domingo, 2 de mayo de 2010

Barajitas


En el colegio donde estudian mis sobrinos prohibieron intercambiar barajitas del álbum del Mundial de Fútbol Suráfrica 2010 de Panini.  Los curas acabaron con el trueque ante las irregularidades en lo que debería ser un elemental: “la tengo, no la tengo”. Algunos manganzones se aprovechaban de la inocencia de los pequeños a la hora de las transacciones. Tal es el veto, que al llegar a clases a los estudiantes les revisan los morrales para asegurarse de que no ocurra tráfico de cromos.
Cuentos como éste no dejan de asombrarme, cuán bajo hemos caído como sociedad que una tradición de tantos años, uno de los mayores placeres de los recreos escolares: el intercambio de barajitas, tenga que ser prohibido porque a los chamos les parece normal usar la viveza criolla para llenar sus álbumes.
Mi hija adolescente perdió parte del botín familiar de barajitas en el colegio, se le cayeron las repetidas al piso y algunos compañeros se lanzaron encima como si fuera el cotillón de una piñata.  Apenas un condiscípulo se agachó para ayudarla a salvar las que pudiera. Ella no se lo tomó a pecho: “ay mamá, no moralices, eso seguro pasaba en tu época”.
¿Será que me chuleaban las barajitas y de tan distraída ni me dí cuenta? Conservo buenos recuerdos de los intercambios, por lo menos una vez al año nos entraba la fiebre en el colegio.  Evoco el álbum “Amor es” y el de las comiquitas de Hanna-Barbera. No llegué a llenarlos, siempre me faltaron como cinco barajitas. Entonces sólo intercambiábamos, nos reuníamos en el recreo y era “la tengo, no la tengo”. Ni especulábamos ni nos las arrebatábamos y nuestros padres nada más intervenían dándonos de vez en cuando 1 bolívar para comprar 4 sobrecitos.   
La tradición familiar del intercambio de barajitas viene de atrás, la abuela Margot contaba que papá coleccionó el álbum de La Serie del Caribe en los años 40, entonces se comenzaba a construir la Ciudad Universitaria y mi abuelo Villanueva hacía cambalache de barajitas con los albañiles.
Hoy Panini tiene el monopolio de los cromos, desde 1998 nuestra familia colecciona sus álbumes del Mundial. Guardamos como joyas los tres primeros llenos, y el cuarto, acabamos de completarlo. Las barajitas no se pegan con cola, son calcomanías, y si un sobre de 4 cromos en los años 70 valía 0.25 céntimos, en el 2010 un sobre de 5 cuesta 4.50 bolívares.
Quizás por la inversión y el tema deportivo, el álbum dejó de ser un pasatiempo exclusivamente infantil, ya el punto no es coleccionar sino llenarlo a como dé lugar. Hazaña relativamente fácil gracias a que hay improvisados centros de canje en distintos puntos de Caracas. Cuando faltan pocas barajitas y sería la ruina seguir comprando sobres, se va a uno de estos centros donde se reúnen decenas de coleccionistas a intercambiar o vender las repetidas.  También hay quienes con la reventa de barajitas han encontrado una manera de ganarse unos reales.  Los que su objetivo es intercambiar, ceden sus cromos casi a precio de costo en 1 bolívar, los brillantes a 4. Los revendedores profesionales especulan según la necesidad del comprador y pueden vender una barajita hasta por 5 veces su valor. Cosas del libre mercado.
Espero no prohiban el intercambio de barajitas en las escuelas, a riesgo de sonar moralista como me acusa mi hija quinceañera, es una excelente oportunidad para enseñarle a nuestros chamos el significado de la palabra honradez.

Artículo que debía salir ayer, 1 de mayo en El Nacional, no sé si salió porque no recibí periódico. La foto se la robé a mi hija universitaria de su perfil en Facebook, Camila no reporta ninguna irregularidad en estos intercambios.

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