Gracias a la innegable calidad de nuestros jóvenes futbolistas, el sueño que Venezuela algún día llegue a participar en un Mundial más temprano que tarde va a dejar de ser sueño y se va a convertir en realidad.
Los más optimistas aseguran que la oncena vinotinto participará en la Copa del Mundo Alemania 2006, hay quienes creen que antes del 2010 no estaremos preparados, pero de una cosa pueden estar seguros, y el fanático de mi marido lo puede jurar: si nuestro pequeño Ozzie sigue con un balón entre los tobillos, en el 2022 Venezuela será campeón mundial.
Acostumbrado desde su más tierna infancia a lidiar con un bate y una dura pelota, a ver los descorazonadores partidos de los Tiburones de la Guaira, un mundo nuevo se abrió ante los ojos del pequeño Ozzie aquella mañana del último día del mes de mayo cuando se salió de la cuna para encontrarse a su papá -con afeitadora en una mano y café en la otra- viendo en la televisión a un poco de señores que en lugar de estar parados esperando la pelota, la perseguían para pegarle con los pies.
A pesar de que el pequeño Ozzie a sus dos años todavía no habla, madre al fin, supe que mi niño al ver por primera vez ese maravilloso juego con balón se dijo para sus adentros “esto es lo mío”, y mientras yo apuraba a sus hermanas para que no las dejara el transporte escolar, se sentó cómodamente en el sofá con su trapito y su chupón a seguir paso a paso las incidencias de su primer Mundial de Fútbol, Corea-Japón 2002.
A la mañana siguiente salimos dispuestos a gastar la quincena entera con tal de aperarnos bien para la fiesta del fútbol. La Asamblea Familiar decidió por mayoría apoyar a Brasil por esa lógica criolla que nos dice a los venezolanos desde la era del rey Pelé que al fin y al cabo son nuestros vecinos, no juegan nada mal y la camisa amarilla nos sienta bien.
Salvé mi voto, siempre he apoyado a Italia, históricamente es la oncena que reúne a los hombres más guapos, y además, mi tocaya Adriana Fossa -amiga de adolescencia- está casada con Paolo Maldini, el capitán del equipo. Pero la estética y el amiguismo no son razones válidas según mi insensible familia para apoyar a los azzurros, así que tuve que ser democrática, acatar el deseo de la mayoría y apostarle a Brasil.
De nuestra jornada de compras familiares salimos cargados con pitos, banderas de todos los tamaños, cachuchas, discos de samba y camisas amarillas. Sólo faltaba la guinda de la torta, lo único que no debe faltarle a un niño que se enfrenta a su primer Mundial, y a última hora de la tarde el pequeño Ozzie recibió de manos de su padre su primer balón de fútbol.
Quizás la palabra “balón” le quede un poco grande a la pelotica de mi niño que dista mucho de ser la original del Mundial, es apenas un poco más grande que una pelota de béisbol pero para el pequeño Ozzie no hay juguete mejor. El bate quedó en el olvido, sus carritos son cosas del ayer, ahora sólo vive para su balón y todo el día me está jalando la falda para que juegue un ratito con él.
Viendo televisión a su limitado vocabulario agregó una nueva palabra: “¡Goooool!” y los celebra indistintamente de donde provengan, cuando el coreano Ahn Jung-Hwan anotó el gol de oro que le costó el pase a los cuartos de final a mi adorada Italia, fue tan grande su alegría que casi lo tengo que amordazar, si la nona del piso siete lo oía, su exquisita lasaña no volveríamos a probar.
El domingo treinta de junio, día de la gran final Alemania-Brasil, toda la familia madrugó para ligar al equipo suramericano. En el medio tiempo, mientras yo preparaba el desayuno a mi hambrienta prole, a las niñas se les ocurrió una gran idea: se llevaron al pequeño Ozzie para el baño y con la maquinita eléctrica de afeitar de papá, le robaron su guapo porte de jugador argentino y me lo regresaron convertido en un clon del nuevo rey del mundial. “Mira mamá, qué cuchi quedó.”
La melena de mi niño había desaparecido y en su lugar quedaba un pequeño matorral en forma de arco. Ya Ronaldo pidió perdón a las madres de Brasil por el furor que su corte de pelo causó, ¿es que no piensa disculparse con las madres de Venezuela?
Gracias a dos goles de Ronaldo, Brasil es pentacampeón mundial. En Venezuela, escuálidos y chavistas por igual nos alegramos del triunfo verdiamarillo y dejando de lado tantas diferencias, salimos a la calle a celebrar. Lástima que el Mundial terminó, que la mayoría de los venezolanos ya quitamos las banderitas de nuestros carros y guardamos las camisas de Brasil, pero al pequeño Ozzie no se le ha pasado la fiebre del fútbol: va a la guardería con su camisa amarilla y no suelta el mini balón ni para dormir. Mucho ha aprendido en estos últimos días como a dar cabezazos, nadie corre la cancha mejor que él, sabe cobrar un corner y en tiro libre no hay quien le pare un gol. La única manera de que obedezca las ordenes de a bañarse, a dormir o a comer es cuando me visto de negro, agarro el pito y tarjeta roja con él.
Hoy el fanático de mi marido tomó una importante decisión: va a guardar la camisita amarilla del pequeño Ozzie y se la va a cambiar por una vinotinto, porque si la afición por el fútbol de nuestros niños sigue así, que no nos quede la menor duda, Venezuela será campeón mundial en el 2022.
Este artículo lo escribí en el Mundial del 2002, desde entonces la fiebre de fútbol del pequeño Ozzie ha ido en aumento aunque hoy no es hincha de Brasil sino de Holanda y España, Venezuela sigue siendo un país dividido políticamente, y la Vino Tinto este año tampoco llegó al Mundial.
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