Algunos cuentan que en la Unión Soviética, otros que en la Europa posguerra, y otros que en la Cuba Revolucionaria, cada vez que se armaba una cola en la calle, los transeúntes, sin detenerse a preguntar qué estaban vendiendo, se metían en ella.
En 2007 Caracas podría entrar en este anecdotario universal del desabastecimiento: las interminables colas en mercados y abastos se han vuelto parte de nuestro paisaje urbano. Cuando hay azúcar, no hay leche, ni caraotas ni carne ni pollo. Por eso, ante la cola que rodeaba una cuadra de La Florida para entrar en un pequeño Mercal, daban ganas de hacerla para averiguar qué manjar ofrecía el proveedor de alimentos del Estado que no tuvieran sus vecinos del CADA, Don Sancho y El Plaza. Sin embargo, preferí ir al abasto de mi calle, no será un gran cadena, pero lo que no tengan esos portugueses, es porque no se consigue
Por ejemplo: ayer llegó azúcar al abasto, no duró mucho, quizás debido a las amenazas contra el acaparamiento, su dueño no se atrevió a racionarla a dos kilos por persona como suele hacerlo cuando hay escasez. Había quienes se llevaban guacales enteros. Al día siguiente, ya no quedaba azúcar, pero había carne: un pedazo de pellejo de un animal enjuto que un habilidoso carnicero se las arreglaba con su cuchillo para repartir a una jauría de clientes. Cuando llegué estaba de cuarta en la cola, salí una hora después.
En el abasto de mi calle confluyen barrio y urbanización, ambos vecinos igual de carnívoros, a medida que desfilaban por el atiborrado pasillo, todos hacían la misma pregunta: “¿Esta es la cola para comprar carne?”.
La señora que estaba detrás de mí, contestaba: “No, es la cola para tumbar el gobierno”.
Unos se reían, otros no, pero se sentía tensión en el ambiente. Entre los placeres que hemos perdido en el socialismo del siglo XXI está el de despotricar contra el gobierno en la carnicería, un chiste trillado que antes diríamos en público con confianza, hoy puede ser tildado por las sensibles almas revolucionarias de “escualidismo” y derivar en un atajaperros.
A diferencia de con el azúcar, los vecinos fueron solidarios a la hora de compartir el pellejo, tampoco daba para mucho, ante la nevera vacía, nadie llegó pidiendo lomito, muchacho redondo, o con la esperanza de que de ahí saliera un roastbeef. Tampoco hubo quien se atreviera a preguntar qué tipo de carne era el bíblico pellejo que daba para tanto. No se puede ser tan exigente. La exigencia también podría ser contrarevolucionaria.
Mi hora de espera dio para un paquetico de carne molida y para cinco milanesas púrpuras con más nervios que un bistec de a bolívar. La carne molida nos las comimos en albóndigas, las milanesas están reservadas para una ocasión especial.
Este artículo es del año 2007, quedó medio chucuto porque fue el primero en ser publicado con el cambio de formato de El Nacional, tuve que reducirme de 4.500 a menos de 3000 caracteres. Eventualmente la columna quedó en 3400 caracteres. Hoy este pellejo se actualiza con la actual crisis de carne a raíz de los 50 carniceros presos.
4 comentarios:
No sabía de este blog, gran hallazgo, un abrazo querida amiga
Gracias Georgina, ¿se ta había olvidado que compartimos el evento bloguero en El Buscón? Pero con 15 lectores quizás es difícil recordarlos a todos, aunque fue una noche muy intensa y especial.
Que carne era ?
Nadie se atrevió a preguntar.
Publicar un comentario