A todos nos habrá pasado alguna vez, y si no nos ha pasado, algún día nos pasará, es ley de vida esperar un resultado médico que sabemos que nos puede partir la existencia en dos.
Me tocó ese susto la semana pasada con un familiar cercano a quien un oncólogo le hizo una punción prometiendo que el resultado estaría listo al día siguiente. Bastaría una palabra: positivo o negativo, para saber si volveríamos a nuestra rutina cotidiana, o si la vida nos cambiaría irreversiblemente.
Fueron 24 horas que se hicieron eternas, que dieron paso a la reflexión, al miedo, a la esperanza… 24 horas de terror que no imagino compartidas con alguien que no fuese de la estricta intimidad.
Desde las 3 de la tarde el día después de la punción esperábamos ansiosos en familia que llegaran las 4, la hora que nos dijo el médico que llamaría cuando tuviera el resultado en sus manos. Sin cabeza para mucho, esos minutos eternos los llené con un twitter monopolizado por la salud del cantante Gustavo Cerati, quien tres días antes había sido hospitalizado tras su concierto en Caracas al sufrir una descompensación que resultó ser una isquemia cerebral.
No soy seguidora de Cerati y ni lo fui del que fue su grupo Soda Stereo, pero como cualquier latinoamericana cuya juventud transcurrió en los años 80, su música forma parte de la banda sonora de mi vida. Dado que el incidente cerebro-vascular sucedió en Caracas y que el cantante estaba hospitalizado en el Centro Médico Docente La Trinidad, no me extrañó que sus fans venezolanos convocaran vigilias por su pronta recuperación.
Pero en medio de la ansiedad por la suerte de mi familiar, me costaba salir del asombro ante algunas reacciones leídas en twitter: no faltaron los eternos cascarrabias desestimando las manifestaciones de pesar ante lo ocurrido al cantante argentino: “qué ridiculez, con los problemas que tenemos en Venezuela y Franklin Brito agonizando”, como si la angustia por el coma inducido de Cerati le pudiera quitar poder simbólico a la huelga de hambre del señor Brito. Tampoco faltaron los que parecían en un morboso concurso de quién daba el peor pronóstico o sería el primero en dar la fatal noticia. Sin olvidar aquellos que despotricaron contra el tratamiento recibido por Cerati, aunque los médicos argentinos aseguraron que los pasos seguidos en la clínica venezolana eran los correctos en estos casos.
El médico llamó a las 5 para darnos la maravillosa noticia que el resultado había salido negativo. Mientras tanto los médicos de Cerati pedían 72 horas -había que esperar a que comenzara a desinflamarse el edema cerebral- antes de atreverse a dar un pronóstico sobre la condición del cantante.
Ante el susto que acababa de vivir en familia tenía a mano un par de lecciones que a los impacientes twiteros les costaba entender: cuando los médicos dicen hay que esperar, no queda otra que esperar, especular es lo peor que podemos hacer; y que en momentos donde lo que se está en juego es la salud y la vida, pocas cosas se valoran tanto como la intimidad.
Sin embargo comprendo que en el caso de Gustavo Cerati, quien ha llegado a millones de personas con su arte, es lógico estar ansiosos por su suerte, más si su música ha sido parte de nuestro crecimiento emocional. Pero sólo podemos dejarlo recuperarse con los suyos y dirigirle todas las buenas vibras posibles que sin duda lo ayudarán a sanar. Fuerza Cerati.
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