"No lo puedo creer, en cuestión de minutos los tendré ahí, enfrente, a pocos metros de mí", lo que yo pensaba en español, mi vecino de asiento lo clamaba en inglés, tan emocionado estaba que se le quebraba la voz. Al ver que lo miraba sonreída, el treintón se volteó: "Sorry, but still processing that I'm about to see the fucking Rolling Stones!".
En cuestión de segundos ya éramos mejores amigos, me contó que él era como el personaje interpretado por Jimmy Fallon en la película Fever Pitch, pero en lugar de tener todo de los Red Sox, lo tenía todo de los Rolling Stones: la taza con la que se tomaba el café en la mañana, el fondo de pantalla de su computadora, franelas, chaquetas, bolígrafos; cuanta mercancía saliera con la simbólica boca de Mick Jagger, la quería para su colección. Semejante pasión se originó desde niño, a los 14 años hizo una exposición en la secundaria sobre el legendario grupo de Rock británico y logró adoctrinar a sus compañeros de clase, quienes hasta entonces de Nirvana y Pearl Jam no pasaban. Tanta era su afición por los Rolling Stones que él y tres amigos manejaron cuatro horas y media, desde Baltimore hasta Brooklyn, para ver a Mick, Keith y Charlie celebrar 50 años tocando juntos ( Ron llegó después a la banda). Al igual que yo, era su primer concierto de los Rolling Stones.
Cuando le dije que me había tomado las mismas cuatro horas y media llegar a este concierto, pero en avión desde Caracas, gritó: "you rock!", chocándome la mano y bañándome de cerveza.
No puedo decir que mi fanatismo por los Rolling Stones venga desde mi más tierna infancia, pero como a toda chica de la cultura occidental nacida en los años 60, la música de los Stones ha formado parte de la banda sonora de mi vida. Una de las primeras canciones que recuerdo de niña es el lamento por Angie en las emisoras Pop de Caracas. Temas como Satisfaction, Honky Tonk Women, You can't always get what you want y Simpatía por el diablo (que sonaron esa noche) siempre estuvieron ahí. Mi primer LP de los Stones fue Some Girls, que compré a los 15 años cuando los rockeros se colearon en la era de las discotecas gracias a Miss You (de los temas más aplaudidos de la noche). También tenía las típicas recopilaciones de éxitos como Rewind, hasta que con la salida de Forty Licks en el año 2002, cuando el segundo CD de esta recopilación de los Stones sirvió como espina dorsal de mi primera novela: "El móvil de delito"(2006), una verdadera pasión por los Stones nació, y desde entonces me prometí que si se presentaba una oportunidad factible de ver a los Rolling Stones en vivo, no la dejaría pasar.
La oportunidad de ver a los Stones en vivo se asomó en octubre del 2012, cuando la banda anunció que tras cinco años alejada de los escenarios, celebraría "50 years and counting" con una serie de conciertos en Londres y Nueva York (eventualmente se agregó París). Tengo familia en Nueva York, alojamiento no sería el problema, solo había que romper el cochinito para pagar pasaje y entradas, y esperar las fechas de los conciertos. Pero cuando por fin dieron las fechas de los toques en Nueva York como el 13 y el 15 de diciembre en el Prudential Center en el vecino New Jersey; por problemas familiares, pensé que no me sería posible realizar uno de mis grandes sueños, oportunidad que vamos a estar claros, podía ser la última.
El panorama familiar se despejó justo cuando los Stones anunciaron un tercer concierto para el 8 de diciembre en el recien inaugurado Barclays Center en el corazón de Brooklyn, así que rompí el cochinito y compré por Internet una entrada para ver a los Rolling Stones.
El devaluado cochinito no dio para muchote, de eso me di cuenta cuando entregué la entrada y me mandaron escaleras arriba para un lado del coso que alberga a más de 19 mil espectadores. Tampoco estaba tan mal, bien arriba pero encima del escenario. Para matizar, entré con un vodka tonic a las ocho de la noche, la hora pautada.
En forma de la emblemática boca era el escenario. Por los bordes de la lengua se pasearía Mick Jagger cantando y dando sus característicos pasos de baile, y de vez en cuando los guitarristas Keith Richards y Ron Wood. Charlie Watts solo abandonaría su batería para el saludo final. Una excelente banda de músicos los acompañaba. Dentro de la lengua estaban los espectadores VIP, quienes pagaron miles de dólares para que el sudor y la saliva de los Stones los salpicaran. Viéndolos con manifiesta envidia pensé: "He ahí al 1% del que hablaban los indignados el año pasado". Pero no me podía quejar, estar esa noche en Barclays Center quizás no me hacía parte del 1% de quienes ostentan la riqueza mundial, pero si una verdadera privilegiada.
Ver los Stones es un privilegio que cuesta caro, hasta el mismo Mick Jagger lo reconoció cuando entre canción y canción recordó su primer concierto en Nueva York, que fue en el Carnegie Hall el año 1964, aunque prefirió pícaramente no recordar cuánto costaban entonces las entradas.
Y no es solo el valor de la entrada que los hará percibir más de 100 millones de dólares en menos de dos meses: es también Grrr, una nueva recopilación de los grandes temas y algunos temas inéditos que en su versión de 3 cds vale 43 dólares; además de fans como mi vecino de puesto que habrán gastado su bono de navidad en una de las diversas ventas de mercancia en cada uno de los conciertos, sin contar la mercancía vendida en la tienda On Line. Yo tampoco me quedé atrás y compré una franela negra conmemorativa. Es que hasta para ver "50 años y todavía contando" en TV hay que pagar en Pay per View.
Cincuenta años tocando y no se venden barato los Stones.
Pero si los Rolling Stones se hacen más multimillonarios con esta gira, vaya que valen su trabajo, pensar que tienen entre 65 y 71 años de edad, y a pesar de sus diferencias personales, siguen demostrando como dice el cliché -en este caso una certeza- que es la mejor banda de rock de la historia.
Lo bueno de estar sentada tan lejos del escenario es que pude conservar la ilusión de que estábamos en los años 70, como bien dijo Naomi Watts en el video previo al concierto: "lo que más me molesta es lo delgados que son", porque vistos de lejos los menudos Stones no parecían pasar de treinta años, con frondosas cabelleras y la incasable energía que cada uno derrocha a su manera. Este video inicial con varias personalidades hablando sobre la importancia de la banda no fue nada especial, si acaso simpático, espectacular fueron los primeros acordes de Simpatía por el diablo de tambores chinos que abrieron el concierto acompañados por bailarinas portando máscaras de los Stones. Pero no arrancó el "Let me introduce myself...", falso inicio, los primeros acordes de guitarra presentaron la primera canción de la noche: Get off of my cloud.
El concierto comenzó una hora tarde, a las nueve pm, y duró casi dos horas y media. Más allá de los invitados especiales, que esa noche fueron la cantante de soul Mary J. Blyge y el guitarrista de blues Gary Carter Jr, no hubo mayores sorpresas, los Stones se pasearon por el repertorio de sus grandes éxitos, un par de canciones nuevas, y algún blues. Uno a uno fueron coreados por el público temas como Tumbling Dice, It's only rock & roll, Wild Horses; antes del encore que comenzó con un coro infantil anticipando You cant' always get what you want.
¿Qué les puedo decir? En este caso yo si conseguí lo que quería.
El devaluado cochinito no dio para muchote, de eso me di cuenta cuando entregué la entrada y me mandaron escaleras arriba para un lado del coso que alberga a más de 19 mil espectadores. Tampoco estaba tan mal, bien arriba pero encima del escenario. Para matizar, entré con un vodka tonic a las ocho de la noche, la hora pautada.
En forma de la emblemática boca era el escenario. Por los bordes de la lengua se pasearía Mick Jagger cantando y dando sus característicos pasos de baile, y de vez en cuando los guitarristas Keith Richards y Ron Wood. Charlie Watts solo abandonaría su batería para el saludo final. Una excelente banda de músicos los acompañaba. Dentro de la lengua estaban los espectadores VIP, quienes pagaron miles de dólares para que el sudor y la saliva de los Stones los salpicaran. Viéndolos con manifiesta envidia pensé: "He ahí al 1% del que hablaban los indignados el año pasado". Pero no me podía quejar, estar esa noche en Barclays Center quizás no me hacía parte del 1% de quienes ostentan la riqueza mundial, pero si una verdadera privilegiada.
Ver los Stones es un privilegio que cuesta caro, hasta el mismo Mick Jagger lo reconoció cuando entre canción y canción recordó su primer concierto en Nueva York, que fue en el Carnegie Hall el año 1964, aunque prefirió pícaramente no recordar cuánto costaban entonces las entradas.
Y no es solo el valor de la entrada que los hará percibir más de 100 millones de dólares en menos de dos meses: es también Grrr, una nueva recopilación de los grandes temas y algunos temas inéditos que en su versión de 3 cds vale 43 dólares; además de fans como mi vecino de puesto que habrán gastado su bono de navidad en una de las diversas ventas de mercancia en cada uno de los conciertos, sin contar la mercancía vendida en la tienda On Line. Yo tampoco me quedé atrás y compré una franela negra conmemorativa. Es que hasta para ver "50 años y todavía contando" en TV hay que pagar en Pay per View.
Cincuenta años tocando y no se venden barato los Stones.
Pero si los Rolling Stones se hacen más multimillonarios con esta gira, vaya que valen su trabajo, pensar que tienen entre 65 y 71 años de edad, y a pesar de sus diferencias personales, siguen demostrando como dice el cliché -en este caso una certeza- que es la mejor banda de rock de la historia.
Lo bueno de estar sentada tan lejos del escenario es que pude conservar la ilusión de que estábamos en los años 70, como bien dijo Naomi Watts en el video previo al concierto: "lo que más me molesta es lo delgados que son", porque vistos de lejos los menudos Stones no parecían pasar de treinta años, con frondosas cabelleras y la incasable energía que cada uno derrocha a su manera. Este video inicial con varias personalidades hablando sobre la importancia de la banda no fue nada especial, si acaso simpático, espectacular fueron los primeros acordes de Simpatía por el diablo de tambores chinos que abrieron el concierto acompañados por bailarinas portando máscaras de los Stones. Pero no arrancó el "Let me introduce myself...", falso inicio, los primeros acordes de guitarra presentaron la primera canción de la noche: Get off of my cloud.
El concierto comenzó una hora tarde, a las nueve pm, y duró casi dos horas y media. Más allá de los invitados especiales, que esa noche fueron la cantante de soul Mary J. Blyge y el guitarrista de blues Gary Carter Jr, no hubo mayores sorpresas, los Stones se pasearon por el repertorio de sus grandes éxitos, un par de canciones nuevas, y algún blues. Uno a uno fueron coreados por el público temas como Tumbling Dice, It's only rock & roll, Wild Horses; antes del encore que comenzó con un coro infantil anticipando You cant' always get what you want.
¿Qué les puedo decir? En este caso yo si conseguí lo que quería.
1 comentario:
Set List
"Get Off of My Cloud"
"I Wanna Be Your Man"
"The Last Time"
"Paint It Black"
"Gimme Shelter" (with Mary J. Blige)
"Wild Horses"
"Going Down" (with Gary Clark Jr.)
"All Down the Line"
"Miss You"
"One More Shot"
"Doom and Gloom"
"It’s Only Rock ‘n’ Roll"
"Honky Tonk Women"
"Before They Make Me Run"
"Happy"
"Midnight Rambler"
"Start Me Up"
"Tumbling Dice"
"Brown Sugar"
"Sympathy for the Devil"
Encores:
"You Can't Always Get What You Want"
"Jumping Jack Flash"
"(I Can't Get No) Satisfaction"
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