Al leer sobre la jauría humana que se repartía un pellejo de carne en el abasto, una amiga radicada desde hace un año en Estados Unidos me escribió horrorizada: "¿Están tan mal en Venezuela, o pecaste de amarillismo?".
Quiero pensar que no pequé de amarillismo. El reparto del pellejo fue un momento que me impactó y por eso lo recogí en una crónica.
Pero tres días después, en un supermercado, compré un ganso completo sin hacer cola ni sobornar al carnicero. ¿Estamos tan mal en Venezuela? No, todavía no, sin duda podríamos estar peor.
El desabastecimiento que vivimos es difícil de explicar a quienes viven en el extranjero; ese hoy hay, mañana no.
En este mercado hay azúcar, en otro apareció la leche en polvo. Ese vivir zanqueando mercados, racionando alimentos que cuesta conseguir, amañándolas cuando falta algo, conformándonos: ¿no hay azúcar blanca? ¡Qué importa, si la rubia es estupenda! ¿No hay queso Paisa? ¡El mozzarella tiene menos sal!
Quizás pequé de exagerada al comparar nuestra actual escasez con la de otros países donde la ausencia de alimentos ha sido una experiencia devastadora. Stephen Davis, biógrafo de los Rolling Stones, presume que la baja estatura de los grandes del rock se debe a que fueron niños en la Inglaterra de los años cuarenta y, debido al racionamiento de la posguerra, no se alimentaron bien.
Quienes jamás se darían cuenta de que en Venezuela hay escasez son los asiduos a los restaurantes: en ellos no se ha perdido un ápice de abundancia ni calidad en estos tiempos revolucionarios.
Basta ir a cualquiera de las tascas ubicadas en la calle Solano para constatar que en Venezuela estamos disfrutando de las vacas gordas petroleras.
Estos exquisitos lugares, donde se toma buen vino y cuando es temporada se sirve langosta, suelen estar repletos de clientes que no escatiman gastos a la hora de comer bien.
Por su cercanía a la roja rojita Pdvsa, es usual encontrar en estas tascas a orgullosos funcionarios uniformados con la insignia: "Ahora Venezuela es de todos", aunque no a todos le alcanzan los cestatickets y el dinero de las misiones para comer tortilla, chistorras y boquerones.
Arriesgándome a pecar de amarillismo otra vez, comparto un momento en una concurrida tasca que ilustra los tiempos que corren: un emocionado mesonero español, después de servirle un banquete a un comensal de chaqueta de organismo oficial, y a su pareja, les llena las copas de orujo brindando: "Por la paz del mundo, por los caminos de la revolución".
¡Y olé!
Artículo publicado hace como 4 años pero lo pude haber escrito ayer, la foto del nuevo Bicentenario la tomé hace un par de meses, la de las langostas hace algún tiempo en un restaurant de Caracas.
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