domingo, 2 de septiembre de 2012

No hay flow que valga



En días pasados leí en El Nacional cómo el presidente-candidato Hugo Chávez, tras catorce años gobernando, busca el voto joven, el de aquellos venezolanos que no tienen memoria de otro Gobierno sino el de este presidente de 58 años, de formación militar, que hasta hace poco se regodeaba en su programa semanal, o en cadena nacional, entonando canciones llaneras, himnos de cuartel, y temas de Alí Primera; pero que de unos meses para acá, hasta lo hemos visto bailando Rap.
 ¿Se pierde o se gana votos bailando? Cómo olvidar el polémico video-aficionado del bailecito que pretendía acompañar la llegada de Henrique Capriles Radonski a inscribir su candidatura en el CNE, ese del que tanto se burlaron por las redes sociales y en el canal del Estado, donde un grupo de señoras ensayaba en un parque residencial una coreografía al estilo Flash Mob. Era tan desafortunado el video que más de uno pensó que se trataba de una nueva treta del oficialismo para desprestigiar a la oposición.
 Es duro pero los adultos tenemos que asumirlo: por más swing que creamos tener, eso que hoy llaman flow, los adolescentes preferirían vernos devorados por zombies o por una tribu de caníbales antes de vernos bailando en público. Como madre de tres jóvenes entre los 12 y los 21 años, lo certifico. Todavía en la intimidad del hogar salsa o merengue, o un pasito Disco, se pasa, pero cero tolerancia con el perreo: ver a los padres o a cualquier adulto contemporáneo “tirándose un paso”, lleva a los adolescentes a evocar esas películas de Ciencia Ficción de futuro perfecto donde después de los 30 años, habría que aplicarle la eutanasia a todo el mundo. Ni se les ocurra recrear la Lambada como antecedente al perreo. 
Así que si usted tiene un bebé o un niño pequeño aproveche para bailar y cantar  todo lo que pueda, porque su consentido, ese tierno cachorrito que hoy los mira con ojos de devoción mientras mamá y papá superan niveles en Rock Band en su consola de video-juegos, apenas esté rozando la adolescencia, júrelo que se convertirá en un ente represor.
Y uno que creía que eran los padres los que sometían a los hijos ¡falso! Son los hijos quienes someten a los padres y son unos verdaderos  tiranos: no admiten la libertad de expresión. Líbrenos señor de que nos oigan cantar Hip Hop o reggaetón, porque estaremos castigados indefinidamente con ese desprecio frío que suele ser el castigo de los adolescentes.
 Ni siquiera se salvan los padres rockeros: queda restringidas las guitarras o las baterías de aire, o entonar a todo pulmón cualquier canción de los Rolling Stones o aquella que tanto les gustaba cantar juntos cuando lo llevaba a la Guardería: “¡Mamma mía mamma mía, mamma mía let me go!”
Todavía cantar Rapsodia Bohemia o a los Stones es un pecado venial, porque es generacionalmente adecuado, pero un presidente-candidato bailando Rap puede ser para un joven una imagen tan risible y perturbadora como llegar a casa y encontrarse a una abuelita Emo con pelo pintado de negro y delineador que haga juego, o a papá con una gorra de patinetero ladeada y los blue jeanes en la mitad de la cadera cual Los Wachiturros; o peor aún, llegar con una amiga y que mamá las reciba con un: “¿Qué pasó marikas?”.
Los muchachos serán muchachos pero no son bobos. ¿Cómo buscar el voto joven? No hay otra: garantizando la seguridad tanto social como individual: que los chamos puedan estudiar, practicar deportes, reunirse con los amigos, sin temor a que los atraquen, los secuestren, los matraquéen, o que una bala acabe con sus vidas; garantizarles una buena educación que lleve a buenas oportunidades de trabajo. Que los chamos sientan que podrán disfrutar de su ciudad, su juventud, pensar en su futuro, sin miedo…  y arriesgándome a que mis hijos me regañen, lo demás es paja. 

Artículo publicado en El Nacional el 1 de septiembre de 2012. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

!supremamente bueno!