelencia, sentado en su sillón Voltaire, fue una especie de culto para los lectores de mi generación, la nacida en los años 60, como bien lo narra Juan Carlos Méndez Guédez en su estupenda novela Chulapos Mambo (Lugar Común 2012) cuando los protagonistas se cruzan con Bryce Echenique en un restaurante en Madrid y uno le dice -lo que sin duda habrá oído mil veces- : "... en la universidad todas las muchachas llevaban La vida exageraba de Martín Romaña en el bolso. Y los muchachos no lo llevábamos en el bolso pero lo leíamos en los jardines y queríamos ser Martín Romaña y las muchachas parecían felices de tener un Romaña de amigo, o de novio, o de ninguno pero casi...". 
En los años 80 yo era de las que llevaba un ejemplar de Martín Romaña en el bolso, y de quienes tenía a Martines Romaña de novios, o de amigos, o de ambos, o de casi; pero más que con Inés del alma mía, u Octavia de Cádiz, me sentía identificada con el mismo Martín Romaña y todavía me ando buscando bultitos bajo el brazo, me fijo con desdén en los revolucionarios con mocasines de lujo, y detesto molestar.  
Sin embargo, mi primer Bryce no fue Martín Romaña, fue Un mundo para Julius (1970), considerada por muchos como la gran novela del autor peruano, y eso que al principio la evité porque fue una imposición: un profesor de Taller de Redacción en la Escuela de Comunicación Social con el que no simpatizaba la mandó a leer como tarea, como no puso fecha, al verle el grosor a la novela le fui dando largas, y cuando una tarde el profesor dijo que la práctica de ese día sería escribir una reseña de Un mundo para Julius, entregué la hoja en blanco. 
Meses después, acomodando mis libros, me topé con la odiosa novela que me había bajado el promedio, la comencé a leer por no dejar, segura de que sería un bodrio al que cerraría antes de la tercera página para ser guardado en el rincón de los libros abandonados, pero apenas abrí esa primera página y entré en el mundo del principito limeño que vive en un palacio con cochera, carroza, piscina, jardines; con una hermosa y frívola madre, un padrastro y dos hermanos abominables, y un séquito de sirvientes y sus dramas; supe que de ese mundo no saldría hasta finalizada la última página. Y ya perdí la cuenta de las veces que he regresado a él. 
De ahí pasé directo al Julius adulto, es decir, a La vida exagerada de Martín Romaña. De las obras que siguieron estos dos primeros encuentros con Bryce, coincido mucho con la lista del pana Rodrigo, aunque No me esperen en Abril merece una relectura, cuando la leí me pareció irregular, mejor lograda las partes que narran la adolescencia del protagonista que las de su vida adulta. Permiso para vivir (Antimemorias) la tengo dedicada por su autor cuando vino a Caracas en 1994, muy superior al segundo tomo de las Antimemorias: Permiso para sentir (2005), el cual es también muy inferior a esa joyita que es Guía triste de París (1999), colección de relatos que parecen ser unas antimemorias sin el título. 
A pesar de haber ganado el premio Planeta con su novela El huerto de mi amada (2002), los últimos años no han sido los mejores para la carrera de Bryce, hasta para sus admiradores más incondicionales este premio Planeta fue inexplicable siendo una obra menor. Pero la raya más grande en su vida exagerada, fue el escándalo de plagio en el cual se vio envuelto Bryce Echenique al aparecer su firma en artículos en los que supuestamente se había usado de manera inconsulta y sin comillas, material ajeno. 
Este escándalo no logró sepultar el mérito de la obra de Bryce porque si alguien ha tenido una voz muy personal es él, y gracias al reconocimiento que le hace el jurado de la Feria del Libro en Guadalajara, me entero que Bryce presentó en Perú en julio de este año una nueva novela: Dándole pena a la tristeza, basada en la vida de su abuelo el banquero Francisco Echenique Bryce. 
Habrá que leerla porque con Bryce, en las buenas y en las malas, por eso aplaudimos el reconocimiento que se le hará en Guadalajara para que las nuevas generación de Martines Romaña descubran lo mejor de su obra. 

2 comentarios:

Elvia Sánchez dijo...

Ciertamente, hay en su carrera literaria altibajos pero Bryce sigue siendo para mi un escritor de referencia. Hasta el tema del plagio se lo perdono, si es que es tan Martin Romaña...

Adriana Villanueva dijo...

Así es Elvia Luisa, Bryce Echenique, al igual que Rubén Blades y Woody Allen, son parte de nuestra historia emocional.